sábado, 7 de enero de 2023

LA ENCOMIENDA

Estamos acostumbrados a ver la transformación de lo que nos rodea, es natural y no le damos importancia; edificios que un día ya no están, vecinos a los que hace tiempo que no vemos y solo en un momento determinado somos conscientes… Entra en lo que se conoce como normalidad. Incluso nuestra forma de entender el mundo cambia con el paso del tiempo; las tradiciones y el afrontar el día a día tienen hoy un punto diferente y nos parece sorprendente pensar en cómo se llevaban a cabo en el pasado. Tenemos la impresión de que en torno a nosotros todo es precario, incierto e inestable.

Ante esta premisa, es lógico que la protagonista de La encomienda se perciba fragmentada; vive en una constante modificación, llegó a Argentina dejando en Colombia a su familia y, tras muchos años de residir en el mismo edificio aún se siente sola. Ahora quiere viajar a Holanda con una beca para escribir.

Es cierto que su hermana le envía periódicamente paquetes con fotos y frutas de su país para que no olvide sabores, sensaciones de su infancia, pero las frutas son perecederas y durante el viaje se pudren, estropeando lo que viaja con ellas y dejando las fotos en mera caricatura de lo que fueron, albo borroso como los recuerdos que, de vez en cuando, la asaltan sin continuidad. A partir de esos recuerdos intenta construir su propia identidad.

Margarita García Robayo, la autora, también es de Colombia y como su protagonista vive en Buenos Aires; de forma estructurada e imparcial pretende que su personaje principal lleve a cabo un examen de conciencia objetivo, no sirve lo que ella misma pueda decirnos, así que con la ayuda de alguna videoconferencia que mantiene con su hermana y con la aparición de su madre, de pronto, enviada en una enorme caja, intenta construir su propia imagen, aunque no lo consiga del todo, y transmitirnos cómo es en realidad… pero los lectores tampoco lo tendremos claro. Percibimos, eso sí, una soledad tremenda que la ha acompañado desde la infancia, percibimos cierto autoengaño al intuir que ha ido suplantando el afecto con cosas, a pesar de que a sí misma se diga que no posee nada superfluo, «No tengo que fingir ante nadie […] le hago creer, por insólito que le parezca, que esta vida silenciosa y gris es mi paraíso personal» «Cada vez que salgo […] encuentro a mi regreso algo que me descoloca: tacitas de barro alineadas en la biblioteca, flores plásticas […] una Virgen del Carmen […] imágenes de negritas en la nevera…».

La protagonista se siente sola, de ahí que necesite coleccionar objetos para que suplan el cariño que no encuentra en un país al que no se siente pertenecer. El mismo efecto tiene el contenido de las cajas que le envía su hermana, disimular el afecto ausente, «la mayoría de las personas reemplazan las desavenencias afectivas con productos».

Con estas reflexiones la protagonista entra en la madurez y aprende de las rencillas pasadas, las entiende aunque teme que no las haya perdonado y la culpa quede ahí, en su mente, jugándole malas pasadas «…no hay nadie adentro […] No confío en mi propia percepción […] ¿Está lavando los platos? […] Mi madre lavaba muy mal los platos».

La protagonista medita sobre su pasado para analizar su identidad a trazos, con premisas generales que nos igualan a todos, así logra transmitirnos la idea de que podemos pensar de una manera y actuar de otra, por solidaridad con los demás o por egoísmo, por afán de protagonismo, «La idea de que hay un saber que nos calza a todas es ingenua. Lo mismo que descubrir en la vida ajena una conexión secreta con la propia».

Margarita García Robayo escribe una novela que no tiene seguridad; el lector no sabe si es real o no lo que piensa la protagonista porque su pensamiento se distorsiona por la lejanía espacial y temporal


—¿Tuvo hijos la Machi?

—Como mil

—¿Y dónde están?

—No tengo idea, nena

La narradora, en primera persona, relata un mundo complejo, descendiente de los primeros atisbos inquietantes del realismo mágico-intimista de Juan Rulfo. En La encomienda, la protagonista, como Pedro Páramo, va encontrándose con figuras que forman o formaron parte de su vida. Cuando Pedro Páramo llega a Comala en busca de su padre, se da cuenta de que ya no existe el pueblo. Tampoco existen las personas cuando el silencio preside la intimidad compartida, esto es engañoso; parece un síntoma de plenitud pero en realidad esa felicidad está tutelada por el miedo a que se rompa al nombrarla «A veces también escucha su voz […] y corre hasta donde cree que va a estar, pero no llega a tiempo». Esas personas que ya no están permiten que entremos en nosotros e intuyamos nuestra propia historia. El pasado es parte nuestra y nos forma como personas.

La encomienda es una novela densa, íntima y plurisignificativa; cada lector puede aplicar la relación madre-hija a su intimidad. Los silencios y la distorsión del recuerdo que nos acompaña, para que la rutina o la soledad no lo sean tanto, pueden ser percibidos por todos. Pero hay dudas en la novela que no tienen respuesta, probablemente como en la vida real, por lo que no llegamos a conocer del todo a la protagonista. No es una novela redonda, las aristas van marcando el aprendizaje por el que se llega a una madurez, y esto es un continuo; los recuerdos son escogidos (casi siempre) así que rara vez transmiten una idea clara de la infancia. Lo único evidente en esta novela es la ausencia de la madre y que nadie la puede sustituir.

Esto es lo que confirma la personalidad de la protagonista, llena de inseguridad, de indeterminación, como el hilo invisible que la ata a la familia, como algo que debemos obligarnos a recordar antes de que caduque igual que los alimentos descompuestos que llegan desde Colombia, igual que un presente que se convierte en pasado. Por eso se aferra a su madre, un recuerdo que le permitirá revivir una maternidad incómoda, una maternidad asfixiante pero profunda, como la propia escritura, cómoda e incómoda a la vez, real o fantástica. Una escritura que, como la propia vida, transmite la capacidad de evolución del ser humano.


Mi madre sigue ausente.

Busco la laptop y me siento en el sillón. Abro el archivo de la beca.

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