sábado, 12 de noviembre de 2022

EL ÚLTIMO BARCO

Es una pena que la última novela de Domingo Villar haya sido la última. El último barco empieza de forma tranquila. El ambiente es sosegado y familiar a pesar de la tormenta que abre la trama. Es la tercera entrega del inspector Leo Caldas; una historia más familiar, en la que el paisaje gallego actúa como protagonista y se une a los personajes hasta conseguir que todos se fundan en él. No solo los principales, un gran número de secundarios ofrece un panorama bastante completo del hombre unido a la naturaleza y los misterios que encierra. Incluso el aragonés Rafa Estévez, a punto de tener un hijo vigués, está más relajado e intuitivo, aunque su presencia siga imponiendo a los vecinos y los animales experimenten cierta ansiedad a su alrededor.

Leo Caldas, un inspector como pocos en la novela negra, va volviendo a sus orígenes y la complicidad con su padre es maravillosa —y definitiva para resolver este caso—. En El último barco no hay acción trepidante, pero mantiene la intriga del lector hasta la página final y, conforme avanzamos, nuestra tranquilidad se va transformando porque estamos deseosos de saber qué ocurrió. Como en La playa de los ahogados o en Ojos de agua, Caldas da la vuelta a lo evidente para descubrir el enigma. No estamos ante una novela negra tópica ni típica. Tanto el inspector como el agente parecen dos amigos que charlan de su vida mientras buscan aquello que les interesa. A su paso vamos encontrando verdaderas joyas de la naturaleza gallega y descubriendo oficios medievales, que solo quienes disfrutan con el trabajo minucioso y bien hecho mantienen vivos en el siglo XXI.

Es un deleite leer a Domingo Villar pues consigue que nos fijemos en un estilo de vida un tanto atípico, una vida en contacto directo con la tierra, el mar y todo lo que nos ofrecen. Las descripciones exhaustivas, que incluso personifican a la naturaleza, aportan gran profundidad a la narración «El sol incidía sobre las algas descubiertas por la marea envolviendo el mediodía con un aroma intenso». Aprendemos a disfrutar de la comida sencilla, del arte y de quienes ponen todo lo que saben a nuestra disposición. Más allá de la trama, hay algo en la pareja protagonista que nos envuelve y da seguridad, puede ser la intuición, la forma perseverante de trabajar, la ayuda que aceptan de cualquier profesional, la atención dedicada a cualquier posible testigo o la preocupación por el bienestar general.

El inspector no es el cínico desencantado de la vida propio de la novela negra, tampoco debe hacer frente al caso él solo, sino que se rodea de un buen equipo, todos compañeros eficientes, y de su padre, la viva imagen de la paternidad, siempre dispuesto para su hijo. A Leo Caldas le gusta su trabajo y empleará el tiempo que haga falta hasta que quede bien hecho. Además es un gran conocedor de la psicología humana por lo que a su minuciosa investigación le añade una poderosa intuición.

Los diálogos son sugestivos, certeros, irónicos, «—Un día bonito —le saludó Leo Caldas. El hombre se quitó la gorra y se pasó el dorso de la mano por la frente empapada de sudor: —Para pasear no debe ser un día feo —dijo, con una sonrisa»; las conversaciones unen dos tipos de carácter muy distintos, el directo de Rafa y el esquivo de todos los demás; en ellas Villar no pretende reflejar ningún tópico de la forma de ser del gallego, o sí, pero no resulta ofensivo ni caricaturesco. Hay mucho cariño hacia los aldeanos gallegos y, por extensión, hacia los que viven en los pueblos y están acostumbrados a regirse por el sonido del viento sin hacer caso al reloj, a regirse por los movimientos de los animales o al cambio de la luz del sol para saber qué va a ocurrir después. Y hay mucho cariño en la dedicación especial a los diálogos, fundamentales para agilizar la lectura, pues resultan decisivos en su mayoría y amenos o divertidos en su totalidad:


—¿Seguro que era de madera?

—De madera y muy bonito —repitió Carmina. —¿Verdad […] Antucho apenas movió la cabeza

—¿Esto fue el viernes pasado?

—El viernes, sí —Contestó la mujer

—¿Qué hora era? —quiso saber Leo Caldas

—¿Qué hora sería, Antucho, las ocho de la mañana? —consultó Carmina

—¿Iba sola?

—¿Iba sola? —repitió

Otro gesto de Antucho que ella tradujo

—Le parece que no

—Y a usted ¿qué le pareció? —preguntó Caldas mirándola a los ojos —¿Iba sola o no?

—¿Yo cómo quiere que lo sepa? —respondió ella —A esas horas yo estoy en la cama

La novela de Domingo Villar es un canto a la observación. Las intervenciones son fiel reflejo de la personalidad de los personajes, así que apenas hace falta presentarlos; los vamos a conocer en cuanto hablen o no 

—Mira —le dijo acercándose a mostrársela —es Mónica ¿Sabes dónde está

Cuando Camilo notó que el inspector se le aproximaba, se estremeció: cerró los ojos, incrementó el balanceo y contrajo el rostro en una mueca de espanto, como si le faltara vida.

Los vamos a conocer por el gesto o el tono que empleen


—¿Cómo está el doctor? —le preguntó

El resoplido del comisario fue más aclaratorio que cualquier explicación.

Todo es importante, la forma de moverse de Camilo, sus silencios, son claves. También Napoleón, que observa minuciosamente a los transeúntes, es fundamental para ir descubriendo los hechos. La investigación queda expuesta con gran cuidado y detalle, tanto en las conversaciones como en las notas tomadas por los policías o en las impresiones de Leo Caldas.

Entre los temas a los que alude podemos destacar la crueldad con la que son tratadas ciertas personas, por prejuicios, hipocresía o por la mentira que nos lleva a la degradación humana.

Hay una llamada de atención para que apreciemos los cambios que se producen a nuestro alrededor, para que no nos quedemos estancados en el pasado por muy bello que haya sido; la vida continúa y el progreso está en unir el encanto a las nuevas necesidades.

Otra llamada de atención a los medios de comunicación alerta del daño que pueden producir con diferentes tipos de acoso a quien es diferente. Vivimos en una sociedad implacable, que no da segundas oportunidades.

Gracias al ritmo lento podemos reflexionar sobre esto al mismo tiempo que crece nuestra inquietud por un misterio que da más de una vuelta y en el que se van incluyendo numerosos personajes, todo un elenco de sospechosos que aumenta la tensión de la lectura.

Domingo Villar escribe una novela negra apartada de clichés. El asesinato es fortuito pero nos lleva a otros casos más sórdidos que iban causando estragos y sembrando el miedo absoluto entre los habitantes. El último barco engancha desde el principio porque todo es verosímil, lo que ocurre y las hipótesis. Cualquiera de los que aparecen puede ser el asesino. La prolija exposición de posibles hechos consigue hacernos cambiar de opinión una y otra vez por lo que la angustia se intensifica con el paso del tiempo y el temor de los investigadores a no poder solucionar el caso. Hay muchos candidatos para explicar una posible conclusión. Hay muchos personajes sin coartada, pero el círculo se va cerrando con evidencias aunque no podamos descartar a nadie hasta casi el final de la lectura, hasta que somos conscientes de que no había otra posibilidad.

Ojalá sirva esta reflexión como homenaje a Domingo Villar, alguien capaz de cantar, en la novela negra, a la vida y a la esperanza de un mundo mejor.

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