domingo, 5 de agosto de 2018

DONDE NO ESTÁS




Todo recuerda a la muerte en Donde no estás. Una novela cargada de voces narrativas en las que, cada una bajo su punto de vista, nos lleva al pasado, a principios del siglo XX en España, a la infancia que le tocó, probablemente la peor de la historia, vivir a una serie de personas encerradas en su pueblo, luchando contra políticos, entre ellos mismos en la guerra, y contra sus propios recuerdos que, con el paso del tiempo se confunden los de unos con los de otros; no hay diferencias entre los habitantes de Villalba como tampoco las hay entre ellos y la naturaleza o entre los vivos y los muertos. Las personificaciones se encargan de recordárnoslo «El viento hacía susurrar las hojas y era como si los espíritus cuchichearan sobre sus problemas […] El cuarto del niño estaba en penumbra, olía a sebo, a cera y a algo más, una especie de putrefacción».

El interés por lo oscuro nos lleva al mundo de los sueños; de esta forma la protagonista, Ana, explora lo desconocido, pues todo le habla mediante el lenguaje oral, gestos o símbolos; pero allí, en el campo, la sensibilidad de Ana adquiere dimensiones excepcionales «vi la sombra blanca de una lechuza […] silenciosa como un fantasma […] había un pozo […] El rocío helado y húmedo rozaba mis pies desnudos, sentía la luz fría de la luna. Pensaba en la niña que había crecido con mi madre […] volví a inclinarme sobre su boca y la llamé. Pero ni un solo sonido salió de mis labios.»

El sueño se mezcla con la realidad hasta encontrar verdaderos pasajes del Realismo Mágico puesto que las situaciones quedan exactamente reproducidas, al menos Gustavo Martín Garzo lo intenta, aunque gran carga de tensión emocional planea sobre esa existencia sin que sea idealizada «Una noche, en uno de mis paseos silenciosos vi desde la ventana a la Señora en el patio […] Había allí una higuera y su vestido blanco destacaba entre las hojas oscuras, que recordaban manos humanas. De pronto empezó a reptar por la pared».

Es difícil encasillar esta novela, pero no debemos hacerlo pues, excepto acción —a no ser la que nos imaginemos de los relatos surgidos— encontramos de todo. No es una novela perteneciente en su totalidad al Realismo Mágico pues a veces nos sorprenden secuencias que recuerdan a los cuentos tradicionales «una pobre chica que una tarde descendió a escondidas por aquellas escaleras malditas y nunca regresó. La oían llorar por las noches, pero por más que la buscaron no pudieron dar con ella». Tampoco es una novela de lo sobrenatural, aunque a veces haga presencia el amor, la intimidad, en una realidad paralela «y aunque ella le bañó varias veces, el olor no tardaba en regresar y sin embargo había en él una dulzura extraña, desacostumbrada […] Era como un niño robado […] Ella sabía que algo raro pasaba […] Al tercer día […] vio a su cuñada correr precipitadamente en su busca. Llevaba una carta en sus manos […] Su marido había muerto tres días atrás y aquella carta lo anunciaba».-

No es una novela feminista, aunque sean las mujeres las verdaderas protagonistas y en muchos casos quienes marcan el camino a seguir «Regina es grande y pesada, y disfruta aterrorizándonos con sus historias». La mujer fuerte, decisiva aunque sufridora e infeliz está presente incluso en la metaliteratura «La historia de Quasimodo y la desdichada Esmeralda…» «Emma, su protagonista (de Madame Bovary) se ha adueñado de mi vida. Sueño con ella».

La novela es una mezcla de relatos históricos con personajes costumbristas y otros naturalistas, mezcla del pasado y del presente, que nunca son objetivos hasta el punto de que todo en ella queda desfigurado porque «Cuando hablamos del pasado siempre mentimos. No contamos las cosas como sucedieron sino como nos hubiera gustado que fueran, ya que la vida nunca es como deseamos que sea»; por eso Ana, a pesar de aceptar un cambio de identidad para enterarse de todo lo ocurrido en casa de su abuela, no lo consigue; no obstante «Iba a decirle que yo no era Lucía, sino su hija pero […] Bueno, tú también eras una descarada. Te gustaban los hombres más que a un choto la miel».

Las típicas expresiones de pueblo van marcando los recuerdos de la abuela, que a veces se contradicen con los de la criada Fernanda, o pretenden quedar ocultos… hasta que la maestra de Lucía le entrega a Ana una libreta escrita por su madre para que la leyese cuando fuera mayor. De ahí que, si hacemos más caso a ese cuaderno, supuestamente escrito en su contemporaneidad, nos topamos con la brutalidad del momento, las brumas de los recuerdos se despejan cuando España dejó de ser un país para convertirse en un nido de rencores, atrocidades y angustias que sus habitantes se hicieron a ellas intentando no pensar demasiado, porque la realidad se había desnaturalizado.

Por eso cada sobreviviente recuerda lo que le interesó o le marcó de forma específica «Ya en el tren de regreso, la abuela se volvió a Fernanda y le dijo de repente: Nunca he sabido amar. Para la abuela todo es igual: las personas, los niños, los animales, las gavillas de trigo, las patatas y los melones».

¿Pero esa animalización es capaz de permanecer en personas que, como Ana, en la década de los 60, no vivieron la guerra, no estuvieron en aquellos lugares marcados por el odio? ¿O es que el ambiente que nos rodea decide nuestros actos como si se tratara de un sueño en el que no podemos cambiar nada porque no somos dueños de nuestros actos? ¿O es que existen los fantasmas? «Yo iba por el pasillo cuando me volví, estaba a mi espalda, mirándome. Parecía decirme: solo vengo por ti. Enfrente había un espejo pero su figura no se reflejaba en él».

Lo que está claro es que son ellas, las mujeres de campo, de pueblo, las verdaderas protagonistas, mujeres que no podían permitirse, a principios del XX, un momento de flaqueza, de sensibilidad, mujeres duras cuyos sentimientos quedaron apartados desde niñas, para no convertirse en objeto de habladurías, para no distinguirse del resto, «Sois todas igual, unas putas. Los hombres vendrán a buscaros por las noches, se meterán en vuestras camas para preñaros, y lo peor es que les suplicaréis, que iréis detrás de ellos como las perras» (¡Que presente el recuerdo de Bernarda Alba!). Aunque puede que esa actitud fuese la consecuencia de una realidad tan cruel, que las arrastró por el fango hasta no dejarlas distinguir el bien del mal, «robaban a los niños. Eran los hijos de los derrotados. Estaban en los orfelinatos y todas aquellas mujeres de familias del régimen, cuando no podían parir, los iban a buscar en secreto. Eran las monjas quienes se los daban por unos cuantos billetes, pensaban que así salvaban sus almas».

En la novela, Gustavo Martín Garzo introduce constantes alusiones religiosas, como si sólo en la Iglesia, o en Dios, fuésemos capaces de encontrar la paz, la tranquilidad o el amor, «Este domingo, en la misa, había un sacerdote nuevo […] nos habló con mucha dulzura de la gracia. La gracia expresaba el amor que Dios sentía por sus criaturas» «La otra tarde acababa de sentarme y de coger el breviario…» «Por las tardes me pedía que le leyera libros religiosos» «Se llamaba como la mujer de Abraham». La religión está presente de manera continua, aunque la mayoría de las veces es para criticar su actuación en una sociedad desolada, animalizada, desamparada (de ahí que en otras ocasiones actúe simplemente como bálsamo aliviador) «Aquella guerra lo cambió todo […] Todo lo mezcló: las cartas de los novios con las delaciones de los vecinos, la lujuria con las canciones de cuna, el agua bendita con los asesinatos».

Creo que aquí está la clave, en la guerra civil cuyas consecuencias fueron la muerte en ambos bandos, la animalización de los vencedores —por miedo— y la humillación y esclavitud de los vencidos —por miedo también— Argumento bien escrito, exento de originalidad aunque tocado por una gran sensibilidad mediante la que sus diferentes personajes expresan su intimidad y consiguen que el lector reflexione sobre el dolor y embrutecimiento posterior de la gente, sobre todo de los pueblos, del campo, al quedar unida a la naturaleza como si fuera parte de ella, donde las catástrofes se suceden sin remedio; y sobre la angustia y temor de aquellos vencedores que sufrieron una reeducación por parte de los militares para que obedecieran sus aspiraciones, haciéndoles pensar que cualquier otra situación sería peor.

La guerra fue perfecta para esta reeducación, pues al agotar físicamente el cuerpo se crean personas menos propensas a discutir (es luego cuando aparecen los traumas) «y las mujeres estaban sujetas sin remedio a la voluntad de sus maridos y sus padres. A tu padre muchas de aquellas cosas no le gustaban, pero tenía miedo a lo que este cambio podía provocar».

España se convirtió en un lugar en el que cualquier momento que no estuviera presidido por la muerte significaba felicidad, y esto queda expuesto en Donde no estás con descripciones espeluznantes «y tenían al niño muerto sobre la mesa de la cocina […] la madre estaba junto al pequeño. No decía nada»; con comparaciones desoladoras «La muerte era que dejaran de buscarte, como si en el juego del escondite todos se olvidaran de ti»; o con metáforas que consiguen de la narración una expresión, a veces, poética «el amor para las mujeres: meter un león en casa […] sentirles rugir por la noche en la puerta de sus dormitorios». Asimismo la escritura está llena de analepsis que nos llevan al pasado, y de digresiones mediante las que descubrimos paisajes y acciones que tuvieron sentido —o sinsentido— en su momento; de hecho la novela comienza in medias res «He vuelto a ver a la Señora. Estaba al pie de la cama…» y el principio de la historia queda en el capítulo 34 «No había hecho a gusto aquel viaje. La idea de encontrarme con una vieja malhumorada a la que no conocía no me atraía lo más mínimo.» Y esa es la realidad que percibimos en las páginas de Donde no estás, una verdad difuminada por el supicio de aquéllos a los que les tocó vivir un determinado momento, que hizo de sus vidas un caos causante de la mansedumbre necesaria para que no distinguieran el presente del pasado o del futuro; todo era lo mismo, incluso sus sentimientos, ocultos desde el momento en que nacían

Novela pues, definitivamente, de reivindicación a la memoria histórica, pues si leemos Donde no estás, no querremos permitir otra situación siquiera parecida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario