Creo
que lo he dicho en alguna ocasión pero lo confirmo. Si hay algo por lo que me
gustan las redes sociales es porque encuentras personas a las que, quizá, no
puedas llamar amigos, pero conectas con ellas porque ofrecen un punto de vista
nuevo, una aportación o un enriquecimiento de algo que se ha dicho antes. Esto
me ha sucedido con Ángel Goyanes (@angelhexacorde) quien, en uno de sus
comentarios relacionados con mi análisis sobre Los perros de Riga, me
recomendó leer a Francisco García Pavón,
probablemente el primer autor español de novela negra. No lo conocía y me daba
miedo enfrentarme a un guardia de la época franquista. Pero lo hice y me he
llevado una sorpresa.
El autor colaboró en La codorniz, revista de humor referente en España durante mucho tiempo. También lo hizo José Luis Cabañas, el ilustrador de la portada y de algunos dibujos fantásticos de la novela. El humor de la revista está patente en la novela Voces de Ruidera. Y es conveniente leerla porque apreciaremos, sobre todo, el cambio social y de estilo literario.
En Voces de Ruidera el jefe superior de la
policía de Madrid le encarga al Jefe de la guardia municipal de Tomelloso,
Manuel González, alias Plinio, que vaya a las lagunas de Ruidera para enterarse
de algo relacionado con un secuestro, del que no se sabe nada. Es secreto,
tanto, que de los secuestradores sabemos que son argentinos pero, de repente ya
no están allí, se han ido a Madrid. No hay caso. Eso es lo de menos. Lo que
importa es que Plinio va con su mujer, su hija y su buen amigo Lotario, el
veterinario, hasta las lagunas y resuelven el caso de las voces que, cada dos
noches, a las 12, se oyen en el lagunoso paisaje de Ruidera, asustando a los
campesinos y a los clientes del hotel.
El
caso es sorprendente. Hay que llegar al final para descubrirlo. Pero aún más asombroso
es lo que conlleva la investigación de Plinio, quien como un moderno don
Quijote, no solo indaga en el motivo de las voces sino que explora el lugar con
su fiel Lotario para ayudar a quien lo necesite. La diferencia es que don
Quijote era rechazado por los lugareños y Plinio es admirado y respetado, lo
que provoca confianza en quienes están a su lado «Si yo supiera que estaban aquí, aunque fuese dentro del coche, yo
estoy seguro que funcionaba… El saberlos cerca me empitonaría más que toas las
droguerías del mundo».
El
humor es evidente en la novela, aunque hoy se consideraría políticamente
incorrecto o falto de respeto pero en la década de los 70, el que era diferente
a la mayoría lo pasaba mal y sabía que sería motivo de burlas lastimosas
durante toda su vida. Es lo que le ocurre a don Circunciso, un agente de la
policía secreta, enano, al que se refieren de la forma más variopinta «—¿Y el enano del perro?», «Sentado en la
cama, con su pijama verde […] Ante el cuadro, Plinio aflojó la boca y estuvo a
punto de reír […] en aquella camanca de matrimonio ocupaba poquísimo, sobre
todo a lo largo, ya que las piernecillas le concluían a pocas cuartas del
cabezal […] —Vaya ganas me están dando de pegarle una hostia al cañamón este», «cagarruto», «muslillos». En fin utilizan, tanto el narrador como los
personajes, términos irreverentes, aunque nunca directamente, hacia el policía.
Las
expresiones humorísticas son muy variadas, encontramos las que se refieren a
datos históricos «Menandro era
inteligente […] pero así que le tocaban algunos hilvanes de su mente le salía
el Austria». Humor para sugerir la falta de cultura en el campo «les pones una lira delante y creen que es
la reja de un ventanal moderno». Humor en la lógica frente a las costumbres
habituales «no hay necesidad de
enterrarlo con el (reloj) de plata
atado a la muñeca. Que la tierra es poco agradecida». Humor, curiosamente,
en la reivindicación de derechos de los considerados “normales”
—Es
demasiada pleitesía. En este hotel parece que las personas de estatura normal
no contamos nada.
—Eso
está muy bien traído. Y no digamos los altos como yo. Aquí no hay como ser
enanos y nada más. Vaya una leche.
En
fin, García Pavón refleja una realidad objetiva al plasmar caracteres típicos
en circunstancias peculiares, pero los fallos de esa forma de ser quedan
ocultos en el humor, por lo que se produce una simplificación del relato y de
argumentos que lo corroboren. No es necesario. Los argumentos se refieren
mayormente al paisaje, extraídos de obras literarias de Cervantes «—Yo me entiendo Manuel, La Cueva de
Montesinos, el Castillo de Rochafrida», de investigaciones consagradas como
la de Gayo Plinio «Este conjunto
hidrológico constituye un caso excepcional en la península…», o de noticias
periodísticas «las lagunas parecen estar
aquí fuera de su sitio… La Vanguardia de Barcelona, 1954».
El
realismo de Voces en Ruidera es
ingenuo, confiado en un referente paradisíaco, por lo que es fácil establecer
una novela verosímil en la que el autor consolida la tradición con datos que
revelan una gran fuerza social, sin eludir alguna crítica, sobre todo a la
falta de cultura.
Las
descripciones, casi idílicas, inventan un paisaje real que provoca sensaciones
irreales que redefinen el lugar. El efecto real que se marca en las páginas
marca el realismo literario, casi mágico, del paisaje, hasta el punto que, ese
paisaje es uno de los protagonistas principales, de hecho a veces se confunde
con el hombre, pues es el que aporta el carácter a los manchegos, «No es paisaje de encuentros súbitos […] El
llanero manchego fue siempre hombre de pensares solos […] la terca llanura que
sostiene Tomelloso».
Voces en Ruidera tiene un estilo costumbrista que
desprende un amor absoluto por el ambiente local, aunque no moraliza. García
Pavón emplea un tono algo intrascendente que le permite no profundizar en
determinados horrores cometidos por estos hombres que, amparados en su soledad,
pueden dar rienda suelta a los más bajos instintos. El caso de las voces está relacionado
con el horror de la violación y el asesinato, tratados ambos de forma
superficial, casi disculpados. Como explicables son determinadas conductas
incestuosas, abyectas, que sorpresivamente se tratan en el caso. Imagino que
para eludir la censura porque a pesar de estar tratado todo con cierta
liviandad, ahí queda. Son conductas actuales que se ajustan a un pasado amplio
que abarca desde crónicas, leyendas o chascarrillos hasta pasajes de la
literatura clásica.
El
estilo intelectual amplía el retrato de la Mancha campesina. El narrador
percibe la realidad desde la admiración de un paisaje que, en el fondo, refleja
la resignación y el sufrimiento de los más desfavorecidos. No hay que olvidar a
las madres que aparecen o a la prostituta Gala.
Es
curioso, porque los personajes femeninos aun estando dotados de belleza no son
eróticos ni sensuales o pasionales, están unidos a la piedad, al amor puro o
incluso al paisaje, con cierto encanto artístico pasivo «un sol limón, […] que trepaba por los brazos y los hombros de la hija
de Plinio, hasta metérsele por el escote con guiño sicalíptico».
La
mujer “impura” se asocia a la decadencia, a la lástima que inspira, al rechazo,
«ahora cambiaban muchos las cosas […]
la tibia y el peroné se le curvaban con
poco hacia afuera a manera de horcate».
Y la
mujer mayor tiene un papel irrelevante, retratada con un perfil vago, como de
objeto.
No
cabe duda de que la lectura del investigador Plinio merece la pena para
recordar un pasado no tan lejano ni extraño y, sobre todo, admirarnos con la
creación de términos imposibles que mantienen la sonrisa a lo largo de la
lectura «profesora pantalonera, preñería,
sonllorando, chuminá, paneando, aire pensaroso, charla escachifollada, a golpe
de senojil».
Indudablemente una lectura diferente, para que no se nos olvide lo que fuimos, así que, de nuevo, gracias a @angelhexacorde por la recomendación.
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