Escribir
un relato es contar la historia, generalmente, de un tema; en él hay alguien
que realiza acciones causadas, relacionadas y consecuentes con ese tema.
Escribir poesía es estar dispuesto a transgredir la norma, las causas y
consecuencias, las expresiones; es estar dispuesto a desnudar los sentimientos
consiguiendo que fluyan ante el lector con expresiones únicas, con palabras en
desuso o usadas de manera que ofrezcan una imagen personal. Es difícil escribir
poesía, pero cuando es buena, va dejando una impronta en el lector que le
permite ver sus propios sentimientos. Puede que no sean los mismos del poeta,
pero eso es lo bueno de la poesía, que nos descubre al escritor al tiempo que
experimentamos nuestro autoconocimiento.
Tengo
en mis manos un regalo que agradezco enormemente, el primer libro de poesía de José Ramón Pastor que me ha llegado
hasta lo más hondo y he leído casi como un relato al revés. Uno
dos tres no es una escritura lineal sobre alguien que nace, se
desarrolla y muere sino que parte del pesimismo absoluto, «Hay una barca / y / en ella / me hundo». Tras una agonía en la que
se siente abocado a la destrucción, el poeta se desarrolla, en una otredad que
no es sino él mismo, cayendo una y otra vez, hasta que nace aferrado a una luz
que le devuelve una imagen equivocada.
Y
al punto
caigo:
he
vuelto
a
mí
mis
propios
ojos
Necesitará
tomar consciencia de su deterioro para amarse y amar la vida a pesar de sus
vacíos, por eso decide cambiar el tiempo fuera del tiempo en el que ha estado «apresado por fuera del tiempo», para
renacer a la verdad «Tu voz / me abre /
camino / al cielo claro».
La
poesía de Uno dos tres es una
exhortación al cambio. Hay momentos de lacerante pesimismo en los que olvida el
poder de la superación; de hecho, la realidad se va transformando según una
vitalidad y un equilibrio emocional precarios que se agitan en el silencio, la
noche, la soledad o la muerte
Están
mis
labios
sucios
de
orfandad
El
poeta pasa por momentos de angustia que reavivan sentimientos próximos a la
caída. Lamenta encontrarse perseguido por el tiempo sin ver otra solución que,
como Dafne, transformarse en un árbol arraigado, inmóvil, sin libertad, pues «no existe / un árbol / que sesgue / sus
raíces».
Se
ve inmerso en un fatalismo que le niega cualquier alegría para situarlo en un
caos, una confusión oscura y pasiva, desconcertante, que no le consiente
siquiera rebelarse, sino que lo aboca al abismo de la nada. Es consciente de
que su herramienta más poderosa es el lenguaje; al ver que no acude a su mente,
se deja llevar por la angustia, «arruinadas
/ mis palabras».
El autor se ve convertido en una pieza más del engranaje literario que, al no dar el fruto que espera, lo induce a verse a sí mismo como un fracaso «Temo ser / lo que escribo». La frustración es la débil unión entre su cuerpo y la caída que empieza a experimentar. Como un mago, desearía poder estar al otro lado en un instante, «uno / dos / tres». Desearía descansar protegido. Desearía tener el poder necesario para que, de pronto, apareciera la única verdad, su ilusión. No soporta perder más el tiempo en un tiempo en el que nada cambia, «anquilosa los días». Pero también está seguro de que serán las propias palabras, cuando acudan a su mente, las que lo salven. La escritura es la clave, el medio por el que puede abandonar la rendición, lo que le permita aclarar la mente para conseguir emerger del fondo. Juega con el lenguaje hasta que le ofrece su realidad, la que ha transformado en una unidad simbólica,
T
r
e
s
.
Probablemente
sea por eso que evidencia una necesidad de escribir diferente, con sorpresas
mitológicas, bíblicas, lingüísticas, capaces de transgredir la norma y la
libertad desde el conocimiento.
Adentrarse
en la poesía de José Ramón Pastor es indagar en la integración del mundo
clásico, con su orden y desorden establecidos, y en el ser humano actual. Sería
difícil interpretar al autor sin tener en cuenta el contexto interior en el que
se mueve, porque aquí, en nuestra realidad, la vida es un momento fugaz que
termina, con la oscuridad más absoluta, en la nada; sin embargo para José Ramón
la vida es un sinfín de periodos dispares duros, alegres, exitosos, execrables
que no mueren;
Y,
desde
la
honda entraña
de
un
pájaro
inconsolable,
vuelvo
a soñar.
Los
últimos poemas de Uno dos tres
representan ese renacer de las cenizas con más energía, capaz de resurgir del
fuego purificador con las alas más fuertes, para aferrarse con ellas al amor.
El poeta surge de la pulsión espiritual que le aporta su musa clásica
Ven,
en
tus ojos
mi
cuerpo
resplandece.
Uno.
En
ella se realiza de nuevo; es su punto de partida. Ha podido existir a través
del tiempo gracias al amor. Revive no ya como poeta, sino fortificado, como
poesía para ser leída por los ojos de la que es su inspiración.
En
cuanto a la forma del poemario el autor apuesta por cierto minimalismo que puede
desvelar, sin embargo, su estado emocional. Hay versos que forman, en su unión,
epanadiplosis que refuerzan su interés por vivir cuando esté preparado, «No he nacido, / sueño / que no he nacido».
Encontramos invocaciones que aluden a los clásicos para asegurar su importancia
en la escritura: «Padre, / la cera del
tiempo / me funde / los brazos».
Metáforas
del atardecer que piden ilusiones tranquilas, «…y / su oleaje, / rojo y gris / les diese / sosiego».
Desorden
ortográfico para expresar la vorágine que supone la vida y el paso irregular
del tiempo, «Es un
punto de ma
si a d
o seg ui
d o».
Sustantivos
como símbolos de transformación, «petirrojo».
Llamadas
a su pensamiento para que lo ayude a escribir, para que su creatividad se ponga
en marcha «Canta, / necia oréade».
Anáforas
asindéticas que refuerzan su autoconcepto negativo
No
bebo
no
como
no
camino
Aliteraciones
que agrandan la cadencia del dolor en la eternidad del recuerdo «en el tiempo / sin tiempo / de tu /
invisible memoria».
Elipsis
que eliminan el deseo de libertad y paralelismos que igualan el caos del
proceso a la muerte
El
vértigo
de
cera derritiéndose
El
silencio
de
cera derretida
Poemas
cortos, otros más largos, todos de versos cortos que semejan el hilo frágil de
la vida
Luz
y hebra
mecen
una
larga sombra
Incluso
la estructura delgada de los poemas contiene «la delgadez / de unos huesos / lacerados».
Indudablemente
son figuras de gran fuerza retórica que participan del valor de la simplicidad.
Son armas del autor con las que resalta sus sentimientos, su razón de ser, su
fragilidad. Los poemas no transmiten el miedo a la muerte, a pesar de que las
sombras y cenizas pueblen los versos; el miedo es a la ausencia de la obra de
arte.
Uno dos tres es poesía y amor unidos. Amor como
modo de supervivencia. Amor, lo que da la vida y el poder de crear.
José
Ramón Pastor comienza, con su poesía, a hacerse un hueco entre los grandes
Has
de morar
inmóvil
entre vivos
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