Antes
de comentar este libro quiero, por supuesto y una vez más, agradecer a Babelio la labor tan fantástica para
acercar la literatura a todo el mundo. Conseguir que editoriales de todo tipo
se sumen a la empresa es un logro y conseguir la alta participación que obtiene
en sus “Masas Críticas” un logro aún mayor. Me gusta leer casi de todo tipo de
géneros, aunque la literatura juvenil nunca me ha llamado la atención (a pesar
de que yo me inicié en la lectura a través de Enid Blyton). Esta vez, sin
embargo, postulé por un título que resultaba interesante, y más el resumen de
la contraportada. Todos los libros recibidos de Babelio me han gustado.
En
realidad este es un género polémico; los lectores a quienes va dirigido son
demasiado maduros para la literatura infantil (que mejora por días), pero hay
una parte de adolescentes que no está preparada para enfrentarse a la
literatura sin etiquetas, bien porque no le guste leer, bien porque el nivel de
comprensión es aún limitado a la hora de interpretar mensajes que no se
expongan de manera directa. Es lógico, por lo tanto, empezar por lo básico para
salvar las posibles dificultades de apreciación. Desde este punto de vista, la
literatura juvenil es buena, aunque creo que debe ser leída el menor tiempo
posible para que la mente vaya madurando de forma adecuada.
Hecha
esta reflexión, me enfrenté a El navegador de cristal con
expectativas muy altas, por el argumento y la autora, pero me he llevado alguna
desilusión.
La
novela es totalmente de ficción; su protagonista, Lucy, algo acomplejada por no
poder enfrentarse a una exposición oral ante sus compañeros de clase, entra en
su particular país maravilloso en el que, con ayuda de un Navegador y un perro
espacial, Wilbur, puede viajar a la época renacentista para conocer a Sandro
Boticcelli, Leonardo da Vinci, Jacopo da Pontormo, Miguel Ángel Buonarotti y
Vincent Van Gogh.
Los autores permitirán que entre en sus casas y en sus cuadros para explicarle los
detalles que no entendía e, incluso, tendrán en cuenta los consejos que, una
vez va recuperando la confianza en sí misma, se atreve a darles.
Los
pintores son algo excéntricos y entran en este cuento de fantasía para
conseguir que Lucy adquiera la capacidad de hacer volar su imaginación. Desde
el sueño, la protagonista se apoya en Wilbur para volar por diferentes países,
aunque deberán tener cuidado porque el Navegador puede fallar, si no tiene el
cristal adecuado, y dejarlos en una tumba del Egipto faraónico o en los Alpes,
mientras Aníbal intenta pasarlos con sus elefantes, «Lucy se lanzó al cielo estrellado con Wilbur en sus brazos y el
Navegador agarrado en la mano».
La historia
de Nancy Kunhardt Lodge propone la
iconografía como algo fundamental en el arte, el porqué de la obra, los
símbolos ocultos en el cuadro, las características de la pintura, el
temperamento del autor… Este conjunto es lo que aporta la verdadera
personalidad a la creación «—Siempre
pinto retratos a la luz de las velas porque crea sombras hermosas, bordes
suaves y misterio».
Es decir, el principal objetivo de la autora es que los chicos puedan escapar a la realidad para forzar la mente a descubrir otras posibilidades «—Vivimos a dos universos de aquí en un planeta llamado Wilwahren. Es un Jardín de Ideas. Allí no se mide el tiempo». Desde esta premisa, la realidad de la narración, formada por conceptos familiares al lector como son los amigos o los profesores del colegio, queda engarzada en la fantasía del viaje; de esta forma los preadolescentes a quienes va dirigido El navegador de cristal, aunque no creen ya en perros voladores sí disfrutan con las aventuras que, indudablemente, abren la puerta de la ciencia ficción. También es cierto que, en este sentido, el vocabulario puede prestarse a confusión ya que junto a términos científicos y técnicos hay palabras inventadas, por lo que puede resultar una ambigüedad, que probablemente resulte atractiva para los lectores.
La
aventura pretende diversión, no cabe duda, pero el segundo objetivo de Nancy
Kunhardt es didáctico, quiere que los jóvenes aprendan a amar el arte, «—…Nunca he visto algo así. Ves la grandeza
y los colores brillantes del mundo y esa es la diferencia con respecto a
cualquier otro artista».
El
narrador, en tercera persona, es interno aunque adquiere el punto de vista de
Lucy, por lo que abundan los registros de pensamiento en conductas que, con la
ayuda de su “guía” Wilbur, desencadenan pensamientos alternativos. Wilbur pone
a prueba la percepción y el razonamiento de Lucy, quien en los diálogos que
mantiene con los artistas descubre que son víctimas de problemas parecidos. La
niña puede, entonces, ponerse en su lugar y hacerles ver por qué son
especiales, «Si fueras una de esas
personas normales […] no serías capaz de pintar como lo haces […] Es bueno para
tus cuadros que no seas una persona común».
El navegador de cristal ayuda a los lectores a que construyan
un yo mejorado en relación con los sentimientos hacia los demás y hacia uno
mismo, porque muestra cómo liberar las ansiedades generadas a los 11 o 12 años,
por eso, a la vez que Lucy fortalece su autoestima, el perro Wilbur se debilita,
aunque ella no lo sepa ya no lo necesita: «Su
cabeza yacía temblando en el pecho de ella».
Es
importante estimular la mente; la autora lo sabe y para establecer un
paralelismo entre el mundo real y el imaginario, utiliza el Navegador, metáfora
general para el mundo de las ideas. Pero al argumento le falta algo de gancho,
la narración, lenta, recobra fuerza en los diálogos entre Lucy y los artistas,
aunque por poco tiempo, ya que estos aceptan sin objeciones las sugerencias de
la niña. El resultado no es creíble, Lucy convence fácilmente por lo que la
intriga de qué ocurrirá, desaparece: «—Creo
que sé cómo arreglarlo […] si de repente apareciera él, al verlo sus ojos se le
llenarían de amor y brillarían, Leonardo asintió».
En El navegador de cristal faltan, en
general, ambientes inquietantes; no se pueden solucionar todos los problemas en
un momento, sin esfuerzo, porque la lectura pierde emoción. Tampoco Wilbur se
enfrenta durante el viaje a verdaderos antagonistas que resalten los
conflictos.
Lucy vive una historia en la que su búsqueda de la autoestima apenas tiene impedimentos. Todos los que se encuentran con ella empatizan de inmediato y ante la menor contrariedad que surge a los protagonistas pueden escapar sin dificultad, dejando sin resolver temas que precisamente Nancy Kunhardt, doctora en Historia del Arte del Renacimiento, podría haber tratado más extensamente, enriqueciendo el argumento con elementos misteriosos que hicieran de este Navegador un inolvidable viaje por los siglos XV y XVI.
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