La
Fundación Siglo de Oro ha llevado a cabo en Madrid, un proyecto que parte de la
iniciativa del actor, director y productor Rodrigo Arribas, para poner en
marcha un teatro que recordase a los corrales de comedias, una sencilla carpa
que se ha mantenido en pie durante un mes. La pena es que ha terminado. La
alegría, que tendrá continuidad. Este año el ayuntamiento se ha volcado con la
Cuesta de Moyano, en la que durante 30 días los madrileños, y el resto de los
españoles que con suerte por cuestiones laborales, hemos disfrutado desde un
auténtico carrusel veneciano, hasta casetas en las que vendían diferentes
golosinas: garrapiñados, crêpes, dulces… o distintos objetos de artesanía:
bolsos, pañuelos… Conforme subíamos la cuesta, tres contenedores con bebidas y
comida para tomar un refrigerio y charlar, porque el tiempo lo ha permitido,
han dado cita en el lugar a diversos actores, espectadores y amantes del teatro
en general. Se ha hecho allí, sentados en palés acomodados como mesas y sillas,
la espera, muy agradable, hasta que comenzaba el espectáculo en el corral, al
estilo del siglo XVII. En ese Corral Cervantes he visto tres obras de teatro, y
no sabría por cual decidirme, pues las tres han resultado de una calidad
inigualable.
La
Calderona,
dirigida por Pablo Viña, y David Ottone a cargo del espacio escénico. La marca
de Yllana teatro es inconfundible, pues el trabajo en equipo es evidente,
aunque en este caso sólo dos actores Pablo Paz y Natalia Calderón den vida a
diversos personajes, sin olvidar, claro está al DJ Hardy Jay.
El
personaje de la actriz María Inés, conocida en el siglo XVII como la Calderona
ha sido el punto de partida para construir su vida a golpe de rap; una comedia,
con el punto oscuro que cualquier historia de una mujer, y actriz, hubo de
tener en el Siglo de Oro, por muy querida del rey Felipe IV que llegase a ser,
y madre de don Juan de Austria. Pues sí, parece increíble que una niña
abandonada en un portal consiguiera destacar como una de las mejores actrices
de su tiempo y desafiase a esa sociedad que no perdonaba ni la condición social
ni la sexual; y parece increíble que Yllana haya sido capaz de contar esta
historia a modo de comedia, una comedia increíblemente divertida en la que
durante hora y media, con un DJ que interviene en escena sólo para poner la
música, Pablo Paz represente el papel del rey Felipe IV, chulo y despiadado, de
la reina Isabel, desesperada al ver que sus hijos se le mueren y ella es
constantemente humillada por el pueblo, que la trata de cornuda, y de un monje
lascivo inquisitorial que luego, diecisiete años después del nacimiento del
hijo de la Calderona, que le arrebata el rey, le confirme a Juan de Austria
quién es en realidad; y Natalia Calderón, además de la Calderona, haga de
criada enana de la reina y de abadesa al final de sus días. Música, luces y
poco más son suficientes para ponernos en situación.
Magistral
la unión de los mejores versos auriseculares con expresiones actuales;
fantástico el baile y la música de estos actores que demuestran ser verdaderos
artistas. Y apoteósico el homenaje final hecho con diferentes títulos de obras
del Barroco que conforman un texto que nos llega con un mensaje claro: los
clásicos siguen vivos. Muy vivos.
Mujeres
y criados. Hasta
hace muy poco, ésta era una obra de la que sólo se conocía el título, sin
embargo Rodrigo Arribas, fundador de la compañía Fundación del Siglo de Oro, la
ha dirigido con acierto para llevar a las tablas del Corral Cervantes esta
maravillosa comedia de la madurez del Fénix de los ingenios. Totalmente actual,
pues trae a escena a dos grupos marginales del XVII, por un lado las mujeres,
sin voz ni voto en nada que tuviera que ver con sus vidas, por otro, los
criados, aquéllos que ocupaban una escala social bastante baja. Puede que Lope
fuese consciente, al escribirla, del empuje que debía tener la mujer en la
sociedad, del ingenio que había de mostrar para burlar todos los inconvenientes
impuestos desde su propia familia, y de lo ridículo que iban resultando los
matrimonios concertados.
Puede
que el autor supiera que los diálogos divertirían, pues están escritos, con
agilidad increíble, para “dar gusto al
público”. Lo que quizás no esperase es que cuatro siglos más tarde el
espectador continuara riendo durante hora y media. No cabe duda, de que el
enredo ideado por una de las hermanas es inteligente: dos hermanas de la alta
sociedad, enamoradas del camarero y del secretario de un conde, se ven en el
aprieto de apartar los deseos del padre, casarlas con el propio conde y el hijo
de un rico amigo. La casa de las hermanas se convierte en un espacio donde
todos están a expensas de lo engaños de éstas. Por supuesto, es indiscutible
que el argumento rompe una lanza a favor de la mujer; el tema es universal,
ante el amor no hay fronteras, ni de clase ni económicas.
Pero
lo mejor de todo, y esto no es sólo mérito del autor sino también de la
compañía, es la actuación; con una mínima adaptación a la realidad: una Tablet
para apuntar, unas patatas bravas para tomar un tentempié y un vestuario
rompedor, a mitad de camino entre lo clásico y lo moderno: gafas de sol y
bufandas para los criados galanes, faldas más cortas por delante que por detrás
para las damas (el resto de personajes mantenían los trajes de la época), la
Fundación Siglo de Oro nos hizo reír y aplaudir al final hasta que ellos
decidieron desaparecer del escenario.
Los
diez actores en escena estuvieron absolutamente fantásticos; ni una sola pega,
ni a la dicción, ni a los movimientos, ni a los gestos, ni a la complicidad con
el público. Una gozada en la que con total normalidad las damas y los criados
se casan por amor y los galanes impuestos lo aceptan, tras intentar obtenerlas amparados
en su derecho social, por evidente.
Los
espejos de don Quijote.
Emotiva la historia de la que Alberto Herreros es autor y director con un
acierto total. Miguel de Cervantes, encarcelado al ser acusado de quedarse con
la recaudación de impuestos, trabajo que obtuvo tras fracasar una y otra vez
como escritor, y tras fracasar, por la invalidez de su brazo, como soldado;
pero nuestro querido autor no tenía una mentalidad barroca, clásica seguro que
sí y noventayochista puede que también, el caso es que se adelantó a su tiempo
y sufrió, como les ocurre a quienes lo hacen; Cervantes vio venir la miseria a
la que España iba abocada. Su lamento quedó reflejado en Los tratos de Argel; su ideal, en aquellas novelas cortas (que
luego introdujo en el Quijote). La realidad que le tocó vivir al mayor escritor
de todos los tiempos fue penosa (de nuevo esta España inculta que abandona las
letras, las humanidades, el pensamiento, y olvida a los más valiosos, a las
mentes más privilegiadas para, una vez muertos, o reconocidos por otros,
reclamarlos como españoles; porque, eso sí, la patria ante todo).
Por
ello ha sido emocionante la idea del encuentro ficticio que tienen Cervantes y
Shakespeare en una cárcel de Sevilla. Herreros une el sueño de este encuentro
con hechos reales, para mostrarnos el momento en el que don Miguel pudo tener
la idea para escribir su inmortal novela y aportarle al genio inglés ideas para
su Hamlet o su Romeo y Julieta. Ha resultado emocionante que Cervantes alentado
por un carcelero entre el sueño y lo real (papel que encarna Pedro Miguel
Martínez, actor tradicional de teatro, películas como Bienvenido a casa y series como Gran
Hotel o Velvet entre otras), y su
querida Dorotea, se decidiese a escribir la historia de un Quijano, en la que
el carcelero le pide el papel de Sancho. No falta el humor, triste aunque de
delicadeza exquisita, al servir los esqueletos que poblarían las cárceles de la
época para que Cervantes, se sirviera de una calavera y se inspirara en la
quijada para el nombre de su protagonista, y esa misma calavera sirviese a
Shakespeare para crear a su príncipe de Dinamarca. La realidad utópica, la
justicia poética que tiene la literatura y que nos conforma el espíritu. Esto
es la magia del teatro, poder imaginar a dos genios alentándose a escribir y
quedando unidos para la eternidad en un abrazo; en el abrazo de la paz, de la
literatura, de la imaginación y de la ilusión que muchos de nosotros esperamos
ver como la futura realidad entre los pueblos.
Don Gil de las calzas verdes.
Por último, aunque no pertenece a la programación del Corral Cervantes, una vez
en Madrid fue obligado asistir a la representación de Don Gil de las calzas verdes. Siempre es una fiesta ir a los
Teatros Luchana, pero en esta ocasión supuso un lujo formar parte de un público
subyugado por esta atrevida y divertida adaptación que la compañía Ensamble
Bufo ha llevado a cabo de este don Gil de Tirso de Molina (Con calzas y a lo
loco). No hay sorpresas en el texto, a excepción de escenas en las que, por
largas, Caramanchel resume al espectador, o de otras en las que advertimos
guiños a la actualidad al jugar con el nombre: Gil y pollas, Gil y Gil.
Sí
hay sorpresas en el vestuario. Es indiscutible que tanto el director, Hugo
Nieto, como la encargada de vestuario, Paola de Diego, han acertado haciendo
uso de la sencillez y versatilidad en los trajes que sirven tanto para hombre
como para mujer, según se pongan o no una especie de falda-delantal. Todos van
vestidos de gris, a excepción primero de las calzas de don Gil, y después de
las calzas, un sombrero y una capa verdes que se ponen al final los cuatro
giles que comparecen al mismo tiempo en escena.
Sorpresas
también en el mobiliario, sólo una caja de verduras para cada actor, que les
sirve de asiento y que quitan y ponen del escenario a los lados del mismo,
según conviene. Sorpresas, y muy gratas en el decorado: una pantalla en la que,
para presentar la escena aparece una imagen del Madrid actual, de la calle
correspondiente a la nombrada en la obra, y que desaparece en el momento en que
continúa la representación; apenas unos segundos para poner en situación al
público, y de paso, con algún comentario alusivo arrancar la carcajada. Y
sorpresa, fantástica, la utilización del ritmo; los caballeros no llevan espadas
sino bastones de madera que junto a timbales, crótalos, panderetas y palos,
convierten la representación en una fiesta en la que los movimientos están
ayudados por la percusión.
Una
puesta en escena innovadora, fantástica, en la que por cuarto día consecutivo,
Madrid me ha demostrado que los clásicos están vivos, son de plena actualidad y
podrán adaptarse igualmente otros cuatrocientos años. Hugo Nieto es el
encargado de dirigir a seis actores, dos de ellos hacen doble papel, aparte,
claro, del triplete que ya Tirso, en su día, pensó para doña Juana-Elvira-Gil y
que, en esta ocasión Sara Moraleda encarna a la perfección. Asimismo he quedado
cautivada, creo que todos los espectadores, por la gracia, gestualidad y
espontaneidad de María Besant en el papel de doña Inés, sin desmerecer por
supuesto al resto de la compañía ¡Bravo!
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