Es
curioso pero, a pesar de que no me llama la atención, he vuelto a leer una
novela de espías sin saberlo; porque es la última de José C. Vales, a quien pienso seguir leyendo cada vez que edite
algo nuevo. Me impactó tanto Cabaret Biarritz, que decidí serle
fiel. Me encanta su estilo, irónico, sarcástico, ácido pero lleno de humor. Así
pues, salió a la venta Celeste 65 y ya la he leído, pese a
tener numerosas interrupciones, las propias de principio de curso. En este caso
los espías van unidos al nacismo, estamos en 1965 y aún tenían poder; nadie
había olvidado sus tropelías, ni siquiera ellos mismos, que se consideraban
intocables.
En
principio, Celeste 65, de destacar
por algo sería por constituir una parodia de la alta sociedad nicense. Por el
hotel Negresgo circula lo más granado de la época, actrices conocidas como
Brigitte Bardot entre otras, Rainiero y Grace Kelly… la alta aristocracia de
Niza se aloja, en pleno, junto a nuestro protagonista, Linton Blint, un inglés
bastante necio debido al deterioro cerebral causado por el envenenamiento que,
conscientemente o no, le produce su mujer, Laurine, aprovechando los pesticidas
de la fábrica de fertilizantes de la que se convierte en dueño por herencia, y
por la gran cantidad de medicamentos que le proporciona su psiquiatra, la
doctora Val «de labios freudianos», y
que él mezcla constantemente con alcohol.
Dejándose
llevar por el consejo de un amigo, abandona la fábrica y su casa (se daba la
circunstancia irónica, de que, encima, era un estudioso admirador de toda clase
de insectos que lógicamente mueren a su alrededor, víctimas, como determinadas
personas, de los pesticidas empleados por su padre), al tiempo que adquiere una
nueva identidad. Y así es como llega a Niza, con una pensión desorbitada que le
permite pasar una temporada sintiéndose, si no admirado, al menos respetado. La
humillación sufrida tanto por su familia como por su psiquiatra «Mi Laurine resolvía, en esos casos, que era
idiota […] Decía que no comprendía mis angustias; la doctora Val, sin embargo,
sí que las comprendía, sobre todo el día que cobraba sus honorarios…», es
sustituida por una felicidad idílica, ahora como Nigel Balquhider-Kolinch,
nombre que le aconseja su amigo para evitar ser perseguido por los destrozos
ambientales y humanos que su fábrica estaba ocasionando.
Aun
así, a pesar de alternar con la sociedad más elegante de esta fastuosa ciudad,
es incapaz de vencer su timidez extrema, su ensimismamiento y su falta de
personalidad «Yo no tenía ningún inconveniente
en pensar lo que me dijeran que debía pensar, y corriendo el riesgo de acabar
con un peligroso dolor de cabeza […] escuché atentamente sus palabras […] y
desde ese momento yo también decidí alejarme del estructuralismo como si fuera
el mismísimo Belcebú». Teniendo en cuenta que no era estructuralista, ni
conocía la teoría, más que falta de carácter, encontramos a un ser inocente
fuera de lo común, de una simpleza extrema «Francamente
me parecía asombroso que alguien pudiera saber tantas cosas sobre el sexo como
para rellenar seis o siete volúmenes».
La
joven Celeste será quien consiga despertarlo a los lujos, a la vida, al amor, y
a experimentar de vez en cuando algún sentimiento de celos; sólo de vez en
cuando porque la visión que Nigel tiene de sí mismo es demoledora, no sabe
hacer nada ni lo intenta, se deja llevar por todos y reprime sin dificultad
cualquier actividad propia de lujos excesivos «estuvimos debatiendo mi incapacidad para la actividad natatoria […] le
dije a Myléne, era incapaz de coordinar los brazos, los pies, el movimiento de
la cabeza, la mirada, la curvatura de la espalda, la posición de la pelvis, la
inclinación de las cervicales, la respiración y…». Y así, como le va
sucediendo todo en su vida, se encuentra sin saber cómo con un espía americano,
Matt Mattison, que sin venir a cuento le relata sus hazañas por Alemania
durante 1961, durante la construcción del muro de Berlín. En momentos como éste
es cuando más resalta la ironía de Vales, pues se convierte en crítica hacia
los horrores del nazismo «A Gretta la
metralla se le incrustó en el cráneo […] El comando soviético se burló de ella,
y jugaron a la gallinita ciega, aprovechando que no podía ver por el impacto de
la metralla, y luego la violaron hasta que la creyeron muerta […] Matt decía
que lo que más había lamentado —su madre— fue ver cómo había quedado el bonito
uniforme de las Juventudes Hitlerianas…».
Asimismo
Nigel mantiene una relación pseudoamorosa con Kira Kerasimova, otra espía a la
que llama Ø (el sarcasmo hacia la ocultación es evidente), y que delató a Matt,
a pesar de haber sido compañeros, quien, apresado, hubo de contar todo lo que
sabía sobre la construcción del muro.
A
partir de ahí, Linton-Nigel se percata de que está rodeado de espías, y él mismo
es perseguido por el servicio de contraespionaje francés, que quiere deportarlo
a Varsovia. Pero ni Kira, o Lucille Øorund, ni Celeste dan importancia a este
hecho, y para tranquilizarlo Celeste llamará a los abogados de su tío (quien a
su vez tiene familiares en el MI6).
Mientras
tanto, la fábrica de fertilizantes Blint sigue causando estragos en países
subdesarrollados (de nuevo la crítica a las sociedades acomodadas del primer
mundo).
Sin
embargo, es cierto que entre estos asuntos de espionaje, sin duda
estrambóticos, algunos capítulos quedan intercalados con verdadero humor, el
que te hace reír a pesar de estar en medio de hechos dolorosos. El capítulo 87,
«Los días inexistentes», es
fantástico. Nadie puede contar con más ocurrencia el cambio del calendario
gregoriano «…el calendario que se había
instituido en el Concilio de Nicea del año 325 había provocado tal descalabro
en el cómputo de los días que seguramente estaban viviendo “en el día que no
era”. (Esta idea me pareció a mí muy interesante […] en 1580 se decidió que
había que poner la Tierra en hora y que había que adelantar esos once días […]
Con gran temor de Dios se acordó que tras el jueves 4 de octubre de 1582 no
vendría el 5 sino el 15 de octubre […] En una corte judicial española, según decían,
un asesino quedó libre porque no se pudo decidir qué día había cometido el
crimen…»
Por
otro lado, Vales tampoco pierde ocasión para atacar, especialmente en
Inglaterra, el comercio ilegal; de la manera más normal aunque totalmente
hiperbólica, el anticuario Artjans Lew «que
había visto casi todo lo que puede verse en el mundo del arte y en el universo
de las miserias humanas, dijo que le sorprendería que el Reino Unido tuviera
leyes restrictivas […] porque no se sabía que Londres hubiera tenido jamás
restricciones de cualquier cosa, incluidas obras de arte robadas, dinero
procedente de los negocios más turbios y criminales, o personas».
El
hecho es que Celeste y su tío Artjans se encuentran con que el primer atlas del
universo «La Uronographía» no será
subastado sino vendido, por su condición dudosa y el origen problemático de su
actual propietario. Las intrigas en el hotel se van multiplicando, así como las
confabulaciones por una posición acomodada, y Nigel se encuentra inmiscuido sin
saberlo ni entenderlo, aunque casi llegue a darse cuenta, puede que tarde, de
todas las maniobras.
Celeste 65, tal y como nos tiene acostumbrados
José C. Vales en sus novelas, está plagada de expresiones ingeniosas, algunas
verdaderamente jocosas. Encontramos humor en las analogías «Celeste […] se sentó a mi lado y antes de que el Citroën hubiera
empezado a ronronear alegremente […] había apoyado los pies vendados en el
salpicadero del coche […] dada la turbadora presencia de Celeste a mi derecha,
preferí pensar en cuestiones relacionadas con asuntos más serios. Por ejemplo,
los faraones de la IV dinastía».
Humor
en las afirmaciones imprecisas «El
gerente, u otro caballero —nos resultaba imposible distinguirlo—, se mostraba
intransigente».
Tópicos
mordaces «Entonces se abrió la puerta del
despacho y salió la gobernanta, una inglesa excepcionalmente laboriosa y
limpia, por ser inglesa».
Agudas
expresiones confusas «Me senté en la
silla luisalgo».
Cómicas
críticas, que se hacen especialmente duras, a la alta sociedad, al comparar
sucesos banales con otros severos «Los
clientes del establecimiento, aburridos turistas del verano mediterráneo […]
que uno llegaba a pensar que nada combinaba mejor con el croissant, el bloody
mary o el modern jazz que un buen escándalo sexual o una formidable degollina
al estilo del ramadán».
Chistosas
metonimias hipotéticas vituperables «mi
cara parecía doblada y desfigurada, como un dalí lisérgico o un picasso
alcoholizado».
Burlonas
personificaciones, pues cosifican a la persona «otras opiniones, como la del coronel Du Picq y su bigote…».
Socarronas
igualaciones inverosímiles «Acudieron a
mi pensamiento embotado varias reflexiones filosóficas, como […] pensar que
podía entender lo que sucedía a mi alrededor, […] que alguna vez se pudiera
ordenar el caos del universo o la convicción absoluta de que el té ya se había
quedado frío».
Incluso
las curiosidades que aparecen no están exentas de humor, como tratar al espía
británico y escritor de las novelas de 007, Ian Fleming, como un escritor de
novelas baratas de espionaje.
Quizas
sea Celeste 65 la novela más extraña
de Vales, pues abunda, entre tantas expresiones cómicas y absurdas, la
desolación y depravación del ser humano. En realidad, la vida del protagonista
es amarga pero el autor tiene la peculiaridad de enfocar las situaciones desde
otro punto de vista, de forma que sonriamos al leer las aventuras de Nigel,
quien hace gala constante de una desmesurada estupidez, pues comienza no dándose
cuenta de que está siendo envenenado por su mujer y su tía con el
hexaclorobenceno de la fábrica que hereda de su padre «Con todo su cariño marital habitual, mi querida Laurine me preparó un
vaso de aquella leche que sabía tan rara…» y termina sin percatarse de la
justicia, poética en este caso, que preparan Celeste y su tío, el señor Levv.
Nigel vive toda su vida como si fuese un sueño, y en realidad la novela es eso,
un sueño de su autor, en el que el horror, los malos tratos conviven con lo más
exquisito de la sociedad nicense, si bien es cierto que se vale de la
metaliteratura para, mediante un guiño a su obra, conseguir que ésta se
convierta en tabla de salvación para sus personajes «El señor Levv dijo que la niebla de aquellas jornadas había sido un
milagro protector, hasta que llegaron a la escuela abandonada de Neuwelke,
donde permanecieron escondidos tres días»; y emplea la literatura para
lograr que, mediante un final sorprendente, los humillados consigan su
venganza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario