Es
una pena que la última novela de Domingo
Villar haya sido la última. El último barco empieza de forma
tranquila. El ambiente es sosegado y familiar a pesar de la tormenta que abre
la trama. Es la tercera entrega del inspector Leo Caldas; una historia más
familiar, en la que el paisaje gallego actúa como protagonista y se une a los
personajes hasta conseguir que todos se fundan en él. No solo los principales,
un gran número de secundarios ofrece un panorama bastante completo del hombre
unido a la naturaleza y los misterios que encierra. Incluso el aragonés Rafa
Estévez, a punto de tener un hijo vigués, está más relajado e intuitivo, aunque
su presencia siga imponiendo a los vecinos y los animales experimenten cierta
ansiedad a su alrededor.
Leo
Caldas, un inspector como pocos en la novela negra, va volviendo a sus orígenes
y la complicidad con su padre es maravillosa —y definitiva para resolver este
caso—. En El último barco no hay
acción trepidante, pero mantiene la intriga del lector hasta la página final y,
conforme avanzamos, nuestra tranquilidad se va transformando porque estamos
deseosos de saber qué ocurrió. Como en La playa de los ahogados o en Ojos de agua, Caldas da la vuelta a lo
evidente para descubrir el enigma. No estamos ante una novela negra tópica ni
típica. Tanto el inspector como el agente parecen dos amigos que charlan de su
vida mientras buscan aquello que les interesa. A su paso vamos encontrando
verdaderas joyas de la naturaleza gallega y descubriendo oficios medievales,
que solo quienes disfrutan con el trabajo minucioso y bien hecho mantienen
vivos en el siglo XXI.
Es
un deleite leer a Domingo Villar pues consigue que nos fijemos en un estilo de
vida un tanto atípico, una vida en contacto directo con la tierra, el mar y
todo lo que nos ofrecen. Las descripciones exhaustivas, que incluso
personifican a la naturaleza, aportan gran profundidad a la narración «El sol incidía sobre las algas descubiertas
por la marea envolviendo el mediodía con un aroma intenso». Aprendemos a
disfrutar de la comida sencilla, del arte y de quienes ponen todo lo que saben
a nuestra disposición. Más allá de la trama, hay algo en la pareja protagonista
que nos envuelve y da seguridad, puede ser la intuición, la forma perseverante
de trabajar, la ayuda que aceptan de cualquier profesional, la atención
dedicada a cualquier posible testigo o la preocupación por el bienestar
general.
El
inspector no es el cínico desencantado de la vida propio de la novela negra,
tampoco debe hacer frente al caso él solo, sino que se rodea de un buen equipo,
todos compañeros eficientes, y de su padre, la viva imagen de la paternidad,
siempre dispuesto para su hijo. A Leo Caldas le gusta su trabajo y empleará el
tiempo que haga falta hasta que quede bien hecho. Además es un gran conocedor
de la psicología humana por lo que a su minuciosa investigación le añade una
poderosa intuición.
Los diálogos son sugestivos, certeros, irónicos, «—Un día bonito —le saludó Leo Caldas. El hombre se quitó la gorra y se pasó el dorso de la mano por la frente empapada de sudor: —Para pasear no debe ser un día feo —dijo, con una sonrisa»; las conversaciones unen dos tipos de carácter muy distintos, el directo de Rafa y el esquivo de todos los demás; en ellas Villar no pretende reflejar ningún tópico de la forma de ser del gallego, o sí, pero no resulta ofensivo ni caricaturesco. Hay mucho cariño hacia los aldeanos gallegos y, por extensión, hacia los que viven en los pueblos y están acostumbrados a regirse por el sonido del viento sin hacer caso al reloj, a regirse por los movimientos de los animales o al cambio de la luz del sol para saber qué va a ocurrir después. Y hay mucho cariño en la dedicación especial a los diálogos, fundamentales para agilizar la lectura, pues resultan decisivos en su mayoría y amenos o divertidos en su totalidad:
—¿Seguro
que era de madera?
—De
madera y muy bonito —repitió Carmina. —¿Verdad […] Antucho apenas movió la
cabeza
—¿Esto
fue el viernes pasado?
—El
viernes, sí —Contestó la mujer
—¿Qué
hora era? —quiso saber Leo Caldas
—¿Qué
hora sería, Antucho, las ocho de la mañana? —consultó Carmina
—¿Iba
sola?
—¿Iba
sola? —repitió
Otro
gesto de Antucho que ella tradujo
—Le
parece que no
—Y
a usted ¿qué le pareció? —preguntó Caldas mirándola a los ojos —¿Iba sola o no?
—¿Yo
cómo quiere que lo sepa? —respondió ella —A esas horas yo estoy en la cama
La
novela de Domingo Villar es un canto a la observación. Las intervenciones son
fiel reflejo de la personalidad de los personajes, así que apenas hace falta
presentarlos; los vamos a conocer en cuanto hablen o no
—Mira —le dijo acercándose a mostrársela —es Mónica ¿Sabes dónde está
Cuando Camilo notó que el inspector se le aproximaba, se estremeció: cerró los ojos, incrementó el balanceo y contrajo el rostro en una mueca de espanto, como si le faltara vida.
Los
vamos a conocer por el gesto o el tono que empleen
—¿Cómo está el doctor? —le preguntó
El resoplido del comisario fue más aclaratorio que cualquier explicación.
Todo
es importante, la forma de moverse de Camilo, sus silencios, son claves.
También Napoleón, que observa minuciosamente a los transeúntes, es fundamental
para ir descubriendo los hechos. La investigación queda expuesta con gran
cuidado y detalle, tanto en las conversaciones como en las notas tomadas por
los policías o en las impresiones de Leo Caldas.
Entre
los temas a los que alude podemos destacar la crueldad con la que son tratadas
ciertas personas, por prejuicios, hipocresía o por la mentira que nos lleva a
la degradación humana.
Hay
una llamada de atención para que apreciemos los cambios que se producen a
nuestro alrededor, para que no nos quedemos estancados en el pasado por muy
bello que haya sido; la vida continúa y el progreso está en unir el encanto a
las nuevas necesidades.
Otra
llamada de atención a los medios de comunicación alerta del daño que pueden
producir con diferentes tipos de acoso a quien es diferente. Vivimos en una
sociedad implacable, que no da segundas oportunidades.
Gracias
al ritmo lento podemos reflexionar sobre esto al mismo tiempo que crece nuestra
inquietud por un misterio que da más de una vuelta y en el que se van incluyendo
numerosos personajes, todo un elenco de sospechosos que aumenta la tensión de
la lectura.
Domingo
Villar escribe una novela negra apartada de clichés. El asesinato es fortuito
pero nos lleva a otros casos más sórdidos que iban causando estragos y
sembrando el miedo absoluto entre los habitantes. El último barco engancha desde el principio porque todo es
verosímil, lo que ocurre y las hipótesis. Cualquiera de los que aparecen puede
ser el asesino. La prolija exposición de posibles hechos consigue hacernos
cambiar de opinión una y otra vez por lo que la angustia se intensifica con el
paso del tiempo y el temor de los investigadores a no poder solucionar el caso.
Hay muchos candidatos para explicar una posible conclusión. Hay muchos personajes
sin coartada, pero el círculo se va cerrando con evidencias aunque no podamos
descartar a nadie hasta casi el final de la lectura, hasta que somos
conscientes de que no había otra posibilidad.
Ojalá sirva esta reflexión como homenaje a Domingo Villar, alguien capaz de cantar, en la novela negra, a la vida y a la esperanza de un mundo mejor.
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