Hablar de Oscar Wilde es
hablar de El retrato de Dorian Gray,
novela de gran éxito en la última década de la literatura decimonónica en la
que, probablemente basada en el Fausto
de Goethe, destaca la obsesión del hombre por la belleza, por la juventud, por
la armonía y por vivir bien, en plena libertad, pero también hay una auténtica
reflexión del peligro que entraña todo esto.
Ésta fue la única novela
del escritor, grandiosa, perfecta, llevada incluso al cine pero, sin duda,
Wilde destacó como dramaturgo; en La
importancia de llamarse Ernesto hizo reír a toda Inglaterra, con los
equívocos (empezando porque Earnest significa también “serio” en inglés) y los
sutiles diálogos de un agudo retrato de la sociedad inglesa.
Asimismo nuestro irlandés
ejerció como cuentista de una sensibilidad exquisita, sensibilidad que no le
impidió (o quizá precisamente por eso) criticar a toda una sociedad acaudalada
que dominaba la época; al leer El
príncipe feliz tenemos la impresión de estar ante un presagio de lo que le
ocurriría al autor pues él, de familia culta y acomodada de Dublín, terminó en
la miseria por diferentes causas, aunque el escándalo de su bisexualidad fue
algo que no le perdonó la sociedad y por lo que se le encarceló durante dos
años, destinado a trabajos forzados y, lo peor, separado de su mujer quien
cambió a sus hijos el apellido para que no los relacionaran con él; sin embargo
hasta el final de sus días, como El
príncipe feliz, les estuvo pasando dinero para su manutención. Pocas
mujeres recibirán de su marido poemas en los que el sentimiento de hacerles el
bien esté tan reflejado como el que escribió A mi mujer, del que podemos destacar
Pues si de estos pétalos caídos
uno te pareciera bello,
irá el amor por el aire
hasta detenerse en tu cabello.
Y cuando el viento y el invierno
endurezcan
toda la tierra sin amor
dirá un susurro algo del jardín
y tú lo entenderás
Poeta, novelista,
dramaturgo, periodista y, ensayista; de esta última faceta es de la que me
gustaría comentar un librito sobre las artes. Libro compuesto de breves ensayos
sobre arte que aún hoy continúan en plena vigencia, porque el arte es algo
ligado a la vida, y nadie mejor que Oscar Wilde para hablar de ella, pues a
pesar de morir a los 46 años, incomprendido por muchos, admirado por otros
tantos, adquirió de todos una total “experiencia”, «nombre que damos a nuestras equivocaciones».
El libro Las artes y el artesano es un tratado
sobre el buen gusto, algo presente, o que debería estarlo, en todo lo que nos
rodea, pues «Todas las cosas son bellas o
feas, y la utilidad siempre se encontrará en el lado de las cosas bellas».
Esta filosofía de la
existencia me parece increíble, fantástica, pues según ella, cualquier
profesión, cualquier oficio puede estar dotado de belleza y nosotros, los
hombres, estamos obligados a crearla ¿cómo? «Génova
fue construida por sus negociantes, Florencia por sus banqueros y Venecia, la
más preciosa de todas, por sus nobles y honestos mercaderes».
Estamos obligados a crear
belleza porque «No queremos que el rico
posea cosas más bellas sino que el pobre cree cosas más bellas» para dejar
de serlo; esto es cierto, cuando alguien hace su trabajo con pasión, ya sea
descargar cajas en el muelle, reponer en un supermercado, atender al público,
administrar un medicamento o inventarlo, intentar formar personas morales o
conseguirlo… Cuando alguien trabaja con afecto hacia lo que realiza consigue en
quienes lo vemos lo mismo que un pintor al exponer su obra, un músico al tocar
ante su público, un escritor al permitirnos leer su obra, o un cineasta al
entretenernos. Consigue despertar en nosotros un sentimiento de admiración pues
vemos en sus movimientos la elegancia que conlleva cualquier acción ejecutada
con entusiasmo y nobleza. Hay unidad en todas las artes porque todas
constituyen «distintas expresiones del
pensamiento y emociones humanas ante las cosas bellas, trasmitidas a través de
modos visibles o audibles».
En realidad para Wilde
sólo hace falta una cualidad: tener naturaleza receptiva para reconocer un
estilo y una verdad cuando nos son mostrados. Desde este punto de vista la
unidad de las artes reside en el hecho de que «todas portan el mismo mensaje y hablan el mismo lenguaje con
diferentes lenguas».
No debemos contentarnos
con reproducir a la naturaleza, el arte no es una repetición sino una
“re-creación”. Tampoco deberíamos contentarnos con distinguir entre lo útil y
lo bello puesto que, siempre que se conecte al sentimiento, veremos belleza en
lo útil; la belleza «tiene un valor ético
y un efecto espiritual “Haciendo buenos trabajos elevamos la vida a un plano
superior”». De esto se trata, de no conformarnos con un mundo mediocre
poblado de gente mediocre que realiza trabajos mediocres. Hay que poner el alma
en lo que hacemos para poder expresar nuestro júbilo, nuestro temperamento,
nuestra personalidad, nuestra propia belleza, porque los demás, al igual que
nosotros, no ven sólo con los ojos, «El
sentimiento y el pensamiento son parte de la mirada». Para estar rodeados
de belleza hemos de huir de labores monótonas y mecánicas realizadas en
entornos aburridos y estos aparecen «cuando
las ciudades y la naturaleza se sacrifican a la codicia comercial, cuando lo
ordinario es el dios de la vida».
Todos, hasta los
acróbatas o los gimnastas necesitan de un «cálculo
matemático de curvas y distancias […] del conocimiento científico del
equilibrio de fuerzas y de un perfecto entrenamiento físico» para ofrecer
un bello espectáculo.
El autor se adelantó a su
tiempo en todo, incluso en la moda, abominaba del corsé, del verdugado, el
miriñaque, el alza bustos, porque no sólo coartaba la libertad de movimientos y
salubridad en la mujer sino que, por eso mismo, eliminaba la gracia en el
andar; deberíamos una vez más, aprender de los griegos y «colgar todas las prendas de los hombros y confiar la belleza al efecto
[…] del exquisito juego de luces y líneas que se consiguen gracias a la
ondulación de los pliegues». Óscar Wilde en ningún momento quiere
retroceder en el tiempo sino aunar la gracia clásica con la realidad de cada
momento. Si lo pensamos bien no iba desencaminado viendo cómo ha evolucionado
la moda… En fin, todo, «Las artes [como
las ciencias] están hechas para la vida y no la vida para las artes».
Al leer Las artes y el artesano llegamos a la
conclusión de que la belleza está en cualquier disciplina pues la esencia del
arte está en la aceptación de los hechos de la vida.
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