El noir
denota una marcada oscuridad; con esta novela de Rafael Javier Pérez Bielsa, nos vemos sumergidos en la zona más
oscura de Madrid: pasadizos subterráneos permiten a los habitantes de 2137
vivir como en una colonia de hormigas. Solo pueden residir, en pisos de 30
metros cuadrados, sin ventanas, aquellos que han tenido la suerte de seguir
adelante. Poco a poco, desde finales del siglo XXI la población ha ido
disminuyendo, indudablemente por la climatología extrema que ha conseguido la
desaparición de animales, de alimentación tal y como hoy la entendemos y de
comunicación, como acostumbramos en el presente. Los habitantes llevan un chip
mediante el que son controlados y conviven con diferentes tipos de androides
que, no cabe duda, facilitan las funciones de investigación.
Los nuevos madrileños —algunos—
también trabajan en la superficie aunque marcados por la oscuridad; solo se
puede acceder durante la noche, cuando las temperaturas bajan de los 60º que
soportan durante el día y hacen imposible la existencia.
En este noir, el ser humano, tal como lo entendemos, ha desaparecido y el
bien y el mal tampoco están claramente definidos según nuestra normativa, a
pesar de que la población intente abrazar una roboética emocional.
Estamos en un contexto imaginario,
aunque posible, donde el autor especula sobre avances científicos y su impacto
social. Gracias a sus conocimientos, los lectores vislumbramos una Humanidad
que ha acelerado su destrucción. Sin embargo, el ambiente que se respira es
tranquilo; se intuyen injusticias e inseguridad y la corrupción de altos cargos
se mantiene como en la realidad actual.
¿Estamos ante una distopía? Puede ser,
aunque posible; de hecho ya estamos notando las consecuencias del cambio
climático; los jóvenes acusan la falta de puestos de trabajo y, por lo tanto,
de independencia para hacer frente a los gastos más elementales; hay viviendas
que parecen colmenas y ostentan precios inaccesibles; los animales empiezan a
emigrar o a extinguirse; la obsesión por el poder elimina cualquier rastro de
empatía con los demás, especialmente con los que consideramos diferentes.
En fin, tras leer Madrid, distrito independiente,
tenemos la impresión de que hemos comenzado a crear esa quimera porque Rafa
Pérez especula desde una base científica.
La novela está dividida en capítulos,
cada uno encabezado por un suceso “histórico”, extraído de la Enciclopedia Global de las Federaciones
Unidas, donde, con estilo didáctico, se presenta una situación en la que
descubrimos circunstancias posibles: «Para
completar la demanda de agua, también se recurre a plantas y algas modificadas
genéticamente, capaces de generarla en su metabolismo…». No cabe duda de
que la precisa información, «solo el 0,4%
de los desplazados…»; el vocabulario técnico, «recursos hídricos», «entorno simbiótico», «hidroponía» y
soluciones verosímiles, «ha ido ganando
terreno la dieta conocida como pescetariana» dejan ver al biólogo que ha
escrito la novela y aportan grandes dosis de realismo. Estamos ante el mundo
distópico que nosotros mismos vamos construyendo. Sin embargo, incluso esta
parte más técnica se lee con facilidad por ciertos toques de humor irónico en
donde descubrimos a personas actuales a los que espera una justicia poética, «Era hijo de un magnate del siglo XXI
obsesionado con la colonización de Marte, un sueño que se frustró cuando murió
en un accidente […] De niño, X-AP-11 visitó la Casa Blanca a hombros de su
padre y, al parecer, aquella visita lo marcó para siempre».
Después de cada apartado informativo,
toma la palabra Nía, una policía humana, en primera persona, o Lukas, un
androide de quinta generación, su compañero, también en primera persona. De
esta forma, a través de puntos de vista alternos vamos introduciéndonos en la
historia; reconocemos algunas calles emblemáticas que sobreviven en el Madrid
del siglo XXII, hasta donde llegan las fotografías de personas del XXI que
acompañan a cadáveres actuales. Todo apunta a un asesino en serie; pero la
investigación se irá complicando para Nía y Lukas, a pesar de que ponen en
marcha técnicas científicas propias de la época, «analizadas mediante espectrometría de masas, cromatografía líquida […]
verificar la pureza del carfentanilo…».
Las muertes van aumentando, también el
enigma de las causas de esos asesinatos, pero Nía y Lukas mantienen por encima
de sus poderes mentales o físicos una confianza mutua absoluta, lo que les
permite aclarar los sucesos, al menos hasta donde es posible. Habrá que
terminar de leer para llegar a las conclusiones con deducciones que también hoy
empiezan a ser habituales. En fin, Rafael Javier quiere dejar en el Epílogo un
rastro de esperanza para el «hombre bueno»,
por lo que un narrador en tercera persona cuenta de manera objetiva el final
feliz artificial creado para esta pareja, lo que nos deja cierta inquietud en
nuestras expectativas.
A pesar del vocabulario científico, la
prosa es bastante clara, con lo que el autor consigue un estilo sencillo y
directo. Vamos entendiendo la trama según ocurren los hechos. Los diálogos son
básicamente el eje de la novela y sus funciones son variadas. La más importante
es que, gracias al predominio de la distensión entre los protagonistas,
consiguen una trama entretenida a pesar de que los sucesos narrados vayan
aumentando la presión. La principal finalidad de Madrid, distrito independiente es hacernos pasar un rato agradable
mientras se acrecienta nuestra curiosidad y nos obliga a formularnos preguntas
para interpretar los acontecimientos. Algunos enmarcan la situación de cada
personaje, lo que nos permite, como lectores, conocerlos mejor «Se suponía que formábamos parte de la
élite: personas capaces de trabajar junto a ese reducido grupo de androides
como vosotros…». Después iremos concienciándonos de hasta qué punto son
realmente una clase privilegiada. Y seremos conscientes del rol que la mujer
continúa teniendo socialmente «¿por qué
crees que todos los vehículos autónomos tienen voces masculinas de serie,
mientras que los sistemas de mantenimiento y atención a los inquilinos en los
apartamentos siempre tienen voces femeninas?». Pues sí, esto me lo pregunto
yo en el siglo XXI y parece que otra mujer del XXII continúa con la incógnita.
Los vehículos son autónomos, el
trabajo robótico quita bastante cometido a los humanos, que viven rodeados de
máquinas dispuestas a servir y facilitar la vida, sin embargo la comunicación
humana sigue siendo necesaria «Mi
implante neuronal me permitía […] no haber hablado nunca […] yo prefería poder
hablar con él».
Rafa Pérez Bielsa utiliza el diálogo,
casi constantemente, para explorar también conceptos científicos, por lo que en
este sentido, la colaboración de Lukas es fundamental «¡Joder, Lukas! Lo que me cuentas es bastante sospechoso. No nos queda
otra opción que dar aviso a la Central».
Y, por supuesto, a través de los
diálogos conocemos las tres leyes fundamentales de la robótica formuladas en
1950 por Asimov. En esas leyes intuimos la moral de un estado vigilante; los
derechos humanos, tal como los conocemos hoy, han variado. No hay libertad intelectual,
ni de decisión, ni de acción, a veces el ser humano está limitado por la propia
naturaleza y otras, por los actos de quienes controlan a la población «“recordad
siempre que todas las conversaciones con vuestro compañero están siendo
grabadas…” Todos asentíamos al unísono pero, en realidad, lo olvidábamos
rápidamente».
Madrid, distrito independiente es una reflexión sobre los peligros de un estado totalitario en el que bajo una aparente felicidad se esconde el conformismo, la dependencia razonadora, la opresión y la amenaza.



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