Es
una novela entretenida aunque se nota que es la primera de la serie. El caso es
que leí La tercera virgen de Fred Vargas y me gustó tanto, sobre todo
el tratamiento que hace de los personajes, que pensé sería bueno empezar por el
principio de la saga; así que eso he hecho y, no es que me haya decepcionado,
sino que se nota que es la primera. Porque Vargas ha ido mejorando, bastante, a
la hora de narrar. En El hombre de los círculos azules
encuentro a veces repeticiones innecesarias de términos, a veces, faltas
ortográficas y otras, anacolutos
a
causa de la jira campestre
Por
ésa razón, por culpa de mis frustraciones
Cada
vez, Reyer se había quedado mucho tiempo
Puede
que sea por efecto de la traducción, pero lo dudo porque la editorial Siruela
es sinónimo de garantía, aunque todo puede ser.
Sin
embargo me ha encantado la ironía de los diálogos, debido a la elección de
personajes tan descabellados como Mathilde o Charles, cuyas conversaciones son
de una frescura y agilidad inigualables, saltan chispas entre ellos desde la
primera vez que se encuentran
—¿Qué
oye usted en las voces?
—¡Vamos,
no puedo decírselo! ¿Qué me quedaría, Dios mío? Señora, hay que dejar algo al
ciego
La
atracción es inmediata aunque ninguno quiera reconocerlo abiertamente. Indudablemente
creo que el punto más fuerte de nuestra autora es la construcción de los
personajes, a los que vamos conociendo poco a poco y no sólo por las
descripciones que lleva a cabo el narrador en tercera persona, que también,
sino sobre todo por los movimientos que realizan, o por la falta de ellos, por
las conversaciones en las que de forma indolente o apresurada van dando todo de
cada uno de ellos; es lo que ocurre con Danglard, policía alcohólico, buena
persona, buen profesional y buen padre. Está criando a cinco hijos, dos pares
de gemelos que tuvo en su matrimonio y otro, el pequeño, fruto de una relación
extramarital de su mujer, pero se lo deja para que estén todos los hermanos
juntos. Danglard habla poco con los chicos pero cuando lo hace se muestra tal y
como es y sus hijos lo ven como es, alcohólico y buen padre «Los cuatro gemelos querían que bebiera un
gran vaso de agua “para diluir” decían los niños. […] —Daos cuenta –dijo
Danglard–, el comisario se ha largado y ha estado fuera todo el día dejándonos
la mierda a nosotros. Me ha molestado tanto que, a las tres, estaba
completamente borracho».
Son
relaciones duras y enternecedoras al mismo tiempo que, aunque sean fruto de la
imaginación de la autora, hacen que creamos en el ser humano en general y en la
policía en particular (esto es la novela ¿no?). Creo que las investigaciones de
Danglard y sus pensamientos tienen tanto peso que podríamos hablar de personaje
principal. Pero no, el personaje principal es Jean Baptiste Adamsberg, alguien
tremendamente intuitivo, impredecible y, al contrario que Danglard, poco
comprometido con sus seres queridos, de ahí que esté solo, y no le importe y,
de ahí que sea capaz de conocer a alguien a la perfección sólo manteniendo una
relación superficial, una mirada, una pequeña charla «yo no he dicho que se viera en su cara. He dicho que era algo
monstruoso que supuraba desde el fondo de su ser. Es una supuración, Danglard,
y yo, a veces, la veo rezumar».
Adamsberg
es un ser excepcional, un personaje cuyo carisma se vislumbra, sólo se
vislumbra, en El hombre de los círculos
azules, y se va afianzando en las entregas siguientes, donde vamos
conociendo también, al resto del equipo que, en esta primera entrega, queda
desdibujado ante el protagonismo de estos dos cargos principales.
Llegados
a este punto podemos pensar en cómo un alcohólico es capaz de razonar de manera
tan objetiva y llevar adelante, con una lucidez espléndida, la investigación;
cómo consigue cuidar y educar a unos niños si, precisamente cuando está con
ellos, por las tardes, es cuando está borracho. También podemos pensar en cómo
un comisario solitario, taciturno, es capaz de saber desde el primer círculo
azul que aparece en la calle, rodeando una fruslería inanimada, que de ahí a
que aparezca un muerto dentro hay un paso
—Pida
al fotógrafo que se presente aquí mañana por la mañana y acompáñele. Quiero una
descripción y clichés precisos del círculo de tiza azul que seguramente será
trazado esta noche en París.
Por
supuesto, como no hay pruebas, no hay por dónde “tirar de la manta”, no se
puede investigar a fondo, así que Adamsberg, fiel a su instinto peculiar, casi
mágico, se ve “obligado” a encontrarse con Mathilde quien, además de haber
visto al hombrecillo pintor de círculos, se rodea de personas que le resultarán
claves al comisario para dar con lo que busca y resolver el caso.
—Usted
–decía Adamsberg–, como no ve, ve de otra manera. Lo que me gustaría es que me
hablara […] que me describiera todas las impresiones que produjo en sus oídos,
todas las sensaciones que despertó su presencia…
Pero
claro, esto ya es labor de la imaginación de la autora que consigue una novela
entretenida, cuyo argumento gira y se retuerce, a modo de círculos o espirales,
para desembocar en algo insólito que, el propio Adamsberg, con su capacidad de
percepción, nos va desentrañando para que consigamos, al mismo tiempo que él, y
antes que el resto de personajes, saber quién es el asesino.
Buen
ejercicio mental para el lector y, creo, que mala investigación por parte del
jefe pues no pone al corriente a los subordinados de lo que supone sino que los
envía a que realicen entrevistas o vigilen las calles o desentierren cadáveres
sin decirles la finalidad de dichas acciones… pero claro, entonces habríamos
descubierto al asesino en la primera conversación.
En
este momento, a Danglard el pensador le pongo nervioso […] Y sin embargo desde
que Clémence se marchó, se ha producido lo esencial. Pero no he podido decirle
nada
¿Por
qué no puede hablar Adamsberg con sus subordinados? Es cierto que su
comportamiento es algo inquietante; al estar junto a él se tiene la seguridad
de que se podrá confiar en él, de que es un hombre justo e inteligente, de esas
personas cuya inteligencia no deviene de sus estudios sino que es innata, pero
al mismo tiempo se sabe que su compañía no durará porque lleva escrito en la
mirada “soledad”. Adamsberg es un solitario y como a todos los solitarios, le
gusta serlo aunque sufra por ello a veces. Podemos reflexionar, tras leer El hombre de los círculos azules, sobre
la soledad. En realidad todos los personajes que aparecen son solitarios, el
asesino, las víctimas, el comisario Adamsberg, el inspector Danglard, la
oceanógrafa Mathilde, el ciego Charles, la exnovia Camille… todos tienen una
personalidad doble, por un lado son interesantes, atractivos a pesar de, o
gracias a, la circunstancia que los ha llevado a ese individualismo: gente que
se ha quedado sin familia, personas sin valía y envidiosas, otras demasiado
centradas en el trabajo, otras cuyo trabajo les ha provocado una desgracia,
personas con una infancia apartada de lo que entendemos por civilización y que
han estado más unidas a la naturaleza que a otros seres humanos… circunstancias
que consiguen resaltar al mismo tiempo su dureza o fracaso personal.
Otra
reflexión que hace el lector es sobre la capacidad que tiene el hombre para
dejar de serlo y convertirse en lo más repugnante del universo, peor aún que un
animal «Un hombre difícil de atrapar,
oculto, pútrido, cubierto de pelusa como las mariposas nocturnas, cuyo
pensamiento a Adamsberg le resultaba execrable y le producía escalofríos»,
de hecho las animalizaciones, aunque cargadas, a veces, de humor o ironía,
conducen a especular sobre esto; hasta dónde nos puede llevar un trauma, físico
o mental, un complejo del que no nos hemos desecho sino que nos tortura
constantemente. Es duro saber la respuesta y fácil, pues la encontramos en el
día a día.
Pero,
la musaraña, ¿Qué pasa con ella? ¿Por qué la buscan? Volvió del campo ayer por
la noche, restablecida, exultante.
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