jueves, 11 de julio de 2024

22 LARGOS

No conocía a Caroline Wahl, pero hasta cierto punto es lógico, porque esta alemana de 29 años publicó el año pasado su primera novela: 22 largos, con la que obtuvo cuatro premios; fue elegida Novela favorita por los libreros independientes de Alemania y está en la lista de los más vendidos de Spiegel y de #BookTok. Ya se han vendido los derechos cinematográficos. No cabe duda de que con esta presentación había que leerla. Y no defrauda. Todo lo contrario. Hace querer saber más de las protagonistas, así que me he llevado una alegría al constatar que Ida será publicada pronto en Alemania. Aquí, imagino que habremos de esperar algo más.

La narrativa de Caroline Wahl es fresca, inmediata, a pesar de que el argumento es bastante duro: La familia Schmitt quedó totalmente rota cuando el padre abandonó a su mujer y a su propia hija Tilda. La madre empezó entonces a beber y no paró hasta saber que, de nuevo, estaba embarazada de cinco meses. Cuando nació Ida, Tilda fue la que se encargó de cuidarla y protegerla de cualquier percance y de su madre, que cada vez bebía más. Ahora Tilda estudia matemáticas en la universidad, trabaja en un supermercado y nada 22 largos para relajarse y pensar tanto en su futuro como en el de su familia. Tilda es un referente tanto para Ida como para su madre.

Como la han propuesto para una beca de doctorado en Berlín, debe asegurarse de que Ida está preparada para ocupar su puesto o ella tiene que continuar haciéndose cargo de todo.

El planteamiento es impactante porque detrás quedan noches en vela, días agotadores, introducción a las drogas, maltrato físico —aun sin querer— y psicológico. Tilda le da a Ida la infancia que ella no tuvo y sin embargo no encontramos rencor en su pensamiento, solo ganas de hacer las cosas bien, de salvar a su hermana de la propia introversión en la que vive «Se pega a mí y las dos nos quedamos mirando la serie de dibujos que tiene enfrente de la cama […] Lo divertido de los animales de Ida es que siempre tienen una pequeña aleta en la espalda».

Tampoco hay severidad en la escritura de esta autora, tal es el cariño con el que trata a sus personajes y la inmediatez con la que describe sus acciones. A veces no es necesario que especifique qué ocurre porque lo adivinamos, como si estuviéramos viendo una escena de película y oyendo lo que piensa la protagonista «Leche de avena, leche de almendras, mus de anacardo […] pasta de espelta, aguacate, aguacate, aguacate. Juego a que no puedo levantar la vista. De unos treinta, varón, desgarbado, gafas sin montura, camiseta Levi’s, adivino, digo “30,75 euros”, por fin levanto la vista y cuando veo el logo de Levi’s es bastante guay».

La narración en lista aporta cierta exigencia de la protagonista hacia sí misma. Tiene un proyecto y para que todo salga bien debe ir calculado al milímetro «Tranvía, uni, copiar ejercicios y textos. Tengo un cronograma estricto […] “Atasco de Papel” […] Rabia destructora». Curiosamente esta forma de narrar acelerada y no exenta de humor irónico quita tensión a la forma de vida de la protagonista, aunque sepamos que la sufre.

A veces, los gestos forman parte del propio diálogo, un diálogo que también es corto, inmediato, hasta el punto de que cada intervención puede incluso dividirse en dos partes. Con todo, se consigue que la escena sea un acto performativo en sí misma:


Yo: Hola

Viktor se vuelve.

Viktor sonríe.

Viktor: ¿Qué, has vuelto?

Yo: No estoy segura.

Yo: ¿Dónde está Ida?

Viktor: En el colegio.

Pero no todo es rapidez en la narración, Caroline Wahl se descubre como una narradora experimentada, no solo hace uso de términos literarios, las analepsis son continuas, aunque a veces no nos demos cuenta de que está narrando el propio pasado, bien porque aparecen de forma inconsciente en los sueños «y entonces se sumó Max. Max es un hijo de puta engreído, desagradable, sabelotodo», bien porque las introduce en otro recuerdo del pasado «En aquel momento también estaba en nuestro curso…». Las analepsis de 22 largos son fundamentales. En ellas vemos la evolución de Tilda, el carácter fuerte que le ha permitido ser una joven totalmente madura en cada etapa de su vida. Tilda se acepta como es, Imperfecta. Ahora educa a Ida para que también se acepte, para que aprenda a incluir las emociones en sus actos y sepa asumirlas.

Otro rasgo de la narración son las digresiones. Aparecen para que descubramos alguna crítica social como la desprotección hacia los más vulnerables.

Tilda es el alma de la novela. En sus constantes recuerdos al pasado la vemos evolucionar como protagonista indiscutible. Ya sea conscientemente o sin proponérselo, consigue que también se transforme Ida, su madre y Viktor.

Tilda ha necesitado a los que la rodean para actuar con determinación ante los conflictos tomando conciencia de lo verdaderamente importante: la responsabilidad, la familia y el amor.

Todos empatizamos con Tilda; ella hace que Viktor, aun en su asociabilidad, nos resulte adorable y, desde el primer momento, consigue que sintamos debilidad por Ida y comprendamos a su madre.

—¿Papá no va a volver?

La madre se encoge como si la niña le hubiera pegado.

Mamá: No, no somos lo bastante buenas para el señor profesor.

Frío y humedad en la cara. Eso sienta bien.

Tilda es fuerte, decidida y encantadora. Ella es la que ha formado, desde su infancia, una familia que podrá mantenerse unida aun en la distancia.

22 largos es una novela de aprendizaje en la que la protagonista, antes de emprender un viaje real, debe viajar por su interior para mostrarnos a todos, personajes y lectores, cuáles son los verdaderos valores humanos y sociales, valores unidos indefectiblemente a la responsabilidad y madurez; la madurez no está necesariamente unida a la edad. Las dos hermanas la experimentan sobre los diez años, cuando son capaces de enfrentarse a las situaciones que se les presentan cada día y siguen adelante a pesar de los fracasos, hasta que consiguen un logro: ir a la piscina, hacer 22 largos, hablar con los demás, pedir ayuda… «Oigo a Ida decir palabras que una niña nunca debería decir, no soy la única que se ha preparado para esto: Ida Schmitt, Fröhlischstrasse 37. Mi mamá está inconsciente. Sobredosis. Alcohol y pastillas».

Tanto en el argumento como en la trama, el agua es fundamental. Al nadar en la piscina, Tilda conecta con sus emociones más profundas, es como si quisiera dejar su pasado nadando. El agua es símbolo de su forma de vida, en ella se encuentra el origen y allí, en el fondo de la piscina busca purificación, regeneración y refugio.

Yo: Mañana va a llover.

Ida: Ya lo sé.

Yo: ¿Piscina?

Ida: Sí.

El agua de la piscina está relacionada con lo femenino, con la pasividad y la protección.

Cuando está lista, renace y nada; mientras lo hace va planificando nuevos retos, vencer al monstruo y al paso del tiempo para dejar a Ida con la fuerza suficiente para enfrentarse a la vida.

La lección que nos transmite es inolvidable. Ya queremos seguir esos pasos de Ida para saber algo más de ellas.

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