Acabo
de terminar Damas oscuras, un libro que me regaló la dama más blanca,
transparente y extraordinaria que pueda existir. Gracias Amaya. Sabe que me
gusta el terror psicológico, algo de oscurantismo y la novela romántica, estoy
convencida de que cuando leemos algo de terror, éste se engrandece y el ser
humano activa todos sus sentidos, de ahí que, a pesar de sufrir al imaginarnos
el relato, tanto niños como adultos, queramos saber lo que ocurre al final. «… allí estaba Médor, con las patas
delanteras clavadas firmemente en el suelo. Tenía el cuerpo rígido y el pelo
erizado […] La niñera estaba convencida de que tanto la niña como el perro
habían visto algo que el resto no había percibido». Así que cuando vio el
volumen (es de noviembre de 2017) no dudó en comprármelo. Estos actos, como
tantos otros que he ido reseñando a lo largo de este blog, son los que me
reconcilian con un mundo cada vez más grosero, alocado e incongruente, abocado
por lo tanto a un Reanalfabetismo —puede que sea otra etapa histórica futura,
como ya existió un Renacimiento cultural en el pasado–-. Pero hoy no voy a
hablar de eso. A lo mejor, un día abro un apartado de pensamientos propios; hoy
no, hoy estoy aquí para “hablar de mi libro”.
Me
ha encantado. Damas oscuras está
formado por cuentos escritos por mujeres durante la época victoriana. Hay un
total de veinte mujeres, veinte relatos pues, de extensión desigual ya que
encontramos cuentos desde el de Charlotte Brontë que ocupa cuatro páginas,
hasta verdaderas novelas cortas de casi cien, como la de Mary Elizabeth Hawker,
que curiosamente, o no tanto, debemos buscarla por su pseudónimo Lanoe
Falconer. Esta autora en Cecilia de Nöel
describe la religión a través de un fantasma. La novela está compuesta por
varios capítulos titulados “evangelios”, en los que cada protagonista
interpreta más o menos científicamente la existencia del fantasma que ocupa la
casa de los Atherley. El cabeza de familia es un racional absoluto y, con gran
dosis de ironía, tiene explicación para todo
—George –dijo lady Atherley– ¿qué es
ese ruido?
[…]
—¿Qué ruido?
—Ese tan raro, que parecía el aullido
de un perro
—Probablemente sea el aullido de un
perro
Lady
Atherley ve normal la existencia de su propio fantasma «nuestro fantasma campa a sus anchas por todas las habitaciones, e
incluso por los salones y pasillos, así que no se me ocurre qué podemos hacer
al respecto».
Y
el racionalismo de Atherley llega al humor sarcástico al referirse a la iglesia
«La última vez que fui a la iglesia, el
predicador nos ofreció un informe tan detallado sobre las experiencias que nos
esperan tras la muerte como si él mismo hubiera estado varias veces en aquel
lugar en persona». Destacan los diálogos en estilo directo y coloquial
cuando hablan los criados «vi un algo
blanco que pasaba como un relámpago y me dio un golpe frío en la cara…».
Para
algunos existen los fantasmas y son quienes no viven en paz en el más allá
porque aquí no han sido buenos «algún día
yo tomaría conciencia del peligro que corría mi alma». Otros, como el cura,
se ofenden al ver que aún se cree en fantasmas «Personas en teoría sensatas acuden a mí para relatarme unos incidentes
que me transportan a la Edad Media».
No
debemos dejar escapar las ironías hacia la iglesia «el Viernes Santo […] dieciséis platos, la mayoría a base de pescado,
sin nada de carne […] Incluso George dijo que no le importaría ayunar así.»
Y
Cecilia de Nöel afirma que la otra vida no es un lugar «sino algo que nosotros creamos» el fantasma es reflejo de la
muerte y desaparece ante la bondad absoluta «—Es
suficiente […] Ahora ya sé lo que es Dios».
Veinte
relatos diferentes con algo en común, todos tienen un fantasma al que hay que
reubicar para que descanse y deje descansar.
Debemos
agradecer esta joya literaria a la editorial Impedimenta, que ha tenido la
fabulosa idea de reunir tanto a los relatos como a sus autoras.
Todas
tienen en común pertenecer a la época del reinado de Victoria, una época que
empieza con el Romanticismo literario y representa un cambio con el Realismo,
así que en algunas escritoras encontramos características de ambos movimientos.
Todas tienen en común que fueron esposas o hijas de pastores, influidas por lo
tanto por la religión. Todas exponen en sus relatos a personajes dinámicos
femeninos, aunque algunos de estos personajes deban morir y aparecerse después
para demostrarlo o buscar la ayuda de un hombre.
Todas
son feministas y pacifistas, curiosamente, algunas lesbianas, mientras que sus
amigos eran hombres, lo que dice mucho del ambiente en el que se desarrollaba
la mujer media de la época y el que aspiraron a tener estas escritoras quienes,
casi todas, recibieron una buena educación y ejercieron profesiones de novelistas,
ensayistas, críticas de arte, directoras o propietarias de revistas… Algunas,
como la señora de Henry Wood (no usaba su nombre de pila) escribieron novelas
que se tradujeron a varios idiomas o se adaptaron al teatro; otras, como Amelia
Edwards, inspiraron sus historias de fantasmas apoyándose en otros fantasmas
literarios anteriores; es curioso que Edwards tenga presente en La historia de Salomé a todos los
hombres importantes de su generación y no aparezca alusión alguna a otras
escritoras, de hecho el papel femenino es real absolutamente, un cero a la
izquierda «Ella era judía, pero él la
convertiría». Todas las páginas de La
historia de Salomé mencionan a autores y obras famosas, lo que dice mucho
de la cultura de la autora; hay citas de El
sueño de una noche de verano (de Shakespeare), de El paraíso perdido (de
Milton); hay indicaciones sobre románticos alemanes o ingleses «Recordé que Goethe había concebido aquí su
teoría vertebral del cráneo; que Byron, demasiado tullido para caminar, tenía
un caballo […] lo mucho que Shelley amaba la agreste soledad de este lugar, que
escribió sobre él en “Julián y Maddalo” […] Todo parecía indicar que me
encontraba tan solo como Enoch Arden en su isla desierta» –sacado de un
poema de Tennyson–.
De
esta época conocemos, sobre todo por los libros escolares, a Óscar Wilde, a
Bram Stoker, a Robert Louis Stevenson, a Lewis Carroll, a Charles Dickens, a
Arthur Conan Doyle, a Rudyard Kipling, a Joseph Conrad o a Thackeray. Es cierto
que también son conocidas “las hermanas Brontë” (normalmente así, en grupo),
Jane Austen o George Eliot (porque si la nombramos, no por su pseudónimo sino
como Mary Anne Evans, la cosa cambia). Pero hubo muchísimas. El siglo XIX fue
especialmente prolífico en la escritura femenina, novelistas, poetas,
cuentistas, ensayistas, dramaturgas, o escritoras en general que representaron
una sociedad bastante verosímil (aun en sus cuentos de fantasmas), destacada
por abordar temas de una clase media emergente opuesta a la aristocracia.
Es
cierto que en muchas de estas narraciones predomina el sentimentalismo, el
moralismo y la caracterización realista, pero ninguna omite características
propias del Romanticismo, porque en realidad son todas mujeres que ansían la
libertad y se oponen a las normas no porque sí, sino porque razonan los fallos
de muchas de ellas. Mediante metáforas intuimos su rebeldía ante la represión.
Son mujeres que exploran el inconsciente y se introducen en un territorio
sobrenatural adictivo (desde que el hombre tuvo conciencia de la muerte se ha
planteado el más allá) que, seamos sinceros, en aquella época estaba favorecido
por las lámparas de gas, por determinadas enfermedades que se descubrían
“científicamente” como la histeria y por la vida aburrida y monótona que
llevaba en general la mujer.
¿Y
dónde están esas mujeres? ¿Quién las conoce hoy? Debo confesar mi ignorancia,
pues no había oído hablar de casi ninguna; y mi alegría por haber tenido la
oportunidad de leerlas a todas. Quedan más, no sólo inglesas, españolas,
francesas, americanas, italianas… así que, por favor, ya va siendo hora de que
pueblen las páginas de los libros; es perfecto que los alumnos conozcan que
Frankenstein estuvo escrito por una mujer, aunque lo sería aún más ampliar las
horas de literatura —casi me da la risa al decir esto— para que pudieran leer
obras clásicas que entendiesen, obras que han sido llevadas al cine y les ha
gustado la película, relatos cortos o novelas largas a partir de las cuales
—seguro— e interesarían por la lectura, cada vez más olvidada entre los
jóvenes.
No
voy a comentar los veinte relatos pues sería un artículo interminable; sí
quiero subrayar que, casi todas estas autoras se inspiraron en. Óscar Wilde, o
en Charles Dickens, alguna de ellas estuvo patrocinada por ellos, y por supuesto
admiraron a Walther Scott.
Es
conveniente reseñar la valentía de Charlotte Brontë, quien se burla de Napoleón
pues, tras un sueño con fantasmas hace el ridículo ante su mujer y las damas y
caballeros que estaban en el salón de baile. Asimismo Elizabeth Gas Kell
realizó la biografía de Charlotte Brontë, pero no sólo escribió ensayos sino
que el humor elegante que desprenden sus páginas es comparable al de Dickens.
Sus relatos de fantasmas son góticos, aunque como en La historia de la vieja niñera tienen un toque de realismo. Me encantaría nombrar a Rhoda Broughton,
soltera, una de las favoritas del público, que acudía a las librerías de
préstamo para leer sus libros, por el carácter desafiante y la personalidad
controvertida que tenía y dejaba su huella en los personajes, para quienes lo
onírico y lo sobrenatural formaban parte de lo cotidiano; Broughton escribió
durante sesenta años y luego cayó en el olvido. Su cuento La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad adquiere la
modalidad epistolar y mediante el humor critica las condiciones en las que
tenía que vivir la clase media «Después
de haber visitado, y creo que no estoy exagerando, todas y cada una de las
residencias más indeseables del oeste de Londres, después de no haber
encontrado nada a medio camino entre lo que podría considerarse apropiado para
los recursos de un duque y la escasez de un deshollinador…». El humor
irónico le sirve para exponer realidades de la vida cotidiana «Me resulta muy curiosa esa forma tan
perversa que tienen los niños de fijar las fechas y temporadas más
inconvenientes para sufrir sus enfermedades».
Violet
Hunt destaca en La oración la
búsqueda que en vida llevó a cabo para desafiar cualquier convencionalismo
social, por lo que en este relato —buenísimo— que comienza in medias res, con la muerte del marido de la protagonista,
consigue, tras una sentida oración «…nunca
pediré nada más, ¡qué Él te devuelva a mí!...» que su marido reviva, pero ya
no es una persona normal, de manera que él pasa seis años comportándose como un
zombi en vida, un no muerto que no tolera la compañía, ni la luz, que no se
inmuta ante nada ni nadie… que consigue que Alice Arner se sienta viuda a pesar
de tener a su marido en casa «¿Por qué
vistes siempre de negro, Alice? […] —A veces siento que vivo en una tumba.
Entonces miro al techo e imagino que es la tapa de mi ataúd» Alice vive
aterrada, siempre ha tenido miedo de los fantasmas y en su marido sólo ve un
cuerpo. Por su parte, el señor Arner también lo pasa mal, está deprimido «y siento que necesito tomar drogas para
calmarme»; así pues, tras hablar los dos y enterarse Alice de que él va «por la vida como en un sueño, un mal sueño»
deciden poner fin a la situación y de mutuo acuerdo ella, mediante morfina, lo
ayuda a morir, «ibas a terminar
devolviendo el regalo que te habían hecho».
No
quiero terminar sin nombrar a Mary E. Wilkins, quien en 1926 fue la primera
persona en recibir la medalla William Dean Howells, distintivo
que concede a los novelistas la American
Academy of Arts and Letters; premio que juzgamos merecidísimo al leer El solar en el que se intenta razonar
inútilmente ante lo paranormal, pues el pasado vuelve siempre para vengarse.
¡Inquietante!
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