Es
un libro de Historia. Todo él versa sobre el mismo tema: La entrada del
cristianismo y la destrucción de las religiones anteriores, el paganismo. Son
242 páginas, y en ningún momento se hace pesado, tedioso, sino todo lo
contrario. Lógicamente el mérito es de la autora, Catherine Nixey, una
británica que estudió Historia Clásica y se dedicó a impartir esta materia
hasta que empezó una labor, magnífica, de periodista en The Times.
Se
nota que es periodista, y de las buenas, porque no aporta ni un solo dato que
no haya sido contrastado o extraído de alguna fuente fidedigna, hasta 25
páginas podemos encontrar de bibliografía utilizada por Nixey para escribir La edad de la penumbra. No todas las novelas históricas o ensayos llevan
este abrumador repertorio de datos, porque además hay tres páginas que
certifican dónde podemos encontrar las ilustraciones que aparecen en el libro,
algunas de ellas curiosísimas, porque si una imagen vale más que mil palabras,
sólo con verlas podemos hacernos una idea fidedigna de lo ocurrido en los
siglos III, IV o V.
Pero
creo que Catherine Nixey es de las que piensan que la palabra no puede
sustituirse por una imagen, en todo caso ésta puede servir de apoyo, ya que
hasta 28 páginas de notas aclaran, ordenadamente por capítulos, cualquier
afirmación hecha, prevaleciendo de este modo, los argumentos de autoridad.
Nada
que objetar, pues, a la veracidad de lo escrito y nada que objetar, sino todo
lo contrario, a la forma del texto.
El
tema es, de por sí interesante. Creo que a estas alturas todos sospechamos, o
casi todos, que cualquier fanatismo cierra la razón y hace que las ideas se
impongan por la fuerza. Lo vemos hoy, lo estamos viendo en la actualidad en
unos países con más virulencia que en otros, pero a casi todos salpica. Pero
además de ser interesante, pues nos hace reflexionar sobre determinadas
posturas (¡ojalá el libro llegue a muchas manos!), es cautivador por la forma
en la que está escrito. La narración es fluida, a veces utiliza técnicas
narrativas que hacen que parezca que nos encontremos ante un libro de ficción,
para unir de forma fantástica “esa ficción” con un argumento de peso,
consiguiendo que, lo que podía ser gracioso, se convierta en algo triste,
horroroso.
Aun
así, Nixey no renuncia al humor, a la ironía e incluso al sarcasmo; de esta
forma espolea al lector que piensa que el cristianismo ha sido una larga
trayectoria de bondad, comprensión y perdón al ser humano. Porque el
cristianismo comenzó con sufrimiento, miedo, dolor en aquéllos que abrazaron la
nueva religión, de eso no hay duda, por lo que no es de extrañar que si los
cristianos estaban dispuestos a padecer, también estuvieran preparados para
hacer sufrir a los demás, a quienes se negaban a seguir esta religión que no
toleraba a ninguna de las otras pues “sólo
hay un Dios verdadero” (el remarcado es mío, eso fue lo que estudié en el
catecismo y en las clases de religión), que sin embargo, sigo pensando yo, no
sufrió él sino que mandó a su hijo a la tierra para que sufriera, fuese
torturado y asesinado. No es de extrañar que el cristianismo sea, o haya sido,
una religión basada en las prohibiciones y en el sufrimiento: no se puede tener
mucho dinero sino repartirlo, no se permite el disfrute sexual, de hecho había
que tener sólo sexo con finalidad procreativa, por supuesto no se puede abortar
aun a riesgo de que el futuro niño vaya a vivir un calvario por malformaciones
o cualquier otra razón, no se puede pensar de manera erótica, no se puede beber
o comer con desmesura… Todo es pecado. No sé si las normas o el concepto pecado
ha cambiado en la sociedad actual, pero durante mi infancia y adolescencia me
costó más de un quebradero de cabeza. Era pensar en las formas del pecado: de
pensamiento, palabra, obra y omisión, y acudir a mi mente todas las blasfemias
posibles, yo estaba aterrada pero mi pensamiento se reía de mí.
El
de omisión fue un enigma, hasta que decidí abandonar esta religión sin ningún
trauma, porque no lograba entenderlo… como tantas cosas inexplicables que
simplemente se debían creer. Aún no estoy preparada para seguir aquello que no
entiendo.
En
fin, digresión aparte, esa era la filosofía de la Edad Media «No es necesario leer, abandona los libros y
el pan y te ganarás el favor de Dios» de hecho san Antonio dejó, en su
biografía, constancia con aprobación de «que
no quiso aprender las letras, porque quería estar lejos de la compañía de otros
niños». Pero el cristianismo triunfó a pesar de todo pues, a cambio de
pasarlo mal en esta vida prometía toda una eternidad fabulosa, tal y como, con
gran sentido del humor reflexiona Nixey «El
submundo grecorromano era un lugar en el que se torturaba a Tántalo con la sed
y Sísifo pasaba los días empujando una piedra montaña arriba, solo para ver
cómo volvía a caer ladera abajo. Difícilmente era el sitio al que una querría
retirarse». Y sin embargo el teólogo Clemente de Alejandría, en el siglo
III, escribió uno de los manuales más fabulosos escritos por un cristiano en el
que «en párrafos precisos y cargados de
autoridad […] desde lo que se les permitía comer y beber hasta lo que podían
vestir y calzar; desde cómo debían peinarse hasta, incluso, lo que podían hacer
en la cama […] “Debe cortarse de raíz el placer vergonzoso” escribió». Lo
asombroso es que, puede que de forma algo más laxa, hasta no hace mucho, había
parejas que dormían vestidas, que nunca se habían visto desnudos. La mujer
casada, si era honrada se cortaba el pelo. Los altos tacones o el maquillaje
excesivo eran exclusivamente para las malas mujeres, de “mala vida”… Es curioso
cómo, en cuestión de prohibiciones la mujer ha llevado siempre (y lleva) la
peor parte.
Hay
quien se sigue asustando al ver una estatua desnuda, o una pintura con los
genitales expuestos, por eso la Iglesia ha cubierto siempre con sutiles velos
colocados de forma estratégica, o grandes hojas de parra que recuerdan nuestro
pecado eterno, aquellas zonas del cuerpo que puedan provocar pensamientos
lascivos.
Nixey
razona con ironía cómo en el siglo XX «Las
vívidas imágenes de las vasijas griegas se taparon. A un exuberante sátiro que
sostenía una copa con su enorme erección, un horrorizado comisario le borró el
falo con pintura, de tal modo que la copa quedó suspendida en el aire».
Es
cierto que, en mayor o menos medida, todos conocemos las tropelías que unos fanáticos
pueden llegar a cometer con todo un legado de tradición y cultura. Si ahora lo
achacamos, pues sigue pasando, a falta de cultura, a fundamentalismo de quien
las lleva a cabo, es de suponer con toda certeza que los cristianos de la Edad
Media hicieron lo mismo pues, ya se sabe, cuando no puedes imponerte con la
razón o la inteligencia, hazlo con la fuerza.
Lo
curioso es que, siempre, en cualquier época y en cualquier religión, son los
pobres e ignorantes quienes llevan la peor parte. En los comienzos del
cristianismo, los grandes dignatarios de la Iglesia vivían bien mientras que «quienes partían a las colinas eran pobres y
analfabetos. Algunos incluso eran esclavos»; así «Un monje lejos del desierto, había dicho Antonio, era como un pez
fuera del agua». Y allí estaban los monjes, martirizándose desde que se
prohibió a los cristianos morir devorados por leones para obtener en la vida
eterna la recompensa del mártir, allí empezó el ascetismo con el único fin de
destruir cualquier atisbo de alegría; había que conseguir el cielo como fuese: «la soledad roía como el hambre», «Un monje
ayunaba todo el día», «Otros como rumiantes, vivían a cuatro patas, buscando
comida como animales», «vestir hojas de palma entretejidas en lugar de una tela
más suave», «torturaban su piel con ásperos cilicios».
Después
de arrasar la mayor biblioteca del mundo, después de torturar y matar
horriblemente a Hipatia, embajadora de la sabiduría, virgen hasta su muerte, en
torno a los 60 años, después de destrozar las imágenes que recordasen a
cualquier forma de paganismo, después de destruir los más bellos templos y
edificios construidos, por considerarlos impuros, los cristianos empezaron a
destruirse a sí mismos «Juan Crisóstomo
observó con júbilo esta decadencia […] la tiranía de la alegría y […] las
fiestas malditas […] se ha borrado como el humo».
Y,
ciertamente, «más de quinientas reglas
restringían cada aspecto de la vida de los monjes de Shenute». Este líder
llegó a ser tan cruel que causó la alarma de la propia Iglesia pues se atacaba
a todo aquél que no seguía sus doctrinas, incluso a obispos cristianos.
Finalmente «en el 532 los filósofos
abandonaron Atenas. La Academia cerró […] sus escritos se extinguen. Los
hombres, esparcidos por el imperio, mueren […] el “triunfo” del cristianismo
era completo».
Merece
la pena leer La edad de la penumbra porque
su autora recrea de forma totalmente objetiva lo bueno y malo de cada forma de
vida, tanto del paganismo como del cristianismo, y por supuesto podemos
encontrar un paralelismo, ya lo advierte Nixey en la introducción, con el
fundamentalismo actual, con las destrucciones de Siria… Probablemente el
fanatismo regrese una y otra vez a sociedades represivas en las que no se puede
disentir. Tengamos esto en cuenta por favor, y recordemos el retraso que ha
supuesto para todas esas sociedades implicadas en el fanatismo en algún momento
de la Historia, para que nunca se vuelvan a repetir estos crímenes a la Humanidad.
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