Hace
más de cuatro años leí La última canción de primavera y me
impactó que un chico de 25 años escribiera algo tan profundo. Aquella novela
deja en el lector la sensación, relajante, de que escuchar al otro pasa por
escucharnos a nosotros mismos. Lo más importante de lo que les ocurre a los
personajes de los relatos, ocurridos en Tokio, es la comunicación que mantienen
entre ellos.
Algo
más tarde leí Sakukibara; también el protagonista necesita escuchar para
entender. Resalta cómo el ambiente mágico de este cuento impregna de belleza el
argumento.
El
autor, Sergio Hernández, me ha
vuelto a sorprender, ahora en Valencia, con una novela totalmente distinta. Una
novela que nos recuerda a las grandes obras del realismo español. Sergio
abandona la magia ambiental de su obra anterior y se introduce en la
representación efectiva de la Valencia de la segunda década del siglo XX, para
sumergirnos a nosotros en el magnetismo de su escritura.
La
novela, como las grandes producciones, está dividida en cuatro partes: I, La
ciudad de la luz. Parte II, El prisionero de las sombras. Parte III, La muralla
invisible. Parte IV, La letra herida, parte menos extensa y donde se
desenvuelve todo.
A
principios del siglo XX, Miguel, un estudiante de Lengua y Literatura, debe
regresar a Valencia tras la muerte de su padre para pagar las deudas que ha
dejado. Sin dinero, acepta el trabajo para el que su amigo Ramón lo recomienda,
como albañil, en la construcción de la Estación del norte. Miguel descubrirá
una ciudad, que no es la de su infancia, en la que las revueltas sindicales
esconden a un asesino que aniquila a los líderes. A la preocupación por los
crímenes se unirá la del peligro que encierra el trabajo y la lucha moral al
enamorarse de María, la mujer de Ramón.
El
narrador, en tercera persona, como corresponde a los grandes del Realismo,
cuenta no solo lo que va ocurriendo al protagonista, también las dudas al
enfrentarse a un nuevo trabajo desconocido para él, el miedo y la inseguridad
del ambiente, «Miguel pegó un grito al
caer y sintió el retroceso del arnés como un latigazo en su cuerpo cuya
voluntad era la de partirlo en dos. El dolor lo invadió de inmediato, pero, en
cuanto se dio cuenta de que estaba suspendido en el aire, el vértigo que tan
bien había domado en las escaleras lo golpeó hasta casi perder el conocimiento».
Los
lectores nos vamos enterando de los hechos, sobre todo, desde el punto de vista
de Miguel, sabemos lo que piensa y siente en cada momento, sobre él mismo y
sobre los demás personajes; pero no hay otro punto de vista, por lo que al
complicarse la trama con lo más típico de la novela negra, la expectación y la
tensión por cómo se desarrollarán los hechos se unen al testimonio crítico del
que somos conscientes: los altercados entre los sindicatos y las tropelías
hacia los más desfavorecidos para sacar adelante un proyecto que beneficiará a
la ciudad, contribuirá al progreso de los valencianos y sobre todo enriquecerá
a unos pocos a costa de extorsionar a muchos.
Pero
dentro de esta gran novela negra realista, nos encontramos con la relación
sentimental de Miguel y María que, también como en las grandes obras del
Realismo, debe luchar con la relación trascendental del matrimonio Ramón-María,
formando un triángulo del que será complicado salir.
Somos
testigos de las condiciones matrimoniales y de la emoción de los enamorados;
tanto Miguel como María se dejarán llevar por los sentimientos y las ansias de
libertad.
Asimismo,
La letra herida reproduce la España
de principios de siglo, con los conflictos laborales, la acción policial y las
consecuencias de esta en los ciudadanos, marcados por el temor y la opresión, «Accionaron el pomo y, cuando oyeron los
murmullos de terror de los que allí dormían, los acallaron a golpes». Sin
embargo observamos cierto costumbrismo en la exaltación de los bailes y
celebraciones de aquellos que no tienen nada, cuyas aspiraciones se limitan a
imaginar un futuro tranquilo mientras intentan sobrellevar el presente, «Los Gatos subieron el volumen de la radio,
por una noche todos decidieron celebrar la vida […] Bailaron y cantaron sin decoro
ni vergüenza hasta bien entrada la noche […] hasta que el sereno de la finca de
al lado…».
La
precisión de los detalles es evidente, también el lenguaje utilizado es
coloquial, en el que abundan las expresiones típicas valencianas, «¡che!», «fill de puta», «le diu el mort al
degollat, qui t’ha fet eixe forat?» y castellanas «a correprisa», «la bola mundi».
En
La
letra herida, las premoniciones son importantes. Miguel arrastra una
maldición, los lectores nos enteramos enseguida, al principio de la novela,
cuando conoce a María «En el mundo lleno
de aflicciones de Miguel […] rara era la vez en la que había encontrado
consuelo en las mujeres. Su maldición, o eso creía, había comenzado…» y
habremos de llegar al final para saber si la ha superado, pues las inquietudes
que genera la lectura no son solo políticas o criminales, también en el amor
encontramos incertidumbre y misterio.
Todo
es interesante en la novela, aparecen referencias literarias y de la vida de
algunos escritores; el ansia de libertad de Madame Bovary se ve reflejada en la
vida de María, también mal casada y con grandes sueños para combatir su
frustración. Tanto María como Miguel han sufrido la muerte de sus padres por lo
que, de alguna manera, se convierten en depositarios de sus problemas, lo que
nos recuerda al Hamlet de Shakespeare y a los conflictos románticos que surgen
en La gaviota, de Anton Chejov «—Es diferente a Mme. Bovary. Una obra de
teatro». Además, Miguel escribe cartas de amor para que sus compañeros las
envíen a sus novias o mujeres y «lo
cierto es que eso lo hacía sentir un poco como Oscar Wilde. ¡Y le encantaba!».
Asimismo aspira, como Unamuno, a dar clases en la universidad de Salamanca y,
como el escritor, reflexiona sobre la problemática existencia del ser humano.
Y, entre los grandes de la literatura, no podía faltar el fundador de El Pueblo, el valenciano Blasco Ibáñez
que, aquí, aparece como un personaje más, «Blasco
Ibáñez dirigió una mirada de soslayo hacia donde estaba y Miguel se vio
obligado a agachar la vista con una sonrisa que copaba todo su rostro».
Y si la literatura real está incluida en esta ficción para unir las Humanidades a la vida, los golpes de efecto, constantes, se encuentran en todos los temas que Sergio Hernández toca en el argumento: las injusticias cometidas sobre las clases sociales bajas; la traición a los compañeros por miedo o por afán de superación; el maltrato a la mujer; la violencia policial, fruto del embrutecimiento; el adulterio, visto como una solución natural aunque no deje de ser tabú y la soledad del hombre, a pesar de vivir rodeado de gente y avances, que le hará experimentar un vacío emocional. Deberemos leer La letra herida para saber si Miguel llena su vacío… O no…