sábado, 4 de febrero de 2023

LA SEÑORA MARCH

Acabo de leer la primera novela de una joven escritora y me ha sorprendido por varias razones. Había oído que era novela negra, pero no sé, no lo tengo tan claro desde el momento en que la única protagonista que se describe en profundidad es la señora March y creo que en el noir la descripción de ambientes y personajes es fundamental para descubrir la trama. Lo que he podido sacar del resto de personajes, incluido el señor March, su marido, es que apenas tenían relación con ella. La señora March ha estado siempre sola a pesar de vivir en un lujoso edificio neoyorkino con bastantes vecinos.

En New York creen que Virginia Feito, la autora de La señora March, recuerda a Patricia Highsmit, puede ser, pero yo no le he visto el parecido; el suspense psicológico que Highsmit descarga en sus novelas no lo he sentido en esta, tampoco la novela de Feito es policíaca. Me ha sorprendido, sin embargo, que sea una novela seria y atractiva que nos introduce de lleno en cómo la mente de una niña puede quedar perturbada por la indiferencia, la soledad y el maltrato psicológico derivado de la falta de atención familiar.

No sabría decir si la demencia de la protagonista tiene algún componente genético o es fruto de la culpa o los traumas sufridos. Pero es evidente que la señora March vive instaurada en su propio terror a pesar de que los lectores no sabemos si las alucinaciones que tiene en determinadas escenas lo son realmente o alguien con intereses ocultos hace que las tenga. A mí no me ha quedado claro; me cuesta creer que tras tantas señales de alarma nadie de su entorno haya avisado a un especialista o haya tomado alguna medida para ayudarla; al contrario, poco a poco la van dejando cada vez más sola.

George March es un escritor de éxito; su última novela va a ser llevada al cine. Hasta aquí todo perfecto, pero un día, la dependienta de su panadería le dice a la señora March que la protagonista está basada en ella, una protagonista que no es ni más ni menos que una prostituta, tan fea que los propios clientes le pagan sin requerir sus servicios por asco. Esto humilla y avergüenza totalmente a la esposa del escritor y desde entonces vive obsesionada con esa prostituta y con la visión que los demás, incluso su marido, tienen de ella. En un momento dado se lo pregunta directamente, pero George no lo niega del todo, le dice que está basada en todas las mujeres que ha conocido «Johanna […] es una mezcla de cualidades de muchas mujeres diferentes […] tú estarías entre ellas […] —Siéntate y redacta una lista. Una lista de rasgos […] —No quiero entrar en esta conversación […] ya hablaremos mañana». Pero no vuelven a hablar del tema. Es como si George quisiera que se mantuviese en la duda.

Tampoco permite que el hijo de ambos, Jonathan, explique lo que pasó realmente en el colegio con una compañera, por lo que fue expulsado. Cuando el niño les va a comentar que el culpable, su amigo, ni siquiera había sido sancionado, George no lo deja terminar «—¡Esto es inaceptable! —gritó George […] la culpa es tuya y de nadie más». Tampoco madre e hijo volverán a sacar el tema para llegar a la verdad.

En fin, el escritor de éxito es un encanto con todos excepto con su mujer, a la que trata con cierto paternalismo y bastante indiferencia, pero como el narrador, a pesar de ser omnisciente, solo refiere el punto de vista de la esposa, no queda claro qué es lo que ocurre en realidad, «Como si hubiese recibido una señal, el camarero reapareció con el foie gras, que rezumaba ríos viscosos de grasa amarilla». ¿Hasta dónde puede llegar una persona con pensamientos destructivos sin que nadie se dé cuenta? ¿Hasta dónde está implicado George en la desazón de su mujer?

El narrador deforma la realidad y los lectores no somos capaces de distinguir si lo que estamos leyendo es real o producto de la imaginación de la protagonista. Una mujer que desde niña inventaba seres y situaciones, que su soledad fue tan evidente que hubo de crear una amiga invisible, Kiki, tan unida a ella que, con el paso del tiempo, le permitió ser ella misma para mostrar una personalidad abierta, desinhibida con la que actuaba sin ningún tipo de culpa, a pesar de que solo le causó más dolor.

La señora March es la soledad absoluta y la tristeza que eso conlleva; rodeada de gente conocida, apenas se relaciona con nadie por miedo a parecer menos exquisita, menos rica, menos inteligente, menos guapa que el resto. Imagina que todos piensan mal de ella. Solo idealiza a quienes no conoce y en sus momentos de mayor desamparo inventa posibles relaciones con ellos, «ensayando mentalmente las diferentes excusas con que podía rechazar las insinuaciones de aquellos desconocidos […] Pero no se fijaron en ella, ni le sujetaron la puerta».

Es cierto que nadie le muestra verdadero afecto, ni siquiera el narrador; a pesar de ser trasunto de ella misma, es incapaz de presentarla en algún momento con mimo; solo transmite una frialdad constante, incluso de niña es nombrada como la señora March. Ella no ha significado nunca nada, ha sido Kiki durante una temporada, la señora March cuando ve realizado su deseo de brillar en sociedad y Johanna cuando siente que, en realidad, es un objeto que pertenece a su marido y puede re-crearla como quiera socialmente. La señora March ni siquiera ha tenido libertad de acción en su propia casa, se ha convertido en una autómata con la que George no encuentra emoción, por eso se vuelca en su trabajo y a ella solo le queda luchar constantemente para ser más que los demás o al menos aparentarlo, «Desde hacía tiempo la acosaba la sospecha de que, a pesar de que su vestuario revelaba buen gusto y era de buena calidad, su forma de combinar y llevar la ropa hacía que esta pareciese barata y ordinaria».

El ambiente en el que se mueve esta mujer innominada es cerrado; cierto que sale a la calle, incluso viaja a otro pueblo, pero se siente a gusto en su casa, en su habitación, con la puerta cerrada para prevenir posibles ataques o amenazas que no son sino consecuencia de su falta de autoestima; los paralelismos antitéticos delatan su indecisión y las comparaciones, la dureza con que se ve a sí misma, llevándola a confundir normas de urbanidad con juicios valorativos hacia ella, «la primera vez que la habían llamado señora […] le dolió como un bofetón».

En realidad no se siente señora, ni mayor ni joven, ni nada, La señora March se cosifica tanto que incluso el narrador se permite personificar sus medias antes que a ella: «abandonó el local con las medias arrugadas alrededor de los tobillos como si fruncieran el ceño ante la perspectiva de salir al frío».

¿Por qué aparece su verdadero nombre solo una vez y solo al final de la novela? ¿Es porque es la primera vez que actúa por sí misma? No lo creo, porque realmente no es consciente de su acto ¿Es porque todo termina? No lo sé. Virginia Feito consigue que ni siquiera al final, ni siquiera a pesar de los rasgos de humor en la narración de todo tipo, escatológico, negro, inocente, irónico desaparezca la sensación de disgusto en los lectores porque nos queda la impresión de que quienes rodean a la señora March la intuyen como una acaudalada histérica y acomplejada que ve fantasmas donde no los hay. Nadie adivina un trauma infantil llevado al extremo, la culpa que la atormenta constantemente y la soledad y el horror que pueden sufrir incluso los niños de clase alta. «Yo no soy tu amiga, ni quiero serlo. Soy tu madre».

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