Al
leer la última novela de Joël Dicker
me han llamado la atención varias cuestiones. La primera es que el autor retoma
al escritor Marcus Goldman, protagonista de La
verdad sobre el caso de Harry Quebert, para contarnos, en esta ocasión, la
historia de su familia paterna. La segunda es que el modo narrativo es bastante
original, casi constituye una técnica de estilo, pues parte de una vivencia
literaria anterior y la filtra de manera espontánea en la actual para no volver
a tocarla. La narración no es lineal; como en la vida misma, nos vamos
enterando de los éxitos, fracasos, rencillas o formas de actuación de los
Goldman afincados en Baltimore y de los residentes en Montclair, según lo vive
el protagonista, lo recuerda o se lo cuentan, a veces demasiado tarde para
rectificar comportamientos, siempre para poder cambiar de pensamiento y quedar
en paz con él mismo.
Marcus
Goldman, con el propósito de unir de nuevo a su familia, va desentrañando los
hechos en primera persona; en ocasiones realiza un ensayo ficticio, en otras
narra una crónica de sucesos, en otras cuenta sus recuerdos indudablemente
edulcorados por el paso del tiempo; recuerdos en los que permanece el rencor
hacia sí mismo por su comportamiento infantil, desde la perspectiva del adulto.
Como protagonista aún no se ha percatado de que su forma de ser es fruto de
todos aquellos que lo rodearon desde que nació, aunque como narrador va dejando
pistas al pasar de ser el foco narrativo a un filtro por el que el resto de
personajes expone el verdadero centro de la narración. Estos personajes se
convierten en voces autónomas que razonan ideas y sucesos al tiempo que
exteriorizan, en dosis justas, los sentimientos, para no desvelar nada hasta el
final.
También
es original la configuración de la novela; puede parecer caótica y, a pesar de
todo, es envolvente. Casi al final retoma la entrada para, previsiblemente,
acabar el libro, sin embargo sigue introduciendo datos, algunos incluso que
parecía iban a quedar sin explicitar por haber figurado la explicación de forma
implícita. Es por ello que, a fuerza de recorrer el tiempo a su antojo, con
intensas analepsis o prolepsis abruptas, es capaz de construir un rompecabezas,
y lo hace como suelen hacerse, empezando por las esquinas, con piezas que nada
tienen que ver hasta que aparece la composición perfecta. De esta forma
comienza con fragmentos que adelantan el drama para continuar con aquellos que
dibujan la vida de los primos, a los que deja para seguir con lo sucedido en la
juventud de los padres y abuelos, y retomar el drama por otra esquina. Nos
damos cuenta, con la lectura, de que la vida puede ser bella o fea según el
punto de vista, más o menos distorsionado, desde donde se observa. Poco a poco
Marcus Goldman construye su cuadro, en el que introduce los elementos que va
encontrando en su mente y que los llevan a otros, alejados en el tiempo o
espacio, para terminar con una composición en la que todo queda perfectamente
encajado, con sentido, con una explicación mucho más sencilla de lo que parecía
en un principio.
Peso
a todo, la maestría absoluta de Dicker reside en conseguir que nos quedemos
expectantes al final de cada uno de los cincuenta y dos capítulos; cuando
parece que vamos a enterarnos de por qué esto o aquello han sucedido de tal
manera, nos equivocamos, pues, para el siguiente capítulo, el narrador ha
encontrado otra pieza que encaja en otro sitio.
El
lector no sabe por dónde va a continuar, qué es lo que Goldman, o cualquier
otro personaje va a contar. Dicker es un maestro de la narración discreta, en
cuanto opuesta a continua. Nada queda fuera de su lugar, ni al final de la
novela ni durante su lectura. Todos los acontecimientos están relacionados y
son coherentes en su composición; la trama va enlazando los hechos sin generar
en ocasiones verdaderos eventos, sino que permanecen latentes hasta que pueden
unirse a su vez a otros sucesos para conformar el episodio, que incluido en
otros espontáneamente forman la trama, de la que sólo desvelamos el argumento
al final de la novela.
Creo
que lo fundamental de El libro de los Baltimore no son los
personajes, a pesar de que el número de ellos es elevado, casi todos son puesto
bajo una lupa y ninguno de ellos es plano o típico. El mismo personaje a veces
intimida, otras causa desasosiego y otras veces nos hace dudar de cuál es su
juego.
...a
continuación se las ingenió para caerle mal a buena parte del cuerpo docente
señalando las erratas de los libros de ejercicios, corrigiéndole a un profesor
la pronunciación de una palabra latina y, por último, haciendo preguntas que se
consideraban inapropiadas para su edad.
Le
comentaba incluso a su marido:
—Si
todo el mundo le coge manía, tiene que ser porque no es lo bastante amable,
¿no?
Creo
que tengo algo que es suyo —dijo Hillel sacando de la mochila unas bragas.
El
director del instituto reflexiona, con sus actos, sobre el significado de lo
obsceno y de la hipocresía. La mayoría de provocaciones de Hill contiene una
acción moral. Las buenas relaciones familiares ocultan las implicaciones reales
por lo que se convierten en observaciones satíricas acentuadas, y el contexto
oculta las verdaderas relaciones e incluso la verdadera identidad.
Todo
lo cual hizo que me preguntara si habría sido yo, de niño, quien había soñado,
y no ellos [...] ¿Fueron de verdad esos seres excepcionales a los que tanto
admiraba? ¿Y si resultaba que todo había sido producto de mi mente? ¿Que desde
siempre, yo había sido mi propio Baltimore?
La
sumisión de Natham no es otra cosa que la consecuencia de una arrogancia
desmesurada, un orgullo infundado y unos celos perniciosos.
Baltimore
se convirtió en la penitencia de mi padre. La casa, los coches, los Hamptons
[...] todo estaba presente para recordarle que lo que para su hermano había
sido un triunfo, para él había sido un fracaso.
Y
las adulaciones de los abuelos no son sino egoísmo puro, querer mantener las
apariencias ante todo y vivir como siempre aunque sea a costa de sus hijos.
—No
me habías dicho que los billetes de papá y mamá eran de primera clase. Este
tipo de decisiones deberíamos tomarlas juntos ¿Cuánto te debo?
—Nada,
no te preocupes [...] de verdad, déjalo. Entra dentro de lo normal.
Todos
los actos de los personajes nos llevan a reflexionar sobre temas más o menos
universales, pero siempre fundamentales para el ser humano, y en todos, Marcus
Goldman se muestra partícipe directa o indirectamente. Sólo en la relación con
Leo, su vecino actual, no es tanto parte de la narración como catalizador de la
misma, que impulsa un tema paralelo, el arte de escribir:
Alcé
el cuaderno en que estaba escribiendo y le sonreí amistosamente.
—Todo
va bien, Leo. Gracias por el cuaderno.
—Le
corresponde por derecho propio. El escritor es usted.
Lo
esencial de la novela son los espejismos que van tomando formas diferentes
hasta que nos acercamos lo suficiente para ver de qué se trata en realidad. Las
verdades a medias se van aclarando cuando nos vamos adentrando en la oscura
experiencia. Los momentos más duros de los protagonistas vienen sin esperarlos,
de esta forma el lector se encuentra en un punto en el que puede entender
situaciones que, por elementales, son inentendibles, puede asimilar el odio, la
violencia, la envidia, el dolor, el amor, la ternura o la soledad y
condensarlas todas ellas en la banda de los Goldman.
—Mis
padres son bastante majos.
—Ya
lo sé.
—Wood,
¿por qué me proteges?
—No
te protejo. Es sólo que me gusta estar contigo.
—Pues
yo creo que me proteges.
—Entonces,
tú también me proteges a mí.
—¿De
qué te protejo yo? Si sólo soy un canijo.
—Me
proteges de estar solo.
En
cuanto al estilo encontramos pocos sobresaltos lingüísticos, sin embargo la
narración está plena de detalles, de ahí la longitud de sus novelas. Como en Marcel
Proust o Tomas Mann encontramos una inclinación por las digresiones y los
juegos de palabras que, con humor benevolente, anulan la tristeza restringida a
una situación y lo absurdo de la vida diaria. Hay metáforas sinestésicas que,
en medio del dolor, pueden traernos una completa felicidad
Mediante
una sola bocanada de aquel olor había regresado a lo más hondo de mis
recuerdos, al barrio de Oak Park, y había revivido, en el lapso de un instante,
la felicidad de haber convivido con ellos.
Al
lado de términos cultos «se ponía a gañir
delante de mi puerta» encontramos coloquialismos, reforzados por pronombres
catafóricos «El tío que no daba palo al
agua, ese era él».
Hay
algún que otro guiño a La verdad sobre el
caso de Harry Quebert, pero mediante los personajes une sus dos novelas: su
tío Saul queda marcado, como Marcus Goldman, por un profesor universitario «El profesor Hendricks era un hombre de
izquierdas comprometido activamente con los derechos civiles. Tío Saul se sumó
a algunas de sus acciones».
El
realismo de la novela se intensifica al escribir, el protagonista, un
panegírico en honor de su abuelo «Quiero
honrar la memoria de nuestro abuelo Max Goldman [...] Descansa en paz»
Por
último, es necesario reseñar que el humor esconde, la mayoría de las veces,
ironías o sarcasmos que denuncian la sociedad actual «A la edad de seis años cumplía trabajos forzados en las canchas de
tenis y había rodado un anuncio de yogures». Otras veces trata con dureza
el machismo y la homofobia que pervive incluso en las familias «Prométeme sólo una cosa. Pase lo que pase,
por favor te lo pido, no te hagas nunca marica. —Te lo prometo, papá».
Aunque en casi todas las ocasiones el sarcasmo aparece como una bofetada a la
hipocresía «—¡Qué mediocre es usted,
señor director! [...] ¡Lo iguala todo a la baja! ¡Prohíbe a Steinbeck porque en
el texto aparecen tres palabrotas [...] y se esconde detrás de unos reglamentos
para justificar su falta de ambición intelectual».
Definitivamente creo que Joël Dicker es un consolidado maestro de la narrativa. Su capacidad para enganchar con sus historias pasa sin duda por su extraordinaria forma de narrar, y en este caso, como bien dices, por formar con un aparente caos una estructura perfecta que no se deja ver hasta el final. Sinceramente creo que nos quedan grandes páginas por leer de este joven.
ResponderEliminarNo me canso de felicitarte por este blog. Hasta pronto.
Además de la estructura me ha encantado la ternura con la que describe el período de la niñez y la adolescencia. Creo que es de una sensibilidad inusual. En realidad hasta los aspectos más desagradables y egoístas de los adultos tienen un punto de comprensión por parte del narrador, quien, además de ser buena persona tiene la valentía de admitir la envidia que sentía de pequeño hacia su primo y el consiguiente "odio" a sus padres. En fin, los sentimientos familiares están muy bien expuestos.
ResponderEliminar¡Seguimos leyendo!