Volver
a Jordi Sierra i Fabra es apostar a
caballo ganador. Cuando además es novela policíaca, sabemos que encontraremos
en sus páginas la dosis justa de tensión, afectividad, ritmo, atención y
sentimiento, porque la serie de Miquel Mascarell es policíaca histórica; en
realidad no sé si existe esa denominación lo que es innegable es que el autor
coloca a su policía en la Barcelona de la guerra civil y la posguerra.
En
un principio se publicó en 2011 e iba a suponer una trilogía: comienzo de la
guerra, encarcelamiento del policía republicano y, finalmente, su salida. Pero
el cariño de los lectores por las aventuras de Mascarell obligó al autor a
seguir la colección, creo que va por la décima entrega.
En
Cinco
días de octubre se cierra la trilogía primitiva, cuando Miquel, tras
haber estado prisionero en el Valle de los caídos realizando trabajos forzados,
vuelve a Barcelona. Ya parece que ha rehecho su vida con Patro, a la que siendo
una niña le salvó la vida. Ahora la ha liberado de la prostitución y llevan
viviendo juntos un año. Cuando todo parece haber alcanzado cierta estabilidad,
se presenta en su casa Benigno Sáez, un extorsionista, maltratador y asesino
que, tras una amenaza velada, consigue que Miquel, aunque ya no es policía,
acepte encontrar el cuerpo de su sobrino, a quien mató en la guerra un
republicano, con la excusa de que la última voluntad de la madre del chico,
hermana de Benigno, es que sus restos reposen junto a los de su hijo en el
panteón familiar.
Y
esto que aparenta una misión imposible, es llevada a cabo en cinco días por
nuestro policía, investigando a los últimos que estuvieron con él y a aquellos
que rodeaban a la familia. El caso es interesante, pero el encuadre lo es aún
más. Resulta increíble que a este expolicía le basten cinco días para descubrir
la verdad, tanto de la muerte del chico como de las intenciones del tío. El
protagonista sabe que si acepta el caso se enterará de lo que ocurrió y Benigno
Sáez no lo dejará con vida, ni a él ni a Patro. Si no lo acepta, tampoco. Pero
consigue averiguar la verdad y obtener la ayuda de los que, como él, hubieron
de actuar en la sombra del régimen, aunque fuera para tener la posibilidad de
realizar pequeños actos de justicia entre los que quedaron en la miseria.
Jordi
Sierra i Fabra hace gala de un estilo directo marcado por rápidos y abundantes
diálogos, consiguiendo que el ritmo vaya aumentando con el empleo de frases
cortas y la propia extensión de la novela: 39 capítulos breves cuyos finales
tajantes acrecientan también la tensión.
—¿Raquel Juncosa?
—Soy yo —no ocultó la alarma que le
producía verle
[…]
—¿Hablar? ¿De qué?
—De su hermano Bernat
—Mi hermano murió en el 36
—Lo sé. Por favor…
La pasión del autor está
en todas las páginas de la novela. Estamos en 1948; la contienda quedaba atrás
pero la guerra civil se mantendría aún por muchos años y quienes lucharon en el
bando contrario al golpista lo tuvieron presente toda su vida. Una vida cercada
por el miedo y la ocultación.
El dolor de las personas,
llevado al extremo, queda perfectamente reflejado en el miedo de Patro y la
prepotencia de Benigno y de todos los que como él escalaron socialmente a costa
de malograr a los demás, «Patro estaba
seria, blanca como la cera. Sus ojos lo decían todo. Sentada atrás, en medio de
aquel lujo, daba la impresión de haber menguado».
En Cinco días de octubre circula una gran variedad de personajes
afectados por la guerra; al leer la novela queda en nosotros la visión
ideológica y el compromiso social que transmite. No debemos caer en el olvido
porque no podemos consentir que vuelva a ocurrir algo parecido; la novela, la
serie, es ante todo honesta con nuestro pasado y esperanzadora con nuestro
futuro: «Por todas partes, por todas,
había restos, mitades, fragmentos de seres humanos reubicados y decididos a
sobrevivir, tal vez para poder recordar».
Entre los personajes
destaca el de la mujer, la joven obligada a prostituirse para salir adelante,
la madre separada de su hijo, sola y destrozada, la madre con hijos a su cargo
sin poder sacarlos adelante, la madre angustiada por el miedo a quedarse sola…
Mujeres que, da igual el bando, salieron perdiendo.
Los maquis, fuera de la
ley, perseguidos por el régimen, secuestran a Mascarell por miedo; es un
antiguo policía que hace demasiadas preguntas, pero cuando se dan cuenta de que
está de su lado, confían en él y lo ayudan para que pueda seguir con vida. La
imagen de los jóvenes y la de los ancianos queda recolocada en una sociedad que
se quiere libre.
Los personajes luchan
para sentirse solidarios, para comunicarse, para salir de la soledad e integrar
la vitalidad de unos en la sabiduría y la tradición de otros.
Las
técnicas narrativas son variadas, el monólogo interior de Mascarell es en
realidad el diálogo que establece con Quimeta, su mujer, muerta de cáncer al
comienzo de la guerra. Quimeta es la que lo hace reflexionar sobre la necesidad
de no aferrarse al pasado para construirse un futuro tranquilo.
—…¿Por qué ha de matarte?
—Porque no es tonto. Se lo imaginará
—Tú tampoco eres tonto
—Ya
—Siempre has sabido qué hacer, en todo
momento
[…]
—Mira, Miquel, te lo dije y te lo
repito, la vida te ha hecho un regalo. Tienes que decidir cómo lo aprovechas
Quimeta
lo convence de que el hoy y el mañana son una realidad frente al ayer que no
existe; no es necesario tenerlo en mente. Quimeta es la voz de la experiencia,
la que, paradójicamente, aporta la parte más racional.
La
estructura de la novela sigue la organización expuesta en el título, por lo que
queda dividida en cinco partes de longitud desigual, más extensa el primer día,
más corta el quinto; esta estructura se acerca a la cinematográfica; las
amplias exposiciones del principio van desembocando en la acción que interesa.
Los capítulos dan la impresión de construir secuencias que se precipitan a un
final rápido, algo que el lector está deseando conocer para poder abandonar la
angustia contenida.
Jordi Sierra se implica hasta el fondo en los aspectos que pueden ayudar a que una sociedad resuelva sus problemas. El inspector Miquel Mascarell protagoniza una serie policíaca de gran concienciación social porque el autor plasma sus sentimientos, en ocasiones como narrador omnisciente, en otras de manera epistolar capaz de contener cierto lirismo: «Esto es todo, hermano. Te quiero. Amalia te manda muchos besos. La vida nos separó pero nuestras mentes jamás serán holladas. Nos pertenecen».
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