La
última novela que he leído me ha provocado sentimientos encontrados. Pensaba
que giraba en torno a la Guerra Civil española y, no es que me entusiasme leer
sobre la guerra, soy bastante pacífica y nada violenta pero la autora,
murciana, me llamó la atención. Leí una entrevista que le hizo mi amigo El Yunque de Hefesto (blog que
recomiendo encarecidamente) y me picó la curiosidad. La autora decía que
exponía razones de los dos bandos de nuestra guerra civil. El Yunque me regaló
el libro. Nunca te agradeceré bastante tu amistad, David. Así que empecé a
leerlo con ilusión, pero ya digo, empecé a ponerme nerviosa porque es verdad
que la historia se desarrolla con el trasfondo de la Guerra Civil, desde 1931
hasta 1941, pero en el tema no aparece ninguna ideología política, ni de
republicanos de derechas ni de izquierdas, ni la de los golpistas franquistas.
La
estructura es muy interesante. Recuerda a la de Crónica de una muerte anunciada, entre periodística y policíaca.
También en El aval, un personaje, hermano de Jesús, que en este caso no
quiere escribir sobre el hecho sucedido años atrás sino enterarse de lo que
ocurrió en realidad, pregunta a todos los vecinos del pueblo su versión de los
hechos, necesita saber la verdad de por qué encarcelaron a Jesús. Rafael ha
decidido abandonar España y necesita saber cómo es su hermano en realidad antes
de emigrar a Argentina en 1941.
Rafael
no es un periodista, tampoco es un policía con necesidad de reabrir un caso
cerrado, pero se va a encontrar con que diez años después nadie dice recordar
bien lo que pasó y nadie defiende al héroe que él pensaba que era su hermano.
Los finales de capítulo van dejando un poso de inquietud en el lector «Y ese día empezó a fraguarse todo». Los
lectores nos enteraremos de lo ocurrido realmente al final de la novela, aunque
haya pistas diseminadas que nos van alertando.
Aunque
la trama se va contando a través de las entrevistas de Rafael y de otras
conversaciones que mantienen entre sí los personajes, a veces aparece un
narrador extradiegético que, en tercera persona, omnisciente, pretende
describir de manera objetiva lo que ocurre. Pero normalmente los que no
ostentan el poder quedan animalizados. Catalina, la mujer de Jesús, que ha
abandonado a su familia influyente para escaparse con un donnadie, tiene el
porte majestuoso y las facultades necesarias para apresar lo que quiere «Catalina echó una mirada de águila a la
iglesia…», mientras que el cura, nervioso, aplaca su conciencia en la
protección segura de su entorno, «El cura
removió su cuerpo de boxeador bajo la sotana almidonada, que crujió como un
rumor de hojas secas en el silencio refrescante del templo».
La Iglesia
cobra un importante papel en la novela, dividida simbólicamente en siete
partes, El aval se nos presenta como
un Nuevo Testamento: La Anunciación del requerimiento del aval para liberar a
Jesús. La Pasión que hubo de sufrir Jesús al no poder comer con el sudor de su
frente. El Calvario de todos aquellos que se desviaron de lo establecido. La Muerte.
La Resurrección de la verdad. La Confesión de Rafael (nuestro ángel anunciador)
y La Penitencia que sufrirán los descarriados. Pero en realidad el verdadero
eje argumental no es la guerra. El tema es la venganza de un marido. Y es una
pena porque Carmen Martínez Pineda escribe
bien, las metáforas poéticas abundan, tanto que a veces nos viene a la memoria
Miguel Hernández «cebollas y patatas come
mi hijo que está por nacer», García Lorca «el dobladillo del vestido negro que llevaba impuesto en memoria de
tantos lutos acumulados» o Antonio Machado «La tarde crepuscular […] y una bocanada ardiente surcó los ventanales».
Otras veces el protagonista alude directa o indirectamente a los autores e
intenta situar su preferencia ideológica a través de ellos «Las Rimas de Bécquer —me aclaró él—. Demasiado flojo para mi gusto. Y
siguió rebuscando entre los libros hasta que encontró uno cuyo título lo
sedujo: Veinte poemas de amor y una canción desesperada».
En El aval predominan las descripciones
naturalistas, perfectas para albergar en la suciedad, toda la basura de gente
sin ideales, gente que se guía por el instinto a causa de una pobreza tan
absoluta que embrutece «cuadrucha fétida
[…] olía a cieno blando de acequia […] a sudor de hombres sin aseo […] las
casas de pobres no tienen letrina donde defecar. Figúrese usted, papa, ni un
agujero en el suelo para hacer de vientre».
La
realidad de los trabajadores se reproduce con absoluta objetividad aunque solo
en los aspectos vulgares: alcoholismo, prostitución, violencia y pobreza. El
mundo en el que se desenvuelven Jesús, Joaquín, Rafael, Angelín, Rosalinda, Raúl
o Florita rechaza la evasión. Los personajes no tienen libertad bien por ser
mujeres o por miedo a disgustar a los que pertenecen al otro bando, los que
saben guardar las formas, los intachables, los acostumbrados a poseer y mandar.
No hay tregua para los que viven «al otro
lado» y no hay perdón para quienes intentan comprenderlos. Es lo que le
ocurre a Catalina, está con el hombre equivocado, con el de ideas infames al
que todos le cierran las puertas. Catalina decide quedarse con Jesús, aunque
también lo haya hecho obligada, e inmediatamente es apartada por su propio
padre del confort al que estaba acostumbrada. Catalina se busca ella sola el
aislamiento, la muerte social, porque no se considera digna de tener una buena
vida. La culpa la persigue. Tampoco hay perdón par Raúl, que prefiere ser él
mismo aunque sea considerado por todos un maricón y su padre lo prefiera muerto
«un alarde innecesario, un querer y no
poder, ganas de poner en evidencia a los señores del pueblo». No hay salida
para los que no tienen una posición social y no mantienen el orden que rige la
moral del poderoso. Son seres anulados por fuerzas deterministas. Aquellos que
pretenden escapar de la incultura o la barbarie son castigados con la
expulsión. No hay cabida en esa sociedad para los diferentes, «¿tú crees que yo me gasto un riñón en tus
estudios para que andes perdiendo el tiempo con esa chusma?».
Es
verdad que el lugar y la época eran propicios para crear un discurso de graves
implicaciones sociales. Carmen Martínez pretende ser objetiva en un hecho en el
que es difícil no tomar partido. Y esa es la impresión que he tenido al
terminar el libro. El protagonista, Jesús, no es un verdadero republicano, se
deja llevar por los celos personales y carga contra su ofensor, no contra el régimen
fascista. Los amigos de Jesús no se consideran verdaderos amigos «Con nosotros no cederá, Rafael. Para él
somos escoria». No hay concepto de amistad porque el protagonista no es
noble, en ningún momento se rige por ideales sino por egoísmo o por aparentar
ante los demás. Jesús no quiere a su mujer; nadie envía unas cartas tan duras a
la persona querida, pues se intenta evitar el sufrimiento «Nos trasladaron en un tren […] como ganado muerto». Jesús quiere
satisfacer sus deseos, aplacar el complejo de inferioridad de la única forma
que sabe, por las bravas. Catalina tampoco quiere a su marido, se entrega a él,
se deja violar para evitar que sepan todos que el cacique la había repudiado.
El cura no perdona que le quemaran la iglesia y no perdona al que no cumple los
deberes religiosos. Las mujeres callan por temor o mienten por envidia… Los
caciques pisotean por miedo a quedarse sin lo que han tenido siempre. Los
propios amigos de Jesús, republicanos, son capaces de acusar al que los ayudó a
salir de su analfabetismo con mentiras y basándose en una excusa que era propia
(y lo sigue siendo) de la extrema derecha «Por
eso se esconde —dijo Ortuño—. Por cobarde, falangista y maricón». No hay
amigos en El aval. Y no hay ideas
políticas «La tierra que es de todos y
esa jerigonza […] aquí en voz baja se lo digo, yo creo que para escandalizar»,
los personajes no las tienen por eso la muerte de Ordóñez no se siente como un
acto de justicia poética ante quienes impusieron el miedo o instaron a la
delación. Ernesto Ordóñez muere como un mártir «Pero no lloró, ni gimió, ni pidió clemencia. Aceptó su destino con una
serenidad que le honra, todavía en la muerte le honra». Nadie del bando
republicano queda tranquilo con sus actos, nadie sale honroso de la trama.
Jesús, el cabecilla republicano de El aval, maltrata a su mujer y se va de putas o milicianas (así, puestas en paralelo). El protagonista no recupera el honor, ni siquiera se le concede la nobleza de morir por una causa que creía justa. Es condenado a vivir con su odio, su rencor y su culpa. No recupera el honor porque nunca lo tuvo. En este sentido encuentro que a la novela le falta algo, todo queda difuminado por el paso del tiempo; el olvido o el miedo impiden que la memoria aflore; la historia se limita a lo políticamente correcto, por lo que la objetividad queda en entredicho, incluso los ganadores de la guerra son los buenos capaces de mentir para salvar al malvado Jesús. Y, ante un registro culto-literario como el de Carmen Martínez en el que abundan las metáforas, los símiles, las zoomorfizaciones, incluso la musicalidad en las palabras, dispuestas a veces para ser oídas, se espera menos determinismo, un final más glorioso; al menos que los ideales brillen en la literatura.
¡Qué gran análisis, y que gran final! Los ideales deben brillar al menos en la literatura. Cierto. He disfrutado mucho leyéndote, y volviendo a pensar en la novela. ¡¡Gracias!!
ResponderEliminarGracias a ti, David. Me encanta compartir lecturas, pensamientos y otros raticos más distendidos contigo.
ResponderEliminar¡Seguimos leyendo!
Gracias, Beatriz, por haberle dado una oportunidad a mi novela. Es difícil que los lectores se detengan a leer una obra de un autor desconocido (y lo entiendo). Por eso es de agradecer, no solo que te lean, sino que además dediquen su tiempo en analizar tu obra. Siento que no te haya acabado de gustar. Cuando escribes una novela y le dedicas tanto tiempo que restas a otras ocupaciones deseas que a todo el mundo le guste, pero es imposible, una quimera, como dice Angelín en la novela. Lo cierto es que cada vez que me preguntan y tengo ocasión me gusta explicar que El aval no es una novela sobre la guerra civil. No la escribí con esa intención. La obra tiene como propósito textual reflexionar en torno a la deshumanización que provoca la guerra, sacando lo peor de nosotros mismos, algo que tú has visto muy bien en tu análisis, y, sobre todo, profundizar en la distorsión de la realidad por culpa de nuestra memoria (o desmemoria) y de la ideología. Por eso escogí precisamente una estructura poco convencional, con esa alternancia de voces narrativas que juzgan, cuestionan y enfocan lo sucedido desde su punto de vista personal. No pretendía que se impusiera una ideología, sino tantas como narradores aparecen, ni una versión única de lo ocurrido ni de los personajes, de modo que el lector pueda decantarse por la que más verosímil crea o por ninguna, como me me pasa a mí como autora. Quería que hubiera muchos Jesús, el idealizado por su hermano, el defendido por sus amigos, el odiado por sus enemigos, el amado por su esposa y que el lector escogiera el suyo o incluso creara el suyo propio. Y así con todos los personajes. Siento mucho no haberlo conseguido, pero la literatura consiste en escribir, equivocarse, pulir los fallos y mejorar en la siguiente obra. He visto que eres doctora en Filología Hispánica. Tenemos mucho en común. Yo soy doctora en Historia del Periodismo, pero también estudié Literatura Comparada y soy profesora de lengua y literatura en Secundaria. Es un placer que una experta critique tu obra. Me has hecho ver detalles en los que ni yo había reparado, como algunas influencias. La de Miguel Hernández y García Lorca eran deliberadas, me gusta dejar esos guiños al buen lector, lo hago en casi todas mis novelas, pero de verdad que la de Machado ha sido involuntaria. Sonrío mientras escribo esto. Lo dicho. Gracias por tu tiempo y espero que este mal sabor no te impida darle una oportunidad a mi siguiente novela que saldrá en pocos meses. Un saludo, compañera.
ResponderEliminar¡Hola Carmen! En realidad es un honor que tú hayas leído mi análisis. Sé que El aval no trata sobre la guerra civil, sino que los hechos suceden en esa época y, hay tantos despropósitos sobre las ideologías de extrema derecha hoy, que esperaba encontrar algo de honor, de dignidad en esos pobres casi animalizados, educados y preparados para ser las marionetas de los terratenientes, de los señoritos, de quien tenía el dinero. No lo vi, lo siento. Me defraudó que tuvieran su vida condicionada a cuestiones más superficiales (siempre desde el punto de vista de hoy, puede que en sus circunstancias no lo fueran tanto). Eché en falta el orgullo del que se sabe manipulado y despreciado. Creo que lo dije, como una justicia poética. Pero es mi opinión, puede que mi ideología me condicione al leer, no lo sé, lo que tengo claro es que no puedo ni quiero descalificar tu obra ni la de ningún otro autor. No soy de las que se limitan a decir este libro lo recomiendo o este no. Vi una escritura impecable, un estilo ágil, unas connotaciones que me recordaron a Gª Márquez y eché en falta el realismo mágico. Pero lo que yo espere como lectora no debe ser tenido en cuenta por los autores. Sois muchos y tenéis unos seguidores determinados. Admiro vuestra labor (lo fácil es criticar). Y admiro tu estilo. Que no me guste cómo has tratado el tema en esta obra no quiere decir nada, me han gustado otros aspectos y, desde la modestia, los reconozco. Seguiré tu trayectoria literaria. Seguro.
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