Elvira Lindo ha ido evolucionando en su narrativa
de forma espectacular pero sigue conservando personajes inocentes, buenos, que
piden a gritos que la vida les vaya bien o mejor o un poco menos peor. Aún
estoy impactada con su última novela porque, aunque ya el título sugiere y el
comienzo avisa de que la vida no es un camino de rosas, «la vida no te da armas para defenderte cuando eres niña, te las da
cuando ya es demasiado tarde», En la boca del lobo espolea al
lector hasta sacarlo del sillón confortable en el que está inmerso en la
historia y lo obliga a reflexionar, a ver las cosas desde el punto de vista del
niño, a plantearse una vez más si los seres humanos lo somos, si las mujeres
venimos al mundo con el instinto maternal impuesto, si somos capaces de
infligir daños irreparables y seguir viviendo.
No cabe duda de que Elvira Lindo se ha consagrado como una de las mejores escritoras actuales. En la boca del lobo es una novela dolorosa pero esperanzada. Es lo bueno que tiene la gente buena, siempre ve un rayo de luz por el que caminar en la oscuridad. El argumento es bastante sencillo, Julieta va con su madre, Guillermina, al pueblo de ésta, en el que se crio de pequeña y del que salió con quince años, embarazada, para volver únicamente durante algunas vacaciones. Han heredado la casa de su tío, una casa pequeña, en el monte, que a pesar de no ser acogedora el entorno consigue atrapar a la niña y, una vez transcurrido el tiempo de estancia inicialmente previsto, Julieta le pide a su madre que se queden allí.
Julieta
no quiere volver a la ciudad, no quiere volver al colegio, sabe que va a
repetir y aun así es incapaz de hacer lo que le han mandado para no quedarse
más atrasada en el nivel educativo. Julieta no se centra en nada. Sólo pasea
por el pueblo, habla con las mujeres, conoce a Virtuditas, la nieta de Virtudes
y Leonardo, aprende de Emma, otra que, como lo fue su madre en su día, es
criticada por las vecinas a causa de su comportamiento con los hombres. A pesar
de todo, Julieta siente la conexión con la naturaleza y siente una relación
franca, consecuente, lejos de la falsedad dolorosa, terrorífica que está
viviendo en su casa de la ciudad. Julieta le pide a Guillermina que se queden
allí, pero ésta tiene otros planes en los que su hija es un estorbo.
La
autora emplea, en la narración, elipsis anisocrónicas para que tengamos
presente que, aunque Julieta no se queda en el pueblo, vuelve de manera
esporádica y sigue en contacto con sus habitantes, «Julieta los saluda tímidamente […] Virtudes, franca y sin reparos, se
echa en brazos de su amiga, la reconoce como tal a pesar de esa década que las
ha convertido en mujeres». Otros diez años después regresará al pueblo para
quedarse, dispuesta a empezar una nueva vida con quienes la quieren de verdad y
dispuesta, a pesar de todo, a querer.
La
novela incide en lo más profundo de la mujer, expuesta a ser destruida en
cualquier momento y a destruir. No hay ocasiones propicias para Guillermina o
para la abuela Esmeralda, solo han tenido contacto con la soledad, con la
rutina embrutecedora del campo, con la crudeza que supone una familia que no
quiere otra familia como la que tuvieron. La naturaleza idílica, puede
convertirse en algo asfixiante, en actitudes que no se corresponden con las palabras
que agravian, que difaman. El monte, remanso de paz, puede transformarse en una
trampa mortal de la que es difícil salir intacto si estás solo, «Me tendió la mano, me habló tiernamente,
bonica, qué se te ha perdido a ti en el monte y en plena tormenta». La
naturaleza alejada de la civilización, puede perseguir, silenciosa, a quienes
se adentran en ella, a pesar de que también la civilización está llena de
sombras. Son las sombras de los hombres, sus arrebatos, los que nos persiguen
de verdad.
En En la boca del lobo aparecen rencores,
vilezas, secretos innombrables cuyo recuerdo bastará para traicionar o
castigar. Pero también lo hacen sentimientos de ternura en medio del dolor más
absoluto.
La
mujer queda retratada desde lo más profundo de unas heridas que no causarán
sino miedo y venganza, heridas que no cicatrizan y la animalizan más que los
propios animales, «antes la mata el zorro
que permitir que sufra». El estilo, sobrio, se abre constantemente a la
fantasía mezclando situaciones oníricas con el surrealismo para ahondar en la
soledad y en las misteriosas relaciones entre Julieta y los habitantes del
pueblo y con ella misma, «y entonces
decía el melonero, ¿por qué te quieres deshacer de ella? Porque tiene un sapo
en la barriga, contestaba mi madre».
Las
mujeres de Elvira Lindo sufren; las niñas quedan atrapadas en cierta hostilidad
recubierta de paternalismo hipócrita que las hunde en el dolor y la soledad. El
campo es un ambiente cerrado, inquietante a pesar de aparecer abierto y
atractivo. Un ambiente en el que el desamparo refleja la tensión y las
emociones violentas de unos personajes en confrontación con ellos mismos, «sé que la herida no se va a cerrar nunca.
¿La ves? No es la quemadura de aquel metal al rojo vivo […] sino la cobardía de
él […] ahora, ya enterrada esa pobre mujer, cuando me arrepiento de no […]
mostrarle mi gratitud».
Los
diálogos potentes retratan a los personajes y las analepsis y prolepsis
continuas consiguen que los vayamos descubriendo poco a poco, que vayamos
adivinando lo que piensan a través de las descripciones impresionistas, que
dejan al aire los sentimientos y de otras, expresionistas, que deforman las
situaciones con la intención de degradar a aquellos por quienes, en el fondo,
sienten pena, «Virtuditas, de pronto, suelta
una arcada profunda y sonora, y yo me echo para atrás para esquivar el vómito.
Y ahora yace en el suelo, sobre su propio vómito de alcohol no digerido, como
muerta».
Elvira
Lindo es capaz de ampliar las miserias morales con duras exposiciones que reflejan
el mundo desolado del campo, el estado puro del hombre, al mismo tiempo que
especifica sus íntimas percepciones desde la sensibilidad más absoluta, «Los que han sobrepasado los ochenta años en
estas condiciones […] Soportan el dolor de las articulaciones con resignación y
viven con dignidad hasta el día en que dejan de tener hambre».
En esta novela encontramos presentes existencialistas fruto de pasados resentidos que, a pesar de todo, luchan para encontrar un futuro que borre el eterno día a día doloroso. Un futuro que viene de la mano de una mujer libre capaz de ser y hacer feliz.
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