domingo, 23 de junio de 2019

HISTORIA DE UN AMOR TURBIO


Tenía muchas ganas de leer esta novela, un reto como todas las de principios del siglo XX. Estar escrita, además, por el cuentista nº 1 de Latinoamérica, Horacio Quiroga, aseguraba encontrar el horror que esconde la naturaleza y su presión sobre el ser humano; aseguraba un estilo sobrio, preciso, de gran contención verbal. Sin embargo, estas características, del todo acertadas en la narrativa breve suponen un contratiempo en la extensa, si dejan a la vista unos personajes faltos de evolución psicológica.

Precisamente éste es uno de los inconvenientes de Historia de un amor turbio. Comienza con un narrador en tercera persona, omnisciente, que retrata a alguien refinado, culto, tal como demuestra la sinestesia evocadora de un pasado mejor y la metáfora empequeñecedora que compara el lugar donde se encuentra con el anterior, «La angosta franja de cielo recuadrada en lo alto, evocábale la inmensidad de sus mañanas de campo, sus tempranas recorridas de monte, donde no se oían ruidos sino roces, en el aire húmedo y picante de hongos y troncos carcomidos».

Esta minuciosidad en la descripción, lo mejor de la novela, plagada de imágenes, metáforas y comparaciones nos lleva a un realismo que, en ocasiones recuerda a Chejov mientras que la ironía, reforzada por la hipérbole, nos acerca al romanticismo de Poe «Quien le detenía era un muchacho de antes, asombrosamente gordo y de frente estrechísima, al cual lo ligaba tanta amistad como la que tuviera con el cartero». También en el diálogo, bastante absurdo por parte del chico, encontramos que, con humor, el narrador lanza una dura crítica a la sociedad «la dosis de corrupción civilizadora que se necesita para convertir en ese imbécil escéptico a un honrado muchacho». Esta crítica va en aumento, ahora con sarcasmo, al animalizar al personaje, «Pero Rohán se había cansado ya del excelente animalito, y caminaba solo».

Si este primer capítulo hubiese conformado un cuento, tendría un final cerrado y se mantendría en la línea sencilla y directa de los grandes cuentistas antes nombrados, él incluido. Pero Quiroga no pretendía sino una novela, por lo que advierte que la trama empieza «ahora», mediante una analepsis, «volvió al pasado». Es en el capítulo II donde ya no tenemos la impresión de estar ante una novela, y tampoco ante la eficacia demostrada por Allan Poe, pues los personajes carecen de la profundidad propia de los del estadounidense). Todo queda narrado con bastante superficialidad; encontramos frases inacabadas fruto, en ocasiones, de un uso excesivo del lenguaje oral; a veces podemos entender el significado «Cómo de un padre como yo… Y no se preocupó más de su hijo», pero otras es casi imposible «—¡Sobre todo lo que decía hoy! —Eso más que nada. Figúrese que una vez…».

Hay situaciones en las que la narración ofrece datos que parecen importantes para entender un futuro cambio en la personalidad de un determinado personaje, o simplemente para conocerlo mejor, pero el lector se lleva una decepción pues estas referencias no se retoman. Es el caso de los gestos involuntarios que Mercedes realiza con sus manos al ponerse nerviosa desde que soñó, siendo niña «que un pájaro le devoraba las manos a picotazos» ¿Es por eso por lo que aprende a tocar el piano? Está claro que el piano le sirve como relajación, pero en realidad no siente la música «Iba a la sala, paseaba aburrida, tocaba un momento el piano en sordina, miraba uno a uno los cuadros […] volvía aburrida a la cama» ¿Realiza estas acciones por su carácter nervioso? ¿Qué tiene que ver entonces el sueño de los pájaros? Son lagunas que conforman una narración insustancial.

Asimismo, en diferentes circunstancias, los diálogos quedan inacabados porque en realidad la conversación llevada a cabo no es importante para el argumento, «Usted ha estado ocho años, es inteligente, sabe francés…».

Todo lo señalado hace de Historia de un amor turbio una novela de poca calidad. Podría ser un cuento en el que se retrata a unos personajes tipo: la madre, típica dama insulsa, inoportuna, indiscreta, cuya única finalidad es conseguir casar a sus hijas con hombres pertenecientes a una elevada capa social y con dinero, sin importarle su felicidad. El narrador, omnisciente parcial, eco del propio Quiroga, no pierde ocasión para criticar a la burguesía y su modo de vida superficial:

—¡Cuándo va a vernos Rohán! —quejóse la madre, aunque en verdad la queja era por el calor que hervía dentro de su enorme corsé—.

Las hijas, que, aunque son tres, la mayor, Lola, se casa enseguida y desaparece; sólo la describe al principio, pero nunca más se la nombra, como si ese personaje se hubiera olvidado. Por lo tanto, nos quedan Mercedes y Eglé que, junto al protagonista, Rohán, configuran uno de los tríos amorosos más turbios de la novela romántica.

Mercedes es una chica amargada. Teniendo en cuenta que ha sido preparada para el matrimonio y nada más, su vida se limita a hacer apariciones en sociedad, acompañada de su madre y hermanas. Es normal que se ponga nerviosa al ver que el tiempo pasa y no consigue al marido anhelado. No podemos llegar a tener certeza de si el amor que siente por Rohán es verdadero o fruto de la desesperación por salir de casa. Lo que está claro es que no es cierto que «Mercedes y Rohán se querían cordialmente», afirmación del narrador que, llegados a este punto, ya sabemos que ha enfocado su relato en el punto de vista del protagonista.

Mercedes siente atracción por Rohán y, a su vez, celos de Eglé, algo inaudito teniendo en cuenta que la edad de la pequeña era de 9 años cuando conoció al hombre de 20. Pero él la mortifica, de broma o no tanto, «hemos decidido con Eglé que los besos que le doy no son para ella» (a pesar de la sintaxis incorrecta podemos deducir que Eglé y él hablan de Mercedes), por eso la chica contesta dolida, «—¡Ah, no! ¡Si es por eso, puede evitarlos, amigo!».

Rohán se va a París durante ocho años, por decisión de su padre, para ver si se interesa por algo, empresa en la que fracasa porque a este caballero sólo le importa él mismo. A su vuelta, Mercedes es capaz de humillarse ante él quien, a pesar de provocarla constantemente, y besarla incluso, la rechaza de forma brusca, «¡Pero es idiota lo que está haciendo […] le juro que no estoy absolutamente enamorado de usted […] —¿Hasta mañana, no? […] ¿Usted me hace el amor, Rohán? —De ninguna manera».

Eglé es un caso único, quiere a Rohán desde que tenía 9 años, debe aguantar los flirteos de éste con Mercedes, su prolongada ausencia y sus inseguridades hasta que finalmente consigue ser su novia. Pero no está convencida del amor que él le asegura, de sus cambios de humor, sus desplantes, sus reproches… Sorpresivamente, demuestra el carácter más firme de todos y, lamentándolo de todo corazón, lo deja, pues se da cuenta de que es un hombre envenenado, que sólo puede traerle dolor. Eglé siente pánico ante su novio y sus reacciones, no obstante es capaz de romper con él, «—Mira —le dijo Eglé, con la voz rota de embargo—: Yo creo que no podemos ser felices así… Mejor es que dejemos…».

Eglé quedará soltera, también Mercedes, probablemente porque en sus vidas entró Rohán, un señorito con dinero, acostumbrado a vivir de su padre, sin ganas ni entusiasmo por trabajar o realizar cualquier cosa que no sea en beneficio propio y sin esfuerzo. El interés que muestra hacia algo, sea lo que sea, decae enseguida. De hecho, tras tanto tiempo deseando ser novio de Eglé se cansa a los dos meses, «Pasaron dos largos meses, y Rohán comenzó a hallar un poco largas sus visitas». Se siente poderoso ante una niña «—¿Y te casarás conmigo?». Este principio de acoso es el anunciador de lo que será luego su relación con ella, la humilla flirteando con su hermana, se siente superior a su novia, indispensable para ella «—¿Le agrada que haya venido? […] —¿Por qué? —preguntó al fin. —Por lo pronto —respondió él secamente— porque creía que eso le iba a agradar».

Realmente, es el típico maltratador, que se arrepiente nada más hacer o decir algo que hiera a su novia Eglé o a Mercedes «—Tengo ganas de llorar —dijo Mercedes suavemente […] —¡Pobrecita! ¡Pobre, mi amor…».

Rohán es un egoísta con todo lo que le rodea; este sentimiento lo convierte ante Eglé en machista «—¡Qué sabes tú […] Tú no sabes nada. […] Eglé perdonaba, con la misma débil sonrisa». Y se convierte ante las dos hermanas en maltratador psicológico, capaz de abusar de ambas incluso físicamente «Rohán la siguió (a Mercedes) y, mudo, atrájola violentamente a sí. La besaba aquí y allá…». En realidad es un desequilibrado acosador que no quiere a ninguna pero juega con las dos, incluso cuando le dice a Eglé que se le ha ido la pasión porque quiere más de ella y no se lo da. Pero la joven se da cuenta de lo que pretende en realidad y de lo que la ha hecho pasar, «pocas novias soportarían lo que me están diciendo». Lo deja, y cinco años después sigue sin querer estar a su lado aunque él piense que «Eglé tenía ya veintidós años y no quería quedar soltera». De esta forma como un héroe romántico mimetizado con la naturaleza abandona para siempre a la familia «Mientras miraba por la ventanilla, en el crepúsculo frío, las flores heladas de cardo que se desmenuzaban volando al paso del tren». Pero ya es tarde. No es creíble.

Indudablemente hay que leer sus cuentos, porque Quiroga es uno de los mejores en este género.

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