Es
de todos conocido que el cuento se caracteriza por transmitir, con pocas
palabras, un cúmulo de emociones, de hecho algunos de ellos son prácticamente
poesía. Pero entre estos sentimientos y a lo largo de veinte cuentos que he
leído no hay amor sino desamor, apenas vislumbramos la esperanza, el concepto
de honra va asimilado a humillación y el de vida a muerte.
Son
cuentos escritos por mujeres de diferentes países latinoamericanos y he de
confesar que no conocía a ninguna. Ni me sonaban los nombres. Son veinte
mujeres que pretenden ser escuchadas en una sociedad que sigue con los oídos
tapados. Mujeres que al escribir sobre el aborto o la infidelidad fueron
censuradas obligándolas a cerrar la boca. Las veinte son mujeres con estudios
que ocupaban —aún lo hacen algunas— cargos importantes y, sin embargo, sus
voces quedaron silenciadas porque les tocó vivir en esa segunda mitad del siglo
XX tan adversa aún para ellas.
Así
pues, Vindictas supone una pequeña venganza, un castigo a esos
modelos que marginan a la mujer. El libro, editado de manera extraordinaria,
como es habitual en Páginas de Espuma, contiene una conversación entre Socorro
Venegas y Juan Casamayor en la que, a modo de prólogo, explican la necesidad de
sacar a la luz veinte voces olvidadas. La dureza de los relatos se entiende
mejor según el apartado Semblanzas que Víctor Cabrera compone, sobre las veinte autoras, al final. Y la crueldad de los relatos contrasta con la delicadeza que
sugieren las ilustraciones realizadas por Jimena Estíbaliz, pura lírica.
En Inmóvil
sol secreto, María Luisa Puga expone el acoso pasivo del hombre que no
se sabe amado e intenta culpar a su pareja, «Me
sorprendió que su silencio no fuera la paz que yo había percibido sino un
creciente encono que por fin estallaba casi con regocijo», y la
desmotivación de quien debe convivir con el reproche callado de los celos hasta
que decide poner fin a la situación y abandona al hombre.
Las
mujeres vindictas no asumen el papel asociado a ellas en el siglo XX porque
hablan de sexo, maltrato, del machismo que hubieron de sufrir y que hoy es
inadmisible aunque no se haya erradicado del todo. Los cuentos no reflejan el
mundo infantil, tampoco son historias ficcionales, son historias reales, duras,
que las autoras exponen bajo una capa literaria. Algunas son contadas en
primera persona, otras en tercera, recurso que anula aún más a las
protagonistas, como en Ella y la noche, en la que una
parturienta da a luz a un niño muerto para, en medio del sufrimiento, ser
despreciada por su marido «Esa bestia —y
señaló a la madre—, esa bestia no pudo ni siquiera parir bien».
El
olor a sexo que empieza a desprender una mujer, para ser rechazada familiar y
socialmente por ello, es la consecuencia de darse cuenta de que puede tener un
pensamiento propio y ansiar expresarlo con total libertad, algo que hasta el
momento tenía prohibido, «eso de que
Andrés me dijera que yo pensaba así porque era una mujer y yo contestándole que
no, que pensaba así porque era lo correcto».
Marvel
Moreno denuncia a una Iglesia que elimina para la mujer cualquier rastro de
sensualidad, por lo que las protagonistas de su relato no dudan en buscar el
sexo fuera del matrimonio, institución que las quiere castas, «con veinticinco años ya cumplidos mejor era
casarse y tener hijos».
Y
denuncia, en Barlovento, que la sociedad avanzada no permitiera gobernar a
las mujeres por considerarlas inferiores «Aquella
hacienda siempre había sido propiedad de las mujeres […] el mejor rendimiento
de la región».
Hilma
Contreras da un paso más al manifestar cómo la propia mujer se niega a sí misma
su homosexualidad.
Susy
Delgado lleva a cabo la tan esperada venganza de una anciana que, al saberse
contagiada por su marido, lo mata a golpes después de sufrir una vida constante
de engaños.
La
tristeza y la ira planean en estos cuentos que se dejan leer de manera
tranquila como si el lector pudiera asumir la condición paciente que ha
caracterizado a la mujer desde siempre. Por eso también sabemos que, a pesar
del humor con el que se relatan algunas situaciones, a pesar del recuerdo a ese
realismo mágico, a lo real maravilloso, habrá un final violento y esperamos
expectantes el aluvión de sentimientos adversos con el que se pone fin a tanta
oscuridad, a veces adoptando un papel que no es el adecuado, «tangoneándome yo ahora para atrás y para
adelante sobre mis tacones rojos», a veces asumiendo las propias normas
para evitar más rechazos «Volvió entonces
la cara sin saludarla y desapareció presurosa por la calle».
Vindictas es una recopilación de veinte relatos
en los que se mantienen diferentes líneas argumentales. Alguna autora marca un
giro inesperado al final, es lo que consigue Mirta Yáñez con Nadie
llama de la selva, otras, como Bertalicia Peralta, nos regala el
esperado, y la mayoría, como Marta Brunet o Mercedes Durán, aportan un efecto
que surge de la propia realidad. Todas logran causar una impresión reflexiva en
el lector una vez que ellas han descargado sus emociones.
El
ambiente en el que se desarrollan las historias de las protagonistas es escarpado
tanto si pretende reflejar un paisaje salvaje como costumbrista. La dureza a la
que han sido sometidas las lleva a no identificarse «¿qué es ser? Yo ya no estoy, ¿en dónde estoy ahora? Solo estoy en no
estar, solo soy en no ser». La mujer ha estado recluida, lo de menos es
residir en un sanatorio o en una amplia casa en mitad de la selva, lo que
cuenta es que solo le queda la más absoluta soledad y esta situación, ya se
sabe, es parecida a la vivida en un sueño donde no hay lugar para la razón; la
mujer está inmersa en una sinrazón fuera de toda lógica a la que se ha ido
acostumbrando para poder entender la otra vida, la que le rodea, aquella en la
que no tiene cabida pues está cortada según el patriarcado, «Se daba aires de proscrito, barba larga y
lento fumado […] con el atractivo de quien parece amenazante y vigoroso […] Por
lo demás se enredaba en los amores viejos, y en los del porvenir». Un mundo
idílico, poético del hombre que contrasta con el prosaico, recluido y
animalizador de la mujer, «Yo, el resto
del día, desde la lejanía que impone la ciudad amurallada, daba vueltas en
círculos a su alrededor».
Es
evidente que las narradoras incorporan la perspectiva ficcional de las propias
autoras, por eso podemos descubrir cierta crueldad en algunos casos que se une
a una manipulación aleatoria, «Al
comienzo ella se mantuvo un tanto alejada, dándome a entender que reconocía y
respetaba mi territorio. Pero ya se puede suponer usted lo que pasó después…».
Sin
embargo esta maldad no llega a la perversión puesto que la mujer guarda una
imagen absurda de sí misma, que no es otra que la que el gusto del hombre le ha
impuesto, los deseos masculinos han quedado por encima incluso de la propia
naturaleza femenina, «Cuando resulté
embarazada me daba pena engordar porque sabía que él amaba mi aire de niña
desvalida y frágil». De esta forma la mujer se ha ido anulando como
individuo hasta igualarse en un colectivo para el hombre. Una vez todas iguales
es difícil distinguir personalidades, es difícil distinguir decisiones, es
fácil no distinguir si vivimos en el cielo o el infierno.
Una
vez leídos los cuentos el lector considera hasta qué punto adquirimos en el
siglo XX la voz propia, o continuamos sin saber por qué predominan determinadas
actitudes que anulan las necesidades privadas y las igualan a un genérico
sumiso, delicado y de pensamientos altruistas.
Cuando
reflexionamos sobre las necesidades del ser humano encontramos, en las páginas
de Vindictas, el reconocimiento a las
miles de mujeres reprimidas por el hombre o por el punto de vista masculino,
hasta que han tenido la impresión de haber dejado de existir; pueden respirar
pero no son, porque son tratadas como la nada, son algo más triste que la
muerte, son ese momento en el que una vez se deja de existir, con el tiempo, la
sociedad lo va entendiendo como que no se ha existido, «cuando todo ha quedado a oscuras y el espejo es solo una sombra opaca,
se escucha un grito dentro de él».
¿Dónde
es realmente la mujer? ¿Ha de traspasar continuamente al otro lado? ¿Qué supone
la realidad?
Desde
siempre ha intentado legitimar, a costa de lo que fuera, aquello que ha vivido
no por voluntad propia sino porque era lo que debía hacer. Daba igual no
entenderlo porque de alguna forma siempre ha sabido encontrar un resquicio por
donde entraba luz en su vida, recuerdos de la niñez, ilusiones juveniles que
probablemente se rompan después al lado de un hombre que le aportará lo más
duro de la soledad: sentirse utilizada en todo momento, «y había que casarse, según decía la madre sonriente y persuasiva, y
según ordenaba el padre con voz tonante que no aceptaba disensiones». Esta
frase encierra el recurso aplicado por ambos sexos para subsistir: ellas,
persuasivas, ellos tonantes, ellas están para convencer y ellos para vencer
ordenando.
Por
eso el momento de la venganza, para quien puede llevarla a cabo, es catártico.
La mujer se siente movilizada a actuar porque se siente viva. Querer apartarse
de quien hace daño es connatural al ser humano, por eso, cuando se tiene la
certeza de que huir es imposible, aparece el deseo de que desaparezca el otro.
No siempre es posible conseguirlo, por barreras morales o legales, pero intentarlo
supone querer superar esa situación dolosa, violenta. A veces, paradójicamente,
la venganza conlleva una eliminación de represalias, un dejar las cosas como es
debido. En ese caso no se puede hablar de venganza como tal sino de la supresión
del dolor emocional que implica vivir constantemente herida. Es una liberación.
«La mañana amaneció clara y radiante.
Dorinda fue temprano a la quebrada a lavar sus sábanas».
Creo
que este es el tipo de venganza que quiere Vindictas.
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