jueves, 29 de mayo de 2025

LAS FUERZAS CONTRARIAS

La saga de Bevilacqua sigue su andadura. En esta ocasión el subteniente Vila debe hacerle frente, junto a su compañera Chamorro, a un asesinato, la muerte de dos ancianos que podrían haber sido víctimas del COVID o de cualquier vecino, la desaparición de otra mujer y la preocupación de que sus propios padres quedasen infectados.

A la incertidumbre de la resolución de los crímenes se une la soledad con la que deben afrontar su trabajo, por el confinamiento que sufrimos los españoles para evitar el contagio de uno de los virus que, con más fuerza, asoló medio mundo en los últimos tiempos. La incineración de los cadáveres no ayuda a la resolución de las muertes. Aun así, nuestra pareja veterana cuenta con la ayuda de la Guardia Civil de Toledo. Entre todos sacarán la verdad a la luz, «López estaba allí, dándome soporte desde su destino en Asuntos Internos […] no era de los que andaban escatimando a la hora de poner sus energías […] al servicio de sus compañeros […] lo que ahora me tocaba era corresponderle».

Lorenzo Silva sigue, en Las fuerzas contrarias, denunciando la corrupción; en esta ocasión la pillería en torno a una desgracia natural se pone de manifiesto, como es usual en el hombre. Parece que forme parte de la condición humana aprovecharse de los infortunios ajenos para beneficio individual.

Basada en la situación real que vivió el país al comienzo de 2020, cuando aún no teníamos claro cómo combatir el COVID, cuando los ancianos fueron los más afectados por sus condiciones fisiológicas, cuando los equipos debían trabajar en circunstancias difíciles por miedo al contagio, Rubén Bevilacqua razona cómo la pandemia no actuó para todos de la misma forma, «Esta gente es la que nos crio, la que nos dio una educación, la que nos ahorró el hambre y la injusticia que ellos conocieron […] no solo no acertamos a protegerlos ni a prestarles socorro, sino que los damos por muertos desde el portal». Mientras los asilos y residencias de ancianos fueron un caldo de cultivo o los padres de familia estables debían luchar con las tareas habituales, el trabajo on line desde casa, la formación de los niños también en casa, la falta de mascarillas y el agobio psicológico de no poder salir a la calle, otros apenas sufrieron las consecuencias devastadoras. Ya se sabe, las enfermedades, que no son justas y se ceban con los más necesitados, mientras que enriquecen a los más despreciables «La ruindad y la estupidez de algunos comportamientos […] le ponían difícil a uno estar a bien con la raza humana».

Lorenzo Silva ha confeccionado en Las fuerzas contrarias una novela policiaca en la que predomina la intriga y la crítica social. El trabajo de la Guardia Civil queda ensalzado hasta lo más alto. Ni uno solo olvida su misión; todos saben que están expuestos a un virus silencioso y mortal pero todos se apoyan para combatir, al menos, las muertes que ellos pueden aclarar «…recordarle a alguno que otro que no somos esbirros de nadie sino servidores de todos».

En primera persona Bevilacqua narra los hechos con un lenguaje culto, un tanto poético y refinado. Es un guardia civil no al uso que se enfrenta a la investigación criminal con la convicción de que forma parte de un equipo. El papel de la mujer queda ensalzado, como siempre, en su compañera, la sargento Virginia Chamorro, quien aporta ideas cruciales para la resolución. Tanto Virginia como Rubén son seres humanos antes que policías; con la experiencia, el idealismo de sus primeras andanzas se va transformando en realismo; saben a qué se enfrentan, conocen mejor el comportamiento de los hombres aunque nunca juzgan de antemano.

La narrativa de Silva sigue manteniendo cierta intertextualidad con otros autores y obras. La música es importante para acompañar los estados de ánimo de los personajes. Está claro que el nivel cultural de Bevilacqua no es el usual en un guardia civil. De alta formación, intenta ser una prueba de que la lectura es una buena consejera que influye en la personalidad del hombre.

A Bevilacqua no le hace falta la fuerza, convence con la palabra. Su equipo está alejado de la imagen a que nos tienen acostumbrados las series televisivas en las que, normalmente, alguno se deja corromper por los delincuentes o por el afán de ascender en el cuerpo. Con Bevilacqua y Chamorro no hay problema; todos trabajan siguiendo los cauces oficiales, en el apartado burocrático o en el seguimiento de las pesquisas, «El cabo Arnau era uno de esos idiotas que se creen lo que dicen creer; en su caso, que lo primero es estar donde sea necesario para prestar servicio a los ciudadanos y a la vez que la familia es la primera responsabilidad que tiene quien da el paso de formar una».

La colaboración es esencial para lograr el éxito en la investigación, por lo que las autoridades judiciales, forenses y otros expertos en ningún momento entorpecen sino todo lo contrario.

No cabe duda de que el autor está honrando a la Guardia Civil, cuerpo tan denostado y temido en nuestro país durante el siglo XX, para dar una imagen más moderna y humana.

Los viajes que Vila y Chamorro llevan a cabo, a Toledo y Badajoz en este caso, ayudan a tomar contacto con la Guardia Civil de otros lugares para dar una imagen más global del trabajo de investigación y de campo, ofreciendo al lector un proyecto en el que los ciudadanos podemos confiar plenamente, «—No es un examen, Dios me libre, quiero vuestro criterio […] Lo que no quiero es predisponeros ni condicionar vuestra apreciación; decidme vosotros, libremente y sin indicación de nadie, qué es lo que veis»; la dificultad del trabajo policial es evidente por lo que la intuición también tiene cabida, pero lo fundamental es que parte de su trabajo consiste en ponerse al día con la tecnología o lo que haga falta de forma que la edad no sea un impedimento social sino una ventaja.

Novela sin sobresaltos, es, sin embargo, un testigo directo de lo que supuso la pandemia en nuestro país: vidas diezmadas por el virus, por la acción o la falta de ella que algunos impusieron y que sacaron a la luz la peor cara de ciertos políticos, ávidos en echar tierra a la labor bienintencionada y efectiva de las fuerzas del orden y gubernamentales.

martes, 13 de mayo de 2025

HASTA QUE EMPIEZA A BRILLAR

No cabe duda, la literatura asombra de forma diferente cada vez que leemos un libro. Un buen libro. En este caso ha sido tal mi entusiasmo que le he echado un vistazo al diccionario, no al de la RAE como acostumbro sino al de María Moliner. Debo confesar, que lo tengo hace más de 25 años y sin embargo siempre he consultado el de la Academia, y lo confieso con algo de vergüenza después de leer la última novela de Andrés Neuman, porque el María Moliner es un diccionario que en casi todas las entradas detalla mucho más que cualquier otro. Sobre todo no da vueltas de una palabra a otra para, finalmente, llevarnos a la primera. Es más directo. Y después de leer Hasta que empieza a brillar lamento que, una vez más, no se le haga justicia a una mujer. Una republicana, en plena dictadura, tuvo el valor de emprender una obra monumental, casi sola, algo que no se había llevado a cabo nunca, así que de alguna forma enmendó la plana, sin querer, a los grandes lexicógrafos, gramáticos y lingüistas de nuestro país. Propuesta por Dámaso Alonso para entrar en la Real Academia, fue rechazada por algunos de los señores académicos, entre ellos uno de los censores más recelosos del momento, Camilo José Cela, al que la vida puso en su lugar al final de sus días.

Andrés Neuman hace gala, como es habitual, de una expresividad fuera de lo común para introducirse en el alma de María Moliner y mostrarla; honrando como es debido, por fin, a esta mujer increíble. Las contradicciones de María, su soledad, su miedo, su alegría y, sobre todo, su humanidad invaden las páginas de esta obra que puede ser una biografía novelada, una conjunto de relatos sobre diferentes acontecimientos en la vida de esta bibliotecaria, una novela ensayística o un ensayo poético, porque Hasta que empieza a brillar es una obra literaria global, con una prosa tan cuidada que da la impresión de ser lírica, con una protagonista tan fuerte que su humildad no hace sino añadir energía a esa personalidad arrolladora. María aparece en la obra como una superviviente del franquismo, del machismo, del patriarcado anulador que le tocó vivir. Rodeada de las personalidades más importantes e influyentes de la cultura, brilla con luz propia, como lo hacen las 80.000 entradas de su diccionario. Toda una vida consagrada a la palabra. Quince años dedicados a organizar las palabras para que puedan ser consultadas.

La vida de nuestra protagonista fue difícil, nacida en 1900, demostró desde pequeña un gran entusiasmo por el estudio en general y por las palabras en particular; brilló en el colegio y en la universidad y obtuvo importantes cargos en las bibliotecas que la República quiso poner a disposición del pueblo y sobre todo de las mujeres. Esta vida feliz en su ambiente laboral no se correspondió con la privada, pues su padre, ginecólogo de la Marina, apenas paraba en casa debido a sus viajes, hasta que abandonó a su familia formando otra en Argentina. Con el golpe de estado, la guerra y el franquismo, María Moliner fue destituida de sus cargos y con miedo a la censura, a la detención y a la muerte, se embarcó en la elaboración de un diccionario de uso. En Hasta que empieza a brillar están todas las vicisitudes, o las más importantes, de esta increíble mujer, desde 1900 hasta 1974; sin embargo Andrés Neuman rompe la línea temporal de la disposición discursiva, no solo con analepsis o prolepsis significativas: «don Enrique insistía en que acercar a sus hijos a la Institución Libre de Enseñanza resultaría provechoso para su educación. María procuraba concentrarse en ese acierto cuando se le agolpaban los reproches»; también la propia estructura envolvente divide la obra en cuatro partes: La visita I, La visita II, La visita III y La visita IV.

Las cuatro partes forman la visita que Dámaso Alonso le hace a María Moliner cuando deniegan su entrada en la RAE. La conversación que mantienen se rompe de forma abrupta durante cuatro veces, para incluir una serie de acontecimientos que cuentan la vida de María.

Cada parte de La visita termina con la misma frase que comienza la siguiente; de esta forma, esta visita de Dámaso queda como el colofón a la vida de la protagonista, la negación cobarde que le hicieron públicamente a su valía.


Los anteojos de Dámaso oscilaron.

—Te escucho, entonces

[…]

Los anteojos de Dámaso oscilaron.

—Te escucho, entonces.

—En fin, tengo entendido que Lapesa te llamó para contarte.

Durante este encuentro entre dos amigos, aparece, con unas pinceladas, el retrato de algunos académicos y del ambiente de la Institución, el papel de la mujer como autoridad, el reconocimiento que algunos le profesaban a María Moliner, el premio Nieto López que le ofrecieron «en compensación», la soledad que le deja el rechazo a su entrada, mayor que cuando Dámaso termina su visita «En cuanto Dámaso pisó la calle María hizo ademán de decir algo más, pero no se decidió […] cruzó los brazos sobre el pecho para defenderse del frío».

Una vez que termina la visita, el narrador vuelve al presente para «contar» los últimos años de la lexicógrafa, 1972-1975.

El tiempo que vivimos se concibe en esta obra como una unidad en la que permanecemos las personas, una unidad que asiste a nuestra evolución y se va amoldando a ella.

La narrativa de Neuman también se adapta a la personalidad de Moliner hasta que se iguala en la escritura. Las oraciones agramaticales, con apuntes morfológicos, con elipsis como su pensamiento, reflejan el estado mental de María en sus últimos tiempos

Regaba. No irrigaba.

Se le hacía muy (adverbio) difícil (adjetivo) seguir con eso (pronombre).

Llevaba revisado todo el primero y el principio. Del segundo.

Eso sí lo sabía.

Andrés Neuman le da una vuelta a esta demencia y deja ver la espiritualidad de una mujer, que es poesía, para que María Moliner viva eternamente a través de la palabra


Dobló hoja. Sellito.

(Es. Cue. La. De. In. Ge. Nie. Ros.)

Lápiz. Y escribió

Di-ccio-na-rio.

Mano. Tembló. Un poco

[…]

—Lo has sobrevivido

—Más o menos

—Sé que me entiendes, mamá

El autor quiere que su narración sea objetiva, de ahí que el punto de vista cambie en los diálogos. Algunos de ellos podrían funcionar de manera independiente como microrrelatos que expresan la lucha de toda una vida


—Se lo digo muy claro, señora. Si por mí fuera, yo quemaría la mitad de esos libros.

—Me alegra que lea tanto, caballero.

—Pero ahí los tiene […] aunque no nos gusten nada los comunistas.

[…]

—Tolstoi no era comunista. ¡Era terrateniente!

—Los comunistas siempre han sabido camuflarse.

El poder de la sugerencia es evidente; son breves reflexiones, tan íntimas que podrían funcionar como poemas. Diálogos concisos pero intensos y de tan vivos, líricos. Otros, cuentan con humor la razón que llevó a María a elaborar su diccionario, y otros parecen chistes en los que se desborda la ironía, el sarcasmo al reflejar el comportamiento paternalista de los hombres


—Ah, es usted, señora Moliner

—Sí, señor Suances, hoy también soy yo

—Su trabajo no está pasando inadvertido

—Es un honor que lo haya notado

Hasta que empieza a brillar carece de descripciones largas, el autor prefiere contar en escenas, algunas tan simbólicas que lo dicen todo, destacando el humor empleado para revelar el papel invisible de la mujer en la historia.

El libro funciona como biografía novelada, como sucesión de cuentos en los que aparecen microrrelatos. La poesía emana de cada página, las personificaciones abundan, las metáforas, sinestesias… El ritmo fluye en cada oración «Por la Insti caminaban zapatos nuevos y remendados, colonias cítricas y jabón a granel. Algunos estudiantes venían […] Otros […] Había quienes llegaban en coche con criada, y también quienes viajaban en tranvía con su madre, la criada».

La voz del narrador, en tercera persona, se confunde a veces con la de María Moliner, de forma tan honda que somos incapaces de distinguir cuándo se trata de uno u otra. Tanto, que tenemos la impresión de estar ante el propio autor. La figura de María tiene el ritmo de las palabras, a veces cuesta identificar quién comunica; las preguntas retóricas son reflexiones de todos los enamorados de la lectura. Cualquier término, elegido con acierto, puede significar la denuncia de una época, del ambiente destructivo, del ocultamiento de la mujer, de la situación vivida en España… Neuman, como Moliner, no necesita explicar hasta la saciedad, se vale del lirismo, del poder sugeridor de la palabra:


María escuchaba los discursos torcidos de eufemismos, todos esos epítetos temblando de carencias. Pujante, altivo, airoso, augusto, imperial. Y, cada dos por tres, viril.

martes, 6 de mayo de 2025

LA MUY CATASTRÓFICA VISITA AL ZOO


La muy catastrófica visita al zoo debería ser leída por todo el mundo. Los niños, en los colegios, para comentar después su lectura; seguro que los profesores aprendían mucho. Los padres, en las reuniones de la AMPA, para darse cuenta de que, a veces, usurpan, sin mala intención, el papel del profesor. Los profesores, en los claustros, para ser conscientes de que cada alumno es especial y como tal hay que tratarlo pero, al mismo tiempo, todos son iguales.

No estaría mal que los políticos también lo leyeran para reflexionar sobre el significado de esto que llevan entre manos y se llama democracia.

Joël Dicker lo ha vuelto a hacer; en esta ocasión con un libro infantil, escrito con tanto gusto, tanta pasión que agrada a todo el mundo. No sé si es una novela de aventuras; una novela epistolar, debido a que está narrada en forma de diario, aunque no escrito sino recordado por su protagonista; una novela infantil, ya que sus protagonistas son niños y son quienes se encargan de descubrir el misterio; un cuento, porque los personajes están conformados con pocos trazos, los más importantes. Somos los lectores quienes ponemos la imaginación a trabajar para darles forma, física y psicológica.

En fin, La muy catastrófica visita al zoo no “encaja” en ninguna normativa y sin embargo es un gran libro porque es literatura de la mejor. Dicker ha conseguido escribir un libro de misterio, didáctico, de aventuras, en el que no falta la crítica social, la llamada de atención al sistema educativo y, por supuesto, la moraleja. Con este libro, el autor se consagra como alguien capaz de usar cualquier registro y hacerlo bien.

La novela está escrita por una narradora adulta que, en primera persona, cuenta lo que les ocurrió a ella y sus compañeros cuando iban a un colegio especial. El colegio era pequeño, asistían solo seis niños, «Es un cole muy pequeñito porque solo hay una clase […] es muy guay […] Está Artie, que es hipocondríaco […] Está Thomas, que es superbueno en kárate […] Está Otto, cuyos padres viven cada uno en una casa distinta […] Por su cumple siempre pide enciclopedias y diccionarios […] Está Giovanni, que siempre va con camisa, incluso para jugar fuera. Sus padres tienen mucho dinero […] Está Yoshi, que no habla nunca […] estoy yo: Joséphine. Parece ser que no entiendo las cosas demasiado rápido».

Joséphine, a pesar de ser “especial” pudo ir a la universidad y ahora es escritora. Cuenta la historia de lo que les ocurrió un año, un poco antes de las vacaciones de Navidad, en el que vieron peligrar su colegio.

La escritura es fluida. Los lectores sacamos toda la ternura que llevamos dentro al leer las catástrofes encadenadas por las que pasa este grupo de niños, ayudados por su profesora, la señorita Jennings, por el director del cole de los “normales” y por la abuela de Giovanni, una experta en series policiacas.

Joséphine está diagnosticada como alumna de educación especial, sin embargo es observadora al máximo y sabe cuándo algo no va bien, momentos en los que decide evitar problemas y actuar con discreción, «me las zampé sin rechistar. Es lo que se llama ponerse de perfil bajo». Ella y sus compañeros disfrutan de un entorno apropiado, con una profesional que sabe cómo desarrollar sus habilidades, adaptándose a las necesidades individuales de cada uno. Cuando por motivos de fuerza mayor estos niños pasan al “cole normal” surgen las burlas, las peleas…, hasta que el director se da cuenta y con la ayuda de la señorita Jennings se comprometen a implementar una educación inclusiva.

Ojalá funcionen así todos los colegios, ojalá ningún niño se sienta inferior o superior a otro por ninguna razón. Nuestros protagonistas son todos diferentes y se apoyan entre ellos, disfrutan con las ventajas de unos y los éxitos de otros y cada uno, con sus características, es fundamental para que cualquier dificultad pueda superarse.

Esta es la moraleja principal: no debemos menospreciar a nadie porque todos somos valiosos si aprendemos a trabajar en equipo. Mientras llegamos a esta conclusión, reímos con los personajes secundarios porque vemos reflejados pensamientos habituales de la mayoría.


—Caso cerrado: ha sido el mudito el que lo ha atascado todo de tanto lavarse las manos y…

—¡No se debe designar a un niño por su discapacidad! —Se enfadó la señorita Jennings.

—Madre mía, si es que ya no se puede decir nada —se irritó el jefe de bomberos.

También aparecen sonrisas en las explicaciones (necesarias para Joséphine) de la polisemia «el culpable siempre tenía un móvil, pero no para hablar por teléfono…».

Y por supuesto, el trato que les damos a los niños es causa de llamada de atención, aunque al leer la explicación de la protagonista, sonriamos aun sabiendo que suele ocurrir, «se enfadó con nosotros porque nos habíamos comido toda la tarta que quería guardar “para unos invitados”. A mí me entraron ganas de hacerle notar a la madre que nosotros también éramos invitados».

La ternura que se desprende del relato está desde el comienzo, cuando los “especiales” deben enfrentarse a los “normales” y no terminan de encajar en los convencionalismos. Asimismo, Dicker no desperdicia la ocasión de poner en tela de juicio lo que se considera democracia, algo que parece que los adultos hemos asumido en teoría y, sin embargo, pocos lo llevamos a la práctica, al menos en según qué ocasiones; en otras, pensamos que los derechos se amplían a todos por igual en cualquier ámbito. Esto es especialmente grave en educación. Mientras cada profesional tiene libertad para realizar su trabajo y los demás confiamos en su capacidad, los profesores están sometidos constantemente al juicio de los padres y, como no todos los padres piensan de la misma manera, al final es el gremio de la enseñanza el que sale criticado, debiendo, en más de una ocasión, sucumbir a las exigencias de los demás, «al parecer, las normas del cole no se aplican a los padres porque, en cuanto el pobre Director abrió la boca, lo interrumpieron […] a los adultos se les permite portarse peor que mal».

Dicker recuerda a lo largo de La muy catastrófica visita al zoo que debemos cuidar lo que hacemos porque en ocasiones no se corresponde con lo que les enseñamos a los chicos. Probablemente todo funcionaría mejor, y la integración sería vista de manera normal, si los adultos enseñaran con el ejemplo, no solo con la teoría.

La última novela de este autor suizo orienta al lector mediante explicaciones infantiles que ponen de manifiesto una inocencia que sería deseable mantener durante toda la vida, al menos, no olvidarnos de ella. Leer esta novela con niños es bueno para saber qué pensamos, ellos y nosotros, de la democracia, la educación, papá Nöel, la censura y hasta dónde llegan los límites de cada uno. Genial. Entrañable. Divertida.