La víspera de casi todo
es una novela disociativa; desde el principio nada es lo que parece. Podríamos
clasificarla sin problemas en el subgénero negro y sin embargo es, bajo mi
punto de vista, una novela psicológica. Bien es verdad que todo parte de un asesinato,
pero es un crimen cometido años atrás; podríamos decir doble crimen (todo es
dual en ella). La vida se para ahí para los afectados, para las víctimas, hasta
que un suceso que en principio no tiene nada que ver, vuelve a unir a esas
víctimas con otras para que presencien otros crímenes y revivan todos los
horrores por los que han pasado.
En
realidad, casi todos los homicidios forman parte del ayer, por lo que Víctor del Árbol utiliza el diálogo, el
monólogo interior, las analepsis, los flashbak, las cartas, los diarios, para
que el lector se vaya enterando de lo ocurrido, vaya uniendo a estas personas y
encuentre un sentido razonable a los hechos.
Aquella
primera vez estaban los dos solos, sentados en el acantilado. Ella con diez
años, él con siete, en la equívoca luz del cuarto del abuelo, Martina empezó a
desnudarse
Casi
todo acontecimiento es pasado o está por llegar en la mente de los
protagonistas. Y ahí está la característica principal, nada es explicable
mediante la razón sino por la falta de ella. «Paola se acarició la mano y pensó en la extraña corriente que le había
atravesado la piel al rozarse con la punta de los dedos de Daniel».
Sabemos
cómo son físicamente los personajes a través de unas breves pinceladas, más
bien mediante un signo distintivo que incluso alude a los sueños que dejaron
atrás: el cuaderno de Germinal, el sombrero de Mauricio, el tatuaje de Eva...
Señales que a lo largo de la novela permiten ahondar en el interior hasta, en
homenaje a James Joyce, enterarnos de sus vidas en las escasas siete horas que
transcurre la novela.
Ibarra
llevaba en el bolsillo el Ulises de Joyce. Lo había comprado en una librería de
lance cerca del Odeón hacía tres semanas y vivía traumatizado porque era
incapaz de pasar de las treinta primeras páginas. Se sentía un absoluto
fracasado...
En
medio del horror, sin embargo, también hay lugar para honrar al querido
Carvalho de Vázquez Montalbán, al tiempo que le hace un guiño a Thomas Mann
Entre
las brasas se consumían media docena de colillas y un paquete de cigarrillos arrugados,
así como algunas páginas que Dolores había arrancado de un volumen de La
montaña mágica.
—Hoy
no puedo con tanto enfermo y tanto sanatorio....
Y no
sólo guiños; aun en un mundo cruel hay lugar para la poesía, por lo que el
narrador nos trae a la memoria los bellos tangos de Gardel, y muestra su
respeto y admiración por el poeta intimista argentino, Juan Gelman, lo que
contribuye a crear una prosa poética, tranquila en medio del espanto
Memoria
que amarísima de muerte amarillea al pie de tu otoñar
memoria
que morís con cada viva recordación
dulce
fruto que fue tu mano...
—Muy
bonito, y triste
La
calma que destila la narración de hechos violentos es fruto de la utilización
de recursos literarios que favorecen la lírica y la inspiración, como las
comparaciones poéticas mitológicas «Paola
conducía con una ferocidad inconsciente y jovial, como si fuera el auriga de
cualquier dios inmortal», o las metáforas casi infantiles, «Sintiendo el caracoleo potente del corazón
y el estallido de frío y vida en el cerebro». Incluso nos introduce en la
literatura por la metaliteratura para hacernos ver el sarcasmo de nuestros
anhelos «El león, rey de la tierra. El
águila, dueña del aire. El grifo, guardián de los dioses; el animal mitológico
dueño de su destino. Extraño tatuaje para tenerlo en la parte más mundana del
cuerpo».
Y si
nuestros deseos se transforman en irónica realidad, nuestra existencia se funde
con las metáforas animalizadoras en una naturaleza salvaje: «Forcejearon como perros rabiosos
disputándose un despojo», «Su mirada
de ave de rapiña», «...escuchar el
mugido del viento rizando las olas».
Pero
la naturaleza salvaje, inhóspita, no es la que convierte personas en animales,
es la ausencia de sentimientos lo que transforma la fealdad en belleza, lo
bueno en malo, lo real en sueño «La gente
dejó de interesarme cuando me di cuenta de que sólo somos espejismos».
Del
Árbol penetra con facilidad en las visiones de sus personajes para
caracterizarlos según las circunstancias que han influido en sus diferentes
realidades, los motivos que les han llevado a huir para formarse un mundo
imaginario en el que pretenden sentirse a gusto, sin embargo, también los
sueños están envueltos en un ambiente decadente que golpea sin piedad, pues es
un puro reflejo de la realidad
«Se
tumbó en la cama del abuelo boca arriba con las piernas rectas y los brazos
pegados al cuerpo. Un cuerpo de niña.
—Ven
Daniel,
al principio, se negó, apartando la mirada. Ella esperó con la mano en vilo
hasta que él la cogió. Se tumbó a su lado, sin atreverse a mirarla. La cama
olía al abuelo. Un olor de mortaja.»
No
hay un protagonista principal, sino varios que a su vez se bifurcan a sí mismos
en dos, como si cada uno de ellos formara parte al mismo tiempo, de la
realidad, Ibarra, Eva, Luján, Daniel, y la ficción que quieren construir,
Germinal, Paola, Mauricio, Martina. Todos ellos sin excepción exhalan de sus
palabras, de sus movimientos, de sus pensamientos una sensación de derrota
brutal al temer las reacciones de los otros personajes o de sí mismos,
enfrentados a continuos dilemas que no son sino fruto de la angustia que
aparece en quienes tienen la conciencia de, a pesar de todo, seguir pagando una
culpa: «...podría haberse ahorrado las
esposas y el calabozo [...] —Casi le parto la cabeza —dice señalando la brecha
que han cerrado con grapas los enfermeros de urgencias—. Es lo menos que debía
aceptar.»
No
hay impresión de alegría ante el triunfo o de fracaso ante lo que nos agravia.
La atonía recala constantemente en los personajes cubriéndolos de una membrana
paralizadora que les impide saltar, correr, reír; son seres tristes vapuleados
con dolor hasta la tristeza «No se siente
juzgado por este anciano que acaba de ver morir a su nieto y por el que, a
pesar de ello, no logra sentir piedad».
Esta
es la trama de la novela, los dilemas a los que una serie de personajes plantan
cara, o aquellos de los que huyen para, ineludiblemente, afrontarlos en un
futuro.
En
realidad se dan dos fatalidades que convergen en los protagonistas y, por lo
tanto, en el argumento.
Por
un lado el mundo depravado de los fascismos, de las doctrinas totalitarias, de
las masas adoctrinadas por pervertidos, en su mayoría seres acomplejados que
tienen que demostrarse a sí mismos y a los demás que valen más que nadie; mundo
que no puede verter a su alrededor otra cosa que no sea horror gratuito y
nauseabundo.
Por
otro lado el mundo oscuro, cerrado e irreal de la locura capaz de conseguir en
quienes la padecen una tortura constante de la que sólo se puede salir mediante
el deseo porque, en realidad, la locura afecta casi por igual al que la sufre y
a los que lo rodean.
Cuando
estos dos mundos confluyen lo de menos es la violencia, aunque sea lo que
impera en todo momento; lo que verdaderamente marca es la tristeza, la angustia
y la ansiedad porque esa tristeza y esa angustia no pueden salir de la mente
aunque la realidad sea distinta; aunque la luz del día lo inunde todo, siempre
volverá la oscuridad, el miedo, el sufrimiento «Pero yo sé que no puede volver lo que se ha ido para siempre».
Hasta
la última línea de La víspera de casi
todo es demoledora «La noche acaba y
empieza el día, pero algunas personas quedan atrapadas en esa hora de la
frontera que es el momento del reproche». La novela cuenta la vida de esas
personas, seres silenciados en sí mismos sin capacidad para otra cosa que
recriminarle a la vida la infancia que han vivido, las mezquindades que han
sufrido, el dolor que los ha lacerado día a día, aunque quisieran ocultarlo en
el sueño o sacarlo a la luz para vivir la vida como si fuera un sueño. Pero es
imposible. Cuando la adversidad te atrapa lo hace con fuerza y no tienes otra
solución que dejarte llevar como un pelele inerte, porque si intentas huir sus
garras te despedazan hasta abrir de nuevo las heridas, y sólo puedes quedarte
quieto otra vez y esperar que cicatricen.
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