miércoles, 27 de septiembre de 2017

FIESTA CORRAL CERVANTES


La Fundación Siglo de Oro ha llevado a cabo en Madrid, un proyecto que parte de la iniciativa del actor, director y productor Rodrigo Arribas, para poner en marcha un teatro que recordase a los corrales de comedias, una sencilla carpa que se ha mantenido en pie durante un mes. La pena es que ha terminado. La alegría, que tendrá continuidad. Este año el ayuntamiento se ha volcado con la Cuesta de Moyano, en la que durante 30 días los madrileños, y el resto de los españoles que con suerte por cuestiones laborales, hemos disfrutado desde un auténtico carrusel veneciano, hasta casetas en las que vendían diferentes golosinas: garrapiñados, crêpes, dulces… o distintos objetos de artesanía: bolsos, pañuelos… Conforme subíamos la cuesta, tres contenedores con bebidas y comida para tomar un refrigerio y charlar, porque el tiempo lo ha permitido, han dado cita en el lugar a diversos actores, espectadores y amantes del teatro en general. Se ha hecho allí, sentados en palés acomodados como mesas y sillas, la espera, muy agradable, hasta que comenzaba el espectáculo en el corral, al estilo del siglo XVII. En ese Corral Cervantes he visto tres obras de teatro, y no sabría por cual decidirme, pues las tres han resultado de una calidad inigualable.

La Calderona, dirigida por Pablo Viña, y David Ottone a cargo del espacio escénico. La marca de Yllana teatro es inconfundible, pues el trabajo en equipo es evidente, aunque en este caso sólo dos actores Pablo Paz y Natalia Calderón den vida a diversos personajes, sin olvidar, claro está al DJ Hardy Jay.

El personaje de la actriz María Inés, conocida en el siglo XVII como la Calderona ha sido el punto de partida para construir su vida a golpe de rap; una comedia, con el punto oscuro que cualquier historia de una mujer, y actriz, hubo de tener en el Siglo de Oro, por muy querida del rey Felipe IV que llegase a ser, y madre de don Juan de Austria. Pues sí, parece increíble que una niña abandonada en un portal consiguiera destacar como una de las mejores actrices de su tiempo y desafiase a esa sociedad que no perdonaba ni la condición social ni la sexual; y parece increíble que Yllana haya sido capaz de contar esta historia a modo de comedia, una comedia increíblemente divertida en la que durante hora y media, con un DJ que interviene en escena sólo para poner la música, Pablo Paz represente el papel del rey Felipe IV, chulo y despiadado, de la reina Isabel, desesperada al ver que sus hijos se le mueren y ella es constantemente humillada por el pueblo, que la trata de cornuda, y de un monje lascivo inquisitorial que luego, diecisiete años después del nacimiento del hijo de la Calderona, que le arrebata el rey, le confirme a Juan de Austria quién es en realidad; y Natalia Calderón, además de la Calderona, haga de criada enana de la reina y de abadesa al final de sus días. Música, luces y poco más son suficientes para ponernos en situación.

Magistral la unión de los mejores versos auriseculares con expresiones actuales; fantástico el baile y la música de estos actores que demuestran ser verdaderos artistas. Y apoteósico el homenaje final hecho con diferentes títulos de obras del Barroco que conforman un texto que nos llega con un mensaje claro: los clásicos siguen vivos. Muy vivos.

Mujeres y criados. Hasta hace muy poco, ésta era una obra de la que sólo se conocía el título, sin embargo Rodrigo Arribas, fundador de la compañía Fundación del Siglo de Oro, la ha dirigido con acierto para llevar a las tablas del Corral Cervantes esta maravillosa comedia de la madurez del Fénix de los ingenios. Totalmente actual, pues trae a escena a dos grupos marginales del XVII, por un lado las mujeres, sin voz ni voto en nada que tuviera que ver con sus vidas, por otro, los criados, aquéllos que ocupaban una escala social bastante baja. Puede que Lope fuese consciente, al escribirla, del empuje que debía tener la mujer en la sociedad, del ingenio que había de mostrar para burlar todos los inconvenientes impuestos desde su propia familia, y de lo ridículo que iban resultando los matrimonios concertados.

Puede que el autor supiera que los diálogos divertirían, pues están escritos, con agilidad increíble, para “dar gusto al público”. Lo que quizás no esperase es que cuatro siglos más tarde el espectador continuara riendo durante hora y media. No cabe duda, de que el enredo ideado por una de las hermanas es inteligente: dos hermanas de la alta sociedad, enamoradas del camarero y del secretario de un conde, se ven en el aprieto de apartar los deseos del padre, casarlas con el propio conde y el hijo de un rico amigo. La casa de las hermanas se convierte en un espacio donde todos están a expensas de lo engaños de éstas. Por supuesto, es indiscutible que el argumento rompe una lanza a favor de la mujer; el tema es universal, ante el amor no hay fronteras, ni de clase ni económicas.

Pero lo mejor de todo, y esto no es sólo mérito del autor sino también de la compañía, es la actuación; con una mínima adaptación a la realidad: una Tablet para apuntar, unas patatas bravas para tomar un tentempié y un vestuario rompedor, a mitad de camino entre lo clásico y lo moderno: gafas de sol y bufandas para los criados galanes, faldas más cortas por delante que por detrás para las damas (el resto de personajes mantenían los trajes de la época), la Fundación Siglo de Oro nos hizo reír y aplaudir al final hasta que ellos decidieron desaparecer del escenario.

Los diez actores en escena estuvieron absolutamente fantásticos; ni una sola pega, ni a la dicción, ni a los movimientos, ni a los gestos, ni a la complicidad con el público. Una gozada en la que con total normalidad las damas y los criados se casan por amor y los galanes impuestos lo aceptan, tras intentar obtenerlas amparados en su derecho social, por evidente.

Los espejos de don Quijote. Emotiva la historia de la que Alberto Herreros es autor y director con un acierto total. Miguel de Cervantes, encarcelado al ser acusado de quedarse con la recaudación de impuestos, trabajo que obtuvo tras fracasar una y otra vez como escritor, y tras fracasar, por la invalidez de su brazo, como soldado; pero nuestro querido autor no tenía una mentalidad barroca, clásica seguro que sí y noventayochista puede que también, el caso es que se adelantó a su tiempo y sufrió, como les ocurre a quienes lo hacen; Cervantes vio venir la miseria a la que España iba abocada. Su lamento quedó reflejado en Los tratos de Argel; su ideal, en aquellas novelas cortas (que luego introdujo en el Quijote). La realidad que le tocó vivir al mayor escritor de todos los tiempos fue penosa (de nuevo esta España inculta que abandona las letras, las humanidades, el pensamiento, y olvida a los más valiosos, a las mentes más privilegiadas para, una vez muertos, o reconocidos por otros, reclamarlos como españoles; porque, eso sí, la patria ante todo).

Por ello ha sido emocionante la idea del encuentro ficticio que tienen Cervantes y Shakespeare en una cárcel de Sevilla. Herreros une el sueño de este encuentro con hechos reales, para mostrarnos el momento en el que don Miguel pudo tener la idea para escribir su inmortal novela y aportarle al genio inglés ideas para su Hamlet o su Romeo y Julieta. Ha resultado emocionante que Cervantes alentado por un carcelero entre el sueño y lo real (papel que encarna Pedro Miguel Martínez, actor tradicional de teatro, películas como Bienvenido a casa y series como Gran Hotel o Velvet entre otras), y su querida Dorotea, se decidiese a escribir la historia de un Quijano, en la que el carcelero le pide el papel de Sancho. No falta el humor, triste aunque de delicadeza exquisita, al servir los esqueletos que poblarían las cárceles de la época para que Cervantes, se sirviera de una calavera y se inspirara en la quijada para el nombre de su protagonista, y esa misma calavera sirviese a Shakespeare para crear a su príncipe de Dinamarca. La realidad utópica, la justicia poética que tiene la literatura y que nos conforma el espíritu. Esto es la magia del teatro, poder imaginar a dos genios alentándose a escribir y quedando unidos para la eternidad en un abrazo; en el abrazo de la paz, de la literatura, de la imaginación y de la ilusión que muchos de nosotros esperamos ver como la futura realidad entre los pueblos.

Don Gil de las calzas verdes. Por último, aunque no pertenece a la programación del Corral Cervantes, una vez en Madrid fue obligado asistir a la representación de Don Gil de las calzas verdes. Siempre es una fiesta ir a los Teatros Luchana, pero en esta ocasión supuso un lujo formar parte de un público subyugado por esta atrevida y divertida adaptación que la compañía Ensamble Bufo ha llevado a cabo de este don Gil de Tirso de Molina (Con calzas y a lo loco). No hay sorpresas en el texto, a excepción de escenas en las que, por largas, Caramanchel resume al espectador, o de otras en las que advertimos guiños a la actualidad al jugar con el nombre: Gil y pollas, Gil y Gil.

Sí hay sorpresas en el vestuario. Es indiscutible que tanto el director, Hugo Nieto, como la encargada de vestuario, Paola de Diego, han acertado haciendo uso de la sencillez y versatilidad en los trajes que sirven tanto para hombre como para mujer, según se pongan o no una especie de falda-delantal. Todos van vestidos de gris, a excepción primero de las calzas de don Gil, y después de las calzas, un sombrero y una capa verdes que se ponen al final los cuatro giles que comparecen al mismo tiempo en escena.

Sorpresas también en el mobiliario, sólo una caja de verduras para cada actor, que les sirve de asiento y que quitan y ponen del escenario a los lados del mismo, según conviene. Sorpresas, y muy gratas en el decorado: una pantalla en la que, para presentar la escena aparece una imagen del Madrid actual, de la calle correspondiente a la nombrada en la obra, y que desaparece en el momento en que continúa la representación; apenas unos segundos para poner en situación al público, y de paso, con algún comentario alusivo arrancar la carcajada. Y sorpresa, fantástica, la utilización del ritmo; los caballeros no llevan espadas sino bastones de madera que junto a timbales, crótalos, panderetas y palos, convierten la representación en una fiesta en la que los movimientos están ayudados por la percusión.


Una puesta en escena innovadora, fantástica, en la que por cuarto día consecutivo, Madrid me ha demostrado que los clásicos están vivos, son de plena actualidad y podrán adaptarse igualmente otros cuatrocientos años. Hugo Nieto es el encargado de dirigir a seis actores, dos de ellos hacen doble papel, aparte, claro, del triplete que ya Tirso, en su día, pensó para doña Juana-Elvira-Gil y que, en esta ocasión Sara Moraleda encarna a la perfección. Asimismo he quedado cautivada, creo que todos los espectadores, por la gracia, gestualidad y espontaneidad de María Besant en el papel de doña Inés, sin desmerecer por supuesto al resto de la compañía ¡Bravo!

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