sábado, 25 de diciembre de 2021

LA LUMBRE DEL BARQUERO

Vivimos tiempos contradictorios, estamos en incesante contacto con el mundo aunque ocupemos plenamente nuestro individualismo; podemos recorrer el planeta en solo unos días y asistimos impávidos a su destrucción sin acordarnos de que es nuestra morada; nos detenemos en las vidas de otros para olvidarlas al momento porque solo nos exigimos sacar adelante la nuestra. Queremos un presente triunfante pero olvidamos el pasado, fundamental, que nos recuerda la nada en que se convertirá el futuro. No somos eternos pero actuamos como si lo fuéramos. Estamos cómodos en esta sociedad global en la que la mentira, la violencia, el fraude son normales y también lo son la pobreza, la miseria y la enfermedad. Jorge Pérez Cebrián es consciente de esto y, en La lumbre del barquero, nos propone la palabra como verdad absoluta para vislumbrar el horizonte.

La poesía de Pérez Cebrián mantiene un fondo filosófico orientado a la libertad expresiva; es una estética individual que se acerca a la independencia del pensamiento, de esta forma conecta ética y estética encaminadas hacia la unidad armónica. Y la unidad total no es la realidad, porque esta no puede formar parte de la mente, lo real ya existe, no asume lo imaginado, solo aparece del modo en que es, no admite un reflejo, por eso el autor se aferra a la esperanza de un mundo que mantenga unidos los sueños a pesar de todo

Mañana no saldrá el sol, amor, pero tú eso ya lo sabes.

            Y tú aún sostienes

mi mano

            como un pájaro

                                 y las palomas sueñan con volar sin aire

La lumbre del barquero es un canto a la vida. Encontramos versos actuales, posmodernos, que revalorizan el discurso poético esencial a través de unas constantes, que ya lo eran desde los clásicos; las flores, la rosa como símbolo de juventud, belleza y caducidad, el amor, la muerte, el carpe diem, el paso del tiempo, la vida, la palabra. Son conceptos a los que poetas clásicos o renacentistas se han entregado, y en Jorge Pérez aparecen con ciertas variaciones neobarrocas que hacen de su poesía algo sólido, algo que parte de lo espiritual y toma cuerpo en lo material. El poeta no proclama el amor constante más allá de la muerte quevedesco, para Jorge hay «Amor a pesar de la muerte», y el carpe diem garcilasiano no consistirá en disfrutar las alegrías de la juventud sino en vivir intensamente las dudas o indecisiones que se nos presenten: «Deja / que la niebla nos dore de veranos / antes de que el invierno nos delate», en ser conscientes de que van pasando momentos duros que «te pueblen de tragedia el oleaje», en saber que podemos equivocarnos «tu derecho al quizás», y poder afrontar así el final, «que hace tiempo que tú has llegado antes».

En su poesía, Jorge reflexiona sobre la imposibilidad de vivir solo de sueños, de ideales; hay que poder recordar para conseguir que, como en la naturaleza, lo bueno del ayer permanezca en un destino esperanzador «De cómo el mundo sobrevive / continuamente a su belleza / sin decir nada». En el concepto de tiempo circular, no tienen por qué volver los errores del pasado si el hombre aprende de ellos, «aprender / a ser humanos».

Por supuesto, la humanización se lleva a cabo mediante una competencia exclusiva del hombre, la palabra; esta es la única verdad que nos hará seres auténticos, una verdad despojada de la inmovilidad encorsetada que representaba «el verbo se hizo carne» del cristianismo.

La palabra de Jorge Pérez no se transforma, son «los verbos que se mezclan a la carne»; el cuerpo, el gozo sexual son importantes en este proceso cambiante, que pasará por épocas de incertidumbre hasta que nos represente a nosotros como personas con capacidad para encarnar ideas, para ser a través del lenguaje, para materializar «en lúcidas teselas, la / sintaxis soñolienta de tus pasos?». Se trata de una ensoñación en la que es difícil alcanzar la plenitud como hombres, porque cualquiera puede vivir, basta con saciar el hambre y la sed,


Basta

acaso demasiado poco

para estar vivos

Para ser, deberíamos incluir lo relacionado con el cuerpo en el esclarecimiento interior, el que nos da la felicidad al sentirnos en paz, de ahí que la alegría del cuerpo quede encerrada en el marco de la armonía espiritual:

Tan poco basta…

[…]

para existir

con esa levedad con la que empujan,

noche tras noche, las estrellas

Puede que sea arriesgado aventurarse a opinar sobre poesía, puede que no todos los lectores tengan las mismas sensaciones, pero creo que Jorge Pérez Cebrián pretende sensibilizar al hombre y a la sociedad. Es una literatura actual que obvia el poder político aunque su poesía va más allá del yo íntimo, se introduce en el tú y en el nosotros, de forma que sus pretensiones no se quedan en expresar su sentimiento sino que nos exhorta a buscar un mundo mejor «Es tiempo de volver / […] / a sernos niños. / A ir cogiéndonos / sin querer la mano».

En esta poesía estimulante, provocadora, también encontramos recuerdos clásicos que atraen a la naturaleza, recordando, en una visión cíclica, su canto al amor. Lo cotidiano adquiere una complejidad aparentemente sencilla, capaz de moverse entre lo cercano y lo infinito.

El paso del tiempo no se percibe de forma lenta, casi amenazante, sino que aparece desde que desechamos un instante en el que no pensamos; son momentos que apartamos, a los que no concedemos importancia, para seguir caminando; instantes que marcan nuestro fluir sin que nos demos cuenta. El autor hace una llamada a la reflexión: todo es importante, incluso los momentos dolorosos, por eso no hemos de temer a las equivocaciones, todo nos formará como personas y marcará nuestro futuro.

Hay que saborear la vida como viene, con plena consciencia:


Recoge de la arena tus instantes,

que duelan

las sombras y las luces que estás siendo

y deja que la tinta te rubrique

haciendo de tu duda tu destino

La poesía de Jorge es sutil e inteligente, a veces ilógica, aunque unos poemas se unen a otros, con versos repetidos o conceptos similares, para desarrollar temas fundamentales. En Corredores, asistimos a la esperanza que surge de la obstinación cuando todo parece perdido, «De nuevo la promesa y / la mano sobre el hierro». Y en Ciudad nueva somos testigos de la tozudez necesaria para conseguirla, «El dócil picaporte / delataba el paso de tu mano sobre el hierro». La poesía es de los géneros más arduos porque trata de decir con palabras lo imposible, por eso provoca sentimientos encontrados, difíciles de experimentar fuera del poema. En La lumbre del barquero descubrimos, a pesar de tratarse de lírica actual, influencias de la poesía de oro renacentista; en sus versos se integran todo tipo de recursos, entre los que destacan, por la dificultad que supone desentrañarlos, los símbolos que sugieren la verdad, lo material, la obstinación, lo dificultoso, el placer, la duda… de ahí que esta obra esté poblada de «niebla», «hierro», «estrellas», «sol», «arena», «líneas de las manos», «lluvia»…

Pero su lectura no va dirigida exclusivamente a especialistas, para entenderla hemos de dejarnos llevar por el ritmo, de donde brotan la energía y cadencia necesarias que aportan el sentimiento. Es cierto que los paralelismos igualan momentos en los que el hombre puede enfrentarse con éxito a lo divino, «Volver el rostro / vencer la ley». También lo es que los oxímoros desestabilizan al lector, «instante eterno».

Los hipérbatos nos hacen dudar de la rapidez de la muerte «robarle al amor la muerte en un segundo» y el polisíndeton alarga esa eternidad de la nada «solo este crece y / bebe y / no respira».

Y es que el autor quiere que el lector se adentre en la holgura del pensamiento, e investigue y reflexione sobre las formas y símbolos, tan importantes en su poesía, para encontrar el compromiso con la naturaleza, la sencillez del hombre y su sensibilidad


Tan solo un par de cuerpos en la tierra

que viven,

                 y respiran

                          y se abrazan.

                          Como si solo fueran dos humanos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario