¿Qué
tiene Don Juan Tenorio para continuar en escena? Es cierto que ya no
de forma regular, lo que indica que, al menos su contenido, ha quedado obsoleto
en el siglo XXI. No están las cosas para venir con actitudes machistas o
bravuconas ahora que, por todos los medios, intentamos una sociedad igualitaria
en cuanto al sexo o una sociedad en la que quede erradicada la violencia. Pero
aún no ha desaparecido de los escenarios, aún sigue en los planes de estudio,
así que intentaremos analizarlo con objetividad.
Es,
en principio, un drama romántico; José Zorrilla perteneció, por la época en que vivió, a ese movimiento y sin
embargo el héroe se aferra al final a la Iglesia implorando perdón. Creo que
ahí está la clave, en la finalidad didáctico-propagandista eclesiástica.
Siempre es reconfortante saber que todos podemos salvarnos si lo consigue hasta
el ser más despreciable. Realmente don Juan Tenorio es abominable, él mismo se
define
que
el orbe es testigo
de
que hipócrita no soy,
pues
por doquiera que voy
va
el escándalo conmigo.
Las
romanas caprichosas,
las
costumbres licenciosas,
yo
gallardo y calavera,
¿quién
a cuento redujera
mis
empresas amorosas?
El
lenguaje, la ambientación de la época y las costumbres representadas nos
recuerdan a alguna tragedia barroca aunque exagerada en extremo
Yo
a las cabañas bajé,
yo
a los palacios subí,
yo
a los claustros escalé
y
en todas partes dejé
memoria
amarga de mí.
Además,
a Ciutti le falta el punto cómico del criado, pero en las circunstancias en las
que se encuentra no es de extrañar; en ningún momento hace burlas o recrimina a
su señor, siempre lo obedece limitándose a efectuar lo que le ordena, incluso
en momentos en los que lo considera una locura
DON JUAN.- Déjale franca la entrada,
pero
a él solo.
CIUTTI.- Mas señor...
DON JUAN.- Obedéceme. (Vase Ciutti)
Así
que si hoy no empatizamos con este mito está claro que el éxito debe venir de
otra parte, puede que de la puesta en escena.
Don
Juan Tenorio es quien abre la representación, y en su parlamento ya deja claro,
amenazante, qué características lo definen; maldice al pueblo y en su
imprecación va implícito el valor que muestra ante la muerte.
¡Cuál gritan esos malditos!
¡Pero mal rayo me parta
si en concluyendo esta carta,
no pagan caros sus gritos!
La
pasión por el diablo tuvo un punto álgido en el Romanticismo, así como la obsesión
por la juventud, el desprecio a la vida y a todo lo que encerrase normas
terrenales o divinas, por lo que no es de extrañar que una vez que Don Juan ha
hecho su advertencia, ha salido de escena y ha vuelto a entrar como integrante
de la apuesta con don Luis Mejía, lo haga de manera totalmente efectista,
adelantando en este caso la fuerza escénica que va a tener. «(Se oyen dar las ocho; varias personas
entran y se reparten en silencio por la escena; al dar la última campanada, don
Juan, con antifaz, se llega a la mesa...)».
Como
tampoco son raros los juramentos y expresiones alusivas al infierno que pueblan
el texto dramático «¡voto a tal!», «Por la cruz de San Andrés!», «¡Por Satanás...!», «Reportaos, por Belcebú!», «pero
él es un Satanás», «Mas lleva ese
hombre consigo / algún diablo familiar».
Sin
embargo analizaremos si este drama es verdaderamente romántico o va un punto
más allá.
La
Primera Parte se desarrolla en una tarde-noche, y las acciones quedan divididas
en cuatro actos; cada uno va subtitulado y aporta, con ello, información; así
el Acto Primero «Libertinaje y escándalo»
descubre las costumbres licenciosas que los protagonistas, don Juan Tenorio y
don Luis Mejía, tienen,
Don Juan Tenorio se sabe
que es la más mala cabeza
del orbe,...
Cómo
su presencia va seguida del escándalo y cómo, no contentos con haber pasado un
año cometiendo tropelías, se apuestan que don Juan conseguirá esa noche a la
prometida de don Luis, doña Ana de Pantoja y seducirá a doña Inés de Ulloa, su
propia prometida, aunque don Gonzalo de Ulloa acude a la posada y anula el
casamiento
mas, a ser cierta
la apuesta, primero muerta
que esposa suya la quiero
En
este acto, don Juan se define en toda su plenitud como mito machista
Uno para enamorarlas,
otro para conseguirlas,
otro para abandonarlas,
dos para sustituirlas
y una hora para olvidarlas
y
típico romántico que no teme a la muerte «Largo
el plazo me ponéis».
El
Acto Segundo, como reza el subtítulo «Destreza»
es una muestra de las habilidades de don Juan para conseguir lo que se propone,
aunque está claro que estas mañas se ven reforzadas por el dinero
Con oro nada hay que falle;
Ciutti, ya sabes mi intento:
a las nueve en el convento;
a las diez, en esta calle.
con
el que soborna al tesorero real para que lo saque de la cárcel, y al alcaide
ya viste cuán fácilmente
el buen alcaide prudente
se avino, y suelta me dio
(¡Qué
cerca nos queda, eso sí, la corrupción!).
Asimismo,
entre sus destrezas destacan la de asesino sin escrúpulos «entonces, de un tajo, rájale» y, ante todo, depredador de la
mujer, a la que ve como una conquista «La
dama entrambos tenemos / sitiada».
El
lenguaje que utiliza para referirse a la mujer es soez «mientras le soplo la dama, / él se arrancará los pelos». Pero lo
preocupante es que incluso la mujer es ofendida y animalizada por las propias
mujeres
BRÍGIDA.- [...]
que
irá como una cordera
tras
vos.
DON JUAN.- ¿Tan fácil
te ha sido?
BRÍGIDA.- ¡Bah, pobre garza enjaulada,
[...]
DON JUAN.- ¡Oh! Hermosa flor, cuyo cáliz
al
rocío aún no se ha abierto,
a
trasplantarte va al huerto
de
sus amores don Juan.
Pero
en el Acto Tercero, «Profanación»
aparece lo que debió ser verdaderamente escandaloso para la época y que, sin
embargo, habíamos tenido tiempo de leer mucho antes pues el Arcipreste de Hita,
inspirado en la comedia latina, ya enfrenta al protagonista en su duodécima
aventura —todas fallidas— a la monja Garoza. Así, don Juan, como el Arcipreste,
con la Iglesia ha topado y sólo podrá recibir de doña Inés un amor limpio «que en profesando, es preciso / renunciar a
cuanto amé». El acto deja a doña Inés como otro mito de la escena pues
asocia la pasión que le transmite don Juan al fuego predestinado del infierno «¡Ay! Se me abrasa la mano / con que el
papel he cogido».
También
el tópico del amor a primera vista está presente en la literatura de Ovidio,
pero lo normal es que sea el hombre quien se enamore sólo con ver a la dama y
aquí es doña Inés la que
desde que le vi
Brígida mía, y su nombre
me dijiste, tengo a ese hombre
siempre delante de mí
Con
esto, la propia doña Inés es la que quita credibilidad a la carta que vimos
escribir a don Juan al principio de la obra y, sin embargo, con sus gestos, le
añade dramatismo
“Doña Inés del almas mía.”
¡Virgen Santa, qué principio!
Otro
tópico de este acto es el tan analizado sueño-realidad y en el que doña Inés
profundiza, incrédula, ante lo que sucede «¿Es
realidad lo que miro, / o es una fascinación?», dejando la posterior
intervención de don Juan en algo irrisorio por la ruptura filosófica de la
profundidad que pretende la enamorada «¡Ea!
No desperdiciemos / el tiempo aquí en contemplarla...» y terminando el
acto, de forma casi humorística ante tanta evidencia obviada
ABADESA.- ¿Dónde vais, Comendador?
D. GONZALO.- ¡Imbécil! Tras de mi honor,
que
os roban a vos aquí
El
Acto Cuarto de la Parte Primera «El
diablo a las puertas del cielo» abre lo que promete ser lo más interesante.
Brígida le da al viaje hacia la casa de don Juan un punto onírico
los árboles como en alas
llevados de un huracán,
tan apriesa y produciéndome
ilusión tan infernal
y a
lo que ha sucedido, un matiz de ficción, pues miente a doña Inés quien se cree
salvada de un incendio y no raptada (hemos de recordar que ella se desmaya
convenientemente, como lo hizo en su momento Leocadia, la protagonista de La fuerza de la sangre escrita en 1613
por Cervantes).
En
la segunda parte, mucho más corta, los efectos especiales dignos del más fiero
romanticismo se multiplican, hasta borrar por un instante la imagen renacentista
que adquiere doña Inés como intercesora del hombre ante Dios:
Su amor me torna en otro hombre
regenerando mi ser,
y ella puede hacer un ángel
de quien un demonio fue.
algo
exagerado teniendo en cuenta que en ese instante mata de un disparo a su futuro
suegro y de una estocada a su rival en bravuconerías
D. LUIS.- (cayendo)
¡Jesús!
D. JUAN.- Tarde tu fe ciega
acude
al cielo, Mejía
Acaba
de demostrar que no es un ángel sino un verdadero romántico que abomina de todo
lo que no lo deja en primer lugar
Llamé
al cielo y no me oyó,
y
pues sus puertas me cierra,
de
mis pasos en la tierra
responda
el cielo, y no yo.
Y
así, continúa con sus fechorías desoyendo las advertencias que la sombra de
Inés le hace hasta el último momento «y
que tienes que morir / mañana mismo, don Juan.»
Por
fin, el Capitán Centellas lo mata para que, ¡después de muerto!, se le vuelva a
aparecer la Estatua del Comendador y le recuerde que todo ha terminado «El capitán te mató / a la puerta de tu
casa.»
Pero
don Juan no es un verdadero romántico sino que se acoge a la comodidad que le
ofrece la Iglesia para tener asegurada una eternidad feliz «¡Clemente Dios, gloria a Ti!»
Don
Juan muere a manos de Centellas, aun así habla con la Estatua y con doña Inés,
que ordena a todos los fantasmas regresar a sus tumbas, a las estatuas a sus
lugares y a los ángeles a que vengan a por sus almas. Vuelven ambos a morir y
hay que reconocer que, con justicia poética, queda mitificada doña Inés como la
propia Virgen que ordena a su Hijo lo que tiene que hacer.
El
mito de doña Inés o el surrealismo de Zorrilla.
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