miércoles, 21 de noviembre de 2018

¡CORRE!



Hay algo que impacta absolutamente en Corre, casi tanto o más que las palabras, y algunas son muy duras. Los gestos; son fundamentales. Podríamos asegurar que teniéndolos solo en cuenta alcanzaremos a definir a cada uno de los personajes que están en escena. Emma, continuamente demuestra su tensión, a veces intenta disimularla o controlarla mediante gestos adaptadores «(…Se lleva las manos a los ojos. Resopla […] de pie, se toca la falda compulsivamente. Se sienta, luego se levanta, se vuelve a sentar. Se suelta el pelo que lleva recogido con una pinza y lo sujeta más fuerte. Abre el bolso, comprueba…)». Con el paso de la obra, éste es el comienzo, iremos constatando que el estrés ha constituido la característica de Emma, siempre, durante toda su vida.

Emma es la hermana mayor de Kico, de 33 años, encarcelado más tiempo que en libertad, ha pasado toda su vida huyendo, de sus padres, de la policía, de la gente. Los hermanos se encuentran en la cárcel después de tres años sin verse y sus miradas lo dicen todo «El hombre cruza una mirada con Emma. Sus ojos se encogen hasta convertirse en una ranura. Luego se dirige hacia el cristal que los separa y se sienta.»

Este contacto efímero visual consigue regular la comunicación aunque el guiño de Kico despiste a Emma pues su falta de visión hace que pretenda enfocar para ver bien a su hermana, y puede que ella lo entienda como una interrogación ante su persona, como un desconocimiento hacia ella o como un signo de ironía, de ahí que cuando Kico acerca la mano al cristal «Ella da un respingo hacia atrás». La emoción que Kico ha demostrado al estar junto a su hermana sólo consigue incrementar el miedo de ésta. Estamos ante una relación tumultuosa, de eso no cabe duda; si los sonidos previos a la entrada de Kico han fomentado la angustia en el espectador «se oyen pasos que aumentan de velocidad hasta convertirse en pies que corren […] se mezcla con una sirena de policía. En off, un frenazo brusco. Luego un portalón de hierro que se cierra. Y luego el sonido de unos cerrojos. Más cerrojos…», la reunión de ambos prepara al espectador para una colisión total.

Emma no se aviene a las peticiones o exigencias de su hermano; sus gestos reguladores «Emma le mira esperando que acabe lo que parece un chiste» pretenden que la interacción sea fría y sin embargo predominan en Kico gestos emblemáticos «Sorpresa en el rostro de Kico» que consiguen apaciguar la tensión, aunque sea por momentos y, sobre todo, gestos emotivos «Kico entra en la sala con una sonrisa en la boca […] El chico lleva el pelo un poco más arreglado…» mediante los que pretende reconciliarse, no sólo con su hermana, sino con el mundo. Reconciliación que en ocasiones nos parece imposible al observar los movimientos y gestos reguladores de Kico que facilitan lo que pretende comunicarnos «Su gesto contraído, los ojos entrecerrados, la cabeza gacha. Una lágrima cae silenciosa hasta el borde de los labios. De un manotazo se la quita y se pone en pie. Arranca a correr […] y se estampa contra la pared […] hasta estamparse con la pared contraria. Y otra vez. Y otra». Por último, el gesto emblemático del abrazo, de la paz, del cariño, queda sin efectuarse por causa del entorno. De una forma u otra las circunstancias de estas dos personas las han obligado a sufrir, a intentar quererse sin conseguirlo «Parece que se van a abrazar, pero suena el timbre de final de visita. Kico se levanta bruscamente».

Sólo cuando cambia el ambiente «Espacio neutro» podemos atisbar un rayo de esperanza para estos hermanos que quieren, sobre todo y cada uno a su manera, cambiar su vida, su suerte «Kico se prepara para la competición. Estira los músculos, salta, intenta relajar el cuerpo […] se prepara y: Suena el silbato. Kico sale como una liebre».

«Emma arrastra una maleta. Mira al cielo. Por fin ha salido el sol. Sonríe antes de echar a andar».

Indudablemente, Corre es una obra corta, pero de gran potencia espectacular. El decorado es casi inexistente, una mampara de cristal que podría, a su vez, indicar los dos espacios en los que se desarrolla la obra, que corresponden al entorno de ambos hermanos y que a veces se mezclan, pues se representa al mismo tiempo lo que cada uno de ellos está viviendo en su espacio, afianzando de esta manera la tragedia interior que se instaló en ellos de pequeños y de la que no han podido salir.

Así pues, los gestos y las palabras, la esencia del teatro, a la que estamos volviendo en la actualidad, es lo que predomina en el espectáculo. Las palabras constituyen, más que diálogos, reflexiones en voz alta sobre la vida dolorosa y cruel que muchas personas deben afrontar, por eso, de otros posibles personajes, como el marido de Emma, con quien ella habla aunque él no aparezca ni oigamos sus réplicas, sólo percibamos su intolerancia, orgullo y soberbia

Ya no soy profesora de música. Nunca más.

No, enfadada no. Ya he asumido que pidieras el traslado sin consultarme.

Asimismo la asistenta social de Kico, a través de las respuestas de éste, nos desvela la ineficacia de su buena voluntad,

¡Es que no lo entiendo! ¡Hasta los violadores tienen permiso!

¿Qué tengo que hacer, violar o poner una bomba la próxima vez para que me dejen salir dos putos días?

o el entrenador de la cárcel, que consigue sacar lo peor de cada uno de los reclusos

¿Entonces cómo lo sabe el míster? Cuando vas a comprarle esa mierda que te fumas, te vas de la lengua.

Pues quiere que le rompa los brazos a un tío que no le paga.

¿Y a que no sabes cómo se llama?

Se llama Alex García y eres tú, imbécil.

Estos personajes no salen en escena, son meros recursos para conocer mejor las condiciones que marcan al ser humano. Situaciones a las que unos, tras afrontarlas son capaces de superar, otros no; en cualquier caso, el rayo de esperanza de Corre reside en que aunque no se consiga salir del agujero hay que intentarlo, debemos escapar de todo lo dañino que nos rodea para no caer en la humillación, en el no ser.

No hace falta que me expliques nada. Que me fío. Sólo dime dónde firmo.

¿Eres sordo o qué?

Dile que la culpa es de mi mala cabeza.

Dile que yo quiero portarme bien, pero hay otro yo que no me deja.

Yolanda García Serrano logra, desde el principio, que en Kico veamos el reflejo del perdedor aunque ese perdedor se muestre de manera tan profunda que indefectiblemente empatizamos con él; sus gestos y palabras lo sitúan en la más absoluta soledad y lo que es peor en el más trágico de los abandonos; no se siente parte de nada ni de nadie «…quién te ha dicho que estaba aquí, tu madre?», aunque es lo que ha deseado toda la vida; por eso, a pesar de que su madre les hizo, de pequeños, más daño del que pudieron soportar, en el fondo Kico lamenta que esa relación —inexistente— se haya perdido para siempre con la muerte de quien le dio la vida; ahora es inevitable, nunca podrá tener el cariño de una madre «¡lo sabía, joder, lo sabía! ¿Sabes por qué? Por el frío ¿Te acuerdas que yo nunca tengo frío? Pues tuve que pedir una manta».

En esa familia que les tocó, Kico parece que fue quien sufrió más físicamente, y Emma, más fuerte que su hermano, consiguió escapar del miedo psicológico del que fue víctima; de hecho, entre ambos mantienen la amarga ironía de los perdedores. Da igual que ella fuera insultada, agredida y amenazada por su hermano; lo quiere, sabe que es así por cómo lo ha tratado la vida y sabe que aunque su postura haya sido la de un bravucón en realidad es débil; no ha podido soportar el dolor, por lo que responde de la misma manera que han hecho con él. Emma sabe que Kico debe tener a alguien a su lado para que lo guíe pues él solo no va a poder reconducir su camino «Yo soy mejor de lo que soy. Lo mío ha sido mala suerte». Emma quiere que su hermano huya de la situación en la que se encuentra y corra hasta hallarse a salvo de toda la miseria que lo rodea «¡Corre! ¡Kico, corre! ¡Manda a la mierda a la mala suerte! ¡Corre!».

Emma ha sabido esquivar los golpes y labrarse un futuro, ha sido más lista, se ha escondido de su madre y se ha refugiado en ella misma, corriendo hacia delante, hacia la libertad, pero la atan a la realidad las reflexiones de su hermano «Estar en la cárcel no significa nada. Hay más malas personas fuera de la cárcel que dentro», y siente pena por él, más que por ella, que no ha hecho otra cosa que sufrir; siente pena por esa escoria maltratada, inmaduro y a pesar de todo, simpático y buena persona. Siente amargura y dolor porque ni siquiera su marido entiende que es su hermano y que necesita verlo. Siente angustia cuando se da cuenta de que ambos han de soltar los cabos si no quieren dañarse durante toda la vida y, a pesar de todo, la marca que llevan es tan profunda que no podrán salir a flote. García Serrano instala en el espectador la desolación al ver cómo algunas personas están predeterminadas al sufrimiento y a ser machacadas o humilladas por quienes se saben superiores.

EMMA.- (a su marido) No me hagas elegir. No me hagas elegir. Es injusto.

KICO.-   (al entrenador de la cárcel) ¡No me jodas, míster! ¡No puedes ser tan…
              […]
              Vale. Vale. Voy “pallá”

Aun así, nos queda la esperanza de que esa suerte, que no existe, cambie, y tomen las decisiones adecuadas para que el futuro les sonría. Lo importante es no quedarse quieto a parar los golpes, lo importante es caminar hacia un nuevo destino.

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