No
suelo leer literatura infantil o juvenil, excepto cuando tengo dudas del
contenido para recomendarla a mis peques o a mis alumnos. Ahora que lo pienso
sí leo literatura infantil pero no la comento en el blog. El caso es que hoy es
especial desde 1995 cuando la UNESCO propuso el 23 de abril como Día
internacional del libro. En todo el mundo, este año con capital en Kuala
Lumpur, se celebra el Día del Libro para homenajear no solo a Cervantes y
Shakespeare sino a todos los escritores que consiguen hacer de nosotros mejores
personas.
No
saldremos a la calle a celebrarlo, no iremos a comer a un restaurante, pero
cada uno, desde su casa, leeremos algo y nos sentiremos parte activa y
agradecida de esta comunidad gigantesca.
Y
hoy, como excepción, mi comentario literario es de novela juvenil, porque
también hay pequeños héroes encerrados en casa demasiado tiempo y dándonos
lecciones de cómo afrontar las dificultades. Esta entrada está dedicada a
Marisa. Nos conocemos desde niñas, desde que éramos bebés. Un día, hace mucho
tiempo, entré en su habitación y quedé maravillada ante tantísimos libros
expuestos. Marisa no dudó, al ver mi entusiasmo, en dejarme uno de Enid Blyton, Las mellizas O’Sullyvan. A partir de entonces leí las colecciones
completas de Santa Clara, Torres de
Malory y Los cinco en un verano y
quedé atrapada para siempre en la lectura.
Esta
anécdota la cuento de vez en cuando a mi familia así que Antonio, antes del
confinamiento, vio una nueva edición de Torres de Malory. Primer curso y me
la compró para dármela hoy, pero el encierro y que he estado algo indispuesta
hicieron que me lo diera antes. ¡Uno de los mejores regalos que me han hecho
nunca! La edición es maravillosa. Está ilustrada con nuevos dibujos, actuales,
totalmente significativos que denotan cómo son sus protagonistas y algunos
lugares del recinto. Es una gozada pasar las páginas con una greca de flores
que sigue a la numeración y subraya todos los últimos renglones. Al final hay,
además, una relación con todos los libros agrupados por colecciones que la
editorial RBA Molino ha sacado casi setenta años después de que se publicaran
los originales. ¡Madre mía! Algo sí se nota el paso del tiempo, por ejemplo el
internado es exclusivamente para chicas de clase alta (bueno, puede que algunos
lo vean normal aun hoy); y las niñas aprenden natación (en una piscina de agua
de mar), música, costura, entre otras materias como ciencias, lengua,
literatura… ¡Pues no va a ser tan diferente!
No
cabe duda de que Enid Blyton sigue siendo un referente en la literatura
juvenil. Al leer, «—Hay un tren especial
para Torres de Malory —dijo la señora Rivers—. Mira, ahí hay un aviso. Torres
de Malory. Andén 7. Vamos». ¿Hay alguien a quien no le venga la imagen de
Harry Potter cuando va a tomar el tren hacia Hogwarts? Seguro que a J.K.
Rowling también le impactó algo de los internados de Blyton; al menos la
solemnidad con la que se describen escenas donde se encuentran todos los
habitantes del colegio «Las largas mesas
del comedor estaban dispuestas, y las niñas habían empezado a sentarse,
saludando a sus tutoras educadamente». No vamos a analizar la mayor o menor
profundidad de los personajes o los temas. Son típicos. O tópicos, pero eso no
es lo importante. Los personajes están marcados desde el principio. La protagonista
es inteligente, divertida, honrada y, si algo varía en su comportamiento es
para mejorar. El resto se divide entre las más inocentes, como Marie Lou, las
malísimas como Gwendolyne o las buenas y listas que no lo demuestran por un
problema surgido, como los celos que siente Sally hacia su hermana recién
nacida. Nada que nuestra Darrell y su sensatez no sea capaz de solucionar.
Todas, al final, caminan en un delicioso equilibrio hacia la madurez, de la
mano firme de sus profesoras y el cariño de sus padres.
Realmente
es una utopía, pero los chicos leen para soñar con lugares y compañeros ideales
donde reine la felicidad y todo sea posible.
Destacaría
las diferentes maneras que tenían los niños de mediados de siglo de afrontar la
vida: No era un horror educarse fuera del ambiente familiar (siempre familias
de estatus alto), todo lo contrario, quien no lo aceptaba debía hacerlo por
seguir las convenciones sociales aunque supusiera un sacrificio emocional «¿Qué le había dicho su madre Esta noche te
sentirás muy mal, cariño, ya lo sé, pero tienes que ser valiente».
Tampoco
era un horror que alguna calificación bajase; no existía tanta competitividad
como hoy, por lo que la educación era mucho más integral «Deberíais salir de aquí con la mente despierta, el corazón bondadoso y
la voluntad de ayudar a los demás […] No me tomo como un éxito que las alumnas
ganen becas y aprueben los exámenes con nota […] hemos tenido éxito con […]
mujeres en las que el mundo puede apoyarse». Esto es bueno. Hoy los alumnos
aprenden todas las tretas posibles para subir la nota como sea, lo de menos es
si el medio utilizado es correcto o no. Importa que hay poca oferta para mucha
demanda y solo sobrevivirán los primeros.
Es
reconfortante que, en una novela, se les recuerde a los chicos el sacrificio
que muchos hacen para que ellos salgan adelante «—Torres de Malory os dará mucho. ¡Tratad de devolverle algo a cambio!
[…] —¡Eso es exactamente lo que me dijo mi padre cuando se despidió de mí,
señorita Grayling!». Está claro que la labor de un padre o de un profesor
es educar pero no está mal que valoremos las enseñanzas y exterioricemos
nuestro contento. Algo que me ha llamado la atención es la manera de dirigirse
unos a otros en la relación. El adulto estaba a otro nivel, debía ser respetado
ante todo y tratado siempre correctamente, mientras que él podía decir lo que
pensaba, no existían términos tabú o políticamente incorrectos «—Dudo que entre las niñas de este trimestre
haya alguna tonta […] Naturalmente, si no sois unas lumbreras y estáis a la
cola de la clase, nadie os lo reprochará… Pero…».
Está
claro que estamos ante una literatura didáctica; siempre se mencionan buenas
normas de conducta o formas de actuar, así como nos recuerda que, en todo
momento, el diálogo era la mejor opción para olvidar rencores y perdonar y que,
por supuesto, solo nosotros podemos enmendar nuestros actos según los
resultados obtenidos «—Pero […] estar
avergonzada no ayuda a ser más valiente. Lo único que puede infundirle valor es
ella misma». En fin, la lectura es amena, muchos diálogos consiguen que
todo un trimestre en un internado, con acciones lógicamente repetidas, sea ágil
en los planteamientos y resoluciones. Las travesuras son bastante inocentes,
propias de la época, aunque hoy siguen llevándose a cabo: hacerse la sorda, la
enferma, introducir bichos en el pupitre o romper una pluma… nada grave. Pero
las profesoras siempre fomentan la sinceridad y repudian la acusación. Los
adultos son capaces de resolver cualquier incidente sin necesidad de que las
alumnas se delaten entre ellas «—¿Estás
tratando de acusar a alguien? —le preguntó—. O dicho de otra manera, ¿de
contarme algún chisme? Porque si es así, no cuentes conmigo».
Creo
que aún hoy se puede leer Torres de
Malory, por la trama aventurera, por los diálogos chispeantes, por el
estilo ameno de sintaxis correcta y lenguaje cuidado, por el argumento cerrado
que, no obstante, avisa de nuevas entregas y porque llena de calma y bienestar.
He
pasado un tiempo fabuloso releyéndolo, recordando situaciones y sintiéndome
agradecida con tantos que, a lo largo de mi vida, me han dado tanto. Ojalá
pueda devolverlo en algún momento. ¡Gracias Marisa! ¡Feliz Día del libro a
todos!
Me ha encantado esta reseña. Nos invitas a re-descubrir una novela infantil como una obra cargada de valores que transportan a otra época, tal vez más ingenua, más sana y menos competitiva. Y estoy de acuerdo en que en la mayoría de casos, leer nos ayuda a ser mejores personas. Muchas gracias por abrirnos tanto tu corazón a través de tus publicaciones.
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