No puede ser que cada vez
que lea un libro de este autor me ocurra lo mismo, me encanta; el siguiente me
gusta más que el anterior, y me hipnotiza tanto que deseo enormemente poder
escribir como él. Sus historias, una vez leídas las novelas, son sencillas,
quiero decir que los asesinatos o lo que ocurra, tienen sentido y, además, son
de resolución bastante lógica; pero hasta llegar ahí has de pasar, en este
caso, por 650 páginas complejas para enterarte de quién es el asesino, cuáles
son los motivos que lo llevan a ello y qué relación tienen todos entre sí,
asesino, asesinos, asesinado, asesinados. No quiero revelar mucho porque La desaparición de Stephanie Mailer hay que leerla. Desde la primera
página queda atrapado el lector y no puede parar. En concreto, a mí me ha
fastidiado tener que dejar el libro para atender otros asuntos o porque me
dolía la cabeza debido al tiempo empleado en la lectura, ya que como son
alrededor de cuarenta personajes, y en principio todos parecen culpables,
además de que van apareciendo de forma totalmente conveniente —o aleatoria
según se mire—, tuve que ir tomando notas de quién era cada uno, qué filiación
o relación tenía con el anterior y por qué aparecía en la novela. Si no, es
imposible, al menos yo soy incapaz de ir recordándolos a todos en todo momento.
Con La desaparición de Stephanie Mailer
me ha pasado algo parecido a lo que me ocurrió hace ya muchos años, cuando leí Cien años de soledad; con la novela de
García Márquez me fui haciendo un árbol genealógico para entender mejor la
trama y con la de Joël Dicker, he
ido anotando la relación entre los personajes y las causas de su aparición para
enterarme bien; no quería que se me escapase ningún detalle. En realidad me
podría haber ahorrado algo de ese trabajo pues el autor ha tenido la deferencia
de colocar al final la lista de los 31 personajes principales y su cargo. No
obstante no me arrepiento de mi trabajo pues me ha permitido observar casi con
lupa todos los movimientos y entender a la perfección el final, incluso sentir
cierta empatía hacia el asesino, o hacia alguno de ellos.
Antes de criticar esta
novela, que creo que lo voy a hacer con una palabra, ¡Formidable!, quiero
comentar algo que me ha llamado la atención, y que, curiosamente está al final
de la misma, una vez que hemos descubierto lo ocurrido. Hay dos personajes que
se unen para estrenar La noche negra de
Stephanie Mailer, uno como autor de la obra y otro como director. La
representación es un fracaso y ante ello, el crítico-autor opina «Lo que no tiene éxito es forzosamente
espléndido, palabra de crítico». Esto es completamente falso, la prueba la
había dado este mismo personaje, al principio de la novela, cuando pasa de ser
un crítico admirado a alguien a quien nadie lee porque todos se han dado cuenta
de su proceder, «cogió la última relación
de libros más vendidos de Nueva York, fue subiendo la lista con el dedo hasta
el de mayores ventas y escribió un texto asesino sobre aquella novela
lamentable que ni siquiera había abierto»; de hecho en una entrevista ya se
lo dicen «hay algunas malas lenguas que
afirman que los críticos literarios son escritores fracasados […] —Sandeces,
querida amiga […] nunca he conocido a un crítico que soñase con escribir…».
Esta ironía imagino que es un guiño de Dicker a las críticas que reciben
algunas obras literarias de aquellos que se limitan a juzgarlas, la mayoría de
las veces sin saber cómo. Si no, no se entiende, él mismo es la prueba, con 33
años es un éxito de ventas porque, creo, hoy tiene pocos rivales que puedan hacerle
sombra.
No quiero atribuirme el
cargo de crítica literaria, sería algo desorbitado, pero es cierto que algunos
alumnos me han preguntado por qué no escribo un libro; alguna vez me lo he
propuesto, y siempre he terminado por verlo imposible, o la historia era
demasiado obvia, o los diálogos poco profundos, o me quedaba en blanco. Sin
embargo al juzgar las obras de los demás sí reconozco, casi siempre, cuándo son
buenas, y no tengo ningún problema en afirmar que me gustaría estar en el lugar
del autor, que todo eso hubiese salido de mi mente. Por eso, cuando veo que hoy
escribe “cualquiera” no lo soporto, me ocurre algo parecido al sentimiento de
Otrovski ante la novela de Alice
Alice se escondió en el armario del
despacho justo antes de que Otrovski llegara […]
—¿Le he hecho algún daño sin querer,
Steven? […] Si es así le pido disculpas […]
—¡Porque tiene que guardarme mucho
rencor por algo para imponerme semejante lectura! Y por si fuera poco, aquí
estoy perdiendo aún más tiempo en comentarla […] Sueña con ser escritor, ¿no es
así Steven?
—No, no soy el autor del texto –le
aseguré.
—[…] Hasta un mono lo haría mejor.
Hágale un favor a la humanidad ¿quiere? No siga por ese camino. Pruebe a
pintar, quizá. O a tocar el oboe.
No voy a ser tan
categórica como Otrovski, pero estamos rodeados de verdaderas obras de arte
(aunque haya gustos para todo) y es una pena perder el tiempo con
mediocridades.
Dicho esto queda
confirmado que a mí me hubiera gustado realizar una obra maestra y que Jöel
Dicker es un artista, es más, yo diría que es un genio. Ahora veremos por qué.
El lector es incapaz de
encontrar al culpable hasta que no llega casi a la última página; es cierto
que, una vez leída la novela, si empezamos de nuevo, nos damos cuenta de que
hay tantas pistas para descubrirlo que parece imposible no haber caído en la
cuenta, a no ser porque cada vez que aparece un personaje diferente encierra
ciertos intereses para que continúe o cese la investigación, que lo muestran
como sospechoso. Llegamos a recelar de los vecinos, de los periodistas, de los
políticos y de la propia policía. La pregunta constante es ¿por qué?, ¿qué
relación hay? y, como si fuera un puzle, el propio asesino es quien da forma a
todo y nos presenta las piezas unidas en una secuencia tan coherente que no
podía haber sido otra. Creo que es el mayor acierto de Dicker, enredar fechas,
lugares, personajes, acciones durante seiscientas páginas para esclarecerlo en
unas pocas y que los lectores conozcamos a la perfección a los integrantes, no
sólo a los asesinados o a los asesinos.
Todos son importantes
porque de esta manera percibimos cómo es la sociedad, sus integrantes, sus
reacciones y consecuencias: el que ha sido alguien en un momento y ahora no es
nada porque no era tan bueno como creía pero tiene un precio como casi todo el
mundo,
—¿Quiere que le mienta descaradamente
a la prensa ensalzando una obra que nunca he visto?
—[…] A cambio lo acomodo esta misma
noche en una suite del Palace del Lago hasta que termine el festival.
—¡Choque esos cinco, amigo!
Una sociedad formada no
sólo por buenas personas «un hombre
simpático, afable, que procedía de buena familia. Un vecino activo y
comprometido. Tenía un restaurante. Miembro del cuerpo de bomberos voluntarios»,
o buenos profesionales «—Bueno, pues ten
la bondad, a pesar de todo, de ir a vaciar un cargador en el polígono de tiro
antes de andar por ahí con ese trasto en el cinturón. Señores, rematen esta
investigación pronto y bien». En La
desaparición de Stephanie Mailer aparecen todos aquellos perfiles que cada
vez más pueblan las ciudades actuales: corruptos «la cuenta en que se ingresaba el dinero: era una cuenta diferente,
también del señor Gordon, pero abierta en nuestra sucursal de Bozeman, en
Montana»; mafiosos «—Todo el mundo
tiene que saber que el alcalde Gordon es un criminal. —Júrame que no dirás
nada, Megan ¡Cerrarán las empresas, condenarán a los directivos, los obreros
irán al paro […] Gordon es muy hábil. Mucho más de lo que parece»; egoístas
«Entre el hallazgo del cadáver de
Stephanie y el anuncio del alcalde de que se cancelaban los fuegos artificiales
del Cuatro de Julio […] Delante del edificio municipal un grupo de
manifestantes, todos ellos comerciantes de la ciudad, se había reunido para
pedir que se mantuvieran los fuegos artificiales»; cobardes «Tuve miedo, capitán. Y me sentí avergonzado
[…] Era la primera vez que decía que tenía miedo»; manipuladores «—[…] Tú ya has conseguido que echase a
Stephanie y la cabeza de Otrovski. ¡No pretenderás diezmarme la revista, digo
yo! Alice lo fulminó con la mirada y luego exigió un regalo»; chantajeados «¿Cómo había llegado a aquello? ¿cómo se
veía a los cincuenta años liado con aquella chica?»; celosos «—La investigación es secreta, ¡y un cuerno!
Estoy segura de que Natasha está enterada de todo»; acosados «Había sido una buena alumna, muy capaz,
ambiciosa y querida […] Todo cuanto había querido lo había tenido. Y luego
había llegado Tara Scalini y la tragedia posterior»; los que anteponen su
posición al plano humanitario «¡Si corre
el rumor de que anda rondando por aquí un asesino, la temporada de verano se va
al carajo! ¿Se da cuenta de lo que esto supone para nosotros?»; los
estúpidos «¡Qué bien había hablado! ¡Qué
interesante era […] En pocas palabras había resumido la decadencia de la
humanidad. ¡Qué orgulloso estaba de que su pensamiento fuera tan ágil y su
cerebro tan portentoso».
No cabe duda de que la
sociedad queda diseccionada, porque no solo existen estas personas en Orphea,
son personajes universales de hoy, de ahí que vivamos en condiciones cada vez
más engañosas, menos seguras, más hipócritas.
Por eso aparecen,
asimismo temas tan actuales como el de la paridad en los trabajos, «La única razón de que estés aquí es que el
alcalde Brown, con sus condenadas ideas revolucionarias, quería a toda costa
nombrar a una mujer en la policía […] historias de diversidad, de
discriminación y de no sé qué más gilipolleces», o la efectividad real de
los psicólogos, tan demandados y en los que dejamos caer toda la responsabilidad,
sin tener en cuenta que los primeros que tenemos que implicarnos, en los
problemas que nos afectan somos nosotros «Cuando
hablamos de eso en la sesión fue porque Dakota se quejaba de que registrabas su
habitación para buscar droga. Lo que dijo el doctor Jern fue que convirtiéramos
su cuarto en un espacio propio que respetáramos, que implantásemos un principio
de confianza».
Y por supuesto, el poder
del dinero, por encima incluso de los sentimientos supuestamente más profundos.
Parece que hasta el dolor más insoportable puede desaparecer con una bonita
suma por medio «la incitación al suicidio
podría considerarse homicidio […] te enfrentas a una pena entre siete y quince
años de cárcel. A menos que lleguemos a un acuerdo con la familia de Tara […]
Quieren nuestra casa de Orphea […] —Pues suya es entonces —dijo mi padre—.»
Ante este panorama no es
de extrañar que la sociedad funcione mal, se ha deshumanizado y, si nos
fijamos, el dinero, el afán de poder es el desencadenante.
El narrador es
excepcional, o mejor dicho los narradores, porque la novela está escrita
mediante una polifonía narrativa que favorece el entendimiento de lo sucedido
durante veinte años en Orphea. La voz de Jesse Rosenberg es la que relata el
presente, veinte años después de, aún muy joven, resolver su primer caso, que
le trajo tanto la gloria como la desgracia. Su compañero, Derek Scott relata lo
ocurrido en 1994 cuando ambos resolvieron el asesinato múltiple de Orphea.
Pero nada es lo que
parece y Stephanie Mailer da la voz de alarma, de forma que Jesse (a punto de
jubilarse con 45 años) y Derek, retoman el caso junto a Anna Kanner, la tercera
voz narrativa, subjefa de la policía de Orphea.
Pero entre estas voces
narrativas encontramos las de otros personajes que van apareciendo y que
aportan, junto a un narrador ocasional en tercera persona, mayor tensión a la
lectura sobre todo porque dan pie a una serie de diálogos impactantes, llenos
de ironía, humor incluso, o tragedia; verdaderos protagonistas de la novela
pues la hacen dinámica, adictiva, de ritmo apabullante que no desaprovecha el
autor para conseguir el retrato evolutivo de una sociedad.
Podría alargarme
aportando ejemplos de ese humor, de las descripciones, justas pero acertadas,
pero no quiero desentrañar nada más. Leer a Dicker y disfrutar con él es una
obligación personal.
Soy seguidor de Aurisecular y agradezco mucho todas las entradas, pero ésta en particular más si cabe, pues sería imperdonable no leer esta novela de Dicker. A la habitual calidad narrativa del autor, se suma un argumento muy bien tramado y adictivo que, como bien dices, nos atrapa y no nos suelta hasta la última página.
ResponderEliminarEn la galería de personajes, efectivamente amplia, encontramos ejemplos de auténtica maldad que nos sobrecoge, por eso es de agradecer un final que nos reconcilie con el mundo y que a mí me ha recordado a la presentación de los capítulos de la serie «El equipo A».
Sólo he encontrado un error, en la página 566, que no sé si será del original o sólo de la versión española, pero se está hablando de Anna y de pronto sin venir a cuento se nombra a Meghan.
Más que recomendable creo que es imprescindible esta lectura.
Muchas gracias.
Gracias por nombrar el error; advertirá a quien no la haya leído
ResponderEliminar¡Seguimos leyendo!
Genail reseña! Solo una duda, que me quedó rondando al terminar el libro. Por qué el alcalde Gordon quería a Megan MUERTA? Quizás entre tantas idas y vueltas, me lo perdí. Gracias! Patricia
ResponderEliminarHola Patricia,
ResponderEliminarHace tiempo que leí el libro así que no te puedo confirmar nombres, pero Meghan descubrió a la familia del alcalde, la que fue asesinada, intentando huir para evadir capital. Gordon estaba en la corrupción así que debe eliminarla para que no cuente nada.
No obstante dejé el libro, en cuanto me lo devuelvan, te lo confirmo
¡Gracias por leer!