martes, 27 de agosto de 2024

ESTAMPACIONES

He recibido de la editorial Talentura un regalo: Estampaciones, un libro de relatos cortos, escrito por Alena Collar. No conocía a esta autora, pero venir de esta editorial era una garantía de calidad. Gracias, porque he descubierto en la autora una prosa poética, casi descriptiva que me ha trasladado de manera cómoda a la tranquilidad de la prosa del 98.

En Estampaciones intuimos el bloqueo ante la página en blanco pero la autora cuenta con varios disparadores creativos, el más importante, la observación. A partir de una imagen estática o un paseo, crea una historia o simplemente lo describe con un estilo claro, lento, sin prisa, atendiendo al detalle, idealizando el entorno; algo que le permite reflexionar en una nostálgica sensibilidad del protagonista y de la monotonía incluso.

Los relatos tienen en común cierta paz. Cuando llegamos al final, Tapiz, somos conscientes de que en este libro hay toda una vida contada, tejida despacio a través del tiempo con «…las pérdidas, las renuncias las pequeñas victorias». En Tapiz sabemos «cómo a través de los años, de las manos más cansadas, de todos los asentimientos y negaciones, la vida… era esto».

En poco más de cien páginas hay veintinueve relatos, alguno es un microrrelato, que van contando, si nos damos cuenta, la vida de una mujer que, asomada al balcón ve pasar a los vecinos o a turistas, mientras recuerda cotidianidades importantes para ella.

Apenas hay acción. Esta mujer se confunde en el primer relato, La mujer que mira, con la autora y su proceso de escritura, que consiste precisamente en observar. Si continuamos leyendo vemos que ella es consciente del paso del tiempo, tan caprichoso, que hace que fluya de manera irregular, «se estiraba y se encogía. La tarde, digo. Parecía un chicle, por dios santo» y en ese transcurrir entendemos lo importante de ese proceso de escritura, su finalidad: «Los personajes, los presos del escritor, solo merecen un destino: ser leídos. Quedarse acodada a la barandilla […] mientras ustedes llegan al punto final y pasan la página y la dejan sola».

Esta mujer puede permanecer una tarde oyendo la orquesta de la lluvia, «una sinfonía que en el último momento morirá suavemente sobre tu ventana como si te acariciara».

Mientras avanza la tarde recordará con nostalgia a Néstor y su afán de proteger a los demás con sus paraguas rojos.

Haciendo gala de cierto humor absurdo, infantil, soñará con ángeles y, en vista de que no dan resultado, hará venir a extraterrestres que se les ha puesto difícil regresar a su lugar de origen, «porque tengo el trasto parado y la Central no me lo soluciona».

Con una ternura infinita hacia su vecino Manuel, que «está muy bien cuidado. Lleva tres años en la residencia», recapacita sobre la soledad de la vejez cuando a los años se le añade una enfermedad, la tristeza de llegar a la conclusión de que terminas la vida sin nada.

Con cierta nostalgia, al ver que dos fotógrafos plantean la posibilidad de entrar en una foto, para decirles a los fotografiados cómo será su futuro, reflexiona sobre la imposibilidad de dar marcha atrás. Lo que hemos hecho queda tal cual. Hay deseos imposibles, por lo que, en La fotografía, aparece cierta invitación a disfrutar de cada momento, «saca de la carterita la fotografía de su madre y él a los ocho años, en el parque. […] sin saber bien cómo, sonríe con nostalgia».

Mediante la observación, la mujer ve a lo lejos la estación, y se detiene en los actos que realizan quienes esperan que salga el tren, mientras cruzan por su mente pensamientos sobre su vida. Las asociaciones de ideas son fundamentales también para el proceso de la escritura; son conexiones naturales que nuestro cerebro realiza para formar ideas complejas a partir de otras simples; asociar ideas por semejanza es trabajo de la imaginación, algo fundamental en la literatura y que Alena Collar establece en su escritura, «El pasajero […] le recuerda a su yerno […] porque siempre va hecho un Adán».

La autora deja que sea el narrador quien, en tercera persona, vaya contando lo que ve y vaya imaginando historias, como la del reenamoramiento de El tuteo; concede al narrador el privilegio de saberlo todo sobre los personajes y le deja que nos lo cuente como quiera, de manera lógica o fantástica «A los pocos minutos, aparece una segunda figura en el balcón […] Ella dice algo en voz baja. El asiente…». El poder omnisciente del narrador consigue hacernos partícipes del dolor por la ausencia de los seres queridos, aunque en los relatos permanece la aceptación. Los personajes manejan su nostalgia, su melancolía de forma que no se transforme en un vacío interior sino que sea el origen para construir una memoria y poder revivir allí los buenos momentos. En el presente nos queda la realidad, algo que debemos asumir como parte del trayecto vital.

Cuando en el recorrido no encontramos la vida deberemos aceptar el final para que en la memoria del que queda permanezca solo el encanto del que se va, «duerme tranquilo en esa celda […] porque Sara ya no es un vegetal sino un recuerdo bello».

Estampaciones es un libro de relatos cortos que podría ser un relato corto sobre la vida, lo que es, la aceptación que le debemos, porque nos ofrece la posibilidad de sentir belleza y paz en lo que nos rodea. Como todo proceso tiene un principio y un final. La alegría del comienzo, el consentimiento del final, sobre todo si ya no somos capaces de sentir.

Alena Collar escribe sobre la vida en unos relatos que mantienen correspondencias vitales naturales o casuales, según las circunstancias. Una vida metáfora del proceso literario, con un comienzo dudoso, unos personajes que actúan y un final que podemos recordar, que siempre estará con nosotros pero que no podemos cambiar.

En estas reflexiones de Collar encontramos el atractivo del detalle, la tranquilidad de la tradición, la sorpresa de lo novedoso, el humor de la inocencia y el dolor.

Talentura es una editorial independiente que, desde 2008, lleva dando a conocer a escritores nuevos con gran acierto. Uno de ellos es Alena Collar a quien agradecemos que en 2018, con motivo del X aniversario de la editorial, reescribiese sus Estampaciones.

Y yo agradezco a Talentura este valioso regalo.

martes, 20 de agosto de 2024

LA MALA INTENCIÓN




Me gusta saber de nuevos escritores cuando me gusta lo que leo. A pesar de la larga trayectoria literaria de Chelo Sierra no había leído nada de ella. Gracias a Talentura la he conocido y he pasado unos ratos bastante divertidos con La mala intención. No descarto leer otro libro más de la autora.

La mala intención alude con su título a algo que se hace para fastidiar a alguien. Efectivamente, pero hasta las acciones más reprobables podemos disculpar si van encaminadas a enmendar otras infligidas por un narcisista.

La mala intención es un cozy crime en el que lo primero que aparece es un muerto, bueno, «En realidad, solo un poco, lo justo para respirar a duras penas». Este hecho le sirve a Julia para reflexionar sobre la vida que lleva: aburrida, sin expectativas como la diseñadora de éxito que había deseado ser cuando empezó, algo más de veinte años atrás, y que abandonó para seguir al genio, un pintor en alza al que le dan de lado cuando deja Madrid para vivir en Ervilla y tomar allí, en su retiro, ideas para una nueva técnica pictórica.

El genio fracasa y Julia lamenta haber tomado esa decisión a la que parece estar habituada a pesar de todo, «Ya solo le quedaban quinientos metros para llegar a casa, contarle la odisea al genio y reconstruir el puzzle. Planazo».

La narración es desenfadada; el problema que puede tener este tipo de lenguaje fresco, suelto, que se dirige al lector de tú a tú, donde predomina el humor es que la novela resulte algo pesada si se excede en extensión. No es el caso. La mala intención es una novela corta, perfectamente estructurada, por lo que el humor acentúa la calidad narrativa de Chelo Sierra. Es un humor irónico, personal que se abre a nosotros de manera fácil para que, a pesar de alguna analepsis o prolepsis, podamos seguir el ritmo sin dificultad. Los capítulos son muy cortos de forma que dan la impresión de ser secuencias, sin embargo dos días son suficientes para enterarnos de la vida de los protagonistas, saber quién es el asesinado, el asesino y el motivo del crimen.

Creo que el acierto mayor es representar por escrito las características de la lengua oral, algo que ofrece cercanía. En bastantes ocasiones los protagonistas dejan las frases sin terminar aun en sus pensamientos, también el narrador; esto confiere una comunicación con el lector bastante coloquial, «se acercó a él con cautela, por si.», «Si hubiera sabido que». Realmente los finales son innecesarios, entendemos cómo terminarían las oraciones. Pero adquieren otra dimensión cuando Julia continúa con esta técnica una vez que se introduce en los cuadros del genio «¿Qué hubiera sido de su vida si?» Al tener este pensamiento desde el pasado deja su destino inacabado, como si ese condicional le ofreciera otra posibilidad de futuro.

Además de jugar con las oraciones lo hace con las palabras, crea términos en el lenguaje escrito uniendo expresiones del oral, algo que fortalece la idea de imprecisión, «A los vecinos del pueblo les daba nosequé llamarle genio al genio». Observamos asimismo el juego de palabras con la polisemia, «una pareja nada pareja» o la derivación, «hasta el olor a disolvente estaba empezando a disolverse».

El humor está presente en todas sus variedades, en el uso de la jerga actual de los adolescentes, «consiguió, con dificultad de nivel pro, encontrarle…», en los diálogos absurdos que Julia y el genio mantienen, indicadores de la falta de comunicación,

—No te lo vas a creer, ha habido un asesinato en Ervilla.

[…]

—Los humanos tenemos los ojos muy pequeños y muy juntos

[…

—Y lo peor de todo es que me lo he encontrado yo

[…]

—¿Y qué quieres, que te dé la enhorabuena o el pésame

Hay humor en las aposiciones que explican innecesariamente los apodos que se dan en los pueblos «Eran Migue, Faustino el gordo y el tresdedos, aficionado a los petardos desde niño».

Humor, con cierto aire de tristeza, en la personalidad del genio, excesivamente preocupado por el orden, el perfeccionismo y el control «A ojo, sin sacar el metro del bolsillo, corrigió la inclinación y en ese gesto encontró algo de calma».

Humor irónico en las metáforas descriptivas de la convivencia, en las que Julia nos deja ver la agresividad pasiva del genio «aguantar la voz de tormenta […] cuando alguien lo sacaba a la fuerza de su eterno monoplan […] Y eso solo sería el aperitivo, el primer sorbo de Martini…».

En fin, con estos recursos Chelo Sierra construye de manera relevante la personalidad de los personajes, pero para Julia se reserva lo fundamental de la literatura: una realidad paralela donde esta chica, que ha dejado de serlo mientras quedaba anulada al lado de un genio, que también ha dejado de serlo, descubre que puede entrar en los cuadros, pensarse en el momento que fueron pintados, en las ilusiones que tenía y reinventarse. Julia y su marido obtuvieron el mundo que desearon en un momento pero él quiso otro al que ella lo siguió embaucada por el prestigio.

Sin embargo ninguno de los dos fue feliz. Esto les hace tomar decisiones equivocadas en las que podría verse cierta mala intención para con el otro. Julia se da cuenta, en esa realidad paralela que se construye, de que no quiere vivir en el mundo idealizado por otro; deja de pensar en el genio y construye su propia ucronía. Paradójicamente en esa historia alternativa de Julia, él intuye su futuro «no tenía ni idea de dónde se había metido. Quizá ella también tuviera que desaparecer de su vida para poder empezar de cero».

Julia descubre la posibilidad de otra vida y pone en marcha su capacidad de imaginar lo que no existe en el presente, que no es otra que tomar el pasado referencial y, gracias a su fortaleza emocional, recapacitar en una historia dinámica que lo es, sin duda, por la madurez adquirida.

Cuando decide entrar en el cuadro, explora su carácter y el de quienes la rodeaban en el pasado, recuerda el proceso de creación de la pintura, de su presente de entonces; evoca las emociones, las vivencias colectivas tan distintas al resultado actual… Y de todo ello surge una nueva Julia catalizadora de su futuro.

Julia es consciente de las consecuencias de sus actos: no solo se anuló en una vida a la que se acomodó como si fuera otra obra de arte, también anuló al genio. Este proceso humillante para ambos, sin sentido, acaba cuando resuelve que debe abrirse paso sola en la vida. A través de los viajes a los cuadros experimenta la transición de la dependencia del genio a su autonomía emocional. Como una nueva Alicia, los cuadros le sirven de espejo, que reflejan sus pensamientos, sus dudas, hasta que descubre la salida hacia su propia identidad.

Bien por Chelo Sierra y bien por Talentura.

martes, 13 de agosto de 2024

UNA HISTORIA RIDÍCULA

El último libro que he leído de Luis Landero me ha hecho reflexionar bastante durante su lectura, prácticamente iba comentando las diversas acciones, algunas inclasificables, del protagonista; al finalizar la lectura me he reafirmado en mi idea de que se debe leer un libro hasta el final, te guste más o menos, porque solo así podremos hablar de él con conocimiento de causa. Otra cosa es que su lectura no sea gratificante, pero esa es otra historia.

Una historia ridícula empieza bien. Marcial Pérez Armel se presenta y se dispone a contar su historia. El caso es que tenemos la impresión de que lo que narra va dirigido a nosotros: «ustedes mismos, quienes lean estas letras, son para mí unos extraños y, por tanto, una amenaza en ciernes». Sin embargo nos iremos dando cuenta de que en realidad sus primeros receptores son oyentes, aunque en todo momento piense en los posibles lectores del libro que él mismo ha escrito aconsejado por el doctor Gómez: «seguro que a alguien, quizá al doctor Gómez, le faltará tiempo para ironizar… Aunque había decidido olvidarme del lector y del doctor Gómez, una vez más oigo la voz inquisitiva de alguno de los dos…»

El vocabulario es variado. Con gran surtido de términos el protagonista decide exponer sus confesiones. Aun admitiendo que no ha estudiado tiene un alto concepto de sí mismo y su cultura, «creo ser un buen conservador, profundo, versátil y por momentos (repito: solo por momentos, y cuando lo pide la ocasión), incluso divertido».

Todo en Marcial resulta paradójico, confiesa ser amante de la naturaleza y los animales pero ejerce de “matarife” en una empresa de productos cárnicos, se precia de saber más que cualquiera que haya estudiado en un centro oficial pero se enorgullece del único elogio que obtuvo de un profesor «y además en público, que es como lucen de verdad los elogios», se sabe querido por Merche pero decide terminar esa relación porque no tiene la gracia de Pepita, aunque es consciente de que ella no lo aceptará en su vida.

Y es que en realidad Marcial es un acomplejado, tímido, incapaz de resolver de pequeño las burlas infligidas por un profesor de su colegio; incluso sus compañeros se reían de él por su forma de ser introvertida, por su físico débil que no acompañaba a su altivo nombre…; este comportamiento llegó a traumatizarlo hasta conseguir que odiase a todos los que lo rodeaban. El temor a quedar en ridículo fue tan grande que terminaba haciéndolo constantemente aunque él no fuera consciente de ello.

Luis Landero usa un estilo también paradójico: fluido, de hecho su narración es ágil y entretenida pero adolece de excesivas repeticiones, analepsis y vueltas a lo mismo «Ya dije antes, y no me cansaré de repetirlo […] Claro que pensé en eso […] Repito: el placer que nuestra animadversión empezaba ya a proporcionarnos». Y así empecé a mostrar yo también cierta tirria por esta narración en la que apenas pasaban hechos; su lectura me llevaba con una y otra vuelta a la misma reflexión, consiguiendo que viera a Marcial como un egoísta vanidoso por el que no sentía ninguna simpatía. Tampoco él empatiza con nadie, porque está convencido de que todos se burlan, de que no hay comportamientos sinceros. Marcial cree que vive en un mundo que no lo acoge, por lo que constantemente se transforma para poder encajar y, de manera absurda, esto le hace adoptar un proceder ficticio.

Es necesario seguir leyendo para ir entendiendo a Marcial y descubriendo a Landero.

Marcial es el fruto de una sociedad que lo ha hecho soberbio y miserable, incapaz de mostrar sus sentimientos, alguien sin compasión que vive en un continuo divagar simplista, sin profundizar en lo individual sino en generalidades. Constantemente se da de bruces con sus complejos, algo que admite, pero su trauma le hace involucionar y lo relega al engreimiento y al patetismo.

Marcial es un hombre anodino que lleva una vida más o menos según lo esperado de su condición sociocultural, hijo de un albañil que nunca disfrutó de la vida y que «el único (consejo) que me dio en toda su vida: “No des que hablar”, me dijo».

Hasta que Marcial se encuentra a Pepita, una chica de clase superior y pretende, a toda costa, estar a su altura para enamorarla. Pero ¿qué es estar a la altura? Nuestro protagonista lo tiene claro y nos advierte al comienzo de la novela, «es una lucha de poder, y en esa lucha estamos todos, todos los días y a todas horas, de modo que la historia de esa lucha es la historia de nuestras relaciones sociales».

Marcial lucha por desprenderse de Natalia, de Merche, de todos aquellos que no le permiten relacionarse con los que representan el poder y conseguir a Pepita, pero el encorsetamiento al que se ha visto sometido desde pequeño no se lo va a permitir.

Marcial es fruto de una sociedad represora con los débiles, una sociedad que no soporta a los pobres y humilla a quienes pretenden acceder a un puesto que por tradición no les corresponde, así su comportamiento se vuelve violento cuando se da cuenta de que se había dejado llevar por una vida monótona, con unas acciones establecidas, una prostituta fija sin otra pretensión que la de desahogarse y que denota una total soledad, «Nos veíamos todos los sábados por la tarde a las siete en punto, y estábamos juntos durante dos horas. Siempre fue así», y una novia con la que mantuvo una relación de casi tres años, aunque parecía insulsa y representaba lo que él rechazaba, «Merche tenía […] mucha materia y poco espíritu […] carecía de cultura […] pero respetaba y valoraba mucho el saber…».

Conforme vamos conociendo a Marcial nos damos cuenta de que su periplo no va a terminar bien; se enamora de Pepita pero siente que no es correspondido. Este es el tema principal de su historia. Como subtemas hay muchos, infinidad de reflexiones sobre los abusos, la falta de aspiraciones de la clase social baja, sobre los enredos de la gente para aprovecharse de los demás, sobre las extorsiones admitidas, sobre el empobrecimiento de las relaciones personales, sobre los que ven el lado optimista de las cosas porque no se han parado a reflexionar, sobre los que juzgan y critican a los demás… Multitud de disertaciones en las que adivinamos «el sentimiento trágico de la vida» y por supuesto la tragedia que esconde la historia de Marcial que, en ningún caso es ridícula a pesar de ser grotesca. Una historia ridícula es el título del cuento que Marcial escribe de niño; una fábula en la que, cuando nadie sentía compasión por él, escribe un cuento en el que los insectos más repulsivos ayudan a un langostino que se siente separado de su familia. Un cuento que engloba la inocencia y debilidad de los niños, el realismo mágico literario, el drama de la existencia humana y el humor irónico de ciertas normas o la ausencia de ellas en nuestros actos «¿qué fue de […] mi concepto del honor? O bajando en el escalafón ¿qué fue de mi decoro? ¿y de mi teoría sobre la altura de las circunstancias? Porque ya en la camiseta iba yo pregonando la intención de sobrepasar esa altura, cualquiera que ella fuese».

martes, 6 de agosto de 2024

MUERTE EN LA FENICE

De nuevo conozco a una autora y quedo encantada con su forma de contar la historia, con las descripciones fantásticas de una hermosa ciudad que, de alguna manera, ya empezó su declive, con un planteamiento singular y una indagación que se desmarca de lo acostumbrado, con un protagonista diferente, joven, casado, con dos hijos adolescentes, con tiempo para todo y con una forma curiosa y original de investigar: siempre va acompañado de una libretita que utiliza para pasar las páginas en las que no hay nada escrito. Nuestro comisario confía en su memoria y prefiere poner atención a los gestos del interrogado y a lo que le rodea, como también le da más importancia a conocer en profundidad al muerto que a los informes que tenga que ir elaborando sobre el caso. Nada es definitivo si no se hace «una idea más clara de la personalidad del asesinado».

Muerte en La Fenice es una novela que se lee con gusto. Conocemos a los personajes desde el primer momento en que aparecen porque la autora manifiesta una habilidad especial para describirlos, normalmente a través de los ojos del protagonista, el comisario Guido Brunetti, «Calculó que la que estaba de pie tendría unos treinta años. Vestía […] Unas botas negras, de tacón bajo y piel de guante […] haber oído comentar a su mujer […] que era un escándalo que alguien pudiera gastarse medio millón de liras en unas botas».

El argumento mezcla, oportunamente, varias historias que de alguna forma tienen que ver con la trama. A través de ellas distinguimos otros personajes que reflejan en su día a día las consecuencias de haber tratado al difunto director de orquesta. A este llegamos a conocerlo a la perfección y sabemos que era un genio para la música, hacia la que demostraba una sensibilidad que desaparecía en su trato con las personas: egoísta, violento, maltratador.

También se introduce en el asunto principal alguna que otra anotación sobre la vida privada de Brunetti, entre las que destacan minuciosas pormenorizaciones de sus certeras acciones, con una capacidad inigualable para sumergirnos, con buen humor, en el ambiente familiar. El narrador avanza como una cámara cinematográfica para que los lectores experimentemos la misma sensación que quienes protagonizan la acción «Cuando Paola entró en la cocina, el tablero del monopoly ya estaba en el centro de la mesa y Chiara, que seguía decidida a ser banquera, repartía el dinero. Por consenso general, se había decidido vetar a Paola para el puesto de banquera, ya que no pocas veces había sido sorprendida con la mano en la caja».

Las descripciones de personas intentan ser objetivas pero no faltan las comparaciones que ofrecen el juicio del observador «Tenía la nariz aplastada, como si se la hubieran roto hacía tiempo y los ojos tristes, como si también le hubieran roto el corazón». Tampoco faltan en las prosopografías los eufemismos que, además de un toque humorístico dejan ver la personalidad del descriptor «El hombre parecía tener la misma edad que Paola, pero había llegado a ella por un camino más accidentado».

Asimismo los diálogos están bastante logrados, no solo lo que se dice en el acto locutivo es importante, el acto perlocutivo del entrevistado nos va ofreciendo señales, imperceptibles, que más tarde tienen sentido. Una vez sabemos el final, conocemos el efecto que las preguntas de Brunetti tuvieron sobre los interrogados; interpretamos sus reacciones y entendemos por qué actuaron así.


—¿Su hija vive aquí con usted?

Él vio el maquinal movimiento de la mano hacia el paquete de cigarrillos y observó cómo la mujer rectificaba y tomaba el que ardía en el cenicero.

—No; vive en Munich, con sus abuelos.

Donna Leon plantea al principio de la novela un crimen en forma de enigma que se debe resolver. Pero este misterio, pese a ser el objetivo principal, no es el único que lleva en mente la autora. Con total fluidez, aprovecha las descripciones para criticar el estado en el que va quedando una bella ciudad por efecto de la mano del hombre, «el puente que unía Venecia con el continente y poco después pasaba a la derecha del horror industrial de Marghera […] bosque de grúas y chimeneas ni de la bruma infecta que cruzaba las aguas de la laguna…».

Aprovecha las conversaciones para llevar a cabo una crítica social que engloba tanto al arte, como a los artistas y a la propia sociedad, que admira y respeta a una clase social que participa de los actos culturales no tanto porque le interesen sino porque tiene que «lucir sus galas delante de las amistades, amistades que han ido por lo mismo».

Aprovecha asimismo los diálogos para criticar las leyes de un gobierno y de una iglesia que deja desamparada a la mujer, aunque haya sido maltratada, violada, aunque sea una niña «No vino ningún cura, por la forma en que había muerto, de modo que la enterramos sin más. […] La vestimos de blanco. Y después la enterramos en aquella tumba pequeñita».

Y aprovecha los pensamientos del protagonista para denunciar y concienciar de la pena que sienten quienes no están en su lugar de origen, «Brunetti se dijo que el exilio sigue siendo exilio aun en la ciudad más bella del mundo».

Las reflexiones de Brunetti, ya apuntaban en 1993 al enorme problema que hoy sufren las ciudades más turísticas y sus habitantes, «un lugar apto sólo para ser visitado y no para ser habitado».

Donna Leon no deja títere con cabeza, la corrupción urbanística, la superficialidad de la clase alta, la impunidad de aquellos que chantajean valiéndose de dinero o de poder, el machismo y su unión directa al capitalismo, el afán de los altos cargos por atribuirse el mérito de los subalternos, las diferentes informaciones según la ideología de los medios de comunicación. Y lo bueno no es solo esto. Lo mejor es cómo nos lo hace llegar, con un humor irónico, sarcástico o totalmente blanco, según a quien vayan dirigidos sus dardos. Narración desenfadada y ágil en una trama perfecta.