Adriana
ha recorrido medio mundo acompañando a su padre, único familiar que le queda y
que, por cuestiones laborales, es difícil que permanezca más de tres meses en
un lugar. Esto hace que, con diecisiete años, sepa más geografía, idiomas,
historia y arte que cualquiera, tenga la edad que tenga y consigue, con
estupendas descripciones, que los lectores vayamos internándonos en sitios más
o menos conocidos, «A comienzos de
noviembre tuvimos que hacer una inesperada visita a la ciudad suiza de Ginebra
[…] vi poca cosa, aparte de su hermoso lago de aguas cristalinas —gentileza de
los Alpes».
Pero,
su elevado nivel socioeconómico y el cambio constante de ciudad o país no
suponen solo ventajas; Adriana echa de menos enraizarse en un sitio y ser feliz
porque, a pesar de todo lo que tiene, no se siente afortunada. Le gustaría
tener un referente donde refugiarse de verdad, «Establecer una rutina, tener compañeros de estudio. Caras que me
resulten familiares». Posiblemente, al percatarse de que no forma parte de
ningún núcleo ha hecho que ella experimente con todo lo que tiene a su alcance
para conseguir estar bien consigo misma.
En Las
horas prestadas la protagonista demuestra que llega a conocer a la
perfección diferentes países y culturas, pero carece de estabilidad emocional «También podrías disfrutar de los
privilegios que tiene esta vida para variar, en lugar de arrastrarte por los
rincones como un alma en pena». Y cuando fallan los sentimientos falla
todo. Adriana busca consuelo en profesores particulares que no le dan, aparte
de conocimientos, nada que le sirva. Busca consuelo en una sexualidad
diferente, se siente atraída tanto por chicas como por chicos porque en
realidad no conoce el pensamiento de ninguno; se deja llevar por quien la haga
sentir bien. A lo largo de las páginas, los lectores asistimos a la reflexión
de esta joven y su inseguridad hasta que transforma el concepto tradicional de
la identidad de género como algo inamovible; hay otras opiniones válidas y ella
las descubre; es una construcción cultural que aún está en proceso de creación
y, como tal, queda expuesta por la autora, Belén
Conde Durán.
La
identidad sexual femenina no aparece como fruto de la voluntad o el libre
albedrío, con plena consciencia, sino como un mecanismo psíquico de poder que
opera en la mente de Adriana. Necesita en todo momento controlar lo que ocurre
donde únicamente puede, en su cuerpo. Por eso no solo le ofrece placer sino que
lo castiga para tener la sensación de que será capaz de llegar al límite.
Apenas come y, fruto del acoso sufrido cuando era niña, se siente a gusto con
una figura que no es del todo atractiva. La bulimia y la anorexia forman parte
de su vida, en estados incipientes, cuando empieza a ser consciente de su
delgadez y le gusta «La clavícula
sobresalía desobediente por encima de la camiseta de algodón, enmarcada en un
cuerpo demasiado delgado que en ocasiones era incapaz de sostener mi alta
figura». Su mente aún no le niega su verdadera apariencia ni el daño que se
está provocando; piensa que todavía es dueña de sus actos.
Belén
Conde hace que tanto Adriana como su padre vuelvan al pasado. Deben viajar
desde Tokio hasta Galicia para el entierro de sus abuelos. El contacto con la
casa de su infancia hace que el padre quede vinculado a su niñez, algo
demasiado doloroso una vez que ya no queda nadie para compartirlo; pero otro
pasado más reciente lo espera, y será el que les ofrezca a ambos personajes la
oportunidad de plantearse quiénes son en realidad. La prosa de la autora nos
hace entrever que la mujer ha avanzado en autoconciencia aunque su identidad
está vinculada al pasado social (la colectividad femenina dependiente) e
individual (el núcleo familiar). Adriana no ha experimentado nada de esto y lo
añora
—…¡diviértete
un poco!
[…]
—Eso
iba a hacer pero mi padre prefirió romper mi momento de esparcimiento
llamándome para presentarnos —remaché—
No
es necesaria una familia tradicional, pero es imprescindible cierta estabilidad
que nos aporte seguridad y Adriana no pide más, la busca en su padre y se lo
dice constantemente, con comidas que no hace, con autolesiones leves, con
enfados, con rencor, con indiferencia hasta que él también lo entiende porque
probablemente estaba buscando lo mismo.
En
Las horas prestadas cobra importancia
la transformación de ciertos significados heredados, específicos para la mujer,
mientras que despierta la conciencia femenina. Belén Conde demuestra que la
mujer puede —y debe— tener una formación igual a la de cualquier hombre, por
eso su novela podría pasar por una guía de viajes novelada en la que, mediante
acertadas descripciones, conocemos a las personas, lugares, comidas y
costumbres de Francia, Alemania, Suiza, Inglaterra, China, Corea… Esta
emeritense representa, con una prosa impecable, una mujer nueva que ilustra la
toma de conciencia femenina aun habiendo debido pasar (o quizá por eso) por el
trauma de no haber aceptado las normas sociales y familiares impuestas «…siento que esta vida no es mía. Que estas
horas son prestadas. […] No tengo identidad ni una vida propia […] Jamás sabré
lo que me estoy perdiendo».
Las horas prestadas, a pesar de todo, es una novela de iniciación en la que muchas jóvenes se verán reflejadas y a las que les abre una puerta de esperanza a sus miedos e inseguridades.
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