jueves, 23 de abril de 2020

TORRES DE MALORY. PRIMER CURSO



No suelo leer literatura infantil o juvenil, excepto cuando tengo dudas del contenido para recomendarla a mis peques o a mis alumnos. Ahora que lo pienso sí leo literatura infantil pero no la comento en el blog. El caso es que hoy es especial desde 1995 cuando la UNESCO propuso el 23 de abril como Día internacional del libro. En todo el mundo, este año con capital en Kuala Lumpur, se celebra el Día del Libro para homenajear no solo a Cervantes y Shakespeare sino a todos los escritores que consiguen hacer de nosotros mejores personas.

No saldremos a la calle a celebrarlo, no iremos a comer a un restaurante, pero cada uno, desde su casa, leeremos algo y nos sentiremos parte activa y agradecida de esta comunidad gigantesca.

Y hoy, como excepción, mi comentario literario es de novela juvenil, porque también hay pequeños héroes encerrados en casa demasiado tiempo y dándonos lecciones de cómo afrontar las dificultades. Esta entrada está dedicada a Marisa. Nos conocemos desde niñas, desde que éramos bebés. Un día, hace mucho tiempo, entré en su habitación y quedé maravillada ante tantísimos libros expuestos. Marisa no dudó, al ver mi entusiasmo, en dejarme uno de Enid Blyton, Las mellizas O’Sullyvan. A partir de entonces leí las colecciones completas de Santa Clara, Torres de Malory y Los cinco en un verano y quedé atrapada para siempre en la lectura.

Esta anécdota la cuento de vez en cuando a mi familia así que Antonio, antes del confinamiento, vio una nueva edición de Torres de Malory. Primer curso y me la compró para dármela hoy, pero el encierro y que he estado algo indispuesta hicieron que me lo diera antes. ¡Uno de los mejores regalos que me han hecho nunca! La edición es maravillosa. Está ilustrada con nuevos dibujos, actuales, totalmente significativos que denotan cómo son sus protagonistas y algunos lugares del recinto. Es una gozada pasar las páginas con una greca de flores que sigue a la numeración y subraya todos los últimos renglones. Al final hay, además, una relación con todos los libros agrupados por colecciones que la editorial RBA Molino ha sacado casi setenta años después de que se publicaran los originales. ¡Madre mía! Algo sí se nota el paso del tiempo, por ejemplo el internado es exclusivamente para chicas de clase alta (bueno, puede que algunos lo vean normal aun hoy); y las niñas aprenden natación (en una piscina de agua de mar), música, costura, entre otras materias como ciencias, lengua, literatura… ¡Pues no va a ser tan diferente!

No cabe duda de que Enid Blyton sigue siendo un referente en la literatura juvenil. Al leer, «—Hay un tren especial para Torres de Malory —dijo la señora Rivers—. Mira, ahí hay un aviso. Torres de Malory. Andén 7. Vamos». ¿Hay alguien a quien no le venga la imagen de Harry Potter cuando va a tomar el tren hacia Hogwarts? Seguro que a J.K. Rowling también le impactó algo de los internados de Blyton; al menos la solemnidad con la que se describen escenas donde se encuentran todos los habitantes del colegio «Las largas mesas del comedor estaban dispuestas, y las niñas habían empezado a sentarse, saludando a sus tutoras educadamente». No vamos a analizar la mayor o menor profundidad de los personajes o los temas. Son típicos. O tópicos, pero eso no es lo importante. Los personajes están marcados desde el principio. La protagonista es inteligente, divertida, honrada y, si algo varía en su comportamiento es para mejorar. El resto se divide entre las más inocentes, como Marie Lou, las malísimas como Gwendolyne o las buenas y listas que no lo demuestran por un problema surgido, como los celos que siente Sally hacia su hermana recién nacida. Nada que nuestra Darrell y su sensatez no sea capaz de solucionar. Todas, al final, caminan en un delicioso equilibrio hacia la madurez, de la mano firme de sus profesoras y el cariño de sus padres.

Realmente es una utopía, pero los chicos leen para soñar con lugares y compañeros ideales donde reine la felicidad y todo sea posible.

Destacaría las diferentes maneras que tenían los niños de mediados de siglo de afrontar la vida: No era un horror educarse fuera del ambiente familiar (siempre familias de estatus alto), todo lo contrario, quien no lo aceptaba debía hacerlo por seguir las convenciones sociales aunque supusiera un sacrificio emocional «¿Qué le había dicho su madre Esta noche te sentirás muy mal, cariño, ya lo sé, pero tienes que ser valiente».

Tampoco era un horror que alguna calificación bajase; no existía tanta competitividad como hoy, por lo que la educación era mucho más integral «Deberíais salir de aquí con la mente despierta, el corazón bondadoso y la voluntad de ayudar a los demás […] No me tomo como un éxito que las alumnas ganen becas y aprueben los exámenes con nota […] hemos tenido éxito con […] mujeres en las que el mundo puede apoyarse». Esto es bueno. Hoy los alumnos aprenden todas las tretas posibles para subir la nota como sea, lo de menos es si el medio utilizado es correcto o no. Importa que hay poca oferta para mucha demanda y solo sobrevivirán los primeros.

Es reconfortante que, en una novela, se les recuerde a los chicos el sacrificio que muchos hacen para que ellos salgan adelante «—Torres de Malory os dará mucho. ¡Tratad de devolverle algo a cambio! […] —¡Eso es exactamente lo que me dijo mi padre cuando se despidió de mí, señorita Grayling!». Está claro que la labor de un padre o de un profesor es educar pero no está mal que valoremos las enseñanzas y exterioricemos nuestro contento. Algo que me ha llamado la atención es la manera de dirigirse unos a otros en la relación. El adulto estaba a otro nivel, debía ser respetado ante todo y tratado siempre correctamente, mientras que él podía decir lo que pensaba, no existían términos tabú o políticamente incorrectos «—Dudo que entre las niñas de este trimestre haya alguna tonta […] Naturalmente, si no sois unas lumbreras y estáis a la cola de la clase, nadie os lo reprochará… Pero…».

Está claro que estamos ante una literatura didáctica; siempre se mencionan buenas normas de conducta o formas de actuar, así como nos recuerda que, en todo momento, el diálogo era la mejor opción para olvidar rencores y perdonar y que, por supuesto, solo nosotros podemos enmendar nuestros actos según los resultados obtenidos «—Pero […] estar avergonzada no ayuda a ser más valiente. Lo único que puede infundirle valor es ella misma». En fin, la lectura es amena, muchos diálogos consiguen que todo un trimestre en un internado, con acciones lógicamente repetidas, sea ágil en los planteamientos y resoluciones. Las travesuras son bastante inocentes, propias de la época, aunque hoy siguen llevándose a cabo: hacerse la sorda, la enferma, introducir bichos en el pupitre o romper una pluma… nada grave. Pero las profesoras siempre fomentan la sinceridad y repudian la acusación. Los adultos son capaces de resolver cualquier incidente sin necesidad de que las alumnas se delaten entre ellas «—¿Estás tratando de acusar a alguien? —le preguntó—. O dicho de otra manera, ¿de contarme algún chisme? Porque si es así, no cuentes conmigo».

Creo que aún hoy se puede leer Torres de Malory, por la trama aventurera, por los diálogos chispeantes, por el estilo ameno de sintaxis correcta y lenguaje cuidado, por el argumento cerrado que, no obstante, avisa de nuevas entregas y porque llena de calma y bienestar.

He pasado un tiempo fabuloso releyéndolo, recordando situaciones y sintiéndome agradecida con tantos que, a lo largo de mi vida, me han dado tanto. Ojalá pueda devolverlo en algún momento. ¡Gracias Marisa! ¡Feliz Día del libro a todos!



1 comentario:

  1. Me ha encantado esta reseña. Nos invitas a re-descubrir una novela infantil como una obra cargada de valores que transportan a otra época, tal vez más ingenua, más sana y menos competitiva. Y estoy de acuerdo en que en la mayoría de casos, leer nos ayuda a ser mejores personas. Muchas gracias por abrirnos tanto tu corazón a través de tus publicaciones.

    ResponderEliminar