¿Qué
es el alma?
Desde
la Antigüedad, el hombre ha dedicado tiempo y estudio para definirla «Hipón afirma que el alma es agua», y
para encontrarla. Los griegos no se pusieron de acuerdo «Tales decía que el alma es un principio motor».
Tras
leer Acerca del alma, de Aristóteles, llegué a la conclusión de que el alma estaba
en el cerebro; en ese lugar donde diferenciamos lo que es ético y lo que no.
En Ella,
maldita alma, Manuel Rivas
la encuadra en aquellos lugares, cosas o personas que nos rodean para hacernos
felices. El alma es nuestra esencia, lo que nos permite ser humanos, aquello
que perteneciendo a nuestro raciocinio aviva los sentimientos más profundos.
Hay almas malditas; son las que impiden que alguien sea feliz.
Aun
así existen almas puras que han aprendido a gozar ante una barra de pan, un
muñeco, una colmena o un edificio, porque eso les despierta la nostalgia del
amor, de la amistad, de la inocencia, de la esperanza.
Los
relatos de Manuel Rivas ven el alma en esos lugares. Yo he encontrado el alma
en los relatos de Manuel Rivas. Incluso siendo algunos de ellos bastante
trágicos, la tranquilidad de la prosa nos invita a reflexionar sobre la
capacidad que tenemos para hacer el bien.
El
alma de estos relatos traspasa el papel, trasciende las palabras para
sorprendernos, para quedarse dentro de nosotros y emocionarnos aunque en
ocasiones nos haga daño.
Sabemos
que el alma de esos vocablos empatiza con el sufrimiento e intenta evitarlo «De vez en cuando, dijo ella, encuentro una
pierna para las cojitas. Y un brazo para las mancas. Pero, ¿los ojos? Eso es
más difícil. ¿Cómo encontrar los ojos sin arrancárselos a otras».
La
protagonista de este relato, La
trayectoria del balón, sabe que los ojos son el espejo del alma, sabe
el sufrimiento del que ha sido víctima y no quiere ejercerlo con aquellas
muñecas rotas que ahora cuida.
Manuel
Rivas llega, con sus metáforas, a la esencia pues en su prosa aúna coherencia,
moral y la fantasía de la inspiración hasta que nos ofrece algo vivo que
permanecerá, que nos acompañará siempre.
«Al beber la sangre de Cristo, notó el
tic tembloroso, incontrolable, en su labio inferior. Ahí está, pensó. Ella, el
alma. La maldita alma».
El
relato que da título al libro es especialmente lírico, no solo por la
intertextualidad con uno de los máximos representantes del Realismo español,
Leopoldo Alas, y su obra más famosa: Ella,
maldita alma recoge el espacio de La
Regenta, «Era la hora en que la heroica ciudad dormía la siesta». Utiliza
el nombre y profesión del protagonista «Como
sacerdote, Fermín animaba una de esas comunidades…» y sufre el mismo
sentimiento por la también Ana, protagonista, «Cual cinta carmesí es tu boca».
Asimismo,
la historia de Manuel Rivas se hace eco de la confrontación entre Fray Luis de
León y la excesiva tradicionalidad de la Iglesia que le impidió exponer su
moralidad humanística erasmiana. Y así, nuestro autor gallego, entre el
erotismo de el Cantar de los Cantares
y la pasión desatada de La Regenta
intenta sin éxito que su Fermín dé rienda suelta a sus sentimientos, porque su
compromiso eclesiástico es más fuerte: «Cuando
falleció el marido de Ana, y eso había sucedido un año antes, a punto estuvo de
darse puñetazos en los ojos para hacerles llorar. Hasta que asumió la realidad
de que no estaba triste y pidió perdón a Dios».
Algo
de lo que, al ser consciente, se arrepentirá siempre, «Mi alma, pensó, son […] Un póquer fallido».
Los
trece relatos que componen el libro conforman una realidad en la que los
elementos fantásticos están perfectamente integrados en las tradiciones: «Volaba, volaba envuelto en el terciopelo
del enjambre». Una realidad en la que el entorno de la naturaleza incorpora
los mitos sin dificultad «En el Cebreiro
hay una iglesia austera, desadornada, con el formato elemental de una oración
en la alta montaña. Dentro se conserva un cáliz […] el santo Grial».
Son
relatos que, aunque escritos en 1999, no han prescrito y nos recuerdan, en
estos tiempos tan escabrosos con los diferentes, con los inmigrantes, que es
propio del hombre buscar un lugar acogedor en el que pueda subsistir. Puede que
nuestra naturaleza sea nómada más que sedentaria, puede que estemos dispuestos
a no dejar de indagar hasta encontrar «El
deslugar» donde reside el alma exenta de abusos y conflictos.
«Su abuelo había emigrado a Cuba y,
desde allí, a Estados Unidos. Trabajó de albañil en los rascacielos […] se veía
a su abuelo en compañía de otros, sentados sonrientes allá en lo alto, en una
viga de hierro, como estorninos en una rama».
El dolor de la realidad queda difuminado en la belleza de la fantasía, en ese lugar recóndito de nuestra mente en el que somos capaces de quedarnos en paz para poder transmitirla a los demás.
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