sábado, 14 de mayo de 2022

UNO DOS TRES

Escribir un relato es contar la historia, generalmente, de un tema; en él hay alguien que realiza acciones causadas, relacionadas y consecuentes con ese tema. Escribir poesía es estar dispuesto a transgredir la norma, las causas y consecuencias, las expresiones; es estar dispuesto a desnudar los sentimientos consiguiendo que fluyan ante el lector con expresiones únicas, con palabras en desuso o usadas de manera que ofrezcan una imagen personal. Es difícil escribir poesía, pero cuando es buena, va dejando una impronta en el lector que le permite ver sus propios sentimientos. Puede que no sean los mismos del poeta, pero eso es lo bueno de la poesía, que nos descubre al escritor al tiempo que experimentamos nuestro autoconocimiento.

Tengo en mis manos un regalo que agradezco enormemente, el primer libro de poesía de José Ramón Pastor que me ha llegado hasta lo más hondo y he leído casi como un relato al revés. Uno dos tres no es una escritura lineal sobre alguien que nace, se desarrolla y muere sino que parte del pesimismo absoluto, «Hay una barca / y / en ella / me hundo». Tras una agonía en la que se siente abocado a la destrucción, el poeta se desarrolla, en una otredad que no es sino él mismo, cayendo una y otra vez, hasta que nace aferrado a una luz que le devuelve una imagen equivocada.


Y al punto

caigo:

he vuelto

a mí

mis propios

ojos

Necesitará tomar consciencia de su deterioro para amarse y amar la vida a pesar de sus vacíos, por eso decide cambiar el tiempo fuera del tiempo en el que ha estado «apresado por fuera del tiempo», para renacer a la verdad «Tu voz / me abre / camino / al cielo claro».

La poesía de Uno dos tres es una exhortación al cambio. Hay momentos de lacerante pesimismo en los que olvida el poder de la superación; de hecho, la realidad se va transformando según una vitalidad y un equilibrio emocional precarios que se agitan en el silencio, la noche, la soledad o la muerte


Están

mis labios

sucios

de orfandad

El poeta pasa por momentos de angustia que reavivan sentimientos próximos a la caída. Lamenta encontrarse perseguido por el tiempo sin ver otra solución que, como Dafne, transformarse en un árbol arraigado, inmóvil, sin libertad, pues «no existe / un árbol / que sesgue / sus raíces».

Se ve inmerso en un fatalismo que le niega cualquier alegría para situarlo en un caos, una confusión oscura y pasiva, desconcertante, que no le consiente siquiera rebelarse, sino que lo aboca al abismo de la nada. Es consciente de que su herramienta más poderosa es el lenguaje; al ver que no acude a su mente, se deja llevar por la angustia, «arruinadas / mis palabras».

El autor se ve convertido en una pieza más del engranaje literario que, al no dar el fruto que espera, lo induce a verse a sí mismo como un fracaso «Temo ser / lo que escribo». La frustración es la débil unión entre su cuerpo y la caída que empieza a experimentar. Como un mago, desearía poder estar al otro lado en un instante, «uno / dos / tres». Desearía descansar protegido. Desearía tener el poder necesario para que, de pronto, apareciera la única verdad, su ilusión. No soporta perder más el tiempo en un tiempo en el que nada cambia, «anquilosa los días». Pero también está seguro de que serán las propias palabras, cuando acudan a su mente, las que lo salven. La escritura es la clave, el medio por el que puede abandonar la rendición, lo que le permita aclarar la mente para conseguir emerger del fondo. Juega con el lenguaje hasta que le ofrece su realidad, la que ha transformado en una unidad simbólica,

                                                                      T

                                                                      r

                                                                      e

                                                                      s

                                                                      .

Probablemente sea por eso que evidencia una necesidad de escribir diferente, con sorpresas mitológicas, bíblicas, lingüísticas, capaces de transgredir la norma y la libertad desde el conocimiento.

Adentrarse en la poesía de José Ramón Pastor es indagar en la integración del mundo clásico, con su orden y desorden establecidos, y en el ser humano actual. Sería difícil interpretar al autor sin tener en cuenta el contexto interior en el que se mueve, porque aquí, en nuestra realidad, la vida es un momento fugaz que termina, con la oscuridad más absoluta, en la nada; sin embargo para José Ramón la vida es un sinfín de periodos dispares duros, alegres, exitosos, execrables que no mueren;


Y,

desde

la honda entraña

de un

pájaro inconsolable,

vuelvo a soñar.

Los últimos poemas de Uno dos tres representan ese renacer de las cenizas con más energía, capaz de resurgir del fuego purificador con las alas más fuertes, para aferrarse con ellas al amor. El poeta surge de la pulsión espiritual que le aporta su musa clásica


Ven,

en tus ojos

mi cuerpo

resplandece.

Uno.

En ella se realiza de nuevo; es su punto de partida. Ha podido existir a través del tiempo gracias al amor. Revive no ya como poeta, sino fortificado, como poesía para ser leída por los ojos de la que es su inspiración.

En cuanto a la forma del poemario el autor apuesta por cierto minimalismo que puede desvelar, sin embargo, su estado emocional. Hay versos que forman, en su unión, epanadiplosis que refuerzan su interés por vivir cuando esté preparado, «No he nacido, / sueño / que no he nacido». Encontramos invocaciones que aluden a los clásicos para asegurar su importancia en la escritura: «Padre, / la cera del tiempo / me funde / los brazos».

Metáforas del atardecer que piden ilusiones tranquilas, «…y / su oleaje, / rojo y gris / les diese / sosiego».

Desorden ortográfico para expresar la vorágine que supone la vida y el paso irregular del tiempo, «Es    un   punto   de  ma  si  a  d   o   seg   ui   d  o».

Sustantivos como símbolos de transformación, «petirrojo».

Llamadas a su pensamiento para que lo ayude a escribir, para que su creatividad se ponga en marcha «Canta, / necia oréade».

Anáforas asindéticas que refuerzan su autoconcepto negativo


No bebo

no como

no camino

Aliteraciones que agrandan la cadencia del dolor en la eternidad del recuerdo «en el tiempo / sin tiempo / de tu / invisible memoria».

Elipsis que eliminan el deseo de libertad y paralelismos que igualan el caos del proceso a la muerte


El vértigo

de cera derritiéndose

El silencio

de cera derretida

Poemas cortos, otros más largos, todos de versos cortos que semejan el hilo frágil de la vida


Luz y hebra

mecen

una larga sombra

Incluso la estructura delgada de los poemas contiene «la delgadez / de unos huesos / lacerados».

Indudablemente son figuras de gran fuerza retórica que participan del valor de la simplicidad. Son armas del autor con las que resalta sus sentimientos, su razón de ser, su fragilidad. Los poemas no transmiten el miedo a la muerte, a pesar de que las sombras y cenizas pueblen los versos; el miedo es a la ausencia de la obra de arte.

Uno dos tres es poesía y amor unidos. Amor como modo de supervivencia. Amor, lo que da la vida y el poder de crear.

José Ramón Pastor comienza, con su poesía, a hacerse un hueco entre los grandes


Has de morar

inmóvil

entre vivos

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