El título de la última novela que he leído me resultó inquietante, porque asocio el rojo no con el color en sí, sino con la sensación que percibo. El rojo consigue despertar mi atención ante el peligro, el dolor, el calor, la pasión, el poder, la fuerza, la actividad, el éxito… Normalmente cuando leo “rojo” me vienen a la mente situaciones peligrosas y esto es lo que sentí al tener en mis manos Belleza roja. Esta bipolaridad que surge del propio título es la que ocupa las páginas del libro.
El
cadáver de Xiana Alén es encontrado por su tía Lía, en su habitación, boca
abajo y cubierto de sangre, en una posición que recordaba a un cuadro pintado
por Aurora Sieiro, abuela de Xi. El suceso tuvo lugar la noche de San Juan,
mientras sus padres, Sara y Teo, su tía Lía y unos amigos, Inés y Fernando,
cenaban en el jardín de la casa. Y la tía abuela Amalia, octogenaria gemela de
la fallecida Aurora, descansaba en su habitación.
Nadie
hubo entrado ni salido de la casa a la hora de la muerte, por lo que el caso,
para el inspector Santi Abad y la policía Ana Barroso, se presenta sin acción,
es un caso cerrado en el que la lógica y el razonamiento primarán en sus
investigaciones. Arantza Portabales
ha escrito, en este sentido, una novela policíaca de corte clásico en la que
las dudas y desconfianzas irán pasando por los seis sospechosos sin la
posibilidad de que haya implicados de fuera. El asesino puede ser cualquiera.
Aunque en un principio nadie mataría a Xiana —una chica de quince años, dulce,
guapa y, a pesar de su juventud, pintora excepcional— el crimen se ha cometido
y quien lo ha llevado a cabo figura en su círculo de allegados, «Ya nunca más desearé ser ella. Ni
ambicionaré su talento. Ni podré decirle que es la reina de la luz». Aquí
está la clave de todo el entramado: la envidia llevada al más alto nivel, si es
que este sentimiento se puede graduar.
En Belleza Roja existe una pasión de
delirio paranoico, por parte de las mujeres, que las lleva a sentirse acosadas entre
ellas. Curiosamente los hombres no muestran envidia hacia los demás, creando un
matriarcado familiar digno de figurar entre las descendientes de Abel Sánchez.
Las
gemelas Sara y Lía Somoza han vivido siempre unidas en una casa en la que su
madre, Aurora Sieiro, reputada artista y obsesionada con la sangre y el color
rojo en sus obras, tenía poco tiempo para ellas, además su egolatría llegaba
hasta el punto de ridiculizar a Lía, una niña que siempre quiso seguir los
pasos de su madre, aunque sólo consiguió su desprecio: «Unos trabajos que su madre había ridiculizado por realistas, poco
innovadores y enormemente predecibles». Aurora sentía envidia de su propia
hija, Lía y por eso intenta avergonzarla con cada obra que hace, y por eso
siente predilección por Sara, una niña con altas cualidades para el baile y la
danza, una niña que no pinta sino que quiere ser abogada, como su padre, una
niña que nunca será su rival. Amalia, la hermana gemela de Aurora, se queda a
vivir con la familia, básicamente para cuidar de las niñas mientras la madre pasa
largas temporadas de giras y exposiciones. La influencia de Amalia es notable
en las gemelas, pero no cabe duda de que ambas viven obsesionadas con el rojo
de la pintura de Aurora.
Sara
se casa con Teo, el novio de Lía, una vez que ella lo dejó para ir a estudiar
fuera. Cuando vuelve, vive con ellos y con su sobrina Xiana, una niña que
quiere parecerse a su tía Lía y que tiene unas dotes extraordinarias para
pintar.
Teo
apenas influye en nada; se deja llevar por la pasión de Sara y por el amor que
aún siente por Lía. Sara es el rojo exuberante, obsesivo, descontrolado; la
envidia que siente hacia su hermana no la deja creer en sus propias
posibilidades «—Adrián, ¿me creerías si
te dijese que era yo la que tenía celos de ella?» Sara representa el tema
ancestral literario de Caín y Abel. Es ególatra hasta el punto de que es ella
quien se impide realizarse como ser humano. La envidia que siente es un motor
con el que destruye cualquier sentimiento de amor o gratitud. Su envidia es
hacia otra mujer, hacia otras mujeres; es fuente de odio y tragedia. Pero puede
ser una historia repetida, que también Amalia sintiera envidia de Aurora, por
haberla relegado a mera cuidadora de las niñas, a no tener familia propia.
En
Amalia intuimos la amargura de La tía
Tula, aferrada a la religión hasta el paroxismo, enamorada de su cuñado o
envidiosa por no haber formado su propia familia.
La
tía Amalia representa lo irracional en el conflicto familiar; ella ve la
realidad desde una óptica diferente, desde el enfoque religioso, algo que le
permite redefinir la existencia, «rezando
sin rezar […] en las dos últimas semanas no había hablado de otra cosa que del
apocalipsis y de baños de sangre». A través de la locura de Amalia, Arantza
Portabales refleja y cuestiona la irrealidad que nos rodea, la tía es el
símbolo de la crisis familiar «Abrí los
ojos y estaba allí. Después fue hacia la puerta. Antes de salir, me dijo,
bajito: “Tita Amalia, ¿por qué me hizo esto mi madrina?”». Su muerte sirve
para que los demás tomen conciencia de lo que ocurre. Con las analogías
religiosas que emplea, se transforma en la intérprete de un mensaje
aparentemente indescifrable; ella es la clave que utiliza la autora para
denunciar la descomposición familiar. Es el rojo del sacrificio y de la
purificación redentora.
Lía
es el rojo de la culpa, llega a infravalorarse tanto al lado de su hermana, que
pone sus expectativas en Xiana; intenta paliar con su actitud la aversión que
su propia madre tuvo hacia ella. La locura de Lía es fruto del daño que su
inconsciente le causó a Sara y es consciente de que el dolor de su hermana sólo
puede remitir con su propio sacrificio, «Ver
la cara de Sara era como estar muerta y flotar en las alturas para verme a mí
misma desde otra perspectiva».
Aún
hay otra sospechosa resentida, Inés. La amiga de Sara representa el rojo
irreflexivo, visceral. Inés busca constantemente respuestas emotivas intensas.
Es envidiosa de cualquier mujer atractiva; personifica otra forma de envidia,
por lo que los efectos que vemos en ella son, fundamentalmente, los derivados
de la desconfianza que tiene de sí misma; le exaspera que su marido, Fernando,
se sienta atraído por las mujeres bellas y que sea correspondido. Sin embargo
no lo abandona. Sabe que nunca la va a mirar como a las otras pero no le
importa mientras siga siendo suyo. Su envidia es la de alguien pusilánime que
se conforma con desear el mal ajeno, para demostrar a todos que ella está a la
altura y es merecedora de Fer. «Eso le
dijo su madre cuando se lo presentó […] Los hombres como Fer eran siempre
demasiado para mujeres como ella [,…] inteligentes, no especialmente hermosas,
ni especialmente mundanas ni especialmente nada».
Inés
se verá inmersa, sin ser consciente, en el problema familiar de Xiana Alén
Somoza, que parte de la relación de amor-odio entre gemelas. Es interesante
observar cómo ambas se revuelven contra su otro yo. ¿Es un odio hacia ellas
mismas? ¿Se sienten incapaces de querer a no ser lo que no puedan tener?
Belleza roja es la tragedia de la mujer que se
autodestruye y, para ello, destruye.
Y me
he centrado en las mujeres porque creo que es donde está el problema. Los
hombres son detestables, peleles sin personalidad que intentan suplir su
complejo de inferioridad con una mujer bella a su lado. Así de viriles. Así de
machistas. Fernando es un obseso de las mujeres jóvenes hasta que cae en lo más
bajo: abusar de menores. Teo tiene tan poca ética que prefiere estar con su
mujer sólo por tener al lado a su cuñada; Sara le aporta sexo pero Lía es quien
lo satisface. Incluso el protagonista, el inspector Santi Abad, representa al
típico hombre incapaz de estar con una mujer si no es ocupando el lugar
secundario que le corresponde. Y puede llegar al maltrato físico o verbal «—Que sea la última vez que empiezas a
hablar antes que yo».
Y el
psiquiatra Connor Brennan, es otro atormentado por sus relaciones familiares;
familia que deja relegada ante sus amistades o su propio interés personal «Contó mentalmente las pintas […] quizá
seis. Recogió a la niña en casa de Jordan y la metió en el asiento trasero».
En
fin, también Belleza roja es la
inconsciencia masculina que desbarata una y otra vez el mundo femenino. Espero
que en las siguientes entregas, Portabales coloque junto a Ana Barroso, la
única mujer sincera, fuerte e inteligente de la novela, un protagonista a su
altura para que disfrutemos nuevamente de una lectura que oscila entre la
tranquilidad del ritmo de un narrador en tercera persona, la reflexión de la
primera (en Lía), el dinamismo de los diálogos, la rapidez de las onomatopeyas
que reflejan las acciones de los personajes y el misterio de las
transcripciones de llamadas telefónicas, en las que imaginamos al interlocutor
que está al otro lado de la línea.
Novela interesante que se deja leer bastante bien. Aunque sepamos con antelación quién es el asesino. Lo importante es cómo llevan a cabo la resolución de un caso que, en principio, cuesta trabajo imaginar que se pueda poner en práctica.
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