sábado, 22 de marzo de 2025

DICEN QUE TE QUISE TANTO

Acabo de disfrutar con una novela de las que llamo clásicas. Es una novela de amor, pero tiene su punto de historia. Es una novela, pero podría tratarse del relato verídico de una persona, de una familia, de un país.

Es una novela que narra, pero las palabras transmiten imágenes.

El tiempo de la novela es caprichoso; de forma lineal transcurre en los dos primeros días de 2009, pero mediante analepsis nos retrotrae hasta finales de la década de los 50 o principios de los 60, cuando Laura e Isabel son dos niñas que se conocen en la finca de esta, Las Correntías.

Es una novela que ves mientras la lees, como esas grandes novelas que aparecen en televisión y que, siendo reflejo del pasado, apuestan por un futuro mejor «¡Cómo ha cambiado la vida —se admira Isabel de vuelta al siglo XXI—. ¡Cómo se abusaba de quienes no tenían nada! ¡Ojalá que nunca vuelvan a repetirse escenas como aquellas!».

Dicen que te quise tanto es una novela que merece la pena leer, porque la autora Mar Moreno ha puesto su alma en ella. El narrador muestra, con términos sensoriales, sentimientos que aluden a los cinco sentidos: El sonido de los villancicos, el olor de los jazmines, el sabor de un merengue, la visión de los árboles, el tacto del frío aumentan su poder sensorial cuando generan en nuestra mente imágenes asociadas que nos conmueven «Mientras camina, recibiendo en su rostro el helado beso de buenas noches del mes recién llegado, se acuerda de lo que las Navidades le gustaban a su madre».

La estructura externa de la novela es muy sencilla: son dos días, durante los cuales Isabel León llega a La Carolina, desde Madrid; va al cementerio, a casa de su prima, al hotel donde se hospeda, da un paseo por el pueblo, por la finca, va al notario y vende Las Correntías a don Juan Casas Heredia. Será este quien dé la última sorpresa a Isabel. Ella no lo espera, pero se queda con la sensación de que el tiempo lo pone finalmente todo en su sitio, «Al cabo de los años las decisiones políticas y humanitarias de su abuelo Alberto, consideradas durante tanto tiempo como errores, se habían convertido en aciertos Aún puede Isabel volver al cementerio para despedirse de Laura antes de regresar a Madrid».

La estructura interna es más complicada. El narrador consigue que los lectores conozcamos a estas dos mujeres de diferente clase social, unidas por el querer, capaces de cambiar, con esfuerzo y decisión, una antes que otra, y gritar a todos su amor. Eran tiempos difíciles, tiempos en los que las relaciones entre diferentes estatus eran impensables, tiempos en los que la homosexualidad era perseguida y castigada. Isabel, ahora con 60 años, piensa que su vida está hecha y vuelve al pueblo para arreglar su situación respecto a la finca que ha pertenecido a su familia, pero vivirá algo más; los recuerdos la llevan a momentos que creía olvidados, revive en ellos las experiencias y hasta lo más insignificante cobra sentido. Aparece en la novela el presente anímico y es en él donde Isabel valora su vida, en él Isabel revive feliz sus circunstancias porque prevalece lo bueno que descubrió con Laura. Ha aceptado su realidad y está dispuesta a afrontar el futuro, consciente del pasado y coherente con lo que ha significado su relación con Laura. Ahora sabe qué es lo verdaderamente importante. No elimina el dolor, pero da sentido a todo al aceptar sus experiencias. Isabel, por fin se siente libre, ha aprendido la lección que con tanto amor le enseñó Laura, «su espalda se ha enderezado dejando atrás el gesto apesadumbrado y corvo al que ya se había acostumbrado […] Laura la acompañará en cada sonrisa de su vida […] Tiene ganas de volver a Madrid, a su hogar».

El estilo es impresionista; junto a las reflexiones largas, meditadas, aparece una prosa poética, evocadora para que Isabel reflexione sobre su relación con los demás y consigo misma, sobre su papel y el papel de la mujer en la sociedad. 

Los recuerdos de más de cincuenta años se analizan según evocaciones sensoriales, sin embargo los lectores construimos la historia con sensación de continuidad.

El narrador, en tercera persona, mezcla en su relato descripciones y reflexiones en primera persona dando la impresión de que es la voz de Isabel la que va contando todo, «Cómo no cuestionarse tantas indecisiones, tantas ambigüedades que, intentando confundir a los demás, solo acabaron por confundir a la única persona que he amado en mi vida». Asimismo, en los diálogos tenemos la impresión, a veces, de que es la voz del narrador el que los reproduce, como si contara los hechos a un espectador atento. Por supuesto, la voz de Laura aparece en la novela, no solo en los diálogos traídos en las analepsis, también en las cartas que le envía a Isabel; el deseo y amor entre ambas se pone de manifiesto. Laura aporta la valentía que contrasta con el miedo de Isabel. Las contradicciones de esta son el resultado de los sentimientos de ambas.

No solo las analepsis enredan en el presente, también las prolepsis van avisando de sucesos futuros, que mantienen la atención del lector mientras colocan al narrador como un dios que todo lo sabe sobre las protagonistas, sobre el pueblo y sobre el propio país. El juego de voces difumina estos elementos narrativos con gran acierto «Las dos chicas disfrutaron de los dulces y siguieron charlando felices, ajenas por completo a la red que el despiadado futuro estaba comenzando a tejer para atraparlas».

Abundan las metáforas poéticas, significantes del amor por Laura y, sobre todo, del amor de Laura. Son metáforas que en ocasiones implican al universo, en otras, las imágenes dibujan la grandeza del verdadero amor cuidado, aunque oculto, que hubieron de mantener las protagonistas.

Los párrafos anafóricos agrandan el amor y lo acogen en secreto,


Cajas, repite Isabel, cajas amontonadas […]

Cajas reposando ajenas al paso del tiempo […]

Cajas atestadas de recuerdos […]

Cajas que convivían con el eco de la voz de Laura […]

Cajas impregnadas con el olor de Laura […]

Cajas entre sombras […]

Y entre estas metáforas, poesía y belleza aparece la denuncia de los temas más duros vividos en los últimos tiempos: el maltrato animal, que era algo habitual en algunos sectores. La subordinación, indiferencia, invisibilidad de la mujer en la segunda mitad del siglo XX. El acatamiento de la mujer, por miedo a perder lo que tenía, durante el franquismo. La vida hipotecada de la mujer, por miedo a enfadar. El acoso sufrido y callado al ser visto como algo normal, algo a lo que el hombre tenía derecho. El interés de la iglesia y de la clase alta en la incultura del pueblo. La prepotencia de los fascistas para esconder su ineptitud. El miedo irracional a perder el poder. La desgracia de ser homosexual, y el terror a ser descubierto como “desviado”.

Mar Moreno deja una impronta optimista en las imágenes de comienzos del siglo XXI, imágenes que confirman un cambio, efectivamente, pero no radical. Ojalá vayan desapareciendo los desheredados a los que se les prohíben privilegios que gozamos, por ahora, el resto de la sociedad.

«allí estaban los otros con sus ropas sucias, con las manos encallecidas, las uñas negras de tierra y de aceite, allí estaban sus hijos, ateridos de frío con agujeros y manchas de grasa en los calzones y en los leotardos después de restregarse todo el día por el suelo o dormir en los capachos».

sábado, 15 de marzo de 2025

EL ÁRBOL DE LA CIENCIA

Es curioso cómo una novela escrita hace un siglo refleja una sociedad tan diferente en algunos aspectos y tan parecida a la actual. El lector de El árbol de la ciencia no permanece indiferente, enfadado en algunos momentos, sí; asombrado, también; apático, nunca. Pío Baroja deja que veamos en el protagonista, Andrés Hurtado, un alter ego de su personalidad sin miedo a que lo tachemos de asocial, hipersensible o incluso depresivo.

El joven Andrés estudia medicina en la capital y como gran observador actúa, como el propio Baroja, de cronista de su época. Leyendo esta novela somos conscientes de las preocupaciones culturales y estéticas que Hurtado-Baroja percibía ausentes en España. El protagonista vive, estudia y trabaja en Madrid, Valencia, País Vasco y un pueblo (inventado) fronterizo entre Castilla y Andalucía. Da igual, lo que predomina en todos sitios es el afán por el dinero de los poderosos —porque este les acarreará más poder—, el trato vejatorio que la sociedad da al pueblo —asumido con total normalidad— y la corrupción de los estamentos gubernamentales y eclesiásticos, que no dejan de sacar provecho de las injusticias y barbaridades. Baroja escribe con total libertad, con un estilo vivo, repleto de diálogos en los que los personajes se definen y donde el protagonista puede reflejar sus preocupaciones por la falta de cultura general. El tema principal de la novela es la importancia de la Ciencia para el progreso, y de la filosofía como medio de conocimiento del hombre.

Andrés está continuamente razonando sobre esto y es en la religión y la superstición donde ve el problema mayor que rodea a la sociedad y que es la base de determinadas costumbres que constriñen el desarrollo individual y de la comunidad. La higiene es fundamental, por ejemplo y, ante la falta de esta, Hurtado se obsesiona y la predica no solo como preventiva de enfermedades sino también como terapia.

Asimismo, ante la falta de interés por evolucionar, Andrés se va debilitando, cada vez está de peor humor, por lo que decide comer menos y hacer más ejercicio, algo que da resultado en su ánimo; sin embargo su fobia social va en aumento y debe abandonar el puesto que ocupaba de médico de higiene. No aguanta ser testigo del trato vejatorio que se daba a la mujer, a la que se prostituía y maltrataba con el beneplácito de la policía y de la Iglesia. Al aceptar otro trabajo, para atender a los pobres, su ánimo empeora. «Aquellos desdichados no comprendían todavía que la solidaridad del pobre podía acabar con el rico y no sabían más que lamentarse estérilmente de su estado».

Andrés Hurtado es un inadaptado. La amistad de su tío Iturrioz es la base de la novela para dialogar sobre el funcionamiento social, algo que entiende el protagonista pero no se ve capaz de cambiar; todos parecen haberse acomodado en su estatus y haber asumido su destino.

Las descripciones realistas, minuciosas del narrador pintan a personas y paisajes. Hurtado cree que la falta de trabajo intelectual animaliza al hombre, por lo que no hay solución; el ser humano es cruel, dañino; la amargura del protagonista se transforma en cinismo e ironía al caracterizar los hechos, «El español todavía no sabe enseñar; es demasiado fanático, demasiado vago y casi siempre demasiado farsante. Los profesores no tienen más finalidad que cobrar su sueldo…».

El léxico descalificativo y las metáforas empequeñecedoras abundan en la descripción de personajes secundarios, que son quienes van conformando una sociedad defectuosa y una personalidad tímida y deprimida en el protagonista; personajes como el tío Garrota quien a pesar de participar en crímenes y maltratar a su mujer hasta que se suicida, sale en libertad porque no es él el que la mata directamente. El propio Hurtado, en contra de todo el pueblo, no permite que se le culpe por esa muerte. Andrés debe salir de allí; cuando llega a Madrid las cosas no mejoran pues, a pesar de conocer su valía, su amigo, Julio Arancil, le da de lado porque prefiere otro socio que aporte dinero.

Por otro lado, Fermín Ibarra, otro amigo, también le influye en su ánimo al decidir marcharse a Bélgica para trabajar en un taller, porque le fastidia la ignorancia de España, que «no habla más que de políticos y de toreros. Es una vergüenza».

Lulú es quien más contribuye en la mejora de su carácter. Ambos se complementan y se quieren. El destino de Lulú será determinante para el protagonista.

Andrés Hurtado vive en una sociedad que no se cuestiona nada por miedo al cambio, a lo nuevo. El hombre, egoísta por naturaleza, es quien hace la sociedad dañina para el propio hombre, por eso solo funciona bajo la promesa de obtener paraísos como sea «Los semitas inventaron un paraíso materialista […] el cristianismo […] colocó el paraíso al final y fuera de la vida del hombre y los anarquistas […] ponen su paraíso en la vida y en la tierra. En todas partes y en todas épocas los conductores de hombres son prometedores de paraísos».

Baroja no se oculta para opinar; así, bajo la perspectiva de Hurtado expresa sus sentimientos, incluso sus esperanzas, «Con nuestras fuerzas vamos siendo dueños del mundo». Pero el fracaso ante la ilusión es evidente; Baroja es realista y ve, con certeza, un futuro malogrado por todos aquellos que no quieren una renovación o la temen; Andrés se va quedando más solo, es un marginado en un mundo dominado por la corrupción.

Hemos llegado a ese futuro y asistimos, impotentes, al triunfo aplastante, humillante, cruel del poder

Hurtado no ve sentido a su existencia. El autor espera que hoy encontremos nuestro paraíso no en el árbol de la vida sino en el de la ciencia, para que la incultura no sea la que nos enmarque y deje de afectar a la educación social, intelectual, sexual.

Intentemos eliminar el pesimismo desmedido de Andrés «—¡Qué van ustedes hacer! ¡Es imposible! Lo único que pueden ustedes hacer es marcharse de aquí».

sábado, 8 de marzo de 2025

DIÁLOGO Y VALORACIÓN

Muchísimas gracias, Babelio, porque de nuevo habéis conseguido estimular mi cerebro con una nueva lectura. En esta ocasión he tenido la impresión de volver a estudiar; recordaba algunos conceptos pero me he asombrado con lo aprendido y sobre todo con lo que he reflexionado durante el análisis de Diálogo y valoración. El libro de José M. Ramírez es un estudio ensayístico sobre el lenguaje y la comunicación y, aunque parezca increíble, es un canto a la paz entre los hombres, porque no hay nada mejor que dialogar para modelar y regular nuestro propio pensamiento, para poder empatizar con los demás y conocerlos. Por lo que también agradezco que haya personas como este autor, capaces de analizar el lenguaje como una actividad cotidiana del hombre, y agradezco a Lingua & Semiosis (La vieja factoría) que publique este estudio.

Ojalá yo sea capaz de resumirlo con claridad.

Diálogo y valoración está dividido en tres partes:

La primera es un recorrido por la historia para conocer algunas teorías de lingüistas y filósofos que han estudiado el lenguaje.

La naturaleza de los valores se estudia de manera objetiva en una rama de la filosofía, la axiología. Qué es lo bueno o lo importante son preguntas constantes en el hombre, por lo que valorar forma parte del acto comunicativo, es decir, la axiología también está presente en la lingüística porque filosóficamente es incompleta: no todos pueden valorar algo que no conocen; al incluir el lenguaje, sí podemos valorar diferentes preguntas u opiniones. Hacemos juicios de valor, donde entran las emociones, son subjetivos, mientras que los juicios de la lógica son intelectuales, imparciales.

Desde la Antigüedad, la sociedad ha dado valor a las entidades que formaban parte de ella, valores que se pretendían objetivos y que estaban considerados como la normativa por la que se regía dicha sociedad. Los filósofos de la Antigüedad estudiaron la valoración. Mientras Protágoras concedía al hombre la capacidad de valorar la realidad con cierta base pragmática: según la situación, para unos es bello y para otros no, Platón creía que las cosas tenían naturaleza estable, luego no todos los hombres podrían medirlas La dicotomía objetivo – subjetivo llegó hasta el siglo XIX con el positivismo de Augusto Comte, pero deja poco espacio para la pragmática pues reduce las leyes que conforman el mundo a la observación y experimentación (falta valorar y jerarquizar).

La pragmática aporta la visión interactiva de la conciencia. Al darse un proceso social interactivo llegamos a la autoconciencia, es decir, nos formamos individualmente según la comunicación social. El lenguaje es la base de la comunicación.

Morris propone tres perspectivas de estudio en la comunicación: la semántica, que estudia el significado de los signos, la sintaxis, la relación entre ellos y la pragmática, la interpretación que hacemos.

Dewey se introduce en la Teoría de la valoración y afirma que no solo pertenece a la filosofía sino también a la lingüística. Saussure es quien da nombre a la Lingüística, como ciencia de la lengua y distingue entre lengua (social) y habla (individual).

El lenguaje queda explicado por la lengua y su contexto. El signo lingüístico adquiere su valor según la relación entre el significante y el significado, tiene carácter lineal, es arbitrario, inmutable y mutable en el tiempo; el valor deriva de la oposición de un signo con los que le preceden y siguen en el contexto.

Bally introdujo la estilística, y se centró en el lenguaje cotidiano en donde los sentimientos son fundamentales. Los juicios de valor son, por lo tanto, subjetivos, por lo que el lenguaje falsea la realidad sin proponérselo. Modificamos la lengua al hablar para influir en el interlocutor.

Bajtin y Voloshinov tienen en cuenta el diálogo: Todo texto es un diálogo porque implica una esfera sociocultural en la que interactuamos. Para la comprensión influyen los saberes compartidos y la experiencia previa. El diálogo se re-valoriza con el tiempo porque interviene la ideología social: ideas, creencias, pensamientos que representan la verdad para un grupo. Voloshinov establece la ideología en lingüística: los signos tienen un valor, se emiten con una intención interpretada por el receptor según el contexto en el que se enmarque el enunciado.

Habermas se centra en la valoración como el motor del lenguaje. A través del diálogo y la valoración vamos conociendo y transformando el mundo. El diálogo y la valoración influyen en el pensamiento, pero hemos de tener en cuenta la teoría de la estimulación porque al valorar empleamos el afecto.

Van Dijk tiene en cuenta el modelo contextual comunicativo que abarca a los interlocutores, lo valorado, el propósito, el entorno, los valores sociales, la ideología individual y social, el espacio, tiempo, canal… Todo influye en la comunicación. Es cierto que no todos valoramos algo de la misma manera pero, en general, hay unos valores sociales que marcan la verdad de los conceptos que nos rodean.

José M. Ramírez propone una hipótesis axiológica para desentrañar la estructura de los valores que intervienen en una comunicación. A través de estos valores nos comunicamos y conformamos nuestra verdad, puede no coincidir, pero seguro que mejoraremos la comunicación, nos entenderemos mejor.

El autor afirma que el lenguaje es característico del ser humano. Los hombres hemos de tener en cuenta dos valores que nos ayudan a reflexionar, imaginar y producir la réplica: la semejanza y la autonomía.

En la Parte II, Ramírez analiza seis obras diferentes de Ramón y Cajal en las que sigue una estrategia discursiva: todo está sujeto a valoraciones. Incluso la rectitud normativa va cambiando con el tiempo, por lo que la verdad proposicional también puede hacerlo. Hay que tener en cuenta tres funciones en el discurso: la estimativa, la autorreguladora y la motivadora, según tres principios de valor clásicos: Verdad – Bien – Belleza.

En la Parte III se expanden estos tres principios o esferas de valor en el pensamiento y la comunicación.

José M. Ramírez concluye, de los trabajos de Ramón y Cajal, que la valoración individual puede cambiar según el género del texto y algunas valoraciones se explican según un modelo contextual que sirve de interfaz entre lo que sabemos y relatamos. En todos los textos abundan las apreciaciones estéticas individuales, por lo que los valores ideológicos van cambiando, es decir la ideología no es un sistema sino un proceso. No todo sistema es ideológico. Los valores sociales aparecen cuando se abre y cierra un sistema, están en la interacción y permiten juzgar, autorregular y motivar nuestra conducta.

Las esferas de valor (o ámbitos donde se agrupan los valores) eran tres, pero Ramírez recuerda que no hay que olvidar la funcionalidad y la esfera de transformación de la realidad. Teniendo esto en cuenta, nuestro doctor en filología asegura que hemos de tener en cuenta una esfera de valor que reúna todos los factores humanos necesarios para la comunicación: la asequibilidad de conceptos a los que nos referimos, la usabilidad…; como los factores se multiplicarían en cada situación, Ramírez propone como esfera de valor: el diálogo, porque rodea a los interlocutores, agrupa su intercambio semiótico, normaliza el intercambio…, podría llamarse semioesfera dialógica e influye en las demás esferas de valor (porque el verdadero significado de una comunicación concreta depende de ella).

De alguna manera volvemos a Saussure: los enunciados son adecuados para los que pueden interpretarlos. La producción y comprensión van unidas; son procesos que dependen de la mutua valoración de los interlocutores.

Si entendemos la sociedad como contexto se puede concluir, según Ramírez (y yo estoy totalmente de acuerdo), que los que formamos parte de ella hemos de dialogar partiendo de la base de que todos somos iguales y gozamos de libertad. Todos formamos parte de una sociedad humanista que se comunica. En esta sociedad (¿utópica según lo que estamos viendo?) se valorará el diálogo como lo que es: un intercambio semiótico de valores.

¡Bravo!

sábado, 1 de marzo de 2025

RUMBO SUR

Puede que no haya entendido bien los relatos, probablemente las sutilezas del autor me pasen desapercibidas; estoy segura de que Guido Finzi pretendía exponer en Rumbo Sur algún pensamiento filosófico sobre lo dura que es la vida, la soledad del ser humano o lo costoso que supone ser un hombre en la sociedad actual. Pero he leído todos los relatos y en la mayoría he encontrado misoginia o machismo, también xenofobia en algunos. No obstante soy partidaria de leer de todo para entender otros pensamientos diferentes al mío, por eso postulé por este libro en Masa Crítica de Babelio y por eso, una vez más, estoy agradecida por el regalo y la oportunidad de conocer a este autor.

Los 43 relatos que conforman este libro ocupan apenas 190 páginas. La expresión es concisa, a veces tanto que se echa en falta algún dato más porque cuando la lectura se va a poner interesante, corta el relato. Es el caso de Matador, en el que tras mostrar una ficha del protagonista, algo superficial, expone un hecho que sirve de nudo bastante sugestivo: «El tipo viene comprobando cómo la gente que detesta va muriendo de diferentes cánceres […] El pendejo al que descubrió pintando una esvástica en la pared del edificio donde vivían sus padres o el maricón que le miraba lo que tenía entre las manos mientras orinaba…». Probablemente el relato es ese, al menos su mensaje porque el autor prefiere no contar cómo sabe ese secreto «es algo que queda entre los dos» y pide que todo siga en secreto «porque nadie va a creerles. La gente no es tan crédula. ¿O sí?»

Es cierto que algunos comienzos atraen, por el punto irónico de los que engloban descripciones bastante atractivas, capaces de evocar vivas imágenes que seducen al lector con la lírica que encierran, «Apoyado en la barra, con mi cinzano a mi diestra y disfrutando del analgésico ruido provocado por el chaparrón que caía afuera, me entretenía buscando apellidos fonéticamente interesantes en las esquelas de La Nación».

Y los lectores intuimos algo sugestivo en la continuación, derivado de la lluvia o de la esquela y, sin embargo, lo que sucede es que, casi siempre, el protagonista se topa con mujeres despampanantes que dan pie a la trama, como si las mujeres normales no fuesen capaces de despertar ningún interés. Estas mujeres no solo avivan su imaginación; en la mayoría de los casos son recuerdos vividos, por lo que llama la atención la vida sexual tan agitada de los protagonistas.

En fin, creo que el problema es la mujer o la convivencia que el protagonista tiene con ellas, porque los últimos cinco relatos (sin personajes femeninos) son, creo, los mejores. El resto podrían ser acontecimientos que se cuentan entre amigos mientras toman un café juntos. Son relatos de encuentros casuales y la reacción que despiertan esos encuentros; podrían ser historias reales o basadas en la sospecha de habladurías.

El zurdo Villalta nos sobrecoge con la vida de un chaval del estrato más bajo de la sociedad que llega a ser encumbrado por su habilidad en el fútbol…, hasta que sufre un accidente en la rodilla. Muy profesional critica a los gorilas que solo saben obedecer por dinero, sin pensar. 

La relación con los judíos y el sufrimiento por el que han pasado a lo largo de la historia se ve reflejado en los dos últimos relatos, Courage y Aparición nocturna.

En estos relatos el destino aparece irremediablemente determinista, aportando a la historia cierta pátina existencialista; pero en cuanto aparece una mujer, lo hace también la soledad que provoca en el protagonista, probablemente por el comportamiento machista que muestra con ellas, el caso es que en ningún momento el hombre admite que le preocupa lo que piensan o sienten las mujeres, más bien suponen una carga de la que hay que desprenderse antes o después, no importan las consecuencias. Por eso se queda solo, no importa si es él quien las echa de su lado o son ellas las que se van. «No me respondió. Simplemente me dedicó una enigmática sonrisa a través de la ventanilla, y desapareció entre el tráfico».

La mayoría de mujeres son personajes complejos en mayor o menor medida, que luchan con problemas de identidad, mujeres que de alguna forma le piden ayuda y lo que consiguen es ignorancia por su parte, «se lo di, con las últimas cifras cambiadas, y la vi desaparecer hacia la calle» o desprecio absoluto. No las ayuda, no perdona, es rencoroso y las ofende con sus palabras, «¿qué carajo me querés decir con eso?, ¿te pensás que ando tan mal como para querer volver a estar con una turra como vos?».

Me ha quedado una sensación rara al leer Rumbo Sur porque hay un protagonista que normalmente se llama como el autor, Guido Finci, que como él es escritor. periodista y que viaja por el mundo contándole a sus amigos sus “penas" y vanagloriándose de sus conquistas amorosas, sin darse cuenta de que lo que queda de manifiesto en esos cuentos no es amor.

Como buen hombre tradicional, religioso, cuando se ve apurado apela a Dios y a su ayuda celestial, pero ni siquiera así es capaz de cumplir las promesas que le hace «Presa de la culpa encendí velas en casa […] acudí a la sinagoga a prometer a Dios que si se salvaba, no solo iba a dejar de verme con Graciela, sino que abandonaría cualquier afán donjuanesco en lo que me restara de vida […] hasta hoy, a escasas cuadras de la casa de Graciela con una erección que no se me va».

No cumple las promesas porque no se puede unir el respeto a los seres queridos, a la mujer, con la superstición religiosa. El hombre se apoya en tópicos para eludir responsabilidades.

Lo siento pero he visto en estos relatos la imagen de un machismo que debemos eliminar de la sociedad. Tanto las mujeres como los hombres somos mucho más que un envase.