martes, 28 de agosto de 2018

HISTORIA ARGENTINA



Acabo de leer un libro que no sé cómo catalogar, ¿de cuentos?, ¿narrativa breve?, ¿novela? Y es que resulta complicado, pues formalmente son dieciséis cuentos cuyo contenido no sólo se refiere a Argentina, aunque marque la historia de ese país y se centre sobre todo en el periodo de la dictadura de Videla. Plagado pues, de horrores, como los vividos en cualquier régimen dictatorial, Historia argentina representa la realidad atroz, sangrienta y despiadada que le tocó vivir a este pueblo tan cercano y tan alejado de nosotros al mismo tiempo. Y, como esta realidad geográfica, física, los cuentos se superponen unos a otros y se van acercando o alejando en el tiempo, de manera que analepsis y prolepsis aparecen entre ellos para advertirnos de que no es sólo la historia de un país, o el espanto vivido en él; Argentina es una metáfora, la gran metonimia de la familia como institución universal que acoge, o debería, y protege a los seres que pertenecen a ella.

De este modo, Blanco fue ennegreciéndose hasta convertirse en el primer caballo/libro de toda la historia argentina, de toda la historia de este mundo que ahora es redondo como una naranja china, me dicen.

Rodrigo Fresán compone la historia del ser humano, su inocencia, su bondad, transformadas fácilmente en perversión, en avaricia, en egoísmo. Los cuentos que forman el libro son una representación de lo más oscuro del hombre, hasta dónde es capaz de llegar, de corromperse, de embrutecerse. No hemos cambiado tanto con el paso del tiempo. Podemos manifestar toda la alegría del mundo mientras escondemos los pensamientos más siniestros. La realidad y la ficción se confunden, somos incapaces de distinguir dónde empieza una y termina la otra porque a veces los sueños se producen estando despiertos, y otras, lo real está difuminado por una capa embustera que no nos deja verlo. De ahí que el autor haga constantes referencias al cine; para el protagonista es significativa la película Fantasía (1940), de Walt Disney, que supuso todo un éxito por su carácter experimental. No había diálogos, estos quedaron sustituidos por piezas de música clásica que conseguían expresar todo lo que ocurría en la película. Ésta comienza como si estuviésemos en un teatro en penumbra; las siluetas de los músicos se van acomodando para afinar sus instrumentos. Otros instrumentos salen a la luz y tocan tres tipos de música: narrativa (que cuenta), ilustrativa (que evoca) y absoluta (existe por sí misma). En Fantasía aparecen abstracciones que mezclan el cielo con elementos geométricos. El nuevo universo va acomodándose a la perfección en la tierra, los peces, las flores, la nieve, las hadas… hasta que Mickey Mouse toma el gorro del mago y consigue que una escoba acarree agua desde una fuente, pero se queda dormido y todo se inunda. Mickey destruye la escoba para eliminar el conjuro pero cada pedazo se convierte en otra escoba que realiza el mismo trabajo hasta que el alboroto, el caos resultante despierta al mago y termina el hechizo. Cuando todo parece volver a la normalidad, aparecen seres mitológicos y animales de la tierra que se unen bailando y terminan en otro estropicio, las montañas se convierten en demonios hasta que cesan las pesadillas y la película llega a su fin con antorchas en procesión que penetran en un bosque catedral.

He comentado, por encima, la película porque cuando el protagonista de Historia argentina la ve, siendo un niño de ocho años, múltiples veces, intenta hacer en su casa lo mismo que el aprendiz de brujo y consigue algo parecido en su vida, traer el caos, retomar cierta armonía y establecerlo de nuevo

Cuando ocurre esto, nada mejor que ponerse a pensar en “El aprendiz de brujo. Escobas y baldes fuera de control ante la mirada perpleja de un ratón que acaba de alterar el orden del universo. Por más que el psiquiatra decía que no tengo que pensar en eso, juro que me siento mucho mejor cuando lo hago. En serio.

El problema es que la película de Disney pertenece a la fantasía; la realidad es mucho más cruel, en los sueños que la ocupan van apareciendo monstruos, fantasmas del pasado y otros del presente, que no le darán tregua, hasta que él mismo se ve atrapado por todos ellos y se convierte en otro monstruo; torturas, personas arrojadas desde los aviones, secuestros, desapariciones, dolor… la realidad es mucho más dura que la ficción.

Belushi empieza y termina en sí mismo. Igual que Javier, pero con otro estilo. El solipsismo de Belushi es consecuencia del profundo desinterés que siente por todo lo que le rodea […] sabe poco acerca del planeta donde vive. Ni siquiera sabe que el verdadero Belushi murió reventado por las drogas.

Por eso, el protagonista, con nombres diferentes en cada cuento, decide escribir una biografía, que resulta ser la suya propia, metáfora de la de su país. Él, como un aprendiz de mago invoca palabras que, si en un principio salen de forma ordenada, sin dificultad, pronto se mezclarán, las fechas, los lugares, los sentimientos, lo real y lo imaginario, aquellas sensaciones que invaden al ver un cuadro, al escuchar una música se unen de manera que no sabe distinguir qué pertenece a la literatura, al sueño, a la imaginación o a la realidad, reflejando en la escritura el mismo caos en el que vivimos.

Como verá, amigo, crecí entre mentiras y me nutrí de ellas hasta llegar a ser quien soy. No hay día en que, repasando la historia familiar, no salte una imprecisión sospechosa, una errata perfectamente invisible para todos aquellos que no conocen el exquisito método de esta disciplina.

Rodrigo Fresán tiene muy presente la guerra y sus consecuencias; el protagonista está obsesionado con El aprendiz de brujo hasta que veinte años después ve Lawrence de Arabia, la otra película que marca su vida; considerada una de las mejores de la historia, comienza con la muerte de Lawrence a causa de un accidente de moto. Tras el funeral un periodista recaba información sobre el personaje, con pocos resultados: tenía un carácter inadaptado y grandes conocimientos; este oficial británico es enviado al desierto para apoyar a los árabes contra Turquía. Los árabes tienen plena confianza en él, pero sus superiores británicos creen que se ha vuelto loco. Lawrence termina con éxito su misión aunque fracasa en el intento de una Arabia independiente.

En Historia argentina también el protagonista es un inadaptado aunque quiere ayudar a su país escribiendo su historia, empresa en la que fracasa; no hay final feliz para ella.

El hombre descubre que ha llegado a México diez años ante que Cortés […] salvar el Imperio azteca. El hombre se hace amigo de Moctezuma, le enseña español […] Cuando Cortés desembarca en las playas de México, el emperador de los aztecas le pregunta en perfecto español cómo anda la reina […] Cortés se enfurece, quema sus naves y destruye el Imperio azteca.

No hay final feliz para el hombre si olvida las equivocaciones, pues volverá a caer en las mismas, si olvida los errores y las tropelías porque volverá a cometerlos. De ahí la importancia de la palabra escrita y de la memoria histórica. Creo que eso es lo que nos quiere transmitir Rodrigo Fresán, y lo hace mediante una escritura caótica, los cuentos se continúan, se superponen, se adelantan, se quedan aislados; el protagonista se desdobla, los personajes no tienen identidad propia, y se vuelven a cometer los mismos fallos, por eso los dos primeros personajes que abren el libro, y mueren en un naufragio, aparecen después. Todo es un ciclo que vuelve al mismo sitio, al horror, la desesperación y la muerte. ¿Cómo es posible que no nos demos cuenta?

Mi historia personal, como la historia de mi país de origen hoy inexistente, está confundida. Las fechas se superponen […] Quizá convenga aclarar aquí que casi toda la gente nacida en un hoy inexistente país de origen no sólo tenía pésima memoria sino que también parecía enorgullecerse de ello.

Formalmente, sin embargo, la escritura hace gala de una fresca ironía, de una lucidez maravillosa, en la que se conjuga el humor de los hermanos Marx con el absurdo y el realismo mágico

Discutíamos por todo […] porque me pasaba todo el tiempo levitando en mi cuarto (no levitaba tanto, apenas unos centímetros) […] Empecé a correr como un loco hasta casa, agitando los brazos —típico síntoma de craniostenosis—, y llamé a mi novia a Buenos Aires. A mi otra novia, la de antes, la que iba al taller literario conmigo, la que se llamaba Mariana […] me dijo que estaba embarazada […] le dije que me había cambiado el color de los ojos […] Yo iba a tener un hijo, iba a escribir un libro. Así que salí a buscar un árbol, de pronto se hizo impostergable que alguien me viera plantando un árbol.

Es la única esperanza que vemos para el hombre en Historia Argentina, vivir el presente con inocencia, con humor, pues si lo meditamos demasiado, podríamos volvernos locos… aunque bien pensado puede que un mundo de locos funcionase mejor que el nuestro.

Libro más que recomendable; a pesar de que podamos liarnos con los cuentos y los protagonistas, es posible leer cada historia de manera independiente y en nuestra cara aparecerá una sonrisa, por la sencillez de planteamientos y el humor ingenuo, aunque en ocasiones se transforme en una mueca de dolor, porque la realidad es siempre atroz y el hombre, el ser capaz de las mayores atrocidades.

Dios existe, estoy seguro de ello; la existencia de alguien superior es la única explicación posible para tanta prueba y error.

1 comentario:

  1. Un libro maravilloso y muy original. Una de esas lecturas que, sin llegar a narrar una historia muy adictiva y rápida, se convierte en un auténtico placer en su ágil retórica y sus elaboradísimos personajes. Gracias, como siempre, por el acertado comentario.

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