Sin
hogar ni lugar
forma parte de un trío de novelas referidas a Louis Kehlweiler, apodado el
Alemán. Por algo que se me escapa (no he leído las dos anteriores) dejó la
policía pero ahora, que se dedica a traducir a Bischmark, sus contactos anteriores
le son imprescindibles para buscar pistas cuando lleva un caso entre manos.
Como el de Clément Vauquer al que busca la policía porque fue visto durante
días rondar dos casas de mujeres jóvenes a las que supuestamente asesinó tras
entregarles una maceta donde dejó sus huellas. Clément le pide ayuda a la
exprostituta Marthe y ella lo cree, fue su protegido de niño durante cinco
años, cuando todos se burlaban de él y lo acosaban.
Marthe pide al Alemán que encuentre la verdad y él lo cobija en una casona ocupada por un viejo policía —Marc Vandoosler— y tres historiadores: Lucien, estudioso y profesor de historia contemporánea; el medievalista y sobrino de Marc, Marcus Vandoosler y el prehistoriador Mathias. Allí dejarán a Clément hasta encontrar al verdadero asesino. Pero a Louis no se le escapa que todo apunta al protegido de Marthe. Aun así es capaz de sacar informes a antiguos compañeros para enterarse de cómo va la investigación «—… quiero saber lo que piensa la policía de estos dos asesinatos […] Puede que ya hayan hecho el retrato robot. Me gustaría verlo».
De
esta forma, sin que la policía sea consciente, se despliega en París una batida
de búsqueda formada por Marthe y las prostitutas, con una labor muy concreta,
Louis y los evangelistas, que luego resultarán claves para desvelar el final y
la policía de París, que será fundamental con sus pesquisas y la maquinaria que
pone en marcha cuando lo cree necesario.
Lo
mejor de la novela es el enredo que va surgiendo a partir de los dos primeros
asesinatos, «Era perfectamente posible
matarse en el Loira, incluso en estiaje. Pero no lo era menos ahogar a alguien».
Van saliendo casos ocurridos en otra ciudad, en otra época e incluso en la
actual, cuando Vauquer está bajo la custodia de los evangelistas; algo que por
un lado deja a Clément como un héroe y por otro, sigue siendo sospechoso.
Los
lectores no sabemos qué pensar ni de quién dudar porque poco a poco aparecen
personajes que podrían, o no, ser culpables «La
hostia puta. Otra mujer. Louis calculó rápidamente. Había muerto entre las once
y media y la una y media… Habían dejado al Podadera en el cementerio hacia las
doce menos cuarto […] En cuanto a Clément […] había salido durante dos horas».
Pero
Fred Vargas no está dispuesta a dar
paso a la evidencia. Cada vez más, los personajes van demostrando aptitudes,
actitudes y actividades que podrían señalarlos como culpables. Todos, antes o
después están en la lista: el evangelista Lucien porque parece que quiere que
apresen cuanto antes a Clément, la vieja Marthe, que actúa como la sombra de su
“muñeco”, el jardinero del cementerio, el Podadera, al que Clément aseguró ver
en una violación nueve años atrás, el padrastro del exdirector del colegio
donde empezaron los asesinatos, un viejo raro, machista, que se recrea e inmortaliza
a las víctimas… En fin, llega un momento, que durará hasta el final, que no
sabemos quién será el o los asesinos «Si
supiéramos comprenderlas […] Es la impronta del asesino, su marca de fábrica,
su rostro inevitable. Su firma, de alguna manera».
Pues
sí, Fred Vargas es una maestra de la novela negra y deja alguna pista de quién
puede ser, pero no nos damos cuenta hasta que no hemos leído Sin hogar ni lugar. Entonces puede que
pensemos que el final es un tanto endeble pero en realidad es una trama posible
y entretenida.
El
trato que da a los personajes es inmejorable; todos adoramos a Louis, con su
punto de ironía, sin problemas para mentir a la policía o a quien haga falta si
eso le hace saber lo que busca y obtener el favor que quiere «anoche me tomé la libertad de hacer unas
cuantas llamadas al ministerio para hablar de ti. Me satisface ver que han dado
resultado».
Casi
todos los personajes son perfectamente reconocibles gracias a que cada uno
tiene una peculiaridad: «Loisel arrastró
los pies hasta el armario metálico. Producía un chirrido de patinaje en el
linóleo». Las descripciones exageradas consiguen dibujar una sonrisa en el
lector.
También
la tensa situación que se da en casa de Vandoosler despierta nuestro sentido
del humor. En general, Vargas trata con cariño a sus personajes, tanto si es
para informarnos de su situación social actual como si es para que descubramos
su personalidad a través de sus actos: si
tus miserables chorradas de intelectual de mierda llevan al joven Clément a la cadena perpetua, te juro que te vas
a comer un ejemplar de tu libro cada sábado […] Cuando el joven pasó delante de
él, su corazón se aceleró, como si lo quisiera».
Los
protagonistas sienten aprecio entre ellos, se nota y precisamente por eso la
lectura es tan cómoda y atrayente. Son buena gente… aunque no todos.
Los
lectores leemos con ganas las comparaciones irónicas con las que el narrador describe
situaciones, «¡El comisario, flexible
como un leño, no quería soltar su información!».
Las
afirmaciones con las que se acusan unos a otros favorecen la lectura ágil y
desenfadada por la imposibilidad que retratan, «… eres un cagueta compulsivo, Marc, y que habrías hecho un papel
deplorable como soldado de trinchera».
Y
es que los diálogos son originales, el humor que desprenden está oculto; a
veces, algo perverso, pero siempre risueño; con esto consigue una prosa
detallada y ágil al mismo tiempo. En las conversaciones encontramos oxímoros,
contradicciones o ironías, por lo que nunca sabemos lo que piensan realmente
unos de otros; no hay grandes golpes de efecto pero está claro que la atención
del lector, y la tensión, no decae:
—…veo que planchas vestidos. ¿Hay una
mujer en la casa o qué?
—¿Tan asombroso sería? —preguntó
Lucien con arrogancia.
—No —contestó rápidamente Louis—.
Pero… es por él, por Vauquer.
—Creía que era presuntamente inocente
—dijo Lucien—. Así que no hay de qué preocuparse.
Son
personajes logrados. Incluso los secundarios. Sigo encontrando en Fred Vargas
el amor hacia los marginados, aunque en ocasiones no les falta ironía en los
epítetos con los que son nombrados; encontramos al “Pastelero Valiente”, a
quien conforme hablan con él pasan a nominar a lo largo de la trama como el
“Pastelero Muy Medianamente Valiente”, el “Pastelero Cobarde” y el “Pastelero
Miedica”.
Indudablemente
el amor hacia los niños está en Marthe, que seguirá viendo a Clément como su
muñeco, y el cariño hacia los animales lo ostenta, sobre todo, Louis, quien
habla con su sapo Bufo cuando tiene que aclarar sus pensamientos «—Lárgate, Bufo— dijo Louis cogiéndolo con
delicadeza. Estás sobrepasando tus derechos de anfibio».
Sin hogar ni lugar tiene un argumento perfecto y una trama adictiva en la que nunca dejas de señalar a los posibles asesinos. Las causas que llevan a cometer los crímenes son perfectamente realistas, aunque la historia sea fantástica —creo que son los personajes los que la dotan de imaginación—. Solo hay un punto feminista, o antifeminista, que rechina al final, justamente por tratarse de su autora, pero no me pongo tiquismiquis cuando he disfrutado tanto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario