viernes, 31 de diciembre de 2021

EL ÁNGEL DE LA CIUDAD INVISIBLE

Una vez terminada esta novela tengo una sensación extraña. Por supuesto, antes de analizarla, quiero agradecer nuevamente a Babelio el interés que despierta por la lectura y el nuevo obsequio que me hizo llegar, que agradezco también a la editorial Adarve. Realmente la web de Babelio me tiene enganchada. De hecho, aunque esta última entrega no sea de las mejores que he leído, solo adentrarme en sus páginas ya reporta beneficios porque hace que vaya hacia delante, relea, compruebe… con lo que me sitúa en una mejor posición a la hora de reseñarla. El “no me ha gustado” no me vale.

Puede que algo se me haya quedado en el tintero, pero voy a intentar desmenuzar el libro sin explicar aspectos que a futuros lectores puedan estropear su lectura.

El ángel de la ciudad invisible se desarrolla en San Ragosa, una ciudad pequeña (creo que inventada por Alberto Piedrafita) cuyo alcalde la quiso dotar, cuando era Ministro del Interior, de un gran túnel subterráneo, de 170 Km, que la comunicase con la nación situada al norte; pero otros intereses de la empresa farmacéutica Farmaclínic, relacionados con la fabricación del dimetil sulfato metildomina, se interpusieron en el proyecto (y está claro que el poder de las multinacionales no tiene límites en cuanto a comprar políticos, medios de comunicación, banqueros… Todos tenemos un precio). El túnel quedó a medio hacer y los terrenos pasaron a Farmaclínic.

Ahora el alcalde, Sierra Morlanes, tiene otro éxito en su currículo al conseguir que la sede de los Juegos de Verano sea San Ragosa y, por lo tanto, su nombre adquiera fama mundial. No quiere sorpresas, así que el Sherman, Abelardo Escaria, debe vigilar las obras. Pero algo se escapa a su poder. Hasta cuatro personas aparecen muertas en las mismas circunstancias. Otras dos más, significativas para la investigación de Escaria, y varios atentados en el recinto de los juegos conseguirán dar al traste con el nuevo propósito de Sierra Morlanes.

La relación de los hechos con la empresa farmacéutica es la que el lector va descubriendo al leer la novela, incluso antes que el detective Escaria. Por eso he dudado de que El ángel de la ciudad invisible sea novela negra, género en el que el lector no debe saber más que quien investiga los casos, para que el argumento mantenga el efecto sorpresa. En realidad el protagonista no es un detective al uso, es un Sherman que trabaja para el Ayuntamiento y colabora con la policía, aunque sienta un «profundo escepticismo sobre la utilidad del estado y sus inescrutables tentáculos»; de hecho también se siente presionado por los intereses del alcalde y los del comisario Antic. En principio, Abelardo Escaria parece un personaje demasiado infantil, «mientras observaba el café que acababa de salpicar su camisa impoluta […] —¿le traigo algo para limpiarse? —arriesgó el camarero […] —No, me gusta así».

Después confirmaremos que es algo incauto, pues necesita ver drogada a su madre, ver su casa desvalijada y verse drogado él mismo dos veces para tener la certeza de a quiénes se enfrenta, «Abelardo, alejado un metro de ella, levantó la mano, aturdido. Habían respirado una parte insignificante de la sustancia».

En cuanto al estilo, las personificaciones y sinestesias aportan una lectura tranquila que no termina de inquietar a los lectores «escarabajos travestidos que marcaban su territorio con aguas menores. Un olor húmedo y templado le recordó la hora». Hay varias muertes pero no son consideradas asesinatos. Hay varios atentados pero sin muertos que lamentar. Todo queda excesivamente edulcorado. La muerte de María Antonia, madre de Abelardo, tampoco se vive como algo excepcional, no hay ningún tipo de alerta porque, en realidad, el sherman habla con ella desde el principio, a pesar de que vive desde hace años como un vegetal en una silla de ruedas. Los diálogos con María Antonia son realmente monólogos interiores de él, que no varían de tono ni cuando fallece la anciana. El papel de ésta es la excusa para que Escaria recuerde su infancia, aunque esos datos tampoco aporten nada a la investigación ni a su inseguridad a la hora de trabajar «Recuerdo las noches; las noches eran hermosísimas en Saint Germain. Primero hacías aquellas enormes ensaladas…».

La narración evoca algo parecido a una serie de escenas, demasiado cortas, que se alternan o repiten una y otra vez en las telenovelas, donde pasan de unas a otras sin haber aclarado del todo lo anterior, dando la impresión de que el tiempo desaparece, ni se detiene ni se acelera; aunque el DSM está presente, una y otra vez desde el principio, afectando al investigador o intentando ser parte de los sanatorios de la ciudad, los golpes de efecto son tan breves que no llegan a intrigar. Incluso el narrador, valiéndose de la incertidumbre de Abelardo, lanza alguna interrogación retórica con la que confirma al lector por dónde debe discurrir la investigación, aunque este lo supiera desde el principio «¿Quería comparar la enfermedad con la miseria provocada por los hombres? ¿Acaso todo venía del mismo lado?».

Encontramos asimismo alguna errata en la narración, pues en un mismo párrafo comenta dos casos de asesinato de tal forma que parecen el mismo; mientras relata la visita de Abelardo a los padres de la primera muerta, Rita Clavé, sin mediar ninguna transición pasa al piso de la tercera asesinada, de la que aún no sabemos su identidad, y sin embargo establece su nombre, Julia Artigas. Esto extraña al lector y hace que pierda interés por la confusión generada «El marido se unió (a la madre de Rita) y juntos llegaron a encender la compasión del Sherman. Julia Artigas era una mujer sin una vida anterior a su muerte…».

En cualquier caso hay tres víctimas, Rita Clavé, que aparece en el capítulo 3, «La primera mujer», Sofía Pardo, en el capítulo 9, «La segunda mujer» y Julia Artigas en el capítulo 29, «Otra mujer en el río». Sin embargo en el capítulo 34, «La apertura», volvemos a despistarnos con este narrador desorientado que pretende «relacionar la muerte de las dos chicas», liando la trama al no seguir una lógica.

Menos mal que en el capítulo 39, el forense nos saca de dudas al nominar a los cuatro muertos. En fin, que da la impresión de que el narrador no controla su narración, de hecho no consigue manipular emocionalmente al lector para que empatice con algún desalmado (o con el protagonista) y se lleve la sorpresa final. Incluso cuando quien cuenta la historia se hace eco del pensamiento del investigador, lo intuimos falto de reflexión, por lo que difícilmente convencerá a nadie. Algo chirría en su manera de ver los hechos; Escaria no cree que las chicas que aparecen muertas formen parte de la cultura patriarcal machista que aún envuelve la sociedad, «Abelardo sabía que rondaba por la escena el fantasma de la violencia de género. No entendía. Violencia de familia, de pareja, pero de género implicaba una generalización que criminalizaba la biología y no podía estar de acuerdo». Pues no, Alberto Piedrafita debería informarse de que, aunque el género sea gramatical, existe una violencia de género que alude no solo a una categoría biológica, sexual, sino que implica una categoría sociocultural que designa diferencias de orden social, económico, político, laboral… Aquí es donde tiene sentido hablar de violencia de género. Tiene sentido y es necesario tratarlo como tal en la realidad. Y aún más en la novela, donde todas las muertas son mujeres, excepto el hombre, Marcelo Buenafuente, que murió accidentalmente pues la verdadera víctima era su madre. Mujeres frágiles, fáciles de manipular, víctimas de violencia de género encubierta. No importa si caen algunas siempre que el ego masculino siga subiendo.

En verdad, lo que no tiene sentido es comparar dos actos, totalmente diferentes, para demostrar cómo puede cambiar nuestro concepto de moralidad según se presenten los hechos «nadie iba a tolerar aquello (lo subliminal). Sin embargo podían aceptar que la chica abusada clavara unas tijeras a su agresor o que un policía corrupto recogiera dinero sucio de las calles porque su sueldo era insuficiente para defender a los pequeños delincuentes…».

Pues he de decir, que no tiene sentido comparar a una chica que intenta salvar su vida con un hombre que intenta calmar su avaricia. En el primer caso estamos ante violencia de género y en el segundo, ante corrupción policial.

Puede que en El ángel de la ciudad invisible haya un excesivo interés por no salirse de los límites de lo políticamente correcto y, por el contrario se dé una ausencia de compromiso con los problemas de la mujer y de los más débiles, que quedan ocultos en los planteamientos de la historia.

1 comentario:

  1. La intariga y la curiosidad de esta novela me hacen seguir leyendola porque me cautiva con su trama que no puedo dejar de leer jeans mujer mayoreo muy interesante.Vogue.......... jeans mujer mayoreo muy interesante.

    ResponderEliminar