Me
gusta el estilo de Juan José Millás;
me gusta leer sus artículos porque tienen cierto aire habitual con el que te
sientes identificado, o al menos queda la sensación de que van dirigidos a
quien los lee. Me gusta la novela de Millás porque reina el absurdo; si no la
tomásemos así muchos de sus argumentos serían calificados de espeluznantes.
Y
espeluznantes son los cuentos traídos a su última novela, Solo humo, que me han
llamado la atención por el papel que la mujer tiene en ellos. De todos es
sabido, por la historia, por la experiencia y aun por el refranero que la mujer
ha sido denostada de manera amplia y reiterada «Mujeres y malos años nunca faltaron». Y es raro que el hombre haya
quedado como débil, tolerante, el que acepta los improperios de la mujer cuando
ha sido ella la maltratada. En la literatura popular el consejo a los hombres
es de desconfianza y precaución en su trato con las mujeres. Está claro que
cuando ha circulado por todos los escritos ha sido para crear una conciencia
social que sea asumida como cierta. Es una curiosidad que nombro porque en Solo humo recordamos a la madrastra de Cenicienta o a la madre de Hansel y Gretel, culpables del mal de
sus hijos y de sus maridos y responsables del comportamiento negativo de estos «—Los abandonaremos en una parte aún más
profunda del bosque, allí de donde no puedan regresar».
La
literatura de Millás desconcierta en general, es como leer un sueño, una
pesadilla de las que cuando despiertas te queda la impresión de que ha podido
ser real. En su última novela se dan cita el terror y la fantasía de los
cuentos tradicionales con lo peor de lo cotidiano y la ausencia de sentimientos
en la vida real, «El cuento se refería a
una época remota en la que las jóvenes se presentaban en palacio ofreciéndose
como una mercancía a los príncipes, aunque en la vida real había ocurrido algo
muy parecido con un productor de cine americano que abusaba de las aspirantes a
estrellas». También ocurre aquí, no nos engañemos. Da igual que haya pasado
en un tiempo remoto o en el actual, da igual que forme parte de la literatura o
del día a día. La ausencia de sentimientos está latente en Solo humo, novela en la que Carlos recibe una herencia de su padre
ausente el día de su decimoctavo cumpleaños. Carlos padre le deja su casa y
unos ahorros. Carlos hijo decide irse a vivir allí y encuentra un libro de
cuentos de los hermanos Grimm, en el que puede introducirse como fantasma y
vivir la literatura de primera mano. Por allí se tropieza con el fantasma de su
padre, que lo enseña a desenvolverse por el mundo de la imaginación, pero no lo
ha perdonado, así que Carlos decide vengarse de él ocupando su puesto: se
enamora de Amelia, la vecina de la que estaba enamorado Carlos padre, y tiene
una hija con ella (que ocupará el lugar de Macarena, hija de Amelia y muerta
unos meses antes de cumplir 10 años) ¿Es posible olvidar a una hija tan pronto?
En Solo humo, sí, porque el problema
de la identidad está presente en un caos absolutamente ordenado, como si Carlos
tuviese el poder de decidir que sus fobias y deseos fueran cumplidos.
La
idea de “matar al padre” está presente; sin embargo no he encontrado el clima
de asfixia de otras novelas. Carlos no quiere una vida propia sino la que no
tuvo con su padre. Partimos de un fracaso personal. Además se hace cargo de
todo lo que supuestamente le hubiese gustado tener a Carlos padre: la mujer y
la hija que hubiera deseado tener. Pero acepta las responsabilidades eludidas
por el padre que le impidieron ser feliz.
Carlos
decide vivir todo aquello que su padre imaginó pero no puso en marcha, por lo
que siempre estuvo solo a pesar de estar acompañado de sus vecinas. También
Carlos hijo se sintió solo a pesar de la compañía y atención de su madre. El
hijo quiere redimir el dolor de la soledad de la ausencia paterna «Carlos miró el reloj […] En la vida, el
tiempo discurría despacio […] imaginó la vida como una sucesión de destierros
de uno mismo». El tema quevediano de la brevedad de la vida también ocupa
las páginas de Solo humo y Carlos es,
como el propio Quevedo, «presentes
sucesiones de difunto».
Lo
que Millás propone es vivir los sueños y aceptar las responsabilidades que
conlleven, solo así se podrá tener un final de cuento, un final feliz, al menos
así se verá desde el presente, porque si no somos capaces de vivirlos, se irá
de nosotros la alegría, como a Carlos, «Porque
era un hombre turbio».
El
problema de la soledad también está presente. Carlos hijo y Amelia tienen un
conflicto con la realidad que los ha privado de compañía; son personas con miedo
a vivir una soledad constante. Mediante la literatura, Carlos se da cuenta de
que su soledad viene del miedo de su padre a aceptar la responsabilidad «paternidad sin compromisos, clandestina»,
por eso decide remediar esa actitud haciendo frente a una situación inversa a
la suya, la de la madre abandonada por su hija. Carlos se encierra
voluntariamente en el mundo imaginario de su padre para vivir su propia
realidad y ser, por fin, feliz. «Las
vidas más intensas, toma nota de esto, hijo mío, son las extraoficiales.
Para
remediar la soledad, el poder de la lectura es importante, «de un lado se reconoció a sí mismo sosteniendo el libro entre las
manos, pero de otro se halló literalmente dentro de la alcoba de la mujer
agonizante». Y si es importante la fuerza de la lectura es porque transmite
esta energía al lector que se siente capaz de alcanzar lo que quiera «Yo puedo verlos y escucharlos a ellos, pero
ellos no pueden verme ni escucharme a mí».
Está
claro que Carlos madura a través de la lectura de sucesos que viven personajes,
como Carlos. Esto es un círculo.
También
es inquietante el inconsciente, representado en la dualidad de Macarena. La
niña mariposa advierte de la necesidad de ciertas condiciones de vida
adecuadas. Macarena niña, cuando se ve abandonada por su padre, anuncia su
muerte como niña y su resurrección en mariposa blanca, símbolo de pureza y
transformación por excelencia, «sus
padres se separaron […] —Me salió una mariposa blanca del oído […] —…yo era esa
mariposa». Una mariposa que morirá para dar paso a otra Macarena, esta vez,
del hijo, no del padre.
De nuevo el círculo, el ciclo de la vida que nunca se hará realidad si no la hemos conformado en nuestra imaginación.
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