jueves, 12 de diciembre de 2024

HETTY GRAY. HIJA DE NADIE

¡Cómo he disfrutado con esta novela! Tanto, que me he propuesto retomar obras del siglo XIX que leí hace tiempo.

Hetty Gray. Hija de nadie es un novelón victoriano donde pasamos de la angustia a la sonrisa, de la pena a la alegría, de la rabia por la injusticia social a la paz que nos invade al sentir la justicia poética que entrevemos, aunque estemos seguros de que eso no pertenece a la realidad, o al menos es muy difícil.

Pero Rosa Mulholland fue capaz, en 1883, de retratar una forma de vida en la que la clase social elevada tenía todos los derechos, los pobres solo podían aspirar a la caridad. La protagonista, encontrada en una playa cuando era un bebé, no tiene nombre, no lo saben. El matrimonio Kane supone que fue superviviente de un naufragio. Como nadie la requiere y la niña llevaba bordadas en su vestidito las letras H. G., deciden llamarla Hetty Gray.

A pesar de ser muy pobres, cuidan a la niña, que va desarrollando grandes dotes comunicativas y un amor inmenso por la naturaleza. Hetty vive feliz hasta que la señora Rushton, una viuda de la clase alta, decide quedarse con ella por lo guapa y simpática que es. La presenta en fiestas y la hace que actúe, imite o cante para los demás, quienes le dedican grandes elogios. Hetty sigue feliz, aunque eche de menos la libertad y los abrazos de los que disfrutaba con la señora Kane.

Cuando Rushton muere, Hetty se queda sola y sin nada. La familia de la fallecida decide mantenerla en su casa, en la zona de servicio, y darle una educación para que de mayor sea institutriz.

Hetty deberá tragarse su orgullo, ser humilde y aguantar los caprichos de las que antes eran sus “primas”, «Vivirás en nuestra casa […] disfrutarás de la comodidad y protección de nuestro hogar. Pero claro, no puedes esperar tener el mismo futuro que ellas».

Pero es una novela y tras muchos sufrimientos, al cabo de los años, la vida puede dar un giro. Es cierto que el argumento es previsible. Es la literatura por excelencia de finales del siglo XIX. Pero Mulholland consiguió cautivar no solo a los lectores. Tuvo la aprobación de Dickens y las facilidades que se le presentaron al pertenecer a una familia acomodada.

Hay algo de la autora en Hetty; como a ella, le gustaba el arte en general y en particular la pintura. A pesar de ser un melodrama, lo que se deja ver en la importancia de las relaciones familiares y en las dosis de misterio que van quedando en el argumento, la protagonista tiene un carácter romántico, de espíritu libre, fuerte, no se deja doblegar tan fácilmente y se lamenta de su injusta situación. Una circunstancia marcada por las diferencias extremas entre las clases sociales; la rabia de pertenecer a la más alta hasta que de un día para otro estás abajo de nuevo.

Sin embargo, el buen hacer de la institutriz, su inteligencia y el trabajo bien hecho son el patrimonio de una clase media, por el que la mujer será capaz de mantener autonomía. En esta clase media intentan educar a Hetty y en ella es donde adquiere responsabilidad y sentido del deber que, por supuesto va ligado a la aceptación de la autoridad de la clase alta.

La señorita Davis, institutriz de la familia, está preocupada por el esfuerzo y la moral de Hetty. La autora deja expuestos sus deseos por las mejoras sociales y la compasión, algo que valdrá a algunos desprotegidos para escalar socialmente. La voluntad de transformar el mundo se deja ver aunque puede que Mulholland no se atreviese del todo a retratar a una Hetty artista como era su deseo y solucione su problema con una anagnórisis triunfal digna de las tragedias griegas, sin incluir el fanatismo de aquellas.

La autora utiliza los adjetivos de tal forma que el narrador parece mostrarnos una fotografía de lo que cuenta «Un par de caballos grandes y fuertes, grises y bayos, con crines y cola tupidas, se acercaron a la puerta de la fragua trotando ruidosos».

Las comparaciones populares acercan el pueblo al lector. Todos los campesinos tienen buenos sentimientos frente al egoísmo de los adinerados «¡Esta chiquilla tiene el valor de un ejército! ¡Vete de aquí, mocosa, si no quieres que te asen esos rizos tan bonitos que tienes como si fueran un ganso por San Miguel! Y no necesitas más chispas en los ojos, ya te brillan lo suficiente como para iluminar una fragua por sí mismos».

Tanto los símiles como las hipérboles empleadas por las gentes del campo muestran el cariño y protección que recibe Hetty cuando vive con los Kane. El entorno libre de la naturaleza también cobra su importancia, con personificaciones, frente al opresivo que después experimentará en la mansión, «…saltando entre la hierba, rodeada de margaritas de corazón de oro y cara de luna y de amapolas de ojos negros, con capuchas escarlata».

Los contrastes son evidentes; para dejar constancia, los personajes encargados de Hetty son totalmente antinómicos. El ambiente que respira con la señora Rushton es desolador, por lo que sufre constantemente; le falta el cariño y la atención que todo niño necesita «Era un cuarto de jugar sin madre, sin nada, donde la única cuidadora era la criada […] Acomodaba a Hetty sin muchos miramientos en una silla y la dejaba allí, sola, con la puerta cerrada». Hetty va creciendo temerosa, desconfiada y sintiéndose inferior a todos lo que la rodean.

Sin embargo nuestra protagonista es el prototipo de la bondad por lo que, con ayuda de la institutriz, conseguirá que mediante sus actos, convertidos en lecciones morales, todos se porten correctamente.

La autora regala a Hetty la felicidad y, cuando en su rostro se refleja la esperanza y la alegría, aquellos que la tildaron de arisca ven ahora bondad «—Me alegro de oír que me estoy volviendo buena. Hay algo que me hace muy feliz». Parece que Mulholland no quisiera desviarse del tópico impuesto para las mujeres: solo las guapas y felices son buenas. Sin embargo se resiste a terminar sin una crítica a los poderes que la clase alta asignaba «—Dilo como quieras, Phyllis —repuso— Hetty es una artista y la obligarán a ser institutriz».

Novela fantástica que, basada en la maravillosa edición de Libros de seda, podría ocupar las pantallas como otro de los grandes melodramas del cine.

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