ALGO
DE HISTORIA TEATRAL PARA ENTENDER LA TRAGEDIA
El
nacimiento de la tragedia se postula como el surgimiento del género literario
más estrechamente ligado al auge de Atenas y de su democracia (encontramos los
mismos preceptos que conformaban las instituciones originarias de la
democracia, sobre todo el cuestionamiento acerca del destino del hombre, la
responsabilidad de sus actos —marcada por el destino—, la igualdad de todos
ante la ley, la instauración de una relación entre lo personal y lo social, en
la cual la voluntad del individuo tiene plena conciencia de su pertenencia a un
todo. Lo social y lo político estaban entrelazados a lo religioso; la relación
que una persona establecía con la dignidad estaba mediada por su participación
en la comunidad). Junto a los dos grandes géneros de la literatura griega, la
epopeya y la tragedia, coexistió un género de importante componente coral que
influyó en ambos, la poesía lírica. El siglo VII a.C. es el gran siglo de la
lírica, y los últimos grandes representantes de la lírica (a principios del
siglo V a.C.) serán contemporáneos del auge del teatro ateniense. La lírica es
poesía cantada con un instrumento (lírica o cítara), en ambiente festivo. Tras
el declive de la lírica, la lírica coral desarrolló la estructura triádica:
estrofa, antístrofa y epodo. El teatro se influenció de esta lírica. Así, la
tragedia es un género nuevo, sintético de géneros anteriores y lugar de
encuentro de metros y temas diversos. Al parecer, Tespis (siglo VI a.C.) añadió
el coro a la primera representación de la tragedia griega, desglosando de los coreutas
un personaje encargado de recitar, no de cantar como hacía el coro, unos versos
para completar la acción y narración. Este personaje, el Corifeo, decía
imitando por la máscara los gestos y movimientos, mientras el coro cantaba e
imitaba por la voz y la palabra, y sus gestos se convertían en danza. Con el
tiempo, y por supuesto es lo que observamos en el teatro de Sófocles, la acción
fue mermando el campo ocupado por el coro, a través de la representación de los
personajes, cada vez más complejos.
La
tradición del drama está ligada a la explicación del mundo y a las primeras
creencias religiosas de los antiguos griegos. La sociedad ateniense concedía
mucha importancia al mito y al rito, por lo que la tragedia estaba muy enlazada
a ellos, de ahí el ritual de súplica del comienzo de Edipo Rey, o el rito de
purificación que Edipo debe realizar ante la mancilla que llevó la peste a la
ciudad.
Los
autores representaban sus obras en las fiestas previstas por los ritos: las
Leanas (durante el mes de las bodas, a finales de enero), las Dionisias (a
finales de diciembre, de carácter agrario) y las Grandes Dionisíacas, que eran
las fiestas atenienses por antonomasia, a principios de la primavera y cuando
tenían lugar los grandes concursos dramáticos.
Desde
un punto de vista formal, una tragedia griega tiene la siguiente estructura:
Prólogo:
Presenta los antecedentes del argumento de la obra, con una tirada
relativamente corta de versos recitados.
Párodos: Momento en el que el coro entra bailando y
cantando.
Episodios:
Recitados por actores, siguen a los párodos y pueden llevar intercaladas entre
un episodio y otro diversas intervenciones del coro como los estásimos, cuando
el coro ocupa su lugar en la orquestra cantando y bailando sobre el propio
terreno, que comienzan por la estrofa, a la que sigue su antístrofa (con un
esquema métrico igual al de la estrofa) y se cierran con el epodo.
Éxodo: La obra se cierra con la despedida del
coro, que se va cantando majestuosamente.
A
esta estructura básica podemos añadir otro tipo de unidades que enriquecen la
tragedia: los agones (enfrentamientos entre personajes que defienden ideas
contrarias), las escenas de mensajero (un personaje llega contando algo
sucedido fuera), las resis (tirada de versos recitada por un personaje) o los
amebeos (diálogo lírico entre un actor y algún miembro del coro).
Tras
analizar esto, vemos la importancia del coro en la obra dramática; es un
elemento básico sin el cual no se concibe la tragedia griega. Es un colectivo
que mimetiza en escena a un grupo en relación estrecha con los personajes.
Siempre intervenía cantando, excepto cuando un miembro individual del coro, el
corifeo, recitaba de forma paralela a
los personajes.
Los
cantos del Coro explican el significado de los acontecimientos que precedían a
la acción.
A lo
largo de la historia, va perdiendo importancia; en Sófocles, aunque conserva el
papel de personaje, pierde protagonismo.
El
corifeo, sin embargo, continúa reflexionando con sentencias morales y
religiosas, aunque en Edipo Rey, es
el propio Edipo quien lo hace tras su canto de lamento. Cuando el coro pierde
su importancia, el corifeo se convierte en el primer actor porque en lugar de
cantar al unísono con el resto de coreatas utiliza el diálogo con ellos. Así se
inició el teatro y cuando Sófocles introdujo un tercer actor, el coro adquirió
su forma y funcionalidad definitivas:
– Ritual
(oraciones, acción de gracias, ofrendas...)
– Demarcadora
del inicio y fin de los episodios (con su intervención)
– Mediadora:
entre la acción que se desarrolla en escena y el público, cuyo sentir
interpreta y proclama.
– Narradora,
sugiere y preanuncia los derroteros por donde se encaminará la acción, advierte
a los personajes del peligro que corren con su conducta y de las desgracias que
se ciernen sobre ellos, interroga a los dioses sobre el destino...
ROLES EN EDIPO REY
Cuando
se representó Edipo Rey, en el siglo
V a.C. el público no podía ver los gestos de los actores debido a la
utilización de las máscaras que, al igual que la representación dramática,
tienen su raíz en el ritual religioso, pero gracias a los distintos tipos de
máscaras un actor pudo representar dos papeles fácilmente. A veces ocultaban la
cara con barro o azafrán, símbolo necesario por el rito, que requiere vestirse
con elementos nuevos, no usuales.
La
máscara proporcionaba la información necesaria al público: edad, sexo (las
mujeres no podían actuar, así que mediante una máscara femenina, más clara que
las masculinas, el público sabía de quién se trataba), estado de ánimo y el
rango del personaje (venía a sustituir al maquillador actual). Además el actor
llevaba una peluca y una túnica: negra para personajes tristes y el coro,
púrpura para reyes, a los que se les ponía una corona para aumentar su símbolo
de poder; los colores vivos quedaban para personajes importantes, y los neutros
para el pueblo. Los héroes y dioses de la tragedia llevaban también los
coturnos (especie de zuecos altos) que simbolizaban su superioridad.
Estas
distinciones eran necesarias porque, además, la capacidad del teatro griego era
para unas 17.000 personas, por lo que había que solucionar el problema de la
visión de algunos espectadores con símbolos. Asimismo la entrada de un
personaje nuevo se anunciaba en el diálogo antes de la acotación que marcaba su
entrada, y a ser posible, se anunciaba el estado de ánimo (oculto tras la
máscara)
SACERDOTE: Con oportunidad has hablado
[...] indicando por señas que Creonte se acerca.
EDIPO: ¡Oh,
soberano Apolo! ¡Ojalá viniera con suerte liberadora, del mismo modo que viene
con rostro radiante!
SACERDOTE: ...viene complacido. En
otro caso, no vendría así, con la cabeza coronada de frondosas ramas de laurel (atrezzo que sustituía asimismo al
gesto)
EDIPO: Pronto
lo sabremos...
(Entra Creonte en escena)
Además
de objetos simbólicos, los actores podían elaborar una serie de gestos
corporales que ayudarían a la comprensión de la representación. Tiresias
acompaña con un gesto ilustrador, expresado en una acotación «(Hace ademán de retirarse)», el temor a
una posible venganza de Edipo (por no referirle que él es hijo de Layo) «Porque veo que tus palabras no son
oportunas para ti. ¡No vaya a ser que a mí me pase lo mismo...!».
Aunque
no lo dice, lo normal es que Edipo efectuase un gesto regulador, levantando la
mano, como impidiendo su retirada; de esta forma facilita el flujo de la
comunicación «No te des la vuelta, ¡por
los dioses!...». Otro gesto regulador, para interactuar con el coro, podría
ser el que hace con los brazos, dirigiéndose hacia él para que le conteste «Edipo [...] Indicádmelo, pues es el momento
de descubrirlo de una vez por todas».
Por
supuesto, los movimientos del coro marcarían gestos emblemáticos, típicos de
ritual, al pedirle algo a los dioses, como levantar las manos en señal de
súplica, o coger la mano, acción que formaba parte de los rituales «Yocasta [...] me suplicó, encarecidamente,
cogiéndome de la mano, que le enviara a los campos...». Asimismo, llevarse
las manos a la cabeza o mesarse los cabellos, serían gestos ilustradores que
aportarían credibilidad a escenas de dolor o incomprensión, de esta manera se
enriquecerían las palabras del diálogo: «EDIPO:
¡Oh, ciudad, ciudad».
Sin
embargo, al ser una tragedia, los gestos más emotivos no se realizaban en
escena, de esta forma se comunica mediante la palabra, y no los actos, los
terribles sentimientos que llevaron a Yocasta a suicidarse y a Edipo a
arrancase los ojos; así pues, el público no vería los llantos ni el
ahorcamiento, tampoco serían convenientes gestos de dolor físico extremo, en
consonancia con el carácter sagrado que para los griegos tenía el recinto
teatral, que a veces estaba presidido, tras llevarlo en procesión, por
Dionisos, dios en cuyo honor tenían lugar las representaciones dramáticas.
Una
vez que ha ocurrido la tragedia y «(Se
abren las puertas del palacio y aparece Edipo con la cara ensangrentada,
andando a tientas)», el coro sí haría un gesto ilustrador para representar
visualmente las palabras «CORO: ¡Oh,
sufrimiento terrible de contemplar para los hombres! ¡Oh, el más espantoso de
todos cuantos yo me he encontrado!» (El escoliasta señala que el coro
volvía la cabeza a la vista de Edipo).
En
cuanto a la proxémica, hemos de advertir las distancias requeridas al hablar
con el rey, mientras que él, en caso de enfado sí podía hacerlo con cualquiera.
COMENTARIO CRÍTICO
Probablemente
sea la tragedia más representada de Sófocles, de hecho, Aristóteles la
consideró como las más perfecta de las tragedias griegas. Puede que sea por eso
que su argumento no encierra incógnitas: Edipo mata a su padre Layo, y se casa
con su madre, Yocasta, (sin saber quiénes son en realidad). Llega a ser rey de
Tebas, porque es el único que acierta el enigma de la esfinge, causando así la
muerte de ésta y el alivio de la ciudad.
Pero
Edipo Rey comienza in medias res. Todos esos hechos
pertenecen al pasado. Con el transcurso de la obra nos enteraremos de lo
sucedido, del hecho delictivo, de cómo lo averiguan y del castigo. Y todo es
llevado a cabo por la misma persona: el propio rey, asesino, usurpador,
investigador y ejecutor del castigo.
La
estructura de la obra mantiene el canon clásico:
Se
abre con un Prólogo, en el que Edipo, al ver ante su palacio a un grupo de
jóvenes y ancianos «en actitud
suplicante», sale y le pregunta al sacerdote por la causa, asegurando que
los ayudará. El sacerdote relata la triste y desolada situación de Tebas: todo
es esterilidad (en los campo, animales y mujeres) y muerte, a causa de la
peste. Por su importancia «¡Ea, oh el
mejor de los mortales» y sabiduría «¡oh
Edipo, el más sabio entre todos!» le pide al rey que les devuelva la
fortuna. Edipo se muestra como bueno y religioso «No hay ninguno de vosotros que padezca más que yo», así que adelantándose
a la petición ya había enviado a Creonte, hermano de Yocasta, al oráculo,
dispuesto a realizar lo que le diga Apolo «Sería
yo malvado si, cuando llegue, no cumplo todo cuanto el dios manifieste».
A
este Prólogo le siguen los Episodios: El primero, a modo de escena de
mensajero, entre Edipo y Creonte quien, tras hablar con el dios nada sabe
excepto que habrá de arrojar de la región una mancilla que existe. Este
episodio funciona como relato digresivo anafórico para el público y para el
propio Edipo, que se entera de dónde, cuándo y cómo murió Layo; al no aparecer
aún ningún vengador, él se ofrece, preocupado, a investigar y desvelar la
verdad, mostrándose decidido y lógico en sus conclusiones «y con la ayuda de la divinidad apareceré triunfante o fracasado».
Intercalados
entre este y otros episodios, como el diálogo que mantiene con Tiresias, con
Creonte, con Yocasta, con el mensajero que lo entregó a Pólibo, rey de Corinto,
o con el servidor de Layo, quien se lo dio al mensajero, aparecen los
estásimos, diversas intervenciones del coro que mediante estrofas y antístrofas
tienen una función demarcadora entre los episodios, además la primera vez que
se presenta el coro, lo hace con función de ritual, pidiendo a Apolo que
termine con los males de la ciudad. La segunda vez lo hace con función
mediadora, al proclamar el sentir del público «Porque un día quedó claro, en la prueba, que eras sabio y amigo para
la ciudad. Por ello, en mi corazón, nunca será culpable de maldad». Y la
tercera aparición tiene función narradora, advirtiendo a Edipo que no juzgue a
Creonte «...por un rumor poco probado,
nunca lances una acusación de deshonor a un pariente obligado por su propio
juramento».
El
Éxodo es lo que cierra la obra. En los comienzos del teatro, era el coro el último
que salía de escena cantando majestuosamente. En Edipo Rey, otra muestra de modernidad la da el final pues entran
todos en palacio y sólo queda en escena el corifeo quien establece una moraleja
«ningún mortal puede considerar a nadie
feliz [...] hasta que llegue al término de su vida sin haber sufrido nada
doloroso».
Asimismo
en la tragedia encontramos monólogos (resis) como el de Edipo, para referir sus
orígenes, y agones, o enfrentamientos que defienden ideas contrarias como el
episodio entre Edipo y Tiresias
EDIPO: ¿Con
tanta desvergüenza haces esta aseveración? ¿De qué manera crees poderte escapar
a ella?
TIRESIAS: Ya lo he hecho. Pues tengo
la verdad como fuerza
En Edipo Rey, el coro se adapta a la
progresión de la pieza; protagoniza un leitmotiv,
algo recurrente, pues cuando aparece, la sabiduría, el juicio y el
cuestionamiento a los personajes ya está presente.
Sófocles
atribuye al Coro la sabiduría, como si fuera el consejero. Asimismo describe el
planteamiento, el nudo y el desenlace. Al final de la obra, en la última
aparición del coro, realiza el papel de juez para Edipo, al condenarlo por su
desdicha.
El
coro está unido a Edipo como rey y salvador de la ciudad; lo recrimina y
advierte de su inferioridad humana, da consejos para que no acuse en falso,
pone fin a la riña entre Creonte y Edipo y esconde a Yocasta la revelación de
Tiresias. El coro da más importancia a las cualidades que al objeto mismo «divino vidente», «vagas sospechas», «altiva cumbre del Parnaso». Con un
léxico culto, su función es relevante; además de ayudarnos a construir la
complejidad del personaje y a encauzar la obra a la tragedia, pone de
manifiesto la idea básica de Sófocles: la soledad del héroe frente a su destino
y la pequeñez del hombre frente a la divinidad.
Edipo Rey es la tragedia del hombre social, pues
rompe con los convencionalismos aunque sin ser consciente de sus actos. No son estos
actos los que se juzgan en la tragedia, de hecho, su crimen no es moralmente un
delito; lo que se juzga es la máxima culpa social a la que ha llegado. No hay
erotismo en la relación entre Edipo y Yocasta, sino que ésta, cuando aparece es
para poner orden y paz en el ambiente familiar; de hecho Yocasta es la imagen
de la perfecta esposa, ganándose el respeto de Edipo por encima incluso del que
siente por los ancianos del coro.
Edipo
es un mito ya que representa como tantos otros una naturaleza contradictoria,
pues contrapone las apariencias a la realidad. Edipo es purificador e impuro,
experimenta el máximo esplendor y la peor caída, es un daimon (criatura entre
dios y héroe) pero está totalmente humanizado. Es responsable, pero colérico,
no puede refrenar su ira con Tiresias, con Creonte o con Yocasta (y esa cólera
fue la que lo llevó a reñir y matar a su propio padre). Su crimen (violar el
tabú sexual) constituye lo que, desde Freud, conocemos como complejo de Edipo y encarna no un caso
patológico sino un elemento más de un hombre normal pero al proyectarse al
terreno social se convierte en algo monstruoso, por eso, el parricidio e
incesto cometidos por Edipo desencadenan la peste sobre la comunidad, de ahí
que la sanción deba ser social (apartarlo de ella).
Realmente
cuando Edipo se quita los ojos no es cuando queda ciego sino que la tragedia
comienza en su nacimiento, él ha vivido «a
ciegas» toda su vida. Durante la representación es cuando sale de su engaño
y se sitúa en la sociedad (en la que, al ser consciente de haber roto las
normas, es consecuente con su castigo). La culpa de Edipo es que no debería
haber nacido; desde ese momento está condenado al desastre, nada puede luchar
contra el destino; Sófocles intenta realzar la gloria del oráculo de Delfos
(siglos después, Shakespeare encumbrará en Macbeth la predestinación de las
brujas de Escocia), y hoy se exalta el autodescubrimiento del hombre, la
conciencia que descubre lo que revela el subconsciente.
CONCLUSIONES
Indudablemente
es una de las más perfectas tragedias griegas tanto estructuralmente como en el
contenido, donde conviven creencias míticas, rituales religiosos, reglamentos
sociales, leyes políticas, pensamientos filosóficos, bases psicológicas (no
debemos olvidar de dónde viene el complejo de Edipo freudiano) y sobre todo,
creación, imaginación y belleza artística. Con un vocabulario culto, lleno de
perífrasis, símbolos y diferentes alusiones a Apolo (Loxias, Febo, Sol, Pítico,
Liceo, Delios) según a qué hiciesen referencia, a lo oblicuo de sus respuestas,
a la luz de la verdad, al haber matado a una serpiente pitón, al ser el dios de
los oráculos o al haber nacido en la isla de Delos.
Edipo Rey se ha convertido en la encarnación de
la fragilidad de la grandeza y la caducidad de la felicidad, recordándonos el
tópico vanitas vanitatis y marcando
unas bases teatrales y literarias que aún hoy serán tenidas en cuenta (como la
relación entre el nombre y quien lo ostenta).
El
mito de Edipo ha sido representado desde la Antigüedad, donde podemos encontrar
pinturas en cerámicas griegas que representan el encuentro de Edipo y la
Esfinge.
En
1828, Antoni Brodowski pintó Edipo y Antígona, representando su salida de
Tebas.
En
1864, Gustave Moreau también pintó su famoso cuadro Edipo y la Esfinge.
Asimismo
ha sido pintado por los surrealistas Chirico o Francis Bacon.
En
1926 Stravinski compuso la ópera Oedipus
rex.
En
1967 Pier Paolo Pasolini la adaptó al cine con un éxito rotundo.
En
2004 apareció un corto de animación, Oedipus,
en el que los protagonistas son verduras y hortalizas.
Y
sin duda, las representaciones teatrales han sido numerosas. En 2016 la
compañía Noctámbulo obtuvo el Premio al mejor espectáculo de sala en la XVIII
Feria del Teatro de Castilla y León que se celebra en Ciudad Rodrigo. En 2014
fue llevado al Festival de Mérida. También en 2016 se representó en el Festival
Juvenil de Teatro Grecolatino en el Parque Torres de Cartagena, y ese mismo año
se puso en escena en el Teatro de la Abadía por la compañía Teatro de la Ciudad
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