Don Gil de las Calzas verdes es una comedia de enredo, estrenada
en 1615 con algún que otro inconveniente, pero salió y, afortunadamente aún
podemos ver en Valladolid a doña Juana, prometida de don Martín, y entregada a
él hasta que al padre de éste le ofrece don Pedro, padre de doña Inés,
residentes en Madrid, un casamiento mucho más sustancioso con su hija. Para no
dejar mal a su hijo, pues era conocida su relación con doña Juana, le
recomienda que se haga pasar por don Gil de Albornoz, como amigo de la familia
y buen partido para doña Inés... El caso es coger la dote. Pues a Madrid se va
don Martín como don Gil y detrás doña Juana, como don Gil también, para
estorbar todo cuanto piense hacer su prometido; para eso se lleva a Quintana,
su criado, de forma que la tenga al tanto de lo que ocurre en Valladolid y de
los pensamientos del padre de Martín. En Madrid toma a Caramanchel por criado,
quien lo bautiza como don Gil de las calzas verdes, al no decirle ella su
apellido. Se presenta a don Pedro como don Gil y doña Inés se enamora de él en
cuanto lo ve, a pesar de querer ella a don Juan. También se enamora de don Gil,
Clara, amiga de Inés y, cuando parecía que ya no se podía liar más el asunto,
pues ninguna quiere al don Gil de Albornoz, doña Juana decide un doble
travestismo al hacerse pasar por doña Elvira, alquilando una casa pegada a la
de doña Inés para estorbar cualquier plan de Martín. Al ver a doña Elvira, doña
Juana siente por ella una atracción especial por parecerse tanto a don Gil... Y
ahora es cuando toca desenmascarar a todos, así lo hace doña Juana, que llama
incluso a su padre, quien cree que su hija estaba en un convento, para darle
una lección a Martín, que piensa que doña Juana murió en el parto y lo persigue
como espíritu para vengarse de él. Al final todo se arregla y cada mujer se
queda con su prometido inicial, como era usual en el siglo de Oro. Pero ahora
vamos a analizar el diálogo escénico para comprobar, una vez más que Tirso de Molina aportó al teatro, no
sólo ingenio o comicidad sino un lenguaje y puesta en escena perfectos.
El
diálogo es esencial en el teatro puesto que se convierte en la única fuente de
misión. El diálogo está formado, lógicamente, por un vocabulario que, en el
caso de Tirso de Molina es de los más enriquecedores que podemos encontrar;
está plagado de metáforas que, al pertenecer a una de las mejores comedias del
Siglo de Oro, acrecientan el humor; la irónica comparación entre la magnitud
del Puente de Segovia y la insignificancia del Manzanares pone de manifiesto la
vergüenza que debió ser para la ciudad
...
a
que desta insigne puente
veas
la humilde corriente
del
enano Manzanares
que
por arenales rojos
corre,
y se debe correr
Asimismo
cuando don Martín piensa que Juana está muerta y pide que vayan a decirle mil
misas, Quintana le comenta aparte a Juana «a
puras misas, don Gil, / os llevan vivo a la gloria».
El
amor es un tema importante en la obra y, aunque no es lo esencial, aparece como
tópico aurisecular «¿que a un tiempo os
abraso y yelo?», como definición «amor
es alguacil de las almas», como enumeración (también utilizada por Lope
antes)
...
amores,
celos, firmezas,
suspirar,
temer, sentir
ausencias,
desdén, mudanzas
y
otros embelecos mil,
con
que, engañándome el alma,
o
como personificación
...
Dióme
palabra de esposo,
pero
fue palabra en fin
tan
pródiga en las promesas
como
avara en el cumplir.
La
cultura de Tirso es evidente, y el respeto que sentía por la mujer también, de
ahí que Juana, en algún momento dialogue con alusiones mitológicas
...
un
Adonis bello vi
que
a mil Venus daba amores
y
a mil Martes celos mil.
[...]
Troya
soy, si Scitia fui.
y
doña Inés también «...velaréla, / Argos
toda a sus ventanas».
Es
curioso que los criados aludan a la épica, tanto de los libros de caballerías
como de los romances, siendo estas lecturas más del gusto popular (Quintana
nombra «las fábulas de Merlín».
Osorio cita a Malgesí y Caramanchel a «doña
Elvira o doña Urraca» y «el Conde
Partinuplés» —comedia de la coetánea Ana Caro—)
Sin
embargo lo que más predomina son los refranes, tal cual o modificados, y las
expresiones populares «Sal acá,
bodegonero», «Pedro de Urdemalas, eres», «que sabe muchas vejeces / el enemigo
sutil», «(todas nueces / gran rüido y poco fruto)», «para tan vil hombre basta
/ plato que sirvió otra mesa». Todos ellos acercan la comedia al pueblo,
así como las expresiones alusivas a las costumbres de la época: del juego «jugaba cientos o polla», jurídicas «pida mi muerte», o chistosas «que me holeara cada instante. ¡Hola /
Caramanchel...».
Los
criados, sobre todo Caramanchel, no son los típicos graciosos. Tirso va un paso
más allá de Lope y los instruye algo más, aunque, por supuesto sean los
responsables de situaciones propias de la clase baja como la creencia en
brujería y espíritus. Pero, si tenemos en cuenta que don Martín también se
siente perseguido por el fantasma de Juana, llegamos a la conclusión de que son
figuras no tan opuestas como Lope propuso en su Arte Nuevo. Caramanchel no hace de alcahuete de su amo don Gil, no
tiene criada con quien emparentarse, desconfía de las cualidades viriles de su
amo, y se lo hace saber, no es egoísta, ni comilón, ni grosero; es reflexivo y,
más que gracioso tiene un papel secundario que invoca la justicia.
Dicho
esto, lo mejor del diálogo son los juegos de palabras, vengan de hombre o
mujer; entre todos consiguen escenas hilarantes en las que la palabra unida al
gesto y los movimientos consiguen que no dejemos de reír.
Los
términos inventados, dichos por Caramanchel a lo largo de la comedia, refuerzan
el ingenio «catorce horas enrizando / el
bigotismo...», «¿Quién vio / un hembri-macho, que afrenta / a su linaje?»,
«Pues no es mi don Gil tampoco, / que hablara a lo caponil», «del purgatorio
sacó / en su ayuda esta gilada». A veces se atreve con latinismos con los
que se mofa del clérigo al que sirvió: «olvidando
el “Agnus dei, / qui tollis ración” decía», o del médico: «y con este letuario / “aqua vitis”, que es
vid, / visitaba sin trabajo»; en unas ocasiones se vale de nuevos
despectivos «Serví luego a un clerigón»,
y en otras de diminutivos afectivos que consolidan la presencia de su amo: «Vamos señor don Gilito». Al igual que
Caramanchel, doña Inés está enamorada de don Gil valorando, probablemente, la
atracción que supone estar ante alguien con quien nos sentimos identificados «Ya por el don Gil me muero; / que es un brinquillo
el don Gil» «Es el don Gil que yo adoro / un Gilito de esmeraldas»
El
carácter ocurrente de Caramanchel lo vemos en su manera de hablar, casi
constantemente con juegos de palabras, en los que maneja la aféresis para
conseguir el efecto inmoral de los clérigos «que
tenía con ensanchas / la conciencia, por ser anchas / las que teólogas son»;
mediante la antítesis satiriza la labor de los abogados «miran derechos civiles / y hacen tuertos criminales»; mediante la
comparación con el juego se burla de su amo don Gil «si de la barba llego a colegillo, / nunca haréis chilindrón, sino
capadillo», y con el polisíndeton defiende ante los demás a don Gil «Gil es mi amo, y es la prima / y el bordón
de todo nombre»; con el doble sentido muestra su desesperación al no
encontrar casi nunca a su señor «¿Sélo
yo, aunque traiga antojos, / y le mire con más ojos / que una puente?...».
Pero
no cabe duda de que en boca de don Martín, los juegos de palabras aseguran su
avaricia y debilidad de carácter, (a don
Pedro) «agradezco callando, y mudo muestro / que no soy mío ya porque soy
vuestro», (a don Pedro refiriéndose a
doña Inés) «¡Oh, prenda amada! / camine el sol, porque otro sol aguarde, y
deteniendo el sol a su jornada, / haga inmóvil su luz para que sea / eterno el
día que sus ojos vea».
Monólogo.
En
el diálogo escénico podemos encontrar monólogos o soliloquios de algún
personaje. Son intervenciones verbales cuya extensión rebasa los límites de una
réplica normal; no es imprescindible que la figura esté sola en el escenario
(soliloquio). En la escena V del Acto II, doña Inés habla con doña Juana (ahora
transformada de don Gil en doña Elvira) y ésta aprovecha la ocasión para
contarle su sufrimiento, aunque mantiene, o agranda el enredo puesto que cambia
el nombre de Martín (por Miguel) con el que le confiesa perdió su virginidad
tras darle él palabra de esposo y dejarla, por lo que acaba de llegar de
Valladolid a buscarlo en casa de don Gil de Albornoz (¡y los 3 son la misma
persona!) quien quiere enamorar a doña Inés por el interés económico de su
padre, pero de quien realmente está enamorado es de ella pues se quiso
disfrazar de don Gil de Albornoz pero se hizo llamar don Gil de las calzas
verdes.
Mediante
el monólogo de doña Juana vemos su capacidad de inventiva, de engaño y, sobre
todo, su afán por conseguir lo que quiere a costa de lo que sea; descubrimos a
una mujer decidida, característica usual en el teatro del Tirso, tan alejado de
la mujer sumisa y obediente predominante en la época. A través del monólogo y
en sus diálogos con otros personajes, doña Juana se autocaracteriza como mujer
fuerte, audaz, feminista incluso, que defenderá su interés sin miedo al
fracaso, aunque otros personajes la heterocaractericen por su apariencia
CARAMANCHEL.- ¿Cómo os llamáis vos?
DOÑA JUANA.- Don Gil
CARAMANCHEL.- ¿Y qué más?
DOÑA JUANA.- Don Gil no más
Caramanchel.- Capón sois hasta en el
nombre,
pues
si en ello se repara,
las
barbas son en la cara
lo
mismo que el sobrenombre.
Doña Juana.- Agora importa encubrir
mi
apellido. ¿Qué posada
conoces
limpia y honrada?
Otra
de las convenciones teatrales, típicas del diálogo barroco, es el aparte, y
venía a sustituir al narrador en el relato; un personaje pronuncia unas
palabras que son, en principio, sus pensamientos (aparte ad spectatores), que oídos por el espectador conocerá más de
la situación que los otros personajes que la representan: «DOÑA JUANA.- Vamos, (aparte) que noticia llevo de la casa donde vive
don Pedro».
Hay
otro aparte (el aparte solitario) que no tiene destinatario concreto,
simplemente el personaje reflexiona en alto, incluso con ironías: «CARAMANCHEL (aparte).- ¡Qué bonito / que es el tiple moscatel!» (para burlarse
de la voz atiplada de don Gil de las calzas verdes. “Moscatel” era un término
con el que se aludía a los cándidos, lo que en este contexto cobra una ironía
mayor, pues podemos decir de doña Juana cualquier cosa menos cándida).
El
aparte puede realizarlo una o varias figuras de la representación y se da
cuando una de ellas se aleja del juego dramático fingiendo las demás que no se
enteran de lo que dice.
Se
pone entre paréntesis y normalmente conlleva una actuación en connivencia o
complicidad siempre con el público, para recordarle, a veces, que lo que está
viendo es ficción
CARAMANCHEL (Aparte).- (Ya son cuatro,
y serán mil.
¡Endiablado
está este paso!
Acotaciones.
Las
acotaciones descriptivas son puntualizaciones, observaciones o explicaciones
útiles para ayudarnos a entender tanto el texto dramático como espectacular.
Aclaran detalles o realizan comentarios relativos a los movimientos y acciones
de los personajes. No forman parte del texto pronunciado por los actores (texto
verbal), sino del paraverbal: gesto, expresiones, tono o intensidad de voz...
Podemos
decir que las acotaciones forman una guía para transformar el texto en
espectáculo. Los datos aportados por las acotaciones se trasladan a escena
formando una verdadera polifonía informativa. Normalmente tienen carácter
funcional y dan indicaciones acerca del espacio, la iluminación, el decorado,
los sonidos, el vestuario, la gestualidad, los movimientos...
[Entrada al Puente de Segovia]
[Escena Primera]
(Sale Doña Juana, de hombre, con
calzas y vestido todo verde, y Quintana, criado)
Mª
del Carmen Bobes las define como “monólogo
del autor” que tiene función imperativa o al menos conativa (o apelativa).
En el caso anterior la primera acotación ya sitúa espacialmente el acto pues el
Puente de Segovia fue construido en Madrid por Herrera, un gran puente,
señorial, objeto de burlas por el tamaño del río que cruzaba, el Manzanares.
Por otro lado, al autor le es imprescindible apelar al lector para que el protagonista
vaya vestido (vestida) tal y como dice; no sólo con las calzas verdes, como
reza el título, sino todo de verde... (De hecho, en algún momento de la obra se
refieren a don Gil como “el verde”). Tampoco aclara más, es decir, si lleva
sombrero, capa, o cómo es su calzado. La acotación “todo verde” adopta más bien
un valor simbólico de la esperanza puesta en la mujer. Del criado no aporta
nada de su vestuario, dando por hecho que todos iban vestidos de forma
parecida; (al menos en el Siglo de Oro) por eso, en otra acotación «(Sale Caramanchel, lacayo)» tampoco
aclara cómo debe ir vestido; al pertenecer al servicio, el traje era bastante
pobre, resultando cercano a la realidad cotidiana. Sólo al final acota el
vestido de Caramanchel con una finalidad claramente hiperbólica de la realidad
para resaltar el miedo y la superstición de la época hacia los espíritus: (Sale Caramanchel, lleno de candelillas el
sombrero y las calzas, vestido de estampas de santos, con un caldero al cuello
y un hisopo). Aun así debemos comentar que normalmente las acotaciones
referidas al vestuario no eran demasiado severas, puesto que el traje encarecía
bastante. De este modo, las compañías podían adaptar el tipo de tela o los
complementos al patronazgo de algunos personajes de la corte, si lo tenían.
Cuantas
menos acotaciones tiene un texto dramático, más libertad ofrece el autor al
director de escena para representar la obra. En Don Gil de las calzas verdes, casi todas las acotaciones indican
entradas o salidas de personajes a escena; a veces, al principio de una de
ellas advierte que al final saldrá otro personaje nuevo «[Salen doña Inés y don Juan (al fin de la escena, don Pedro)].
Cuantas más acotaciones, más indicaciones da el autor a la hora de presentar
los elementos teatrales que no son la palabra (la ironía «DOÑA INÉS (con ironía).- Sí, haré», el nerviosismo, la amenaza, el
volumen, la ocultación de alguno de ellos... [Vuelve don Pedro y se queda escuchando a la puerta]).
Las
acotaciones son válidas puesto que facilitan la puesta en escena, ya que
señalan elementos objetivos (DOÑA JUANA.-
[abrázala (a doña Inés)]). Estas acotaciones de movimiento acentúan los
gestos ilustradores, afectivos, adaptadores, reguladores o emblemáticos. A
veces, encontraremos acotaciones que marcan elementos simbólicos, pero siempre
significativos, es decir, que alimenten la construcción imaginaria de la obra
en el lector, como el caso de anunciar (Doña
Juana, de mujer, sin manto).
Sin
embargo, a pesar de su funcionalidad no debemos olvidar la función estética o
poética, que se encuentran sobre todo, en el teatro de Lorca, Buero Vallejo y,
fundamentalmente, Valle-Inclán.
Comprobamos
pues, que en Don Gil de las calzas verdes las acotaciones
(casi todas) sirven de guía para la escenificación de la obra, aunque, como era
usual en el Siglo de Oro, deja lugar a la imaginación del director de escena
(que, en ocasiones coincidía con el propio autor).
Conclusiones
Don Gil de las calzas verdes es una de las mejores comedias, y más
divertidas del Siglo de Oro. Se estrenó en Toledo en 1615 pero fracasó, debido
en parte a que el papel de don Gil lo representó la actriz Jerónima de Burgos,
corpulenta y de ciertos años, cosa que no concordaba con la imagen frágil del
personaje; también contribuyó una carta de Lope de Vega al duque de Sesa en la
que es tajante con Jerónima (a pesar de haber sido su amante). Salvado este
incidente, la obra mantiene hoy toda la gracia y frescura del principio, puede
que debido al feminismo que emana, tema no zanjado aún hoy, puede que a las
alusiones a la homosexualidad que aparecen, debido al travestismo de Juana en
Gil y en Elvira, de don Juan en Gil, de Clara en Gil y de Martín incluso en don
Gil, puede que, a pesar de aparecer como temas el amor y la venganza del honor,
estos sean secundarios, pues el más importante es el engaño, la mentira, que
nos lleva a subtemas como la hechicería, la magia, o la importancia del nombre.
Así
pues, estamos ante una comedia original, representada continuamente. Podemos
destacar las puestas en escena de la Compañía Nacional de Teatro Clásico en
2006, o la de Ensamble Bufo, compañía de Huesca dirigida por Hugo Nieto, que en
2017 celebró con esta obra el 4º centenario de su primera representación. En
1975 fue llevada a televisión, en Estudio 1, con Ana María Vidal y Jaime
Blanch.
La
podemos encontrar en YouTube, con subtítulos para personas con déficit
auditivo. Pertenece a Teatro sin barreras,
del Centro de Documentación Teatral.
Como
curiosidad, existe un trío de laúdes dedicado a la música y al teatro del Siglo
de Oro español que, desde 2013, se llama “Don Gil de las calzas verdes”.
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