Vivimos
tiempos contradictorios, estamos en incesante contacto con el mundo aunque
ocupemos plenamente nuestro individualismo; podemos recorrer el planeta en solo
unos días y asistimos impávidos a su destrucción sin acordarnos de que es
nuestra morada; nos detenemos en las vidas de otros para olvidarlas al momento
porque solo nos exigimos sacar adelante la nuestra. Queremos un presente
triunfante pero olvidamos el pasado, fundamental, que nos recuerda la nada en
que se convertirá el futuro. No somos eternos pero actuamos como si lo
fuéramos. Estamos cómodos en esta sociedad global en la que la mentira, la
violencia, el fraude son normales y también lo son la pobreza, la miseria y la
enfermedad. Jorge Pérez Cebrián es
consciente de esto y, en La lumbre del barquero, nos propone la palabra como verdad
absoluta para vislumbrar el horizonte.
La
poesía de Pérez Cebrián mantiene un fondo filosófico orientado a la libertad
expresiva; es una estética individual que se acerca a la independencia del
pensamiento, de esta forma conecta ética y estética encaminadas hacia la unidad
armónica. Y la unidad total no es la realidad, porque esta no puede formar
parte de la mente, lo real ya existe, no asume lo imaginado, solo aparece del
modo en que es, no admite un reflejo, por eso el autor se aferra a la esperanza
de un mundo que mantenga unidos los sueños a pesar de todo
Mañana
no saldrá el sol, amor, pero tú eso ya lo sabes.
Y
tú aún sostienes
mi
mano
como
un pájaro
y
las palomas sueñan con volar sin aire
La lumbre del barquero es un canto a la vida. Encontramos
versos actuales, posmodernos, que revalorizan el discurso poético esencial a
través de unas constantes, que ya lo eran desde los clásicos; las flores, la
rosa como símbolo de juventud, belleza y caducidad, el amor, la muerte, el carpe diem, el paso del tiempo, la vida,
la palabra. Son conceptos a los que poetas clásicos o renacentistas se han
entregado, y en Jorge Pérez aparecen con ciertas variaciones neobarrocas que
hacen de su poesía algo sólido, algo que parte de lo espiritual y toma cuerpo
en lo material. El poeta no proclama el amor constante más allá de la muerte
quevedesco, para Jorge hay «Amor a pesar
de la muerte», y el carpe diem garcilasiano
no consistirá en disfrutar las alegrías de la juventud sino en vivir
intensamente las dudas o indecisiones que se nos presenten: «Deja / que la niebla nos dore de veranos /
antes de que el invierno nos delate», en ser conscientes de que van pasando
momentos duros que «te pueblen de
tragedia el oleaje», en saber que podemos equivocarnos «tu derecho al quizás», y poder afrontar así el final, «que hace tiempo que tú has llegado antes».
En
su poesía, Jorge reflexiona sobre la imposibilidad de vivir solo de sueños, de
ideales; hay que poder recordar para conseguir que, como en la naturaleza, lo
bueno del ayer permanezca en un destino esperanzador «De cómo el mundo sobrevive / continuamente a su belleza / sin decir
nada». En el concepto de tiempo circular, no tienen por qué volver los
errores del pasado si el hombre aprende de ellos, «aprender / a ser humanos».
Por
supuesto, la humanización se lleva a cabo mediante una competencia exclusiva
del hombre, la palabra; esta es la única verdad que nos hará seres auténticos,
una verdad despojada de la inmovilidad encorsetada que representaba «el verbo se hizo carne» del
cristianismo.
La
palabra de Jorge Pérez no se transforma, son «los verbos que se mezclan a la carne»; el cuerpo, el gozo sexual
son importantes en este proceso cambiante, que pasará por épocas de
incertidumbre hasta que nos represente a nosotros como personas con capacidad
para encarnar ideas, para ser a través del lenguaje, para materializar «en lúcidas teselas, la / sintaxis
soñolienta de tus pasos?». Se trata de una ensoñación en la que es difícil
alcanzar la plenitud como hombres, porque cualquiera puede vivir, basta con
saciar el hambre y la sed,
Basta
acaso
demasiado poco
para
estar vivos
Para
ser, deberíamos incluir lo relacionado con el cuerpo en el esclarecimiento
interior, el que nos da la felicidad al sentirnos en paz, de ahí que la alegría
del cuerpo quede encerrada en el marco de la armonía espiritual:
Tan
poco basta…
[…]
para
existir
con
esa levedad con la que empujan,
noche
tras noche, las estrellas
Puede
que sea arriesgado aventurarse a opinar sobre poesía, puede que no todos los
lectores tengan las mismas sensaciones, pero creo que Jorge Pérez Cebrián
pretende sensibilizar al hombre y a la sociedad. Es una literatura actual que
obvia el poder político aunque su poesía va más allá del yo íntimo, se
introduce en el tú y en el nosotros, de forma que sus pretensiones no se quedan
en expresar su sentimiento sino que nos exhorta a buscar un mundo mejor «Es tiempo de volver / […] / a sernos niños.
/ A ir cogiéndonos / sin querer la mano».
En
esta poesía estimulante, provocadora, también encontramos recuerdos clásicos
que atraen a la naturaleza, recordando, en una visión cíclica, su canto al
amor. Lo cotidiano adquiere una complejidad aparentemente sencilla, capaz de
moverse entre lo cercano y lo infinito.
El
paso del tiempo no se percibe de forma lenta, casi amenazante, sino que aparece
desde que desechamos un instante en el que no pensamos; son momentos que
apartamos, a los que no concedemos importancia, para seguir caminando;
instantes que marcan nuestro fluir sin que nos demos cuenta. El autor hace una
llamada a la reflexión: todo es importante, incluso los momentos dolorosos, por
eso no hemos de temer a las equivocaciones, todo nos formará como personas y
marcará nuestro futuro.
Hay
que saborear la vida como viene, con plena consciencia:
Recoge de la arena tus instantes,
que duelan
las sombras y las luces que estás
siendo
y deja que la tinta te rubrique
haciendo de tu duda tu destino
La
poesía de Jorge es sutil e inteligente, a veces ilógica, aunque unos poemas se
unen a otros, con versos repetidos o conceptos similares, para desarrollar
temas fundamentales. En Corredores,
asistimos a la esperanza que surge de la obstinación cuando todo parece
perdido, «De nuevo la promesa y / la mano
sobre el hierro». Y en Ciudad nueva somos
testigos de la tozudez necesaria para conseguirla, «El dócil picaporte / delataba el paso de tu mano sobre el hierro». La
poesía es de los géneros más arduos porque trata de decir con palabras lo
imposible, por eso provoca sentimientos encontrados, difíciles de experimentar
fuera del poema. En La lumbre del
barquero descubrimos, a pesar de tratarse de lírica actual, influencias de
la poesía de oro renacentista; en sus versos se integran todo tipo de recursos,
entre los que destacan, por la dificultad que supone desentrañarlos, los
símbolos que sugieren la verdad, lo material, la obstinación, lo dificultoso,
el placer, la duda… de ahí que esta obra esté poblada de «niebla», «hierro», «estrellas», «sol», «arena», «líneas de las manos»,
«lluvia»…
Pero
su lectura no va dirigida exclusivamente a especialistas, para entenderla hemos
de dejarnos llevar por el ritmo, de donde brotan la energía y cadencia
necesarias que aportan el sentimiento. Es cierto que los paralelismos igualan
momentos en los que el hombre puede enfrentarse con éxito a lo divino, «Volver el rostro / vencer la ley». También
lo es que los oxímoros desestabilizan al lector, «instante eterno».
Los
hipérbatos nos hacen dudar de la rapidez de la muerte «robarle al amor la muerte en un segundo» y el polisíndeton alarga
esa eternidad de la nada «solo este crece
y / bebe y / no respira».
Y es
que el autor quiere que el lector se adentre en la holgura del pensamiento, e
investigue y reflexione sobre las formas y símbolos, tan importantes en su
poesía, para encontrar el compromiso con la naturaleza, la sencillez del hombre
y su sensibilidad
Tan
solo un par de cuerpos en la tierra
que
viven,
y
respiran
y
se abrazan.
Como si solo fueran dos humanos.
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