Llevamos
ya diez aventuras de este comisario siciliano, por lo que a estas alturas poco
se puede añadir a los comentarios anteriores. En Ardores de agosto llama
la atención el título, un juego de palabras de doble sentido, que podemos
entender tanto de forma literal, en el aspecto climático, como implícita, en el
aspecto sexual. Esta dualidad se mantiene a lo largo de la novela y Salvo
Montalbano se ve asediado constantemente por el calor insoportable de finales
de verano y el profundo deseo que le trae el final de la madurez.
Como
en las novelas anteriores, la realidad está detrás de la historia de Andrea Camilleri: fraudes inmobiliarios
en connivencia con las familias que forman una mafia intocable «la empresa Ribaudo de Vigàta […] Materiales
entregados sin factura, fraude del IVA, manipulación de los libros de
contabilidad…».
Los
personajes son asimismo un retrato de las personas de la época, con sus defectos
y virtudes, algo que contrasta con la fantasía que se desprende de los
diálogos, donde el humor y la exageración aportan un ritmo vertiginoso a la
lectura. Cada nueva entrega conlleva una mayor complicidad entre sus
protagonistas. Está claro que han ido creciendo juntos, Fazio sigue acumulando
datos de los sospechosos a pesar del enojo que le provoca a su jefe, aunque ya
ejerce, sin problemas, de conciencia del propio Salvo,
Luego
se levantó, se despidió de Adriana […] Pero antes de salir miró
a los ojos del comisario
—Dottore,
piénselo bien antes de decir definitivamente que sí.
Algo
que se mantiene intacto, desde el comienzo de la saga, es el enfrentamiento entre
Montalbano y sus jefes, por lo que el comisario les pondrá cualquier trampa que
se le ocurra cuando necesita su atención,
¿Ocupado?
Y un cuerno. Aquel grandísimo cabrón quería hacerse de rogar […]»
—Soy
el ministro plenipotenciario […] Páseme urgentemente al dottor Arquà.
La
obsesión sexual del fiscal Tomasseo está tratada superficialmente, por lo que
abundan las bromas hacia su comportamiento con las mujeres que, aunque hoy lo
tomaríamos como acoso, en la Italia profunda, aun del siglo XXI, no pasa de ser
una ofuscación sin peligro.
El
casi esperpéntico forense Pascuano, que no tolera que lo importunen, se
revuelve cuando no lo requieren con urgencia; Salvo, que lo sabe, juega a su
favor
—Montalbano,
¿se encuentra bien?
—Sí
¿Por qué?
—Como
esta mañana no me ha tocado los cojones, estaba empezando a preocuparme […] o
la mataron sobre las seis…
Está
claro que las conversaciones aportan un tono ligero, al que contribuyen las
actuaciones grotescas de Catarella, las inconvenientes ocurrencias de algún
personaje inculto «pegó una carrerilla y
se dio un fuerte cabezazo contra la puerta cerrada del despacho» o las
mentiras del propio comisario para conseguir que hablen los sospechosos.
La
estructura de las novelas es similar, aunque en este caso Camilleri, siguiendo
con la dualidad, ha introducido dos crímenes, uno, con el que denuncia las
pésimas condiciones laborales de los inmigrantes y otro sexual, que se une al
anterior de manera inteligente a través del propio asesino.
En Ardores de agosto, aparece Rina, una
adolescente desaparecida seis años atrás, violada, asesinada, envuelta y encerrada
en un baúl de un piso oculto bajo un chalet, alquilado por unos amigos de Livia,
la eterna novia del comisario. Montalbano encuentra el cadáver y también el
fraude inmobiliario, que sin embargo es visto con total normalidad en el ámbito
de la construcción. Debido al tiempo transcurrido las posibilidades de
encontrar al asesino disminuyen. Sin embargo, el comisario Montalbano ayudado
por su equipo, por la hermana gemela de la víctima, Adriana, y por el entorno
cotidiano en el que se desenvolvían, consigue dar con el culpable.
El
autor, Andrea Camilleri, está presente en la novela. Encontramos una narración
del yo, determinada por la época del relato, en la que imágenes del pasado se
asoman según diferentes emociones que escapan del propio autor, el poder
relajante y revelador del mar es aún más evidente en esta novela y la toma de
conciencia del paso fugaz del tiempo, también. En general, a lo largo de la
serie protagonizada por Salvo Montalbano descubrimos una ficción, que remite
sin duda a la realidad de la naturaleza humana y otra fantasía, reveladora del
propio autor.
Pero
no hay tensión entre lo ficcional y lo real, o lo que pueda haber de biográfico
de Camilleri, sino que al ser el propio Salvo el autor de sus pensamientos y
sentimientos, que expone en forma de monólogos dialogados, se erige en portador
de la moral de Camilleri, «¿por qué has
cedido a esa parte de ti mismo que siempre habías conseguido mantener en su
sitio? Porque ya no soy tan fuerte como antes».
Con
las cartas dirigidas a sí mismo, Salvo reivindica el valor de la verdad de lo
imaginado por el autor
Querido
Montalbano:
Me
veo obligado a constatar que, ya sea por un principio de chochera senil […] tus
pensamientos han perdido brillo […] Hay que dar un paso atrás […]
Un
abrazo y cuídate. Salvo
Puede
parecer que la relación autor - lector permanece tambaleante bajo los efectos
de una ambigüedad que debilita la realidad al generar determinadas
incertidumbres, pero la sombra de Camilleri está en las páginas de Ardores de agosto, «Montalbano lo dedicó mentalmente a todos aquellos que no se dignaban
leer novelas policíacas por considerarlas un mero pasatiempo repleto de enigmas».
La especial sensibilidad del comisario hacia los más desprotegidos es
reflejo del sentimiento del autor, del inconformismo que mostró hacia su país
natal cada vez que intuía debilitar el compromiso con los ciudadanos de a pie «—En caso de que nos adjudicaran (una
obra) yo debía encargarme de hacer unas
cuantas cosas “entregar las consabidas comisiones…».
El
proceder de Camilleri en su día a día, se distingue fácilmente en las paradas
obligatorias que lleva a cabo Montalbano en su investigación para reflexionar
sobre aquello a lo que no encuentra sentido. También los gustos del comisario
son evidencias de las pasiones del autor «Se
puso a cantar, desentonando de mala manera el O Lola de la ópera Caballería
rusticana». Incluso, como si de una autosemblanza se tratara, Montalbano alude
a la realidad de Camilleri
—Dime
la verdad: ¿te gusta o no como historia?
—Me
parece buena para la televisión
Leer una novela de Salvo Montalbano es poner atención en Camilleri como si fuese otro aspecto más del texto. Encontraremos en el relato la ficción del autor pero, si nos centramos en las imágenes sugeridas, descubrimos que aluden a la ideología de Camilleri, a cómo entendía la vida, con cierto pesimismo no exento de esperanza, incluso en el papel social que la mujer lleva a cabo pues, si bien es cierto que su novela, como reflejo social, es típicamente masculina, incluso machista, en Ardores de agosto Camilleri se guarda un as en la manga que es necesario descubrir.
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