sábado, 25 de enero de 2025

PIEL DE CORDERO

Al terminar esta novela me viene a la mente la idea de que parece que la mujer vino al mundo con un único propósito: el conformismo; cualquier intento de rebelión supone un sufrimiento al que sin embargo, cada vez se enfrentan más mujeres.

Empezamos a leer en Piel de cordero el parto de Marina con el corazón encogido. Continuamos leyendo el nacimiento de Catalina sin apenas mover un solo músculo. Terminamos de leer el reencuentro de Elvira y Catalina con una ira que sube desde lo más profundo de nuestras entrañas haciendo que queramos gritar y terminar la novela cuanto antes para enterarnos de si cumple su promesa.

No se puede parar una vez que abrimos la última novela de Ledicia Costas porque nos sumergimos en la naturaleza mágica de una Galicia ancestral, que debe convivir con violencia, denuncias, miedo, tortura y muerte asociados a la Inquisición, en contra de las mujeres (que aunque parezca increíble la tuvimos en España hasta comienzos del siglo XIX).

La trama es envolvente; la autora es capaz de conectar dos épocas diferentes y dos espacios distintos en dos mujeres fuertes, conflictivas, a las que nos rendiremos desde el primer momento. Catalina y Lola son las protagonistas de las dos partes en las que se divide Piel de cordero. Ambas secciones comienzan con el sufrimiento de una mujer. Mujeres separadas por 200 años y unidas por la sangre y el dolor a los que se enfrentan solas; sin embargo las dos están rodeadas por otras que actuarán como tabla de salvación en sus vidas: Marina, Elvira, Angustias, Victoria, Ernes, Sole, Chelo, la madre…

Todas tienen un papel fundamental en el comportamiento y toma de decisiones de las protagonistas, Catalina y Lola. Catalina se ha criado en la aldea de Merlo, a finales del siglo XVIII, con su abuela Elvira, quien le enseña todo lo que sabe sobre plantas y conjuros y, a sus catorce años, llega a ser tan buena como su maestra. A partir de ahí Catalina se verá sola, al amparo de los espíritus de su abuela y su madre, Marina, a quien no conoció, como tampoco conocerá a Lola con la que conectará a través de su hija a principios del siglo XXI.

Piel de cordero es un libro de realidad brutal envuelta en un realismo mágico enternecedor.

La narrativa de Ledicia Costas es desgarradora y al mismo tiempo nos envuelve, nos sentimos parte de esa palabra. Las comparaciones imposibles del narrador se unen a letanías que constantemente se agrandan en el pensamiento de las protagonistas. Una y otra vez se obligan a pensar en personas e injurias; no pueden olvidarlas. Elvira y su nieta Catalina se lo repiten a menudo, no saben leer ni escribir; el lector es, con las repeticiones, consciente de la lista interminable de personas que las necesitaban y odiaban al mismo tiempo, «Eladio, el del ojo retorcido, putas de Satanás; los ministros de la Maldita Inquisición, una colección de agravios; […] Maruja nos dijo locas, no toquéis a mi hija con esas manos puercas […] María, que me dejé penetrar por un animal de carga…».

La vida en Merlo suponía un calvario para las que nacían con cierta sensibilidad, para las que dedicaban su vida a aprender el lenguaje de las plantas porque les estaba prohibida cualquier otra formación. Mujeres apartadas que veían comprometidas sus vidas en cualquier momento. Mujeres que conocían el ambiente avasallador del miedo al poder y al dolor. Mujeres que ayudaban a los demás a pesar de todo.

Los diálogos en esta primera parte, sin marca ninguna, se unen a las exposiciones de un narrador en tercera persona para acrecentar la congoja del lector, inmerso desde el primer momento en ese entorno caótico «…un letrero escrito por un vecino a quien había curado un prurito […] porque era asiduo a la casa de las putas pero, por favor, que esto no llegue a oídos de mi mujer…».

Las comparaciones son constantes. A veces encadenan plantas, animales y humanos de manera tan efectiva que lo vemos todo como una misma naturaleza; la mujer es parte de ella, desde que nace hasta su fin «…como el humus que se conformaba en el bosque, como el canto de las cigarras […] como el instinto de tronzarles el pescuezo […] Entiérrame junto a tu madre […] Planta otro tejo junto al que hay y visítame cuando sientas que necesitas estar cerca de mí».

Las leyendas conviven con una realidad supersticiosa, fruto del miedo y la ignorancia, fruto de la desesperación, porque la creencia en las brujas (o su existencia) llega hasta hoy

—Pues yo te digo que había un cura que la ayudaba…

—Ahora dime que también has ido a esa bruja […]

—Me llevó mamá

En esta novela adictiva hay varios temas que hacen que pensemos en esos niños, no solos los de antaño, privados de infancia, que solo conocen realizar tareas para las que no están preparados o se disponen a realizarlas privándose de la inocencia que debe presidir la niñez.

El tema de la menstruación ha sido tabú hasta no hace mucho. Aun hoy se dan embarazos no deseados por falta de información, por ver un proceso natural como un estigma que hay que sobrellevar en silencio, «no debía quedar en la tela ni rastro del pecado».

El determinismo femenino va desapareciendo; desgraciadamente no en todos los ambientes; todavía hay lugares en los que nacer mujer es una desgracia, «no te librarás de esta sentencia por mucho que pienses que tu vida va a ser diferente a las de tus antecesoras».

El sistema patriarcal que ha reinado siempre ha conseguido anular a la mujer, que se crea o se muestre invisible aun siendo la base fundamental de la sociedad «De quién había que proteger al pueblo en realidad. ¿De las mujeres? […] de las barbaridades que había cometido en el pasado la Santa Inquisición en el nombre de Dios […] Ya no quemaban brujas en las hogueras pero tenían el beneplácito para continuar con las torturas». Todavía hoy la mujer es torturada en algunos lugares en nombre de la religión o bajo el silencio vergonzoso de los estados.

La poesía resalta en tanta inclemencia. Catalina es la bruja de los insectos, rodeada de ellos fortalece su invisibilidad y su poder de transformación. La niña es débil pero puede ser poderosa gracias a su energía constante, la necesita para sobrevivir; se aferra a los insectos para que la ayuden y huye de la Iglesia. Ella, como los insectos en la Biblia, será vista como una plaga abominable que hay que exterminar. Los insectos que protegen a Catalina son la metáfora de su propia fuerza, que irá creciendo conforme sepa más «A medida que cogía soltura leyendo y escribiendo, Catalina se sentía más poderosa». Así pasamos a la importancia de la escritura y la lectura, al placer que se obtiene de ellas. También Lola estará relacionada con el saber, es bibliotecaria, «Soy una privilegiada». A pesar de sentirse bien en su trabajo es consciente de la desigualdad laboral por ser mujer, otro tema aún sin resolver en nuestra sociedad «—…Acaba de contratar a un tío recién licenciado con mejor sueldo que yo. Ya van cuatro». La autora denuncia, a través de Lola, la injusticia salarial que se da en algunas empresas privadas y el caos de algunos hospitales públicos que no tienen más remedio que abandonar casos graves por falta de medios, de personal o de espacio.

Por unas u otras circunstancias el tema de la soledad de la mujer estará presente en la novela, porque es una soledad que está dentro de nosotras y nos reviste de pena «A veces agradeces estar lejos de esa casa envenenada de recuerdos y otras necesitas tu cama, tu manta, eso que para ti es hogar».

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