sábado, 16 de marzo de 2019

COMO TÚ



Es necesario que sigan publicándose cuentos, novelas, poemas, ensayos, manifiestos, eslóganes… sobre la igualdad entre sexos. Sobre la igualdad entre las personas. Sobre el mismo trato hacia todos. Porque incluso los que nos consideramos feministas (y hay que tener en cuenta que feminismo es el “Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre” según el DRAE, y que no hay que confundir con femenino o con el antónimo de machismo “Actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres”), a veces tenemos actitudes machistas, por educación, por tradición o por falsa modestia.

El caso es que hombres, y mujeres, que quieren la igualdad, en ocasiones nos encontramos con actitudes en circunstancias que, si se meditan bien, rechinan. Porque es corriente al hablar con un ser querido, nombrarla como preciosa o princesa, si es una chica pero es más difícil que alguien llame precioso a algún chico. Incluso hay veces que al saludar a una conocida, un hombre (no machista) pueda decirle adiós, guapa, pero nunca dirá hasta luego, guapo.

Es sólo una muestra; el día a día está lleno de ellas, quién compra lo que se debe comprar, no lo que le mandan, quién tiende, quién barre, quién cocina, quién limpia, quién arregla una lámpara, quién pone un enchufe. Cada vez menos, pero aún quedan casas que se rigen por patrones tradicionales y que van encaminados a que el hombre use la razón y la mujer el sentimiento. Lo peor es que no somos conscientes de la distinción y que, incluso mujeres creen que ellas, por serlo, harán mejor unas cosas y los hombres por ser hombres, harán mejor otras.

Por esto es necesario que todos tengamos, no sólo los jóvenes, como libro de cabecera Como tú. Son veinte relatos cortos que abogan por la igualdad. No tienen, cada uno, más de tres o cuatro páginas y van ilustrados con un dibujo alusivo al texto. La edición, de Anaya, es muy buena, y el contenido, tanto de textos como de imágenes, viene avalado por grandes escritores e ilustradores que han sido merecedores de diferentes premios a lo largo de sus carreras. Además el hecho de ser un proyecto de Fernando Marías ya es una garantía de genialidad.

No puedo decir que me haya gustado más uno que otro. En general el estilo de todos los autores es informal, perfecto para ir dirigido preferentemente a los jóvenes; los términos empleados suelen ser directos, corrientes aunque sin vulgarismos. La narrativa es eficaz porque apunta de forma espontánea a hechos que ocurren hoy, que son usuales entre los adolescentes (y aun en adultos), y aporta finales que dan que pensar; en algunos de ellos se puede observar que la solución para resolver desigualdades entre los sexos es mucho más sencilla de lo que imaginamos; por supuesto, todo es más fácil si partimos de una edad temprana, de cero, para educar en la igualdad.

Los autores son diversos, por lo que cada uno aporta peculiaridades que transmiten con claridad distintos matices para conseguir dotar de humanidad a los personajes, ya sea con pasión dramática «soy una compañera leal, tengo los mismos gustos que tú…», con expresiones impulsivas «¡Te querré toda la vida, hagas lo que me hagas!», con anáforas o paralelismos enérgicos «mujer libre, libre de cadenas, libre de mandatos y sumisiones», con bellas imágenes «las rejas eran invisibles» o eficaces enumeraciones que facilitan la comprensión del mensaje «voces, gritos, salidas de tono, desplantes, amenazas…».

La sencillez es lo que prevalece en todos los registros porque las historias que cuentan los veinte autores reclaman esa claridad. Es necesario llegar a todos; así pues, palabras precisas y musicales para ofrecer el ritmo necesario que requiere un lector medio para avanzar.

Al llegar a este punto sabemos ya que el tema es el mismo en todos los acontecimientos, pero la forma de tratarlo es diferente, y cualquiera de ellas me parece interesante y acertada. Comienza con un cuento de Ricardo Gómez, desarrollado en una tribu africana, en el que destaca el valor, la constancia y la inteligencia de la mujer, cuyo principal obstáculo es la poca confianza que la sociedad tiene en ella, por ser de sexo femenino. Leer el cielo se podría trasladar a cualquier época y lugar actual, «lo más difícil […] convencer al poblado de que podría ser Lectora del Cielo. La primera Lectora del Cielo» ¿Cuántas veces una mujer ha sido pionera en algo? Laimé consiguió ser la primera lectora del cielo, pero antes los hombres habían ocupado esa posición. Tendremos que llegar a la penúltima narración para dar El primer paso, cuento de Ana Campoy en el que, por primera vez, dos astronautas viajan a Marte, el capitán Logan, desde pequeño, había sido ayudado por su padre «Estrés, nervios, competidores. Para Logan fue muy difícil alcanzar la nota más alta. Justo la que se esperaba de él». Su compañera, Diane, a pesar de ser ése su objetivo, tuvo que aplacar los ánimos de incluso aquellos que la querían «su abuelo y sus consejos, como que buscara un hombre decente […] Sus notas impecables, las miradas en clase, su nombre en la lista de las que tenían más delantera, la sucesión de becas […] Las palabras de su madre: nunca salgas sin pintalabios […] El director de la tesis, su caballerosidad y sus extraños masajes. Incómodos. Intempestivos. Desagradables. […] Empezaría todo de cero. Logan ni siquiera lo imaginaba. […] Diane adelantó su pie y la humanidad dio el primer paso». Creo que no necesita comentarios, el humor esperanzador con que termina lo dice todo.

No quiero desvelar los cuentos, no es justo para los futuros lectores, pero en Como tú hay poemas que expresan los sentimientos, los mismos sentimientos y necesidades, que tienen los bebés, los niños ¿por qué los diferenciamos después? Deberíamos reflexionar sobre ello. Encontramos un homenaje de Rosa Huertas a la mujer Invisible que a lo largo de la Historia ha debido conformarse con ser ninguneada a pesar de su valía. El daño que pueden hacer las redes sociales en manos de mentes perversas o ignorantes queda perfectamente reflejado en el chat de Ledicia Costas Igual que tú, tiemblo.

En Kenia, de María Zaragoza, el marcado patrón machista que rige entre las adolescentes lleva a algunas de ellas, y no las más débiles necesariamente, a enfermedades incurables e incluso a la muerte. Todo es preferible antes que ser objeto de burlas o rechazos «Su siguiente novio controló todo lo que se ponía. Su madre le dijo que no le convenía coger kilos porque con la edad no podría quitárselos».

En tu jaula de cristal, Mónica Rodríguez recuerda a las chicas que han de sentirse válidas y libres, no sometidas al capricho de un chico que las trata con sadismo, ignorándolas porque sabe que ellas estarán siempre a su disposición «Los golpes llegan de muchas formas. También la salvación».

Asimismo La educación sentimental, de Maite Carranza, escrito en forma de guion cinematográfico, ahonda en las diferentes reacciones de la pareja adolescente ante los actos sexuales que llevan a cabo; todo se graba, todo es público, por lo que podemos ser testigos de las emociones que aparecen en el chico o la chica; mientras ellos tienen la seguridad de que el sexo violento les gusta a las chicas (o no están tan seguros pero les da lo mismo), ellas están convencidas de que es lo que hay que aguantar para no parecer una mojigata y perder el tesoro encontrado. Es lo que ven en internet y, si alguna amiga intenta abrirle los ojos a la utilizada, ésta piensa que quiere quitarle a su novio… ¿tan ciegas estamos a esas edades? «(Belicosa). Yo lo hago porque Álvaro es mi novio y es lo que tengo que hacer, para que no se vaya con cerdas como Vane…».

El concepto de igualdad queda expuesto mediante cualquier género literario; en Iguales, de Espido Freire, se representa una escena teatral en la que Él y Ella, ambos casi iguales físicamente, ambos amigos desde pequeños, se ven separados al llegar a la adolescencia, época en la que parece que no es posible la amistad entre sexos opuestos sino el noviazgo. Pero siempre hay una esperanza para empezar de nuevo. La respuesta la tiene Care Santos y consiste en invertir los papeles en el siglo XXI con las normas de principios del XX (o actuales según en qué comunidades), en las que el hombre no pudiera estudiar ni abrir una cuenta bancaria ni tomar decisiones sin la aprobación de su mujer porque «Ayer la nueva presidenta de las Naciones Femeninas dijo en televisión con voz de triunfo: “Es lo que los hombres se estaban mereciendo. Que les pusiéramos a fregar durante ochocientos años”».

Puede que no haga falta tanto, al menos es lo que piensa Ana Alcolea, que parte de una adivinanza en García y García para insistir en la importancia de ser tratados de la misma manera, porque todos podemos hacer lo mismo, de ahí que la autora elija a dos gemelos y, de la forma más tierna imaginable, recuerde a los padres y profesores que deben empeñarse, con todas sus fuerzas, en lograr que las nuevas generaciones lo consigan.

Santiago García-Clairac llega más lejos, los protagonistas no son dos gemelos sino que, a modo de Gregor Samsa, utiliza a Máximo Cuadrado para que una mañana se despierte, tras una Metamorfosis, convertido en mujer, algo tan insignificante como el insecto de Kafka. Así, Máximo, el triunfador de la clase, pasa a ser Luz, con su mismo talento aunque lo perciban de diferente manera, tanto en un partido de tenis por parejas: «—Luz ha hecho lo posible, pero tiene mucho que aprender –respondió Borja, exultante–. He tenido que esforzarme mucho por ganar», como en las relaciones personales con sus compañeros, «Máximo hubiera dado cualquier cosas por ser el de antes […] por primera vez en su vida vio a sus compañeras como víctimas». Pero esta transformación es sólo perteneciente a la literatura. En la realidad las cosas son mucho más difíciles de solucionar, como el caso de aquellas mujeres que han de llegar al matrimonio para ver la verdadera cara de ese chico dulce y amable «Se miró en el espejo y, a pesar de que eran evidentes las huellas, trató de convencerse de que todo había sido un mal sueño»; Como una cornada relata este caso, más usual de lo que hoy debiera ser y, aunque en este relato de Gómez Cerdá la justicia poética aparezca al final, la realidad es que las mujeres de los maltratadores están condenadas desde el principio hasta el final de sus días, porque aún hoy, desgraciadamente, si una mujer agrede o mata a su marido no se investigan las causas, al menos la sociedad machista no lo hace, sino que se permite poner motes ofensivos o hacer de esas mujeres un circo mediático, como el que Fernando Marías relata en El jardín de la falsa verdad. La prensa amarilla puede hacer mucho daño; es cierto que hay mujeres asesinas, maltratadoras, pero el porcentaje es tan pequeño que cuando una sale a la luz se regodean en ella, parece la excusa a los machistas para reafirmar su idea de “violencia doméstica” y sin embargo «También podíais rebuscar y rebuscar en el pasado de esos hombres para demonizarlos, pero nunca lo hacéis […] —¿Por qué a ti, que querías ser periodista, ha dejado de importarte la verdad?».

Está claro que estos veinte autores y veinte ilustradores quieren dar una vuelta a las relaciones entre hombres y mujeres, por eso alguno como David Lozano traen secuencias reales del Naufragio del Titánic para exponer que puede darse un amor verdadero hasta la muerte, y otros como Antonio Lozano reescriben la literatura para darle a la mujer, tan denostada y humillada por la historia, una segunda oportunidad; es lo que ocurre en La libertad de Penélope, que podríamos tratar de manifiesto feminista a favor de la libertad.

Y, por supuesto, la poesía se hace idónea para expresar los sentimientos de la mujer; en Se acabó, madre, se acabó, Antonio García Teijeiro consigue que una hija le diga a su madre

La bruma de tus temores
                de tus miedos
                            de tus ahogos
                                        se está disipando

Y en Origen, Raquel Lanseros nos recuerda que

Hay millones de hombres
millones de mujeres
[…]
iguales en la risa
iguales en el llanto
iguales en lo mucho que costó construirlos.

Hay que leer Como tú en los colegios, casas e institutos.

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