Hay
algo que impacta absolutamente en Corre, casi tanto o más que las palabras,
y algunas son muy duras. Los gestos; son fundamentales. Podríamos asegurar que
teniéndolos solo en cuenta alcanzaremos a definir a cada uno de los personajes
que están en escena. Emma, continuamente demuestra su tensión, a veces intenta
disimularla o controlarla mediante gestos adaptadores «(…Se lleva las manos a los ojos. Resopla […] de pie, se toca la falda
compulsivamente. Se sienta, luego se levanta, se vuelve a sentar. Se suelta el
pelo que lleva recogido con una pinza y lo sujeta más fuerte. Abre el bolso,
comprueba…)». Con el paso de la obra, éste es el comienzo, iremos
constatando que el estrés ha constituido la característica de Emma, siempre,
durante toda su vida.
Emma
es la hermana mayor de Kico, de 33 años, encarcelado más tiempo que en
libertad, ha pasado toda su vida huyendo, de sus padres, de la policía, de la
gente. Los hermanos se encuentran en la cárcel después de tres años sin verse y
sus miradas lo dicen todo «El hombre
cruza una mirada con Emma. Sus ojos se encogen hasta convertirse en una ranura.
Luego se dirige hacia el cristal que los separa y se sienta.»
Este
contacto efímero visual consigue regular la comunicación aunque el guiño de
Kico despiste a Emma pues su falta de visión hace que pretenda enfocar para ver
bien a su hermana, y puede que ella lo entienda como una interrogación ante su
persona, como un desconocimiento hacia ella o como un signo de ironía, de ahí
que cuando Kico acerca la mano al cristal «Ella
da un respingo hacia atrás». La emoción que Kico ha demostrado al estar
junto a su hermana sólo consigue incrementar el miedo de ésta. Estamos ante una
relación tumultuosa, de eso no cabe duda; si los sonidos previos a la entrada
de Kico han fomentado la angustia en el espectador «se oyen pasos que aumentan de velocidad hasta convertirse en pies que
corren […] se mezcla con una sirena de policía. En off, un frenazo brusco. Luego un portalón de hierro que se cierra. Y luego
el sonido de unos cerrojos. Más cerrojos…», la reunión de ambos prepara al
espectador para una colisión total.
Emma
no se aviene a las peticiones o exigencias de su hermano; sus gestos
reguladores «Emma le mira esperando que
acabe lo que parece un chiste» pretenden que la interacción sea fría y sin
embargo predominan en Kico gestos emblemáticos «Sorpresa en el rostro de Kico» que consiguen apaciguar la tensión,
aunque sea por momentos y, sobre todo, gestos emotivos «Kico entra en la sala con una sonrisa en la boca […] El chico lleva el
pelo un poco más arreglado…» mediante los que pretende reconciliarse, no
sólo con su hermana, sino con el mundo. Reconciliación que en ocasiones nos
parece imposible al observar los movimientos y gestos reguladores de Kico que
facilitan lo que pretende comunicarnos «Su
gesto contraído, los ojos entrecerrados, la cabeza gacha. Una lágrima cae
silenciosa hasta el borde de los labios. De un manotazo se la quita y se pone
en pie. Arranca a correr […] y se estampa contra la pared […] hasta estamparse
con la pared contraria. Y otra vez. Y otra». Por último, el gesto
emblemático del abrazo, de la paz, del cariño, queda sin efectuarse por causa
del entorno. De una forma u otra las circunstancias de estas dos personas las
han obligado a sufrir, a intentar quererse sin conseguirlo «Parece que se van a abrazar, pero suena el timbre de final de visita.
Kico se levanta bruscamente».
Sólo
cuando cambia el ambiente «Espacio neutro»
podemos atisbar un rayo de esperanza para estos hermanos que quieren, sobre
todo y cada uno a su manera, cambiar su vida, su suerte «Kico se prepara para la competición. Estira los músculos, salta,
intenta relajar el cuerpo […] se prepara y: Suena el silbato. Kico sale como
una liebre».
«Emma arrastra una maleta. Mira al
cielo. Por fin ha salido el sol. Sonríe antes de echar a andar».
Indudablemente,
Corre es una obra corta, pero de gran
potencia espectacular. El decorado es casi inexistente, una mampara de cristal
que podría, a su vez, indicar los dos espacios en los que se desarrolla la
obra, que corresponden al entorno de ambos hermanos y que a veces se mezclan,
pues se representa al mismo tiempo lo que cada uno de ellos está viviendo en su
espacio, afianzando de esta manera la tragedia interior que se instaló en ellos
de pequeños y de la que no han podido salir.
Así
pues, los gestos y las palabras, la esencia del teatro, a la que estamos
volviendo en la actualidad, es lo que predomina en el espectáculo. Las palabras
constituyen, más que diálogos, reflexiones en voz alta sobre la vida dolorosa y
cruel que muchas personas deben afrontar, por eso, de otros posibles personajes,
como el marido de Emma, con quien ella habla aunque él no aparezca ni oigamos
sus réplicas, sólo percibamos su intolerancia, orgullo y soberbia
Ya
no soy profesora de música. Nunca más.
No,
enfadada no. Ya he asumido que pidieras el traslado sin consultarme.
Asimismo
la asistenta social de Kico, a través de las respuestas de éste, nos desvela la
ineficacia de su buena voluntad,
¡Es
que no lo entiendo! ¡Hasta los violadores tienen permiso!
¿Qué
tengo que hacer, violar o poner una bomba la próxima vez para que me dejen
salir dos putos días?
o el
entrenador de la cárcel, que consigue sacar lo peor de cada uno de los reclusos
¿Entonces
cómo lo sabe el míster? Cuando vas a comprarle esa mierda que te fumas, te vas
de la lengua.
Pues
quiere que le rompa los brazos a un tío que no le paga.
¿Y
a que no sabes cómo se llama?
Se
llama Alex García y eres tú, imbécil.
Estos
personajes no salen en escena, son meros recursos para conocer mejor las
condiciones que marcan al ser humano. Situaciones a las que unos, tras
afrontarlas son capaces de superar, otros no; en cualquier caso, el rayo de
esperanza de Corre reside en que
aunque no se consiga salir del agujero hay que intentarlo, debemos escapar de
todo lo dañino que nos rodea para no caer en la humillación, en el no ser.
No
hace falta que me expliques nada. Que me fío. Sólo dime dónde firmo.
¿Eres
sordo o qué?
Dile
que la culpa es de mi mala cabeza.
Dile
que yo quiero portarme bien, pero hay otro yo que no me deja.
Yolanda García Serrano logra, desde el principio, que en
Kico veamos el reflejo del perdedor aunque ese perdedor se muestre de manera
tan profunda que indefectiblemente empatizamos con él; sus gestos y palabras lo
sitúan en la más absoluta soledad y lo que es peor en el más trágico de los
abandonos; no se siente parte de nada ni de nadie «…quién te ha dicho que estaba aquí, tu madre?», aunque es lo que
ha deseado toda la vida; por eso, a pesar de que su madre les hizo, de
pequeños, más daño del que pudieron soportar, en el fondo Kico lamenta que esa
relación —inexistente— se haya perdido para siempre con la muerte de quien le
dio la vida; ahora es inevitable, nunca podrá tener el cariño de una madre «¡lo sabía, joder, lo sabía! ¿Sabes por qué?
Por el frío ¿Te acuerdas que yo nunca tengo frío? Pues tuve que pedir una manta».
En
esa familia que les tocó, Kico parece que fue quien sufrió más físicamente, y
Emma, más fuerte que su hermano, consiguió escapar del miedo psicológico del
que fue víctima; de hecho, entre ambos mantienen la amarga ironía de los
perdedores. Da igual que ella fuera insultada, agredida y amenazada por su
hermano; lo quiere, sabe que es así por cómo lo ha tratado la vida y sabe que
aunque su postura haya sido la de un bravucón en realidad es débil; no ha
podido soportar el dolor, por lo que responde de la misma manera que han hecho
con él. Emma sabe que Kico debe tener a alguien a su lado para que lo guíe pues
él solo no va a poder reconducir su camino «Yo
soy mejor de lo que soy. Lo mío ha sido mala suerte». Emma quiere que su
hermano huya de la situación en la que se encuentra y corra hasta hallarse a
salvo de toda la miseria que lo rodea «¡Corre!
¡Kico, corre! ¡Manda a la mierda a la mala suerte! ¡Corre!».
Emma
ha sabido esquivar los golpes y labrarse un futuro, ha sido más lista, se ha
escondido de su madre y se ha refugiado en ella misma, corriendo hacia delante,
hacia la libertad, pero la atan a la realidad las reflexiones de su hermano «Estar en la cárcel no significa nada. Hay
más malas personas fuera de la cárcel que dentro», y siente pena por él,
más que por ella, que no ha hecho otra cosa que sufrir; siente pena por esa
escoria maltratada, inmaduro y a pesar de todo, simpático y buena persona.
Siente amargura y dolor porque ni siquiera su marido entiende que es su hermano
y que necesita verlo. Siente angustia cuando se da cuenta de que ambos han de
soltar los cabos si no quieren dañarse durante toda la vida y, a pesar de todo,
la marca que llevan es tan profunda que no podrán salir a flote. García Serrano
instala en el espectador la desolación al ver cómo algunas personas están predeterminadas
al sufrimiento y a ser machacadas o humilladas por quienes se saben superiores.
EMMA.- (a
su marido) No me hagas elegir. No me hagas elegir. Es injusto.
KICO.- (al
entrenador de la cárcel) ¡No me jodas, míster! ¡No puedes ser tan…
[…]
Vale.
Vale. Voy “pallá”
Aun
así, nos queda la esperanza de que esa suerte, que no existe, cambie, y tomen
las decisiones adecuadas para que el futuro les sonría. Lo importante es no
quedarse quieto a parar los golpes, lo importante es caminar hacia un nuevo destino.
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