martes, 12 de marzo de 2019

EL HOMBRE DE LOS CÍRCULOS AZULES



Es una novela entretenida aunque se nota que es la primera de la serie. El caso es que leí La tercera virgen de Fred Vargas y me gustó tanto, sobre todo el tratamiento que hace de los personajes, que pensé sería bueno empezar por el principio de la saga; así que eso he hecho y, no es que me haya decepcionado, sino que se nota que es la primera. Porque Vargas ha ido mejorando, bastante, a la hora de narrar. En El hombre de los círculos azules encuentro a veces repeticiones innecesarias de términos, a veces, faltas ortográficas y otras, anacolutos

a causa de la jira campestre

Por ésa razón, por culpa de mis frustraciones

Cada vez, Reyer se había quedado mucho tiempo

Puede que sea por efecto de la traducción, pero lo dudo porque la editorial Siruela es sinónimo de garantía, aunque todo puede ser.

Sin embargo me ha encantado la ironía de los diálogos, debido a la elección de personajes tan descabellados como Mathilde o Charles, cuyas conversaciones son de una frescura y agilidad inigualables, saltan chispas entre ellos desde la primera vez que se encuentran

—¿Qué oye usted en las voces?
—¡Vamos, no puedo decírselo! ¿Qué me quedaría, Dios mío? Señora, hay que dejar algo al ciego

La atracción es inmediata aunque ninguno quiera reconocerlo abiertamente. Indudablemente creo que el punto más fuerte de nuestra autora es la construcción de los personajes, a los que vamos conociendo poco a poco y no sólo por las descripciones que lleva a cabo el narrador en tercera persona, que también, sino sobre todo por los movimientos que realizan, o por la falta de ellos, por las conversaciones en las que de forma indolente o apresurada van dando todo de cada uno de ellos; es lo que ocurre con Danglard, policía alcohólico, buena persona, buen profesional y buen padre. Está criando a cinco hijos, dos pares de gemelos que tuvo en su matrimonio y otro, el pequeño, fruto de una relación extramarital de su mujer, pero se lo deja para que estén todos los hermanos juntos. Danglard habla poco con los chicos pero cuando lo hace se muestra tal y como es y sus hijos lo ven como es, alcohólico y buen padre «Los cuatro gemelos querían que bebiera un gran vaso de agua “para diluir” decían los niños. […] —Daos cuenta –dijo Danglard–, el comisario se ha largado y ha estado fuera todo el día dejándonos la mierda a nosotros. Me ha molestado tanto que, a las tres, estaba completamente borracho».

Son relaciones duras y enternecedoras al mismo tiempo que, aunque sean fruto de la imaginación de la autora, hacen que creamos en el ser humano en general y en la policía en particular (esto es la novela ¿no?). Creo que las investigaciones de Danglard y sus pensamientos tienen tanto peso que podríamos hablar de personaje principal. Pero no, el personaje principal es Jean Baptiste Adamsberg, alguien tremendamente intuitivo, impredecible y, al contrario que Danglard, poco comprometido con sus seres queridos, de ahí que esté solo, y no le importe y, de ahí que sea capaz de conocer a alguien a la perfección sólo manteniendo una relación superficial, una mirada, una pequeña charla «yo no he dicho que se viera en su cara. He dicho que era algo monstruoso que supuraba desde el fondo de su ser. Es una supuración, Danglard, y yo, a veces, la veo rezumar».

Adamsberg es un ser excepcional, un personaje cuyo carisma se vislumbra, sólo se vislumbra, en El hombre de los círculos azules, y se va afianzando en las entregas siguientes, donde vamos conociendo también, al resto del equipo que, en esta primera entrega, queda desdibujado ante el protagonismo de estos dos cargos principales.

Llegados a este punto podemos pensar en cómo un alcohólico es capaz de razonar de manera tan objetiva y llevar adelante, con una lucidez espléndida, la investigación; cómo consigue cuidar y educar a unos niños si, precisamente cuando está con ellos, por las tardes, es cuando está borracho. También podemos pensar en cómo un comisario solitario, taciturno, es capaz de saber desde el primer círculo azul que aparece en la calle, rodeando una fruslería inanimada, que de ahí a que aparezca un muerto dentro hay un paso

—Pida al fotógrafo que se presente aquí mañana por la mañana y acompáñele. Quiero una descripción y clichés precisos del círculo de tiza azul que seguramente será trazado esta noche en París.

Por supuesto, como no hay pruebas, no hay por dónde “tirar de la manta”, no se puede investigar a fondo, así que Adamsberg, fiel a su instinto peculiar, casi mágico, se ve “obligado” a encontrarse con Mathilde quien, además de haber visto al hombrecillo pintor de círculos, se rodea de personas que le resultarán claves al comisario para dar con lo que busca y resolver el caso.

—Usted –decía Adamsberg–, como no ve, ve de otra manera. Lo que me gustaría es que me hablara […] que me describiera todas las impresiones que produjo en sus oídos, todas las sensaciones que despertó su presencia…

Pero claro, esto ya es labor de la imaginación de la autora que consigue una novela entretenida, cuyo argumento gira y se retuerce, a modo de círculos o espirales, para desembocar en algo insólito que, el propio Adamsberg, con su capacidad de percepción, nos va desentrañando para que consigamos, al mismo tiempo que él, y antes que el resto de personajes, saber quién es el asesino.

Buen ejercicio mental para el lector y, creo, que mala investigación por parte del jefe pues no pone al corriente a los subordinados de lo que supone sino que los envía a que realicen entrevistas o vigilen las calles o desentierren cadáveres sin decirles la finalidad de dichas acciones… pero claro, entonces habríamos descubierto al asesino en la primera conversación.

En este momento, a Danglard el pensador le pongo nervioso […] Y sin embargo desde que Clémence se marchó, se ha producido lo esencial. Pero no he podido decirle nada

¿Por qué no puede hablar Adamsberg con sus subordinados? Es cierto que su comportamiento es algo inquietante; al estar junto a él se tiene la seguridad de que se podrá confiar en él, de que es un hombre justo e inteligente, de esas personas cuya inteligencia no deviene de sus estudios sino que es innata, pero al mismo tiempo se sabe que su compañía no durará porque lleva escrito en la mirada “soledad”. Adamsberg es un solitario y como a todos los solitarios, le gusta serlo aunque sufra por ello a veces. Podemos reflexionar, tras leer El hombre de los círculos azules, sobre la soledad. En realidad todos los personajes que aparecen son solitarios, el asesino, las víctimas, el comisario Adamsberg, el inspector Danglard, la oceanógrafa Mathilde, el ciego Charles, la exnovia Camille… todos tienen una personalidad doble, por un lado son interesantes, atractivos a pesar de, o gracias a, la circunstancia que los ha llevado a ese individualismo: gente que se ha quedado sin familia, personas sin valía y envidiosas, otras demasiado centradas en el trabajo, otras cuyo trabajo les ha provocado una desgracia, personas con una infancia apartada de lo que entendemos por civilización y que han estado más unidas a la naturaleza que a otros seres humanos… circunstancias que consiguen resaltar al mismo tiempo su dureza o fracaso personal.

Otra reflexión que hace el lector es sobre la capacidad que tiene el hombre para dejar de serlo y convertirse en lo más repugnante del universo, peor aún que un animal «Un hombre difícil de atrapar, oculto, pútrido, cubierto de pelusa como las mariposas nocturnas, cuyo pensamiento a Adamsberg le resultaba execrable y le producía escalofríos», de hecho las animalizaciones, aunque cargadas, a veces, de humor o ironía, conducen a especular sobre esto; hasta dónde nos puede llevar un trauma, físico o mental, un complejo del que no nos hemos desecho sino que nos tortura constantemente. Es duro saber la respuesta y fácil, pues la encontramos en el día a día.

Pero, la musaraña, ¿Qué pasa con ella? ¿Por qué la buscan? Volvió del campo ayer por la noche, restablecida, exultante.

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