Malas
es una obra de teatro actual, en la que seis personajes femeninos, de la
literatura universal, son juzgados por diferentes actos cometidos —cada una en
su obra correspondiente—. Quien las juzga es una mujer (esto es lo más duro,
que las propias mujeres, a lo largo de la historia, y aun hoy en muchas
ocasiones, condenamos determinadas actitudes en una mujer que vemos normales en
un hombre); lo curioso de la puesta en escena es el juego de luces. La jueza no
debe verse, de hecho puede sustituirse por una voz en off, ésta de hombre según las indicaciones del autor, Miguel
Galindo Abellán.
Los
personajes son, por orden de intervención, y de aparición en la literatura,
Medea, Celestina, Lady Macbeth, Laurencia, Nora y Bernarda. A todas las
conocemos, sabemos su historia por lo que lo interesante del texto dramático es
ver qué tienen que alegar en su defensa.
En
realidad todas justifican por qué actuaron de esa manera, Medea por celos (hoy
lo llamaríamos maltrato psicológico), pues tras haber traicionado a su padre y a
su pueblo por ayudar a Jasón «a conseguir
el Vellocino de oro que defendía aquel enérgico dragón [...] convirtiéndome en
una mujer sin honor», él la traiciona a ella y la obliga a vivir con los
hijos que tienen ambos y la nueva mujer que Jasón elige.
Su
defensa se basa en el amor que le profesó y en no poder soportar que la otra
ocupara su lugar ante su marido y sus hijos «extirpé
la posibilidad de alargar su mortífera estirpe de traidores. No maté a mis
hijos, lo maté a él y me condené a mí misma [...] condenada a amar
violentamente a través de los tiempos».
A
Celestina se la acusa de prostitución y delitos contra la salud por la práctica
de la brujería. Ella se defiende argumentando que sólo practicaba la hechicería
(que no es lo mismo) y ayudaba «a
devolver a las jovencitas casaderas a su estado naciente» (en realidad,
teniendo en cuenta que no ser virgen era un hándicap para la mujer, estaba
haciendo un favor social —aun hoy se restaura en determinadas culturas el himen
para evitar que la mujer sea rechazada—). Sin embargo, sus asesinos no han
tenido tanta repercusión en la historia «los
únicos que deberían estar delante de vuecé deberían ser esa pareja de
traidores, Pármeno y Sempronio».
A
Lady Macbeth la acusa —la historia— de incitación al asesinato, complicidad y
conspiración y ella se defiende alegando que incitó a Macbeth a matar al rey
—Duncan— porque no veía justo que en un país se mantuviera una línea sucesoria
de reyes mediocres, sino que deberían gobernar los elegidos «por leyes divinas, por la potencia de los
astros y las fuerzas ocultas de la naturaleza». En realidad Lady Macbeth ha
hecho lo único que podía hacer en una época en la que la mujer no significaba
nada socialmente «Creer en él y en las
predicciones. Le empujé a ser rey de Escocia como cualquier mujer se crecería
ante la cortedad de su esposo para enfrentarse a la vida, pero jamás asesiné»,
sin embargo no fue tan dura como parecía pues su decisión la llevó a la locura
y al suicidio; ella no se culpa de nada «Las
cosas sin remedio no deben volver a considerarse: lo que está hecho, hecho está».
El
crimen de Laurencia, hija del alcalde de Fuenteovejuna, es diferente, ella no
mató a nadie como Medea y, aunque instigó a la venganza como Lady Macbeth,
¿Vosotros
sois hombres nobles?
¿Vosotros
padres y deudos?
[...]
Ovejas
sois, bien lo dice
de
Fuenteovejuna el nombre
lo
hizo por desamparo, a Laurencia sí la ofenden, la violan, le arrebatan su honra
y ella no puede defenderse por lo que pide ayuda al pueblo. Laurencia se
presenta perpleja ante la acusación pues está convencida de «que un ser humano no obre / sobre otro
explotación» (es curioso que el pueblo no se levante hoy, entero, para
impedir tanta violencia machista impune).
Nora
está desconcertada, la inocente Nora no ha matado a nadie, no ha instigado al
asesinato y sin embargo es acusada de abandono del hogar y de los hijos, así
como de falsificación documental. Su defensa se basa también en el amor,
prefirió quedar ella como cruel socialmente antes que pedir el divorcio, que le
hubiera supuesto a su marido «un duro
golpe social». Nora representa el sacrificio que han debido de hacer muchas
mujeres para llegar a la situación femenina actual.
Por
último Bernarda es acusada de secuestro, intento de homicidio e incitación al
suicidio; su defensa reside en que no podía dar que hablar al pueblo, había de
mantener el honor de sus hijas intacto y respetar lo impuesto socialmente por
no parecer malas mujeres, de ahí que llevasen ocho años de luto riguroso.
Bernarda es la mujer que no ha gozado de libertad por temor al qué dirán, que
ha sido educada con violencia y restricción, por eso ella hace lo mismo «a la juventud hay que obligarla a entrar en
vereda con mano dura o pasa lo que pasa».
Todas
se declaran «Inocente» de los cargos
que les ha imputado la sociedad. Todas han luchado por hacer valer su honor en
un mundo pensado por y para los hombres. Aun así esto no es lo importante de Malas (eso ya lo vemos en cada obra de
las que son protagonistas).
Lo
realmente fantástico de Miguel Galindo es la puesta en escena. Las
protagonistas no interactúan entre sí apenas, alguna tiene un gesto, un
movimiento, una palabra hacia las demás para reforzar la mitificación
conseguida en la literatura. Bernarda da golpes con su bastón en el suelo y
tira el abanico que Nora le deja porque no es negro «He dicho un abanico [...] no un soplillo de payaso!».
Nora
interrumpe tímidamente a Lady Macbeth para pedir salir de allí puesto que ella
cree no haber cometido ningún delito; más tarde, cuando le toca su turno, saca «un paquete de golosinas [...] y le ofrece a
las demás [...] Esto era lo único que me recriminaba Torvald...».
Por
su parte Lady Macbeth da la espalda a Celestina mientras ésta habla, como dando
a entender que no debe estar ante gente de tan baja condición. Y, sin duda la
mayor interacción es cuando sale Nora, tras un grito aterrador, el escenario
totalmente iluminado y ella intentando escapar por todos sitios, aunque antes
de llegar a ningún extremo «se escucha un
portazo» que la obliga a volver hacia otra dirección con el mismo
resultado. Durante esta intervención de movimientos y gestos de terror,
acrecentados por el sonido de las puertas y los gritos, algunas la censuran; «CELESTINA: ¡Detente loca, MEDEA: ¿A dónde
quieres ir?, L. MACBETH: Deberían matarte, CELESTINA: ¡Loca!, BERNARDA: (Golpea
con su bastón enérgicamente): ¡Silencio!».
Así
pues, aunque se trate de monólogos, el diálogo escénico es fantástico. Cada
personaje habla según la época a la que corresponde su papel y realiza los
mismos gestos que ya vimos en sus obras: la risa infantil e inocencia de Nora,
la fe de Laurencia, la soberbia y altanería de Lady Macbeth, la ironía de
Celestina y su temor, el cansancio y seguridad de Medea, el desprecio y
confianza de Bernarda.
Pero
todas experimentan un declive con un gesto que revela su sufrimiento, el
desequilibrio mental al que han sido abocadas con sus hechos: Medea «Ríe a carcajadas» «se retuerce de dolor»,
Celestina «Intenta huir» «cae al suelo»,
Lady Macbeth «inclina tristemente la
cabeza», Laurencia «Llora de rabia»,
Nora «mira con cierto miedo a Bernarda» (probablemente
le recuerda la intransigencia masculina) y
Bernarda «triste» rememora el
suicidio de su hija, las consecuencias de sus actos.
Lo
maravilloso es que a pesar de haber sufrido, de haber sido acusadas por ellas
mismas y rechazadas por la sociedad, todas dan por bueno y efectivo su dolor y,
como el Ave Fénix, reviven de su cenizas, se enfrentan a lo hecho «(Da un paso adelante)» y se declaran «¡Inocente!» una y otra vez mientras que
son, de nuevo, llevadas a su lugar de origen, a la literatura «Una lluvia extraordinaria de libros cae
sobre los personajes hasta que los entierra».
Y
ahí permanecerán, de manera universal para que no las olvidemos, para que les
hagamos justicia y entendamos que sus actos fueron consecuencia de lo que les
tocó vivir, para que nos cercioremos de que si hubieran sido hombres, la
historia, la sociedad, no las habría censurado por sus actos, para que no nos
olvidemos de que aún queda mucho camino por recorrer.
ROLES
La
luz no es imprescindible en una representación teatral pero jugar con ella
puede contener un significado adicional. Además de la función práctica de hacer
visible el espacio, la luz adopta funciones simbólicas y significativas. Con la
luz, las ideas se hacen posibles y la historia toma forma. Informa de la
atmósfera creada para cada situación. Conduce al espectador hacia donde debe
dirigirse y qué percibir. Con la contraposición luz-oscuridad no se hace
evidente la noche o el día sino que asociamos las ideas y sentimientos de las
protagonistas. Cuando comienza la obra «En
el foro aparece proyectado un círculo estático de luz [...] La voz en off (juez) se evidencia modulada a través de la
luz del foro, por encima de las mujeres». Está claro que los sentimientos
de opresión que sienten estas mujeres las rodean y aprisionan, no llegarán a
ser libres nunca. La luz, como signo teatral funciona en razón de su
intensidad, su color, su distribución y movimiento; en Malas, la luz aísla y concentra la atención sobre las
protagonistas, sus gestos, movimientos, ritmos y sentimientos. Es un código no
verbal que marca presencias. Con Lady Macbeth indica los fenómenos
sobrenaturales (brujas) y, por supuesto, aporta la dosis de magia necesaria del
teatro. Con Nora refuerza el suceso social al ir asociada a los ruidos.
La
frialdad de Celestina o la ambición apasionada de la mala shakesperiana quedan
reforzadas por el tono azul de la primera y el rojo de la segunda. La luz fría
y azul recuerda a la luna, condición que Celestina ya lleva en su nombre, en la
función de hechicera que desempeña y en el misterio que la rodea. Éste es por
lo tanto el papel que destaca de ella, no el de ser prostituta. Celestina puede
significar (a través de la luz) el triunfo de la espiritualidad en contraste con
el materialismo del que se la acusa en la obra de Fernando de Rojas. Así pues,
la luz articula la visión del espectador, con el sonido, el tiempo y la tensión
dramática.
A
veces no hay sonido, pero el silencio aporta más tensión dramática que la
propia intensidad de las palabras, por eso, las mujeres continúan sufriendo una
tiranía constante y una humillación creciente, que entendemos de la respuesta
dada a los silencios.
NORA: ...Perdone,
Señoría, perdone, yo quisiera... (pausa. la voz, aunque no se escucha, le ha
ordenado que se siente enérgicamente). Está bien, perdone, me siento, disculpe.
La
luz y el sonido son elementos —roles— teatrales cuyas implicaciones resultan
interesantes ya que se incentiva la imaginación del público y se enriquece, por
supuesto, la poética visual de la escena.
La
luz y el sonido tienen la cualidad de trascender los límites del escenario y
desintegrar el cuerpo del personaje hasta convertirlo en idea. Como
consecuencia de este soporte generador surge una tensión entre la palabra del
personaje y la sensibilidad, tanto de éste como del público, que pude influir
en la realidad objetiva interpretando a ese personaje desde una forma más libre
que la que ha traído impuesta por la sociedad.
La
obra se presenta como un campo de posibilidades y no como una forma definida.
La combinación de movimientos, luces, sonidos, objetos, gestos... se nos ofrece
como un recurso sensible (que despierta la sensibilidad) y forma la materia
espectacular (que surge de la relación de estos elementos con el espacio).
Estos recursos conforman el lenguaje físico, a través del cual se manifiesta la
teatralidad. Prácticamente para que haya acto teatral es necesaria la presencia
viva del actor en un espacio iluminado, aunque esté vacío: «Cuando se ilumina la escena podemos ver siete sillas ocupadas por
cinco mujeres. Dos sillas vacías».
Algunos
sonidos (como los tambores que suenan con Lady Macbeth o con Laurencia) aportan
información cronológica e histórica (guerra), otros, como «Se escucha un fuerte viento» anuncian cambios estresante, sobre
todo al ir acompañados de «Risas de noche
de aquelarre» que aluden a las celebraciones paganas en las que había
ofrendas al demonio y banquetes de carne humana.
Por
último, la violencia que rodea a todas las mujeres se acrecienta con ruidos de
golpes y portazos y sobre todo, con el toque a rebato final de las campanas,
toque que avisa del peligro de la mujer aunque ésta sea inocente. Aún hoy no es
considerada inocente. Aún hay que seguir luchando y sufriendo.
En
la conformación de las diferentes personalidades de cada una de las
protagonistas no debemos olvidar su posición en el espacio. Por ejemplo al
ocupar Bernarda el centro «(Se levanta
apoyada en su bastón y avanza hasta el centro del escenario)» retoma,
aunque cansada, su posición de enfrentamiento social, quiere alejarse de todos
los límites impuestos por los que la rodean.
Y
por supuesto los gestos que realizan las protagonistas nos ayudan a ajustar su
forma de ser, como el gesto emblemático de Bernarda al golpear el suelo con el
bastón, para indicar la fuerza y el poder, el ilustrador de Lady Macbeth al
inclinar la cabeza para aportar credibilidad a su fracaso, el regulador de Nora
al entregarle el abanico a Bernarda, para interactuar con ella ofreciéndole su
ayuda en la comunicación, el gesto adaptador de Nora al correr de un lado para
otro de forma inconsciente para incrementar su tensión, y los emotivos con los
que todas expresan su orgullo o dolor.
La
obra está editada en 2017, por lo que apenas ha dado tiempo a ser representada,
aunque el año pasado fue llevada a las tablas del Centro de la mujer Mariana
Pineda, de La Flota (Murcia).
Podemos
apuntar, como obras con un planteamiento similar, Juicio a una zorra, de Miguel del Arco, estrenada en el Festival de
Mérida de 2011, cuya actriz, Carmen Machi, aún sigue defendiendo a su
personaje, Helena de Troya, de las acusaciones de adulterio y de causar una
guerra. Asimismo, Andrés Pociña publicó en 2015 Antígona frente a los jueces, en la que la protagonista es juzgada
por haber desobedecido al rey y dar entierro a su hermano, y Medea en Camariñas, estrenada por la
compañía Samaruc Teatre, en la que Medea debe hacer frente a las acusaciones y al
rechazo del pueblo de Camariñas.
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ResponderEliminarGracias,siempre, a todos aquéllos que nos hacen disfrutar con la literatura, que nos hacen pensar y replantearnos muchas situaciones.¡Gracias, Miguel Galindo! Yo sólo constato lo que queda escrito, y que mis alumnas, por cierto, quieren representar en el instituto.
ResponderEliminarMe ha gustado la obra; también la canción del final, cantada.
ResponderEliminarCuál es la canción del final?
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