Aún no hemos leído todo
lo que Eduardo Mendoza tiene que
decirnos.
Aún no hemos dejado de
sorprendernos con las reflexiones de Eduardo Mendoza.
Aún no hemos rendido
suficiente homenaje a esa gran persona que, de sí mismo, Eduardo Mendoza plasma
en sus novelas.
Asomarse a la literatura
de Eduardo Mendoza es entrar de lleno en el humor, en el buen humor; incluso su
ironía, su sarcasmo no ofenden porque es un maestro del lenguaje; juega con las
palabras de manera que, como en cualquiera de los más grandes, Cervantes o Shakespeare,
los términos coloquiales conviven en armonía con los cultos… y hay muchos en El rey recibe: aquiescencia, baldía,
inexpugnable, idiocia, edecán, heréticas, margrave, civilidad, proceloso,
timorata, atrabiliario, molicie, soflama, calmuco, deletéreas, delación, staretz,
simonía, mansarda, ostracismo, execrable, tedioso, circunnavegándolo o adlátere son sólo un ejemplo del
vocabulario que podemos encontrar, por supuesto junto a otro de nivel
coloquial, latinismos o extranjerismos, «grosso
modo», «un abrazo, Bobby, the once and furure king», «Erbarme dich, mein Gott,
pensé, por más que se me antojaba…», «para comer buenos fruits de mer había que
ir al Midi». Igualmente, aunque no es usual, a veces aparece alguna
expresión vulgar «me preocupa lo que
pueda pasar en España cuando se muera Franco —Ah, ¿ves? Pues a mí eso me la
suda», «¿qué coño pasa?».
Asimismo, las diferentes
situaciones se abren con una cita de autores famosos, en su lengua original,
pero a esto volveremos después; ahora simplemente he querido remarcar la
profusión de variedades lingüísticas, giros, lenguas, para señalar que El rey recibe parece imbuido de un tinte
internacional. Pero no nos engañemos, si bien es cierto que la segunda parte de
la novela transcurre en Nueva York, también lo es que sus personajes son
españoles en su mayoría. Con esto, España y el cambio que experimenta en la 2ª
mitad del siglo XX es la protagonista
—Ah, no. Yo no hago performances. Eso se lo dejo a los artistas plásticos.
Yo soy un músico. Y puedo tocar esa mierda tan bien como Richter. Pero lo que
yo quiero es destruir al maldito farsante.
—¿El maldito farsante es Brahms?
[…]
—Yo soy un artista que se expresa a
través de la música. Y al margen de las convenciones impuestas por el poder.
Rufo Batalla es el
encargado de informar al lector sobre los sucesos ocurridos en nuestro país que
dejaron huella en sus habitantes.
La novela se divide en
dos partes, en la primera, Rufo Batalla, «ferviente
partidario de la revolución a ultranza en sus años de estudiante», entra a
trabajar, en la década de los 60 a un periódico —por enchufe paterno— y lo
mandan a Mallorca a cubrir la boda del príncipe Tuukulo. Sin pretenderlo, y
tras sufrir una de las típicas situaciones surrealistas a las que nos tiene
acostumbrados nuestro autor, mantiene una conversación con el propio príncipe
de Livonia, en realidad república socialista, a la que quiere recuperar
mediante un golpe de Estado. Rufo Batalla, sin tenerlo claro, se ofrece a
ayudar a Bobby (verdadero nombre del príncipe). Una vez de vuelta a Barcelona
siente curiosidad por ver Europa del Este y enterarse de lo que ocurre allí en
primera persona. En Checoslovaquia lo ponen en contacto con Katerina quien, con
otros compañeros de izquierdas le hablan de lo bien que funcionaba el país y la
ruina en la que se encontraba actualmente por no cambiar a los dirigentes
caducos. Rufo regresa a Barcelona un poco antes de la liberación política
llevada a cabo durante La primavera de Praga; esto y el mayo del 68 francés
consiguen que se sienta más distante de todo, menos apasionado en su trabajo.
Le proponen entonces, dirigir una revista, “Gong”,
que le permite independizarse, tener una novia, que lo engaña, cortar con ella,
mantener una aventura con la mujer de Tuukulo, Mónica (Queen Elizabeth) y
embarcarse en una «maniobra geopolítica
de amplio alcance que, de salir bien, le devengará cuantiosos beneficios, y no
sólo espirituales».
Así es como llegamos a la
segunda parte, Rufo Batalla va a Nueva York ya que le ofrecen un puesto en la
delegación de la Cámara de Comercio en la gran manzana. Además de sus
compañeros de oficina, que le resultan indiferentes, conoce, de forma casual, a
una pareja, China (Conchita) y Allan Higgins, abogado de buena posición
económica, con mucho tiempo para el trabajo y poco para su mujer quien, sola,
se aficiona a dar fiestas en su casa, a las que acude gente selecta. Rufo
conoce allí a Valentina (de la que se enamora); después vendrá Ernie, de quien
tiene celos hasta que se entera de que es homosexual; y conoce, sobre todo, la
tristeza del emigrante, la soledad que no lo abandona en ningún momento. El
príncipe Tuukulo vuelve a ponerse en contacto con él y le explica la historia
de su país, cómo fue conquistado, destruido, reconstruido, vuelto a destruir y
a formar parte de Rusia, con lo que se le trastocan los pensamientos de aspirar
al trono, algo de lo que no desiste (en parte gracias a la aportación con la
que, sin ser demasiado consciente, Rufo lo avala). Y ahí, solo en Nueva York
queda nuestro protagonista a la espera de nuevas aventuras.
El argumento es
totalmente real y, sin embargo es una realidad ficcionada donde se mezclan,
complicando la trama, casos de corrupción, mafia, dictaduras… todo ello
relatado desde el humor, por el absurdo que emana de diferentes situaciones,
por la tristeza que aparece en otras.
La novela podría
pertenecer al movimiento posmodernista, durante el que los socialistas defraudaron
al mundo pues cuando el poder estaba en manos de quien tenía la riqueza, los
jóvenes intentaron una forma de vida que anulase el capitalismo, sin pararse a
pensar si sería válido y si lo que en realidad los movía era el mismo deseo de
enriquecerse
Las Meninas es un icono vil y
malintencionado que debería ir a la hoguera […] si no ha sido destruido ya es
porque una tasación ficticia le confiere un valor económico desmesurado.
—Pues si Las Meninas no es arte ¿qué
lo es?
—La suela de mi zapato, hurgarse la
nariz. Cualquier cosa que un ricacho no compraría.
—Pues eso es precisamente lo que están
comprando. Y vosotros hacéis cabriolas para que siga la fiesta
Desde el comienzo, la
narración se nos presenta deconstruida por un formato nuevo aunque metaliterario;
el tipo de letra cambia, y normalmente el código lingüístico pues las citas
aparecen en inglés, francés, alemán, catalán o, es cierto, castellano «Tuve esta historia de alguien que no tenía
nada que contarme ni a mí ni a ningún otro»; la novela abre con este guiño
a Edgar Rice Bourroughs y su obra Tarzán,
que tanto éxitos le trajo en la primera mitad del siglo XX. Este Tarzán, criado
en un paisaje idílico es, además del rey de la selva, el hijo legítimo heredero
del señor de Inglaterra. Y si Tarzán representa a ese ídolo de la virtud
terrenal de EE.UU. que había sido desplazado por la ciudad decadente, no
debemos olvidar que fue el primer icono de la cultura pop, pues alcanzó la
saturación global.
Si entendemos esto
comprenderemos mejor «la suntuosa boda
del heredero de una de las más antiguas realezas e Europa con una señorita
perteneciente a una noble y adinerada familia de la aristocracia inglesa […]
eligieron para contraer matrimonio el marco incomparable de Mallorca».
Hay que prestar mucha
atención a estas anotaciones con las que Mendoza comienza determinados
acontecimientos o secuencias, pues marcan la clave del significado universal.
Así este Tarzán-príncipe Tuukulo, legítimo heredero de Livonia (en un pasado
remoto) llamado a convertirse en Tadeusz I es en realidad Bobby en una ciudad
decadente, de ahí que su mayor deseo consista en dar un golpe de estado para
recuperar el poder y su gloria. Podemos decir que en El rey recibe no hay rey porque la sociedad ha avanzado y no tiene
sentido el concepto de realeza. Incluso desde una perspectiva lejana tampoco lo
tiene ese aspirante a rey español que viaja a Nueva York para visitar a los
emigrantes fracasados, a quienes les importa bien poco las aspiraciones de los
acaudalados que permanecieron en España
Los días de Franco estaban contados
[…] la continuidad del régimen asegurada con amenazadora firmeza por sus
miembros más vociferantes […] y la alternativa daba miedo, […] —Me acaban de
comunicar de nuestro consulado que dentro de unos días sus Altezas Reales don
Juan Carlos y doña Sofía vendrán a los Estados Unidos en una visita oficial […]
saludar a todos los funcionarios españoles destinados en esta ciudad […] don
Juan Carlos nos dirigió la palabra. En un tono monótono y mala dicción nos agradeció
nuestra presencia y nos animó a seguir dando una imagen positiva de la España
presente y futura […] —Vaya panoli […] para mí que este hombre hará bien su
papel cuando le toque, y lo hará bien porque se ve a la legua que no sirve para
otra cosa.
Pues, así, siguiendo las
citas podremos reflexionar lo que va ocurriendo en la novela: la neurosis
obsesiva del perfeccionismo que lleva a la infelicidad (Freud), el problema del
conocimiento (Kant), lo intratable de la libertad (Montaigne), los sueños amorosos
soñados (Rimbaud), la realidad-ficción (Valle-Inclán), la soledad de la noche
(Joyce), el final del orgullo (Luys Santa Marina), la indecisión de la juventud
(T.S. Elliot), el sentido de la vida y las señas de identidad (Unamuno), la
confusión del ser humano (Graham Green), sobre los que se van, cansados de la
rigidez, para experimentar nuevas sensaciones (Lewis Carroll)…
Hay más, bastantes más, y
entre todas ellas descubrimos la personalidad solitaria, indecisa, triste de
Rufo Batalla; aunque lo más sorprendente es que Mendoza ha trazado, partiendo
de la literatura universal la historia de un pasado rancio por el que debemos
sentirnos avergonzados, y todo ello sin dejar de lado el humor; no hay
exaltación en El rey recibe, hay reflexión
elegante sobre un tema que no se presta a carcajadas pero tampoco al olvido «Los espías y los reyes sin corona estamos
condenados a la rutina y al inmovilismo». Al leer la novela nos sentimos
cómplices y capaces de afrontar la vida con optimismo. «He de hacer llegar una carta a una persona y no confío en el servicio
de correos de este país, por lo demás excelente»
Todos (los españoles al
menos) tenemos la obligación de leer El
rey recibe pues, sin ofender a nadie, como es habitual en Mendoza, ironiza
hasta lo inimaginable sobre la vida sin libertad de acción o expresión del
siglo XX, que no hizo sino despertar, más si cabe, la picaresca de un español
que necesitaba la mentira, el disimulo para sobrevivir dentro o fuera del país.
Con aquella conversación puse punto
final a otro capítulo de mi existencia que tampoco había dejado huella.
Un capítulo que finaliza
la noche vieja de 1973 y que promete nuevas aventuras para Rufo Batalla,
probablemente enmarcadas en el poder emergente de la globalización, aunque
nadie (en aquella época y casi nadie en la actual) supiera dónde llevaría eso.