jueves, 24 de enero de 2019

UN INVITADO INESPERADO



¿Por qué tienen tanto éxito algunas obras de arte, pretendidas copias de otras que ya lo habían alcanzado? ¿Es que el lector o el espectador no ha visto las originales? Puede ser. O puede que tengan éxito porque realmente lo merezcan y quien no lo entiende es que en realidad no ha interpretado bien la obra en cuestión.

Algo así me ha ocurrido al leer esta novela. No he entendido su éxito abrumador. Cuando Petrarca se dio cuenta de que no podría superar a Virgilio en su estilo, dejó de escribir en latín y comenzó a hacerlo en una mezcla de dialectos italianos hasta llevar esta lengua vulgar a la altura de la entonces considerada como literaria.

Es muy difícil superar al maestro, aunque en ocasiones se haga, y estemos entonces ante otro genio, pero Agatha Christie fue, en la primera mitad del siglo XX, la reina indiscutible del Whodunit, estilo cuyo significado es aproximadamente “¿Quién lo ha hecho?” y en el que la trama se presenta como un rompecabezas que aporta pistas e hipótesis para que el lector intente deducir la identidad del autor del delito, mientras que éste se revela justo al final. Una de las características de este tipo de novelas es que el lector debe disponer de los mismos indicios que el investigador para estar en igualdad de condiciones a la hora de poder resolver el crimen.

Pues este subgénero policial fue llevado a cabo por Christie, con tanto acierto que no sólo se venden aún sus novelas sino que algunas de ellas fueron llevadas al cine, al teatro y a la televisión y, más tarde, juegos de mesa se basaron en esa técnica para pasar ratos agradables entre amigos. Al leer Un invitado inesperado he tenido la impresión de estar ante una copia de la maestra, pero en ella no hay intriga, no hay rompecabezas, el enredo da paso a una perfecta linealidad, al menos para el lector. La expectación se queda exclusivamente entre los personajes. Ahora intentaremos analizar por qué.

La estructura es, realmente, propia de la novela de principios del XX en general (y teniendo en cuenta el avance que han experimentado el género policial, el de misterio o la novela negra, ya es un punto en contra pues no aporta sorpresas), y de Agatha Christie en particular, es decir, hay una presentación de todos los personajes, que por razones naturales se ven encerrados en un hotel de montaña, totalmente apartados de la civilización y sin personal para poder servirlos excepto el dueño y su hijo, ya que los trabajadores, debido a la tormenta, no han podido llegar.

Pronto aparece el primer cadáver y así, aislados sin luz eléctrica, deben apañárselas para investigar las causas de la muerte.

Hay un personaje, podríamos llamarlo el principal, que toma de inmediato las riendas; dotado de un instinto en parte innato, en parte debido a su profesión de abogado, interroga a los demás, aunque otro personaje descubrirá en él al posible asesino de su mujer, algo que, aunque lo niegue con absoluta vehemencia pues quedó absuelto por falta de pruebas, lo dejará como principal sospechoso ante los huéspedes; no así ante el lector, no puede haber un asesino tan evidente; además de esta diferencia con las novelas de la reina del suspense, el investigador es bastante normal, no despierta en el lector la ternura de Miss Marple ni el rechazo por la vanidad excesiva de Hércules Poirot. Nuestro David no tiene marca específica alguna en su personalidad.

Por último, en el Whodunit alguien comete, de forma casual, un pequeño error para que tanto el lector, como el detective puedan reconstruir el caso.

Nada más lejos de lo ocurrido en Un invitado inesperado; de hecho el lector que intente estar ante un juego, mediante el que poder descubrir al culpable según el modo de vida que ha llevado antes, se quedará decepcionado, pues las fobias ajenas o implícitas a la personalidad de los protagonistas, de donde podríamos entrever a los posibles candidatos, no se insinúan para que trabaje nuestra mente. No las de todos. Sabemos del gusto por el dinero o las drogas de Bradley y la preocupación de su padre James. Conocemos de dónde procede el desequilibrio de Riley, el porqué de la inseguridad de Gwen, el suceso horrible en el que se vio envuelto David Paley, la bondad y despreocupación de Ian, la decisión de Lauren, la angustia de Beverly y el odio de su marido Henry, la superficialidad de Candice. Características que son descubiertas porque nada más reunirse se hacen preguntas, dialogan en soledad o nos informa el narrador omnisciente.

Si en la novela policíaca se forma un rompecabezas con pistas, falsas o verdaderas, aquí se echan en falta pues el narrador selecciona perfectamente a unos personajes y deja a otros sumidos en un desconocimiento casi total ante el lector.

La incertidumbre con la que empieza la novela, al igualar civilización con protección, montaña y bosque a peligro «algo acechante», y huir, sin embargo hacia él «Un pequeño hotel de lujo en medio de las montañas, buena comida, sin internet, naturaleza impoluta», se desvanece; como también lo hacen los símbolos de falsa inocencia con que son presentados algunos personajes como David, a quien Shari Lapena le concede especial importancia con el color blanco «bajo la nieve […] bajo toda esa nieve […] nieve blanca, limpia y esponjosa […] la nieve cae suavemente sobre su pelo […] amable e inocente».

El estrés sugerido al comienzo se disipa. De hecho apenas hay tensión hasta que no salen del encierro y se encuentran con la trampa mortal de la tormenta exterior, esto ocurre en la página 260 aproximadamente, lo que nos lleva a pensar que a partir de ahí empieza el juego «Nadie responde […] Cree oír un sonido como de algo que cae con fuerza pero no sabe de dónde procede […] Solos en el vestíbulo, Henry y su mujer están sentados […] hay algo en ella que le repugna […] coge el atizador con fuerza». Pero no, la narración es bastante lineal, escrita a modo de horario desde el viernes a las 16:45 horas hasta el domingo a las 17:30. En orden se van sucediendo tres crímenes y una desaparición con un único punto de vista, el del narrador, y de forma algo repetitiva pues lo que piensa un personaje más tarde se lo dice a otro en particular o al resto en general. Así llega un momento que podríamos denominar como turno de confesiones, aunque algunas tengan poco sentido para los casos por resolver ya que no se dan suficientes detalles «Hay algo en la forma en que Ian cuenta la historia de su hermano que no le cuadra»; otras veces la confesión no parte del propio afectado sino que es el narrador quien la revela al lector, dejando a los personajes en inferioridad de condiciones

—Me temo que yo tampoco tengo ningún secreto oscuro —dice Lauren en voz baja.
Eso no es verdad del todo. Ha sobrevivido a una familia disfuncional y a una época desagradable y corta en una casa de acogida. Pero ha sobrevivido.

Y en ocasiones algún personaje insta a otro para que diga algo que el lector ya sabía y que es completamente improductivo para la resolución

Entonces, inesperadamente Riley mira a Gwen y le pregunta:
—Si de verdad ha llegado el momento de las confesiones ¿por qué no les cuentas a todos tu gran secreto oscuro?

De hecho, entre tanta pregunta ineficaz son incapaces de detectar quién es el asesino, aunque luego el abogado interrogador afirme haberlo sospechado; debe venir la policía para detectar una prueba que llevará a descubrir al culpable, alguien en quien el lector es incapaz de pensar porque no sabemos nada de la persona ni de la pista hasta que el narrador lo cuenta todo al final.

Aquí es justo aclarar que el final es sorprendente y mantiene la inseguridad de si podrán acusar al culpable o no, pero esto no constituye una novela de intriga sino un cuento de misterio, un cuento fabuloso, es cierto, aunque perteneciente a otro género literario.

De hecho los diálogos son algo insulsos, prescindibles, pues apenas aportan nada nuevo a los pensamientos antes descritos. Sólo con la narración es suficiente, de ahí que crea que podría estar encuadrada en el cuento,

—¿Eres tú David?
Es Gwen y, a pesar de la decisión que antes ha tomado, el corazón le da un brinco.
—Sí.
Se gira para mirarla de pie en la puerta y ve que está sola.
—Me he acordado de que has dicho que ibas a venir a la biblioteca.
Qué guapa está, piensa él a la vez que se levanta del sillón.
—Es perfecta —dice ella mirando a su alrededor.
—Sí, ¿verdad? —asiente él…

o bien son meramente informativos de la situación

—El chef ha conseguido llegar? —Pregunta Ian— Porque me muero de hambre.
Bradley levanta una ceja.
—No se preocupe. El chef es mi padre. Es un hotel familiar. Vivimos aquí…

Tampoco me he sentido identificada con los personajes femeninos. Es lógico que Gwen tenga miedo de ayudar a una chica mientras está siendo violada por tres hombres, pero no lo es tanto que luego no quiera ayudarla en la denuncia. Es de una cobardía excesiva.

El personaje de Riley es demasiado hiperbólico, al menos la situación en la que aparece pues si está aún tan afectada por el trauma vivido en la guerra no es razonable que quiera salir de fin de semana. Lauren, demasiado fisgona. Dana, demasiado narcisista. Candice demasiado sufridora y Beverly, demasiado machista. Son personajes demasiado tópicos. Estamos en el siglo XXI y, al menos a mí me resulta increíble que una mujer a la que su marido le dice que no la quiere, que quiere el divorcio, que tiene una amante, piense que «No va a divorciarse de él. Seguramente, esto no sea más que un capricho temporal, una canita al aire fruto de la crisis de la mediana edad…» y no sólo lo piense sino que se lo diga: «No va a durar mucho. Te cansarás de ella. Ella se cansará de ti […] Te vas a arrepentir. Estoy segura […] Henry, no destruyas lo que tenemos. Olvídala». Y yo me pregunto ¿qué tienen? pero claro, yo no he escrito la novela ni he llevado la situación hasta un límite desquiciado para luego darle un “cierto” sentido al final.

Pues eso, que he visto una forma de pensar anticuada en la mujer de Un invitado inesperado, típica de una sociedad machista, más propia del siglo XIX, como el entorno cerrado y misterioso de estilo victoriano, propicio para el crimen y el terror, que Shari Lapena elige para su novela. De hecho las descripciones son bastante realistas, minuciosas, no dejan nada de libertad para la imaginación del lector que se encuentra, al leerlas, delante de una pantalla «La escalera le recuerda a Escarlata O’Hara de Lo que el viento se llevó […] A continuación, ve la gran chimenea de piedra del lado izquierdo del vestíbulo. A su alrededor se han colocado varios sofás y sillones que parecen cómodos para descansar, algunos de terciopelo azul marino, otros de piel color chocolate intenso, acompañados de mesitas con lámparas…».

Creo que para tener verdadero efecto terrorífico se debería haber dado más importancia a los personajes y menos al narrador, así como haber intercalado momentos de dramatismo con otros de alta tensión y, por supuesto otros de humor (que no lo hay aunque sea adecuado para relajar algunas escenas). Pero, claro, esa es mi opinión.

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