A quienes conocemos algo a Paco Santos (al menos su literatura) no nos asombra que hasta la
muerte vaya teñida de humor:
—¿Le
conocía usted?
—Y
todos. Aunque aquí, el asiduo es su cuñado, el Mono. Manuel, quiero decir. Es
mecánico.
—¿El
mote es por el mono de trabajo?
—Es
por el anís. Nunca pide otra cosa.
Pero
en su último libro, Paco Santos le da una vuelta de tuerca a la novela
policíaca y se aleja de la pretensión catártica de que el lector se sienta
superior al criminal o, al menos, diferente.
El asesinato
y el asesinado quedan igualados, suponen el mal absoluto, algo que es esencial
eliminar con urgencia. Si leemos exclusivamente las frases que presentan los
capítulos, nos damos cuenta de que forman un auténtico Manual de autoayuda para asesinos.
La autoayuda es doble, tanto para enseñar, animar al asesino y justificar sus
crímenes como para olvidarse del hecho y seguir viviendo.
Paco
se apoya en un manual encontrado, del que extrae citas que le sirven de
introducción y desarrollo de sus capítulos. De esta manera su libro toma el
rango de documento secundario y las categorías de autor y novela quedan ocultas
en un juego de voces, con el que cuestiona en la literatura las
representaciones de la realidad.
Nada
es lo que parece en MDAPA excepto la denuncia de determinadas conductas que aun
hoy se sufren sin que se lleven a cabo las medidas necesarias para
erradicarlas. ¿Es que no todos estamos amparados igualmente por la justicia?
¿Convivimos con la ley del más fuerte, en la que solo con violencia se acaba
con la violencia? Las historias del Manual son sobrecogedoras aunque se leen
con una sonrisa, con complacencia, porque están escritas por un verdadero
artista.
El
tema de la novela es el crimen en sí mismo, algo justificable, y hasta
deseable, cuando nos encontramos con seres que destrozan las vidas de los más
débiles. El autor no escatima palabras sucias que sin embargo, dadas las
circunstancias, no resultan ofensivas. Paco Santos no profundiza en esas
circunstancias, las sabemos, estamos saturados de razonar una y otra vez sobre
las humillaciones que deben soportar las mujeres, sobre los traumas que
permanecerán en quienes no se ajustan a la norma; por eso, lo mejor, es quitar
de en medio, cuanto antes, la basura que nos cubre «—Ese mierda ha tenido su merecido –se alzó una voz a su espalda».
En
ocasiones no está mal olvidar lo establecido y que lo humanamente justo quede
donde le corresponde
—¿Qué
opinión le merecía la víctima?
—¿Víctima?
Era un hijo de la gran puta
A
veces, el azúcar de la religión para conformar a los que quedan dañados en la
tierra, no tiene sentido «La idea del
juicio de Dios es absurdo».
Manual de autoayuda para asesinos nos presenta una sociedad real,
totalmente actual, tanto que a veces parece un metaverso en el que los asesinos
salen indemnes porque han asesinado al verdadero asesino; tienen una
oportunidad para vengarse de ofensas anteriores. Santos rompe la ficción y se
adentra peligrosamente en lo más profundo de la mente de los agredidos. El
problema, si lo hubiere, es que todos nos sentimos atacados en algún momento y
ansiamos justicia, desearíamos una oportunidad para cometer el asesinato
perfecto, el que más que un crimen representa una obra de arte «…reagrupándose en torno al cuerpo tendido
en el suelo y apenas entrevisto. La composición evocaba un descendimiento
barroco a los pies de la cruz. Los gestos de unos y otros transitaban de la
urgencia a la resignación de saber que al tercer día no habría resurrección».
Paco
Santos, como hiciera en su momento Agatha Christie, ha escrito algo sublime,
capaz de ser llevado a la gran pantalla; si en Asesinato en el Orient Expres (1934), “los desconocidos” son
descubiertos por un intuitivo Poirot que los lleva a la policía, en esta
novela, el protagonista, que no es detective sino periodista, mantiene su
descubrimiento oculto; porque Rosendo es una prueba más de que (a lo mejor)
todos tenemos por qué callar, «confirmaba
sus sospechas de que entre ambos existía comunicación». En clave de humor
–negro–, el autor lleva a cabo un retrato penetrante y cruel del mundo en el
que vivimos; un retrato que enseña al lector la imagen del dolor, la vergüenza,
la avaricia y el mal, aunque estén admitidos socialmente. Los asesinos
mantienen su propia ética, una lógica que se hace trizas ante los asesinados. El
lector se ve envuelto en situaciones límite, vividas en primera persona en
alguna ocasión y en las que hemos deseado (porque todos tenemos un lado oscuro)
un castigo ejemplar para los malvados; vivencias extraordinarias en las que el
agraviado puede hacer desaparecer del mapa al agresor. ¿Se podía haber
solucionado de otra manera? Seguro, sin embargo no habría resultado tan
liberadora para Merche, esa descendiente de las hermanas de Arsénico por compasión (1944). Paco, al
igual que Frank Capra, presenta los crímenes de su manual como un deber que hay
que llevar a cabo para que la Tierra siga girando según la órbita que nos
protege ¿Viviríamos entonces en un mundo más justo?, ¿más feliz? Pues ahí lo
deja.
Y lo deja advirtiendo, en una irónica autorreferencia, que igual que mereció la pena ver la película protagonizada por Cary Grant, es aconsejable leer las aventuras protagonizadas por Rosendo.
—¿Te
suena un libro que se titula Manual de autoayuda para asesinos?
Rosendo
escuchó la risa de Ana
—No.
Y con semejante título me acordaría. Un libro que se titule así o es muy bueno
o es para vomitar. No cabe término medio. Yo apostaría por lo segundo.
Si
antes hicimos mención a que el tema de esta novela es el crimen en sí mismo, no
debemos pasar por alto que Manual de
autoayuda para asesinos es un homenaje a los triunfadores del asesinato. En
el argumento no hay detectives ni policías investigando. Sí hay crímenes. ¿Qué
es lo que nos atrae de ellos para que desde los primeros escritos literarios
queden impresos los más terribles asesinatos? La envidia entre hermanos nos
lleva a la Biblia… Hemos avanzado poco. Los mellizos Rasca y Gana dan fe de
ello; Gana, como un moderno Caín, también está celoso de que Rasca obtenga el
favor, no de uno sino de todos los dioses. Asimismo, al igual que la muerte fue
tomada por Shakespeare como forma definitiva del cambio, la señora Merche
propone una alteración que acabará con los avasallamientos, violaciones y
angustias que tienen lugar a su alrededor.
Aún
asomará, en las páginas de la novela, un Rascolnikov del siglo XXI capaz de
eliminar a quien considera un parásito que impide a su hermana llevar la vida
feliz que deseaba «Todo el día sola.
Apenas paraba la pata ese ciego malnacido, hay que joderse».
Es
increíble la destreza y la habilidad de Paco Santos para hacer fácil lo
difícil. Como un moderno Conan Doyle, apunta elaborados crímenes, tanto que
algunos, inexplicables, van a quedar en ese mundo ficticio como meros
accidentes ante seres que los contemplan aliviados. Pero el lector, con ciertas
informaciones del autor, va dibujando en su mente originales formas de
ejecución, que pueden estar al alcance de cualquiera (que tenga un mínimo de
suerte o forme parte de una institución encargada de atraerla).
Mientras leemos, y releemos, Manual de autoayuda para asesinos sentimos fascinación por el crimen. El autor cuenta los hechos, y sus circunstancias, de tal forma que es el mal lo que nos atrae, lo que deseamos en lo más profundo de nuestro ser. Al mismo tiempo tenemos la oportunidad de enjuiciar y entender las diferentes caras del ser humano. Con cada crimen reflexionamos sobre la envidia, la violación, el maltrato, el hartazgo y la venganza. En la novela el bien y el mal no están en la línea de lo justo e injusto, de la virtud o el pecado. El bien y el mal se solapan y a veces no somos conscientes de dónde empieza uno y acaba el otro, porque no son excluyentes. Normalmente el bien de unos es malo para otros y el mal de algunos supone para la mayoría un avance social o un bienestar familiar que es, contrariamente, considerado como humanamente anormal. «“Ya ve usted” Un buen epitafio, pensó».