Es
una pena, pero la octava entrega de la juez Mariana de Marco no es una novela
policíaca. O al menos, no de las buenas. He leído las otras siete, he seguido
las peripecias de la jueza y, las primeras novelas de la saga me gustaron, eran
diferentes, no llegaban a novela negra sino que, mucho menos escabrosas
constituían una trama bien hilada que quedaba salpicada por las anécdotas
personales de la protagonista.
José Mª Guelbenzu dotó a Mariana de unos atributos
propios de cualquier detective de novela policiaca, rasgos que conforman la
personalidad investigadora que, en algunos casos, desvelan una mente
atormentada y en otros una singularidad en la persona, pero en todos son los
responsables de la genialidad de quien los porta.
Mariana
de Marco tenía como principales características la intuición y la constancia en
el trabajo, características laborales, porque sus atributos personales son la
desinhibición sexual, un físico despampanante y una afición por el whisky que
raya casi en el alcoholismo. En El asesino desconsolado, Mariana ha
cumplido 46 años y mantiene su físico en plena forma, gracias a las carreras
que practica por las mañanas; asimismo su adicción al alcohol no ha disminuido,
la capacidad de recuperarse tras una noche bebiendo es casi mágica, sin embargo
la intuición escasea, si no es que desaparece; a la jueza de Marco le falla el
olfato de investigación, de hecho, no hay en la novela una inspección como tal,
tampoco encontramos observación detallada, ni por parte de la policía, que se
deja llevar limitándose a resolver lo que dice Mariana, ni de la propia Mariana
que se aleja de su trabajo para meterse de lleno en su vida privada, en
concreto en la relación que mantiene con Julia, su mejor amiga y con Javier
Goitia, su presunto novio.
Ambos
vínculos se desarrollan, en esta novela, poco definidos; nos queda la impresión
de que con Javier intenta echar un pulso constantemente para ver quién tiene el
poder en la relación, para ser ella quien dirija en todo momento los actos y
las decisiones. Han pasado años desde que su marido la dejó y aún no lo ha
superado. En cuanto a su unión con Julia es, como poco, ambigua; la mayoría de
ocasiones no queda claro si es mera amistad o si traspasa los límites del
cariño para introducirse en la atracción sexual, es cierto que Julia confiesa
en El asesino desconsolado ser bisexual, pero, y no es que importe, en Mariana
no es del todo evidente. En cualquier caso he visto una evolución insegura en
su vida privada, se han dado demasiadas coincidencias que han influido en su
conducta y han conseguido afectar a su trabajo.
En
cuanto a la trama hay que buscarla con detenimiento. Todo gira en torno a un
edificio al que se acaba de mudar Julia; en el momento en que lo está
celebrando con su amiga Mariana llaman a la puerta y al abrir se encuentran con
un cadáver apuñalado por la espalda. ¿Por qué llama el asesino y sale
corriendo? ¿Por qué no lo deja simplemente tirado y se va? No lo sabemos. Sí
nos damos cuenta de que el edificio es algo peculiar. Ni uno solo de los
vecinos tiene un comportamiento normal; encontramos un chico medio loco, un
hombre de negocios que parece ser su jefe, dos primas dudosas cuyo
comportamiento pasa de la intromisión a la mala educación, y el asesinado, un
jubilado, en principio muy normal, cuya única extravagancia era poseer un
cuadro, o copia, de Monet.
Lo
lógico es encauzar la investigación por el cuadro, pero se va liando todo y
aparece muerto el portero, y cuando creían haber dado con la clave, también
muere el galerista.
Lo
más curioso no es esto, que podría estar bien, lo increíble es que apenas se
soluciona nada. Los asesinos son descubiertos casi de casualidad, además
suponemos que la policía los arresta pero no queda claro, como tampoco lo queda
si el cuadro es verdadero o falso. Javier Goitia es enviado a París, por
Mariana, para enterarse de la autenticidad del cuadro pero la novela termina
antes de que llegue. Tampoco sabemos cómo Mariana consigue que Bartolo, uno de
los asesinos, delate a los que faltan, ni qué fue lo que confesó Arturo, y
podríamos haber estado al tanto puesto que el narrador, en tercera persona, es
omnisciente y al principio mezcla la resolución del crimen con la de su vida «La vida junto a Javier se presentaba muy
problemática [...] Tampoco le agradaba la idea de separarse de Julia [...] De
pronto, sus pensamientos cambiaron de rumbo y regresó a la escena del crimen.»
Otras
veces la voz narrativa cambia a Julia quien, en primera persona, cuenta
aspectos tanto de su vida como de la de Mariana «Después de un silencio pedimos el postre. Desde unos días atrás
Mariana manifestaba un comportamiento errático.» Efectivamente, tanto vagar
de un lado para otro, de Marco descuida el caso, así que después de un lío que
siempre vuelve al mismo sitio, Guelbenzu termina la novela de forma apresurada.
Además de los cabos sueltos antes mencionados nos encontramos que la causa de
que el libro se llame El asesino
desconsolado, que parecía prometer algo imaginativo por los emoticonos
llorosos, es algo totalmente infantil y casi fuera de contexto, como si el
crimen no se tomara en serio; la idea religiosa es increíble del todo. Asimismo
el argumento deja en suspense si las amigas continuarán juntas o no, y si
Mariana continuará con Javier de la misma forma que hasta ahora. Lo que está
claro es que deberá recuperar la intuición si quiere enganchar a los lectores.
Ella no duda en creerse que, de pronto, ebria como estaba, le vino la solución
gracias a algo que le reprochó Javier «se
me hizo la luz cuando dijo que veía triple: esa palabra, triple, tres, fue la
que me sugirió tres crímenes, tres asesinos cubriéndose entre sí». Puede
ser por los efectos del alcohol, pero esa solución ya la apuntó antes Julia, y
ni la juez ni el policía la tuvieron en cuenta:
—Es
que [...] insistió Julia— son tres ejecuciones diferentes.
—Exactamente
—afirmó Mariana.
—Tres
—repitió Julia—. Las cuchilladas fueron distintas, una de un zurdo y la otra de
un diestro. Y luego un estrangulamiento. Todo distinto
Y,
por supuesto, creo que Mariana de Marco debe madurar como persona, dejar de
obsesionarse por su físico (y el de su amiga) e intentar pensar en algo más
profundo, para no caer en el mal gusto como le ocurre con Julia que, al ser
violada por Arturo Álvarez, debe aguantar la salida de tono de su amiga «Yo creo que en cuanto se le pase la furia
sexual que le ha dado por ti que, dicho sea de paso, estás muy buena —Mariana
intentó quitarle hierro al asunto—, tendrá mucho que pensar y más que decirnos».
En fin, más que broma parece una trivialización del asunto, y más cuando
insinúa que la culpa ha sido de ella «y
en albornoz, no te digo; así se puso Arturo como se puso. A quién se le ocurre
abrir a casi un desconocido con esa pinta». No me gusta esta Mariana
frívola, parece que esté quemando los últimos cartuchos de juventud, o madurez;
el caso es que no es normal que su pensamiento sea tan tópico, y las
situaciones por las que pasa, más tópicas todavía. Tanto ella como su amiga Julia
son dos mujeres maduras, de éxito profesional, por lo que no me resulta creíble
que piensen constantemente en su cuerpo «En
más de una ocasión algún perro fue azuzado por su amo deseoso de trabar
conversación con aquella alta y atractiva mujer» «Mariana, que se sabía
atractiva, e interesante de cuerpo...» «¡Cáscaras! —exclamó divertida—, parezco
más una modelo que una devoradora. Volvió a probar poses cambiando el ángulo de
visión...»
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